EL YRIGOYENISMO
El único que, orientándose como pudo, moviéndose a tientas, infligió
algunas derrotas serias a los sectores de la antipatria fue Yrigoyen, por lo
que no es mera casualidad que haya sido -hasta que apareció Perón- el líder mas
amado por el pueblo y el mas enconada y prolijamente difamado por los enemigos
del pueblo. Es un caso que no puede omitirse en relación con nuestro análisis,
tanto por las semejanzas como por las diferencias, y porque también debemos
considerar al Partido Radical en la época posterior. Los intelectuales cipayos,
por ejemplo, hicieron tremendos derroches de ingenio -que se festejaban recíprocamente-
para mofarse del caudillo, cuya «incultura» les ocasionaba convulsiones de
regocijo. Era porque tenían el vértigo de ofrecer permanentes testimonios de
que, en ellos, la imbecilidad es una militancia sin desmayos: porque mientras escribían
voluminosos mazacotes explicando los fenómenos del país a través de enfoques
que saqueaban a los autores europeos y nunca acertaban, Yrigoyen condensaba con
certera intuición los términos del enfrentamiento entre la «causa» y el «régimen».
Los políticos cultos, admiradores de la democracia atildada
«a la europea veían en eso un mesianismo ridículo típico de la «barbarie
criolla», incapaces de comprender que la definición ignoraba las
superficialidades que las rotulaciones partidistas en que ellos están
aprisionados para ahondar hasta mas cerca de la medula, no era una de las
antinomias tan del gusto de las clases dirigentes encumbradas desde la derrota
argentina en Caseros, al estilo de «Civilización o Barbarie», «Democracia o
Dictadura*, «Libros o Alpargatas», sino el enunciado de los términos del drama
nacional.
El yrigoyenismo, compuesto de ganaderos medianos, la pequeña
burguesía urbana y rural, el naciente proletariado y también parte de sus
patrones, las bravías masas nativas del interior, las clases populares,
expresaba las tendencias del país hacia el crecimiento y la resistencia a la
alianza de la oligarquía latifundista con el imperio británico. Era un gran movimiento
de masas, lleno de contradicciones, no solamente por su heterogénea composición
policlasista y porque los grupos que participaban en la coalición eran, en si,
ambiguos, sino también porque la época tenia problemas definidos y problemas
que recién se estaban configurando. Pero valía, mas que por las soluciones que
aporto, por ser una afirmación de la voluntad nacional que emergía
turbulentamente para desafiar a la conjura de mercaderes y patricios que la había
acallado durante mucho tiempo.
Fue, como años después en el caso de Perón, una tarea dura,
porque cuando las fracciones del Régimen disputan el gobierno entre si exhiben
habitualmente un estilo eso no era «serio». Es una fantasía ponerse a imaginar
lo que hubiese sucedido de no estar congelados en una ideología ya destrozada
por la historia y por la critica, pero no es una extravagancia suponer que, si
no hubiesen dado por sentado que atacar los principios liberales o tocar la Constitución
era un acto de «totalitarios», un atentado contra la «libertad y la democracia
y demás sonseras, hubiesen sido muchos los que comprendiesen lo que significaba
la política imperialista y que, mas grave que el fraude, eran los intereses que
estaban detrás del fraude. Si se sabía lo que era el imperialismo, era en forma
imprecisa, como cosa de detalle, exagerada por los «totalitarios». Pensaban
como otros países adelantados, como Estados Unidos (donde Scott Nearing fue
expulsado de una Universidad «libre» por escribir un libro sobre el imperialismo)
o como Francia o Inglaterra, que nunca hablaban del término como era lógico en
potencias imperialistas, y no en países agrícola-ganaderos que son las victimas
del despojo. Pero es que la ideología liberal burguesa parte del supuesto de
que la libertad es un valor absoluto que la burguesía había definido para
siempre. Así que atacar a las instituciones de los burgueses, es atacar a la
«libertad», no a la forma concreta de libertad de ese grupo social. Entonces la
libertad resulta que es la misma cosa en Francia, en Inglaterra que en Kenya,
en Estados Unidos que en Cuba. Hasta llegar a lo de ahora, de lo cual el mundo
ha sido informado -con general asentimiento de los cipayos- que la libertad son
los estados capitalistas del hemisferio occidental y que cuando se les ataca,
se esta atacando un valor sagrado.
Los peronistas que lean esto pensaran que para que repetir
cosas que nosotros si aprendimos muy bien, aunque los radicales las ignorasen.
Pero, con sutiles variantes de estilo, también circula en nuestro movimiento -en
ciertas capas «occidentalistas» que hacen declaraciones antiimperialistas en
abstracto para quedar bien con el pueblo, pero que después defienden los
pilares del imperialismo- una corriente peligrosa en extremo para nuestros
intereses más vitales.
Atados a la noria ideológica oficial, los radicales no
vieron el problema imperialista, y si algo vieron, no le atribuyeron su
verdadera importancia. La misma actitud tenían los vendepatrias que trabajaban
para algún consorcio que los centenares y miles de dirigentes honestos que
amaban a su patria y hubiesen odiado a quien intentase dañarla, pero que no
vieron que estábamos perdiendo una guerra económica y hasta salían en defensa
de nuestros verdugos, un país «libre y democrático (como que con lo que nos
chupan a nosotros y otras victimas pueden mejorar el nivel de vida y postergar
la lucha de clases) de displicencia caballeresca, como es de rigor entre señores
que saben ganar y perder con la sonrisa en los labios, pero que olvidan los buenos
modales y se valen de todos los medios contra el intruso que interfiere en el
disfrute pacifico del trabajo ajeno.
Cuando se preparaba para ser candidato por segunda vez,
desde el propio gobierno alvearista, que el había hecho elegir, los sistemáticos
antipersonalistas complotaban contra el. Plebiscitado por el pueblo, a los dos
años se propuso nacionalizar el petróleo, y los monopolios yanquis apuraron el
golpe que habría de derrocarlo.
Se hizo una gran agitación para crear el clima propicio al
cuartelazo, los estudiantes, con los famosos «maestros de la juventud,
participaron activamente: claro esta, también el Partido Socialista, infaltable
en las grandes infamias contra el país, [dió] una heroica batalla en el
parlamento contra la ley de nacionalización del petróleo y operaron
entusiastamente en la calle, arrastrando a los bobalicones de la pequeña burguesía
portuaria, que creían que aquellos tribunos municipales eran la ultima palabra
en materia de progresismo y audacia de pensamiento y quedaban embelesados escuchándoles
repetir las mismas cosas que los conservadores decían en sus tribunas, pero con
«fundamentos científicos», de acuerdo con esa maestría en el empleo de la
incoherencia que permitió al Dr. Juan B. Justo -precursor del sistema- defender
el librecambio cuando nacía nuestra industria, propugnar medidas tendientes a
aniquilarla, calificar de inconsciencia la utilización de la violencia por
parte de los obreros, sostener que la huelga no sirve como medio de lucha del
proletariado para conquistar mejoras económicas, negar la lucha de clases,
admirar el sistema ingles. En materia internacional, también tenia sus
aciertos: pronosticar poco antes de 1914, cuando Europa era un polvorín, que no
habría guerra en este siglo, embanderarse en el belicismo cuando esa guerra
«imposible» estalló (como se preveía), sostener que el carácter de la guerra no
era imperialista, afirmar que las guerras responden a razones biológicas
(tendencias instintivas), pronosticar con su clarividencia característica que no
habría Revolución Rusa, etc.
LA DECADA INFAME
Con el derrocamiento de Yrigoyen se inició la «Década Infame,
de la que nos interesa destacar el papel del radicalismo en términos generales
y como evolucionó ideológicamente. Muerto su caudillo, la UCR perdió sus rasgos
característicos más destacados y, en materia de enfoques fundamentales, en nada
se diferenciaba de la coalición cipaya gobernante (conservadores,
antipersonalistas, etc.). No es que fuese la misma cosa: eso seria una simplificación
injusta.
Algunos radicales participaron en negociados escandalosos;
la dirección alvearista aceptaba dinero de los consorcios; hubo participación y
complicidad de hombres representativos en hechos vergonzosos. Hay cargos importantes
que no interesa enumerar. Digamos que, en algunas esferas, había corrupción y
que en el caso del distrito de la Capital Federal, por ejemplo, el espectáculo
de inmoralidad era lamentable.
Salvo en algunos núcleos de vieja trayectoria, no había una reprobación
ni siquiera de tipo moral para los políticos que ocuparan cargos partidarios o
representativos y prestaban sus servicios profesionales en los consorcios de
servicios públicos y demás pulpos extranjeros. En fin, hubo eso y algunas cosas
mas, sin embargo, pese a todo, no se puede desconocer que había en el país centenares
de dirigentes sin tachas morales, que luchaban por idealismo en condiciones difíciles
y que, aunque en las cúpulas y en muchos ambientes hubiese manga ancha, los
radicales mas sensibles a las transgresiones morales provocaban protestas
airadas, comentarios y malestar general. Había una capa de dirigentes
contaminada, pero el sentido de la dignidad era una cualidad que predominaba,
aunque fuese impotente frente a los desmanes de ciertos elementos.
El pueblo siguió siendo radical, no solo por apego y tradición,
sino también porque comparado con la casta rapaz que gobernaba por el fraude y vendía
el país, el partido representaba una esperanza de mayor moralidad y de
funcionamiento normal de las instituciones.
Pero el abandono de la abstención -que en la UCR encerraba
un dilema principista-, y el conocimiento de latrocinios en que habían
participado hombres destacados del partido minaron la moral de su masa y la
llevaron a una actitud pasiva. Además, no tenían mayores objetivos, salvo el de
esperar que las circunstancias impidiesen que los conservadores se mantuviesen
por el fraude.
Y eso a pesar de que en la «Década Infame» había asunto de
sobra para agitar, porque en el gobierno había hasta apologistas de la situación
de semicolonia. El radicalismo claudico ante esa invasión foránea, en parte
porque el Imperio también tenía muchos dirigentes entre ellos, pero más que
todo, entiendo, porque no tenia conciencia del problema, no tenia ni siquiera
conciencia de que eso era un problema. Constantemente, los ingleses aumentaban
sus conquistas en puntos clave de la economía: el radicalismo no alerto a la opinión,
no se escandalizó, no creyó que la Nación estaba siendo desgarrada (como
tampoco saco ninguna conclusión, si es que lo vio, con respeto al crecimiento
del proletariado, que se acelero). Y en cuanto estallo la guerra, el ataque de
histeria belicista fue tan grande, que veían un traidor en cualquiera que se
atreviese a insinuar que Inglaterra y Estados Unidos no eran milagrosas
acumulaciones le filantropía, lealtad, democracia, civilización y bondad.
La guerra conmovía a la opinión pública, pero las luchas
políticas internas no. Había un escepticismo generalizado y la tendencia del
hombre de la calle a considerar que radicales y conservadores eran más o menos
la misma cosa, aunque no fuese exactamente verdad y, llegado el momento, pondría
el voto por la UCR.
A todo esto, los grupos nacionalistas, comunistas, algunos núcleos
radicales avanzados andaban a los golpes por discusiones sobre la guerra. Parte
de la juventud, sobre todo en el interior, no encontraba estimulo para ingresar
al radicalismo, etc. Lo importante es destacar que, en cuanto hubo militancia
ardorosa, con violencia inclusive, fue o por posiciones en defensa de algunos
de los bandos en lucha o de la neutralidad, o bien por encontronazos entre católicos
y comunistas, o problemas similares, ninguno vinculado a la lucha entre los
partidos políticos". Había adhesión pasiva, no se participaba.
LA UCR Y EL PERONISMO
Cuando ocurrió la Revolución de 1943 y se llegó a la elección
del 24 de febrero de 1946, los partidos se habían juntado. El Régimen del que
hablaba Yrigoyen se había reconstituido, con la UCR como participante. El
acercamiento entre los partidos respondió a una serie de razones: todos eran
intervencionistas a favor de la «Democracia» y participaban en actividades
conjuntas. La desgracia común los unía, no había fraude y disputa por el poder,
tampoco diferencias ideológicas (había conservadores avanzados que eran mas
«progresistas» que los radicales de tendencia conservadora). Por fin, como Perón
era «de afuera» y no un integrante del selecto club de defensores del orden
iniciado al levantarse la abstención, y las diferencias entre ellos,
insignificantes, mientras que Perón era la ola desconocida, lo sello una unidad
bastante sólida. Braden orquestó la Unión Democrática, que era una especie de
aplanadora. Estaba la flota yanqui por si acaso (mucha gente ignora que, por
esos tiempos, en una crisis entre Argentina y EE.UU. la flota partió de Río con
rumbo al Río de la Plata, para hacer, en primer lugar, un despliegue de fuerzas
y no se saben los propósitos ulteriores, porque en el Norte apareció alguna
cabeza fresca que evito la abyecta maniobra). Pero no iba a ser necesario
recurrir a la fuerza porque en la UD estaban todos los partidos que tenía el país,
es decir, todos los votos. Se trataba de ser «realistas» y de ese montón enorme
restarle algunos puñados, como, por ejemplo: un sector de alguna importancia
(que no influya en los resultados de la elección porque no era nada, comparado
con el «montón»), sector formado por los entupidos que se habían dejado engañar
por el «Demagogo» porque les daba mejores materiales y les prometía participación
en el poder político -idea bien «nazi» por cierto-, algunos sectorcitos que se llevarían
dirigentes radicales incorporados a las huestes del «candidato imposible», un
sector de nacionalistas; por fin, ciertos elementos de la población (felizmente
no muy numerosos) que, esos si, se aseguraba votarían en bloque por Perón;
vagos, ladronzuelos, borrachos, punguistas, como decían los cultos: «lumpen»,
en resumen, lo único que daba motivo a la incertidumbre y especulaciones era
calcular si en alguna provincia los peronistas sacarían alguna minoría. El
proceso es conocido y mucho [se ha) escrito y muy bueno sobre las causas que
hicieron perder a todos los partidos juntos, a todo el dinero del país, a todos
los diarios, a las omnipotentes Embajadas de las «democracias» victoriosas en
la guerra, a casi todos los intelectuales, a todos los estudiantes, a todos los
profesores, a todos los profesionales, a todos los caudillos y caudillitos del país,
etc. No repetiremos cosas que todos saben, salvo en la parte que concierne a
los que venimos analizando. Ningún radical (a esos efectos, ninguno de
cualquier otro partido) creyó que pudiera triunfar el coronel Perón. Algunos
ahora dicen, para prestigiarse como zahories políticos, que se la vieron venir:
no es cierto, eso estaba fuera de toda la lógica que ellos podían desarrollar
aun estirándola hasta la enésima potencia. Por lo general, hasta el día de hoy
siguen sin enterarse de lo que pasó. En el subconsciente les baila la hipótesis
de que fue cosa de magia negra.
LA UCR Y EL APEGO A LAS VIEJAS IDEAS
El radicalismo había ido perdiendo la gran fuerza de sus
primeros tiempos, el empuje de los movimientos de masas, como el de San Martín
y sus gauchos y morenos y [como el de las montoneras federales. Esa fuerza
popular se fue con Yrigoyen, y quedo como programa el cumplimiento de la Constitución
de 1853, que a las peonadas y pequeños campesinos y al proletariado industrial
no les daba ni frío ni calor. Las primeras voces que, seriamente, hablaron de
las cosas que interesaban, que explicaron minuciosamente las razones de los
males de la Republica habían salido, sin embargo, de sus filas; pero tuvieron
que ir a parar a un sótano: se fundo FORJA. El [consenso] general del Partido
Radical era que Scalabrini Ortiz, Jauretche, Dellepiane, eran buenos muchachos,
pero muy locos. Los dirigentes fueron mas terminantes y afirmaban que el ataque
a «naciones tradicionalmente amigas» no podía tener otro motivo que la enajenación
mental; «han leído demasiados libros», o el diario de la Embajada Alemana. Les parecerá
cosa de cuento a los que no conocieron todo esto por experiencia directa por
ser demasiado jóvenes, pero no exagero nada. A tal punto estaban mentalmente
colonizadas las direcciones partidarias.
El problema social y el del imperialismo no podían entrar en
un partido que creía en todos los mitos del liberalismo burgués. La revolución
del 43 los dejo sin uno de sus dos soportes «programáticos»: el de la lucha
contra el fraude; el 24 de febrero de 1946 les quito el restante: la mística de
ser la fuerza mayoritaria. Tanto descansaron y se mimaron como mayoría, que por
fin terminaron creyendo que les venia por designio de la Providencia y era una condición
de la «esencia del hombre radical» como a ellos les gusta decir. Privados de
esos soportes que en ellos hacían las veces de ideología, quedaron
desguarnecidos, trabados por su formación liberal -que la etapa de Alvear acentúo-
para encarar los nuevos problemas nacionales. Ya no tenían ninguna diferencia
con los conservadores, que además habían dejado de ser el adversario tradicional.
Ese desconocimiento ante una realidad enigmática explica que
se entregaran a las evasiones mentales que proporciona el idealismo pequeño burgués.
Creyeron que estaban peleando contra los «nazis», tontería muy del Barrio
Norte, pero impropia de los restos del partido del neutralismo del 14-18. Después
les dio explicación de lo incomprensible y consuelo para sobrellevar la desgracia:
creer en las enrevesadas explicaciones sobre «fraude preelectoral», «resortes
del Estado» porque Perón hablo por radio mientras ellos tenían todos los
diarios, todo el dinero, comités por todo el país, etc., etc.).
El mentado «programa de Avellaneda» no expresaba el
pensamiento de los radicales ni el de su candidato Tamborini. Claro que el
triunfo peronista causo trastornos en todos los partidos, que en el radicalismo
se tradujo en el advenimiento de la Intransigencia a los puestos de comando,
pero salvo para algunos grupos de jóvenes, era un postizo ajeno a lo radical.
Se aceptaba por conveniencia u obligación. Las banderas revolucionarias las tenía
Perón. Además, estaban los unionistas, que defendían la libertad de comercio y
el Código Velez Sarsfield, y muchos que militaban en la Intransigencia por afinidades
amistosas, pero no por comunidad de ideas. Cuando vino el motín septembrino, en
la Junta Consultiva, el Dr. López Serrot desarrollo la tesis, que los radicales
aman con pasión salvaje, de que toda la historia del siglo XX es una conspiración
contra la UCR. Afirmándose en el hecho verdadero de que fueron derribados por
el zarpazo de la oligarquía en 1930, establecen un periodo, 1930-55, y explican
que ese cuarto de siglo tiene como características distintivas, como titulo
para ser registrado en el mármol y en el bronce, las maniobras mediante las
cuales se privo al país del privilegio de ser gobernado por la UCR. Suceda lo
que suceda en el país ellos reviven esa lucha del 30; cada episodio es una fase
de esa batalla contra la oligarquía. Hay tesis que demuestran lo espurio de la elección
presidencial de Perón; doctrinas que descalifican su reelección y los comicios
de legisladores en que los «hombres radicales eran derrotados dos a uno y tres
a uno; teoremas que establecen, sin lugar a dudas, que Uriburu, Justo y Perón
son la misma cosa, como también que constituyen identidades la Legión Civica y
la CGT, el Plan Quinquenal y el Pacto Roca- Runciman", documentación inédita
destruye la leyenda de que Braden los haya acogido en su regazo, mientras
ingeniosos silogismos autorizan a referir a ese lapso de la Epopeya Radical con
términos como «los 25 años de fraude y dictadura, los «militares que se apoderaron
del poder en 1930 y no lo soltaron hasta el 55», etc. Este periodo es un bloque,
no hay diferentes gobiernos, sino astutos disfraces para evitar que triunfe la
«Causa».
El lenguaje de Yrigoyen era, vamos a reconocerlo, mesiánico
y bastante nebuloso. La UCR era el país, todo el país, menos el Régimen, que
eran los enemigos del país. La UCR traería la «redención» de la Patria y sus
hombres, abriría un mundo nuevo, etc. Pero el mesianismo respondía a la lógica,
como también la polarización en dos bandos. Pero eso Yrigoyen y el radicalismo
de entonces y el país de entonces; de allá a ahora han pasado muchas cosas,
como por ejemplo, que ha cambiado la proporción entre la población rural y
urbana y el proletariado, que entonces era débil, hoy es poderoso, y unido, y
combativo. Pero muchos radicales parecen no haberse enterado. En cuanto a las
expresiones de Yrigoyen sobre la «redención» y el nuevo mundo, ahora nos
parecen desmesuradas porque sabemos mas cosas y sabemos lo que en realidad sucedió.
Pero Yrigoyen no podía leer el futuro. En su lenguaje hoy arcaico, hubo un
mensaje de solidaridad humana. Ahora no tiene el valor que tuvo, porque ahora
sabemos que las cosas políticas y sociales no ocurren como reflejo de la ética.
Que ahora conozcamos los mecanismos históricos con mayor precisión es una cosa.
Pero si queremos hacer comparaciones, a Yrigoyen hay que compararlo con la
gente de su época: sus adversarios decían, en el lenguaje tal vez más moderno,
cosas que ahora resultan tan irreales como las que él dijo y, a diferencia de
ellas, entupidas.
Eso en cuanto a Yrigoyen y su época. Pero el señor López
Serrot sabe lo que paso entre 1943 y 1955, ha podido verlo. No tiene atenuantes para
vivir el mundo de Yrigoyen, pero lo hace. Además, firma declaraciones contra
Fidel Castro: no ha visto lo que paso en nuestro país en los últimos 16 años, pero
pretende saber lo que pasa en Cuba.
La Junta Consultiva fue, precisamente, el tipo de conclave
para este desarrollo de férrea l6gica, mientras tomaban te e intercambiaban
vulgaridades con el contralmirante Rojas.
Los radicales, pese a los «planteos» y demás sucesos
inquietantes, están en el periodo beatifico de sus vidas: la historia siempre
hace justicia, y el ostracismo tramposo ha sido recompensado poniéndolo simultáneamente
en el oficialismo y en la oposición. Los del Pueblo apoyaron la entrega de la
dictadura Aramburu-Rojas, pero ahora pueden ejercitarse como únicos
antiimperialistas con permiso policial y bancas. Los ucristas, en cambio,
apostrofaron el entreguismo hasta 1958, pero han tenido la honra de llevar el
Plan Prebisch hasta sus ultimas consecuencias y son hijos predilectos de la
Casa Blanca, se tutean con Mc Millian y están a partir de un conflicto con Juan
XXIII.
LAS CONSECUENCIAS DE LA PARALIZACION DOCTRINARIA DE LA UCR
He relatado la esencia de la historia de la UCR. A partir de
1916, con su apoteosis yrigoyenista y su melancólico declinar. Algún «realista»
podrá pensar que tan mal no le fue, porque ahora gobiernan, pero ese argumento
no tiene relación con lo que tratamos. Si no ¿que conclusiones sacar, por
ejemplo, del caso del general Aramburu? No pudo llegar, durante el peronismo,
mas que a director de Sanidad del Ejercito, y eso que era de una lealtad de
hierro al general Perón, según el lo repetía hasta el cansancio, y además era
notoria su ejemplar devoción a la doctrina justicialista, que se preocupaba
celosamente en que fuese difundida en las reparticiones a su cargo. Sin
embargo, pudo ser presidente y si alguien hacia lo mismo que el había hecho
durante tanto tiempo, en lugar de ascenderlo lo mandaba a la cárcel por seis
años por violar el Decreto 4161.
Estamos analizando como la fuerza que, en su momento,
concentro la voluntad de la Nación y los intereses de las capas populares fue
decayendo, a pesar de que durante muchos años no surgió ningún movimiento con
envergadura [para] disputarle el puesto que dejo vacante. Si hoy gobierna, es
por la proscripción del pueblo y no porque represente su voluntad: además, su
estabilidad ha dependido de un complicado mecanismo donde juegan papel
principal los grandes consorcios financieros interacciónales, que están
interesados en evitar el cambio, lo mismo que el embajador yanqui y otros
personajes semejantes. Eso no es un gobierno: es una radicación de capitales.
Esta historia ha sido relatada, no para recordar cosas que
todos conocen, sino para ver por que pasaron muchas cosas. Y con miras a
extraer experiencias que, aun sin equiparar casos diferentes, puede convenirnos
asimilar: por una vez, la experiencia en cabeza ajena puede sernos útil. Para desentrañar
un fenómeno tan complejo y largo hay que prescindir de la esperanza de contar
todas las claves, lo mismo que del artificio de tomar un factor aislado y
transformarlo en la causa única del proceso. Las cosas no pasaron por una sucesión
de casualidades, sino por razones bien poderosas. Me limitara al factor que nos
interesa: la falta de programa y de base doctrinaria.
Como todos los partidos a partir de 1853, la UCR creyó en
las formas del liberalismo incorporadas a la Constitución y que en ella estaba
condensado lo mejor que podía producir la sociedad. Cuando Yrigoyen triunfó, la
Constitución lo [trababa] porque en los Poderes Legislativo y Judicial, la oligarquía
obstaculizaba su labor. Es fácil imaginarse que, si su movimiento hubiera
querido ir más a fondo en la solución de algunos problemas graves, hasta su
propio partido, y no digamos el cipayaje, hubiesen armado un escándalo ante
solo pensar que la Constitución pudiera ser «mancillada».
Después, el Partido Radical se paso trece años de Década
Infame sin ver lo que estaba ocurriendo, tanto en los cambios sociales como en
cuanto al saqueo ingles; se sabían cosas sueltas, pero nunca se pronunciaba la
palabra «imperialismo», eso no era «serio». Es una fantasía ponerse a imaginar
lo que hubiese sucedido de no estar congelados en una ideología ya destrozada
por la historia y por la critica, pero no es una extravagancia suponer que, si
no hubiesen dado por sentado que atacar los principios liberales o tocar la Constitución
era un acto de «totalitarios», un atentado contra la «libertad y la democracia
y demás zonceras, hubiesen sido muchos los que comprendiesen lo que significaba
la política imperialista y que, mas grave que el fraude, eran los intereses que
estaban detrás del fraude. Si se sabía lo que era el imperialismo, era en forma
imprecisa, como cosa de detalle, exagerada por los «totalitarios». Pensaban
como otros países adelantados, como Estados Unidos (donde Scott Nearing fue
expulsado de una Universidad «libre» por escribir un libro sobre el
imperialismo) o como Francia o Inglaterra, que nunca hablaban del término como
era lógico en potencias imperialistas, y no en países agrícola-ganaderos que
son las victimas del despojo. Pero es que la ideología liberal burguesa parte
del supuesto de que la libertad es un valor absoluto que la burguesía había
definido para siempre. Así que atacar a las instituciones de los burgueses, es
atacar a la «libertad», no a la forma concreta de libertad de ese grupo social.
Entonces la libertad resulta que es la misma cosa en Francia, en Inglaterra que
en Kenya, en Estados Unidos que en Cuba. Hasta llegar a lo de ahora, de lo cual
el mundo ha sido informado -con general asentimiento de los cipayos- que la
libertad son los estados capitalistas del hemisferio occidental y que cuando se
les ataca, se esta atacando un valor sagrado.
Los peronistas que lean esto pensaran que para que repetir
cosas que nosotros si aprendimos muy bien, aunque los radicales las ignorasen.
Pero, con sutiles variantes de estilo, también circula en nuestro movimiento -en
ciertas capas «occidentalistas» que hacen declaraciones antiimperialistas en
abstracto para quedar bien con el pueblo, pero que después defienden los
pilares del imperialismo- una corriente peligrosa en extremo para nuestros
intereses más vitales.
Atados a la noria ideológica oficial, los radicales no
vieron el problema imperialista, y si algo vieron, no le atribuyeron su
verdadera importancia. La misma actitud tenían los vendepatrias que trabajaban
para algún consorcio que los centenares y miles de dirigentes honestos que
amaban a su patria y hubiesen odiado a quien intentase dañarla, pero que no
vieron que estábamos perdiendo una guerra económica y hasta salían en defensa
de nuestros verdugos, un país «libre y democrático (como que con lo que nos
chupan a nosotros y otras victimas pueden mejorar el nivel de vida y postergar
la lucha de clases).
Fuente: Algunas bases para el programa del. Movimiento Peronista
de John William Cooke (agosto de 1961) en Artículos periodísticos, reportajes,
cartas y documentos (1959-1968) Tomo III, Obras Completas, Compilador Eduardo
Luis Duhalde, Editorial Colihue, 2009.
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