Con la llegada del radicalismo e Hipólito Yrigoyen al poder,
la clase media de todos los matices y grados culturales, pertenecientes a las más
dispares profesiones u ocupaciones, invade la vida nacional. El aristocratismo
vacuno, los grandes apellidos y fortunas y el orgullo intelectual, quedan
desplazados del gobierno y se refugian en sus actividades económicas,
profesionales y culturales, respaldados por sus riquezas o altos ingresos. En
realidad, lo único que pierden es el gobierno directo del país, el ejercicio
exclusivo del poder, la ocupación del Estado, que poseían desde 1852. Y si bien
el radicalismo realizara importantes reformas sociales, económicas, educacionales
y políticas, el poder real lo seguirá teniendo la minoría de los ganaderos exportadores,
el comercio a ellos vinculados y el capital especulador anglo-porteño, cuyo
control sobre las estructuras productoras, el transporte, los servicios públicos,
la banca, las finanzas y el comercio exterior seguirá incólume.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y las propias contradicciones
del sistema harán que las minorías privilegiadas no puedan impedir el acceso de
vastas áreas humanas a mejores niveles de vida y aunque estos ni- veles no serán,
por muchos años, suficientes y generales para la población argentina, lo cierto
es que las clases desposeídas acortaran un tanto la enorme distancia que las
separan de las riquezas que ellas producen. Este proceso, desatado lenta y tímidamente
por el incipiente industrialismo de los años de la Primera Guerra Mundial a
favor de la carencia de importaciones, será estimulado por el radicalismo, que
hace lo posible por beneficiar a los trabajadores, hacer menos mísera la
existencia de las masas asalariadas, con procedimientos confusos y
contradictorios, pero con autentico deseo de hacer realidad la repartición mas
justa de los bienes y servicios.
En las provincias costara mucho mas acostumbrar a las pequeñas
oligarquías locales a los nuevos tiempos. Las burguesías lugareñas, cuyo poderío
se afinca en la posesión de las tierras cultivables, en la ocupación permanente
de los organismos educacionales, sociales, religiosos, etc., y en el manejo de
los escasos estamentos financieros provinciales, han ocupado desde siempre el
gobierno y los cambios políticos se han efectuado, invariablemente, en las 20 o
30 familias ricas de la provincia. La resistencia a los cambios es mucho mas
enconada en esas aristocracias de campanario, unidas a la oligarquía
agro-importadora de Buenos Aires por el ferrocarril y los intereses británicos,
como sucede siempre en los vasallos de los grandes señores. Es más duro el corazón
y mas sórdida la avaricia del capataz y del gerente que la del patrón y propietario.
Por eso en muchas provincias, la irrupción de la clase media baja —el empleado
sumiso de ayer y el comerciante obsequioso de la víspera— despierta oposiciones
frenéticas en las clases pudientes, que no quieren desprenderse del poder. En
muchas regiones pasaran décadas para que las familias acomodadas sean desalojadas
del mando y el disfrute exclusivo de los bienes materiales y culturales.
En San Juan, tierra de gentes altivas y difíciles de
gobernar, el radicalismo atrae a prestigiosas familias de clase media, muchas
de ellas inmigrantes, cuyos hijos, con grandes sacrificios, han estudiado en la
universidad, obtenido un titulo profesional, que será la heráldica de la nueva
aristocracia del diploma, reemplazando a la antigua de la sangre y los títulos
nobiliarios. Entre es- tos el radicalismo recluta a los sectores dirigentes del
partido. Desde un principio, la burguesía sanjuanina procede con su característica
habilidad y capacidad de adaptación. Si bien los grupos más intransigentes continúan
militando en las viejas organizaciones políticas, una parte de los
profesionales y propietarios integra los cuadros yrigoyenistas. Pero, como las
colisiones políticas no son otra cosa que la afloración de los antagonismos económico-sociales,
dentro de la U.C.R., en el llano y en el triunfo, se reproducen las
antinomias tradicionales, ahora como expresiones de disidencias internas en el
radicalismo.
Las dos fracciones inevitables de San Juan la forman, por un
lado, los radicales que obedecen ciega y disciplinadamente a Yrigoyen o a las autoridades
nacionales del partido. La otra la constituyen los radicales autonomistas,
cuyos mentores, teóricos y caudillos son los hermanos Cantoni (Federico, Aldo y
Elio) que no discuten la doctrina ni el liderazgo nacional del profeta de la reparación
radical, ahora presidente de la Republica, pero no aceptan la menor insinuación
sobre la dirección partidaria en su provincia, ni mucho menos en el gobierno.
Como era de prever, a la hora de las candidaturas para gobernador, vice,
senadores y diputados provinciales y legisladores nacionales, la disidencia se
transforma en pugna y esta en división irreconciliable. El
"cantonismo" apoya a un candidato —Don Federico— y el radicalismo
ortodoxo a otro. Para superar la cuestión, que amenazaba con dispersar el poderío
electoral del naciente radicalismo, ambas fracciones llegan a un acuerdo; el
candidato a gobernador será un hombre ajeno a las disputas internas, que además
cuenta con las simpatías de gran parte de las familias conservadoras. Será el Dr.
Amable Jones, prestigioso neurólogo y cirujano, de fama internacional, por sus
investigaciones, estudios científicos, obras sobre psiquiatría y neurología y
vasta actuación en esa especialidad médica.
El Dr. Jones gobernó como pudo ese volcán de pasiones,
intereses y hondos rencores, que era la política sanjuanina. Durante un par de
años los ánimos estuvieron más o menos apaciguados, pese a numerosos incidentes
entre las dos fracciones, que aguardaban la finalización del mandato para
heredar el gobierno y todo lo que significaba disponer del aparato oficial. El
doctor Jones, que no tenia ni vocación ni condiciones políticas, hizo una gestión
administrativa de orientación prospera y modernizante y no se ocupaba de las
intrigas y forcejeos políticos. Pero, a su sombra, el sector anticantonista
preparaba la sucesión oficial adoptando los métodos de siempre; colación de los
amigos en los puntos claves, distribución de puestos y ventajas entre los
partidarios y uso de los dineros estatales para asegurarse la adhesión de los
delegados a la Convención Provincial. El gobernador dejaba hacer, firmaba todo
lo que le traían, no hacia caso de las denuncias y reclamaciones de los cantonistas
y se dedicaba a sus preferencias medicinales.
Los ánimos de los cantonistas se encresparon y pronto
llegaron a la conclusión que la única manera de obtener el poder era con una revolución.
Y a ella dedicaron sus esfuerzos y desvelos. Cuando juzgaron que la preparación
era adecuada y las circunstancias propicias, se lanzaron a la acción. Nunca se sabrá
si en los planes de los insurrectos estaba la muerte de Jones, pero esta se
produjo, en una forma alevosa y cruel, cayendo sobre los autores la condenación
publica y sobre los presuntos instigadores el desprestigio de una acción
vituperable.
El domingo 20 de noviembre de 1921, Jones, en compañía del
presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia, Dr. Luis J. Colombo
y de su amigo Humberto Bianchi salio de la ciudad por la mañana, rumbo a la
Rinconada, Departamento Pocito, para una visita de cortesía, a invitación de
bodegueros de la zona, especialmente Juan Meglioli, el mas fuerte del lugar. Recibido
por este ultimo, Jones y sus acompañantes se dirigieron a la casa del sobrino
del gobernador, Manuel Aguero, donde pasaron algo más de una hora en cordial
charla familiar. Al salir, Jones, Colombo y Bianchi, se ubicaron en el automóvil,
que se dispuso a partir hacia el domicilio de Meglioli, donde almorzarían. El
bodeguero se ubico también, en el automóvil.
Cuando el vehiculo empezaba a rodar, un grupo como de 15
personas, que salio de un almacén de ramos generales y despacho de bebidas
existente a unos 80 metros
de la casa de Aguero, enfrente y hacia atrás de la dirección del coche, dando
vivas a Cantoni y armados de mauseres, rifles y carabinas, hizo una descarga
cerrada sobre los ocupantes, que hirió a estos. Bianchi y Colombo, aunque
heridos, saltaron del automóvil y se refugiaron en la casa de Aguero. El Dr.
Jones hizo lo mismo pero estaba ubicado sobre el lado que daba a los atacantes,
por lo que, al salir del vehiculo, fue alcanzado por una segunda descarga y en
el suelo por la explosión, en la espalda, de una bomba que contenía tachuelas y
trozos de vidrio, que le destrozo el omoplato izquierdo. Meglioli murió dentro
del automóvil, herido mortalmente por una docena de impactos.
Jones, en el suelo y agonizando, recibió todavía una tercera
andanada, que el hizo ademán de parar con las manos. Los agresores, luego de
cerciorarse de la muerte de Jones, se dispersaron, dando vivas a Cantoni y
disparando al aire. Al estruendo de los disparos y de la bomba acudieron
vecinos y habitantes de las cercanías. Es de hacer notar que el Dr. Jones no
llevaba escolta y la policía del departamento Pocito no le presto protección
alguna. Era el mediodía y a la misma hora, grupos de personas armadas asaltaban
diversas comisarías en la ciudad de San Juan, así como el cuartel de bomberos y
un arsenal del ejército, que no pudieron tomar. Alertadas las fuerzas
policiales —el jefe de policía no estaba en San Juan— y la unidad del ejercito
acantonada en la provincia, rápidamente sofocaron la sublevación, no sin que se
produjeran encuentros armados, con muertos y heridos.
Los asesinos del Pocito, fracasada la insurrección, fugaron,
tratando de abandonar la provincia. El primer detenido fue Vicente Miranda
Jamesson, propietario del almacén de ramos generales y cantonista notorio. Fueron
apresados todos los Cantoni, incluso sus ancianos padres y entre una treintena
de personas Emilio Sancassani, Ricardo y José María Pena, Benito Urcullu, Arturo
Pacheco y Tiburcio Parra, reconocidos luego por Bianchi y el Dr. Colombo como
de los que estaban en el grupo atacante. En la quinta de los Cantoni, en Pocito,
se encontraron enterradas varias de las armas usadas en la agresión.
Algunos de los acusados fueron condenados a penas de prisión,
los Cantoni fueron liberados, pues su instigación o participación en los hechos
nunca pudo probarse. El gobierno lo asumió, interinamente, el Dr. Colombo.
Fuente: "Atentados políticos en la Argentina" de
Roberto Juarez. Buenos Aires 1970. Edit. A. Peña Lillo editor. Digitalizado por Mágicas Ruinas.
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