Anduve en todas las campañas, en una de las internas me
acuerdo, que se enfrentaban Balbín-Del Castillo contra Zavala Ortiz-Sammartino.
Estuve en el acto de proclamación de la fórmula de Balbín
Del Castillo; tenía catorce años. Y seguí toda la campaña, me iba a escucharlo
a don Ricardo, a todos los lugares donde fuera posible. Porque era
una enorme satisfacción oír ese verbo encendido, fijando los postulados con los
cuales los radicales nos sentíamos identificados. En el cierre de campaña en Plaza
Once, uno ahora se imagina y le da miedo, estaba trepado arriba del mausoleo;
cuando lo miro hoy en día, pienso cómo lo pude haber hecho, parece imposible,
pero a esa edad nada lo es. La multitud era descomunal.
Fue uno de los shocks espirituales más grandes. Porque en
medio de la inocencia juvenil, quedaba perplejo al ver esa inmensa cantidad de
público, pues cuando la cabeza de la manifestación llegaba a Florida y
Corrientes, todavía seguía saliendo gente de Plaza Once para incorporarse.
No podía entender el fenómeno de la orden de Perón, que consagraba
automáticamente el triunfo de Frondizi. Pero una de las tantas cosas que se
deformó en la historia de la vida política argentina, es lo ocurrido en el año
57 cuando hubo elecciones de constituyentes y Perón había dado la orden de votar en blanco. Es
cierto, el voto en blanco salió primero, sacó 2.100.000. La Unión Cívica
Radical, dividida, obtuvo por el lado del Radicalismo del Pueblo, 2.000.000 de
votos, mientras que los intransigentes, los de Frondizi, lograron 1.700.000.
Esto, que no ha sido instalado con fuerza por ningún
historiador, creo que marcó el error garrafal más grande de la Unión Cívica
Radical del siglo pasado. Peor incluso que aquellos enfrentamientos entre
sectores Yrigoyenistas y Alvearistas y distintos sacudones internos que tuvo el
radicalismo. Los resultados de esa elección del 57 en la que el justicialismo votó
en blanco, o sea no votó a ningún sector, han demostrado que el radicalismo
unido le hubiera ganado en forma aplastante. Y quizás otra hubiese sido la
historia del encauzamiento democrático e institucional de la Argentina. De eso
nos tenemos que hacer cargo todos los radicales, porque unos y otros
contribuimos y echamos nuestra gotita de desvarío en lo que, finalmente, había
sido una lucha de poderes personales.
Si hacemos el racconto de quienes rodeaban a Balbín y los
que se quedaron en el radicalismo, nos encontramos con figuras brillantes y que
han trascendido en la historia política argentina. Desde gobernadores, presidentes,
ministros, no es el caso ahora enumerar provincia por provincia. Pero si nos
trasladamos a lo que fue la Unión Cívica Radical Intransigente y “barremos” las
personalidades que acompañaron a Arturo Frondizi y la gran incidencia que
tuvieron muchísimos de ellos, hasta que muerte décadas después, en la vida
política de provincias argentinas, nos damos cuenta del potencial que tenía la
UCR, para convertirse en el partido de conducción de la Argentina, en plenitud
de la década del 60 y no haber estado sujeto a experiencias como la del
presidente Arturo Frondizi, que sufrió presiones gremiales, militares y de toda
índole, como así también la del presidente Arturo Illia, que casi, uno a
continuación del otro, vivieron las circunstancias de su publicitada debilidad,
surgida como consecuencia del error del enfrentamiento y de la división.
Cometí, igual que una gran parte del radicalismo, el error
de la confrontación, de la lucha contra Frondizi. Hay varios de mi generación, algunos
con cargos muy importantes en la vida legislativa y pública de la Argentina,
que han sido compañeros de barrabasadas para molestarlo y jorobarlo a Frondizi.
Desde ir a armar escándalo, el 1º de mayo de 1958 cuando asumió, hasta una gran
cantidad de episodios que no quiero contar,
no por no comprometerlos a ellos, sino porque no considero que resulte
constructivo su enumeración en detalle; además me da vergüenza hacerlo y
exponer los tremendos errores y las pasiones que en el fondo uno cree que están
al servicio de grandes ideales y que, finalmente, no están al servicio de nada.
Fuente: Politica y Hechos: “Ser radical sirve para hacer” de José María García Arecha, Editorial Losada, 2001.
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