Campamento Augusto
César Sandino, 9 de julio de 1963.
Al Dr. Arturo Illia:
La trayectoria de su vida, indica que ha sido usted un
hombre rebelde, aferrado a principios en los que creyó y de los que no se
apartó jamás. Por lo tanto, nadie hasta este momento podía señalarlo como
hombre susceptible de trocar honor por poder, ni dignidad por vanagloria.
Nadie, hasta este momento, podía decir que era usted un hombre débil ante el
chantaje o temeroso de la coacción. Nadie, hasta este momento, podía
reprocharle lealmente su conducta cívica, ya que, equivocado o no, supo usted
defender su criterio con altura.
Pero a partir de este momento, el pueblo argentino puede
decirle sin equívoco: es usted el producto del más escandaloso fraude
electoral, en toda la historia del país.
Dirá usted como ya lo declaró a una radio chilena, que el
fraude es un “precio” que los argentinos debimos pagar.
¿Pagar a quién? ¿Y pagar por qué, doctor Illia?
¿Pagar a los golpistas su asalto al poder por el chantaje de
la fuerza y que por la fuerza trituraron el país?
¿Pagar porque los militares chantajistas son los únicos
dueños de las armas y nos amenazan permanentemente con ellas?
Leímos en una biografía suya, publicada en estos días, que
usted no se doblegó ante Uriburu.
¿Es que considera que Uriburu fue peor que los gorilas, sea
cual fuere el color de su pelambre?
No. Son los mismos eternos chantajistas, pistoleros con
cañones, guardaespaldas artillados del imperialismo y la oligarquía.
Usted no cedió ante ellos en el año 30 y fue un ciudadano
digno. Ud. cede ahora, pagó el precio que le exigieron, y no es otra cosa que
un político fraudulento.
¿Dónde está su rebeldía? ¿Dónde está su valor? Si en el
momento más importante de su vida cívica Ud. cede y públicamente admite haber
tenido que pagar el precio de vencer sobre rivales proscriptos: el de hablar
sobre rivales enmudecidos el de gritar sus consignas sobre quienes estaban
condenados a la cárcel si sólo mencionaban un nombre; el de hacer libre uso de
la maquinaria electoral de su partido, sobre organizaciones hechas pedazos por
decretos represivos.
Ud. admite haber tenido que pagar ese “precio”, pero no
llamó a la farsa en que resultó más votado, abominable fraude, como lo habría
hecho en el año 30, cuando los enmudecidos y perseguidos eran los de su
partido.
Ud. doctor Illia, es un argentino que ha admitido haber
cedido, haberse rebajado. Lo repetimos: Ud. pagó con su honor el precio del
chantaje.
Pero, colocándonos hipotéticamente en su ángulo y mirando
desde allí al porvenir nacional, pagado el precio exigido por el chantajista,
¿podrá Ud. gobernar libremente? ¿Es que acaso el chantajista depuso sus armas y
quedó satisfecho?
La historia de nuestro país es frondosa en ejemplos. Los
chantajistas siempre exigen más y más, hasta dejar exhausta a la víctima.
Entonces le liquidan y recomienzan con otro candidato débil que caiga en sus
redes.
No, doctor Illia. Los argentinos no debemos pagar el precio
que usted predica como fatal. Los argentinos no debemos doblegarnos, sino
rebelarnos.
Su fatalismo, no nos contagiará a todos, porque los que no
aceptamos el fraude, los que no admitimos el chantaje, los que queremos ver a
nuestra patria libre para siempre de la coyunda imperialista y de los
cancerberos entorchados que se la uncen, nos negamos a pagar otro precio que no
sea el de nuestra vida, entregada en pelea, con las armas en las manos, contra
los que, cerrándonos todas las vías pacíficas, nos quieren condenar a vivir en
la opresión, bajo su censura y su látigo, bajo sus cañones y sus tanques, sus
aviones y sus bombas.
Contra la fuerza de las armas servidoras de la oligarquía y
el imperialismo, opondremos la fuerza de las armas esgrimidas por el pueblo y
alimentadas por su causa.
Subimos a las montañas, armados y organizados, y no bajaremos
de allí, sino para dar batalla.
Somos los únicos hombres libres en esta oprimida República y
ya jamás dejaremos de serlo.
Este ejército nuestro es el de los rebeldes, el de los que
no se doblegan, el de los que repudian las negociaciones fraudulentas de
políticos fraudulentos en colegios electorales fraudulentos. El de los que no
pagan atemorizados a los chantajistas, sino que los combaten con tenacidad y
firmeza. Y sólo dejaremos nuestras armas para regresar a nuestras herramientas,
cuando haya en el país un gobierno que no sea producto del fraude y la coacción
y un ejército compuesto por los militares dignos, los que se sientan parte del
pueblo y se consideren servidores del mismo.
Usted doctor Illia, aún puede rectificar y hacer un gran
bien a nuestra Nación. Renuncie a ser presidente fraudulento, denuncie el
fraude por su nombre y exija elecciones verdaderas, generales y libres, en las
cuales los argentinos no se vean coaccionados a votar, sino que puedan ejercer
su derecho a elegir.
Vuelva a ser rebelde. Exija y no conceda. Piense que
recibirá Ud. el poder luego de una monstruosa farsa comicial, organizada por
quienes situaron a nuestro país en el nivel más bajo de su dignidad y en el más
alto de su vergüenza.
Piense que ha transigido, pagado chantaje y por lo tanto
fortalecido, a quienes consumaron la entrega más abyecta de nuestra soberanía.
Piense que acaba usted de ceder y por lo tanto de fortalecer a quienes
convirtieron a nuestros diplomáticos en permanentes “yesmen” del imperialismo
en todas las conferencias internacionales y colocado a nuestras Fuerzas Armadas
en el rol del Departamento de Defensa norteamericano. Piense que acaba usted no
de hallar una salida para nuestros problemas nacionales, sino de convalidar el
fraude de los responsables de la postración de nuestra economía, con su secuela
de hambre y desocupación, desesperación y miseria, cárcel, tortura y
persecución de los dirigentes obreros, estudiantes, periodistas, profesionales
y militares dignos. Piense que acaba Ud. de doblegarse y de apoyar a los
usufructuarios del privilegio, la casta engordada, vestida y equipada por el
sudor de la masa a la que oprimen y desprecian.
Piense en la cantidad de muertos, torturados, civiles y
militares, que por no pagar el precio que usted pagó, cayeron por el pueblo,
por defender sus intereses y sus derechos.
Piense en que ellos, como usted, hablaron de libertad
política y gremial, de defensa de nuestro petróleo, de revisión de los
contratos eléctricos. Todos ellos fueron víctimas, por decir lo que usted
proclama, de los mismos ante quienes usted se resignó a pagar el precio del
fraude.
Golpes de Estado, cacerías salvajes de hombres, pactos
secretos con el extranjero, conciliábulos militares en Panamá, regidos y
dictados por Estados Unidos, rupturas diplomáticas serviles, restricción de
nuestro comercio, hasta donde y cuando lo disponga el Departamento de Estado y
miles de desocupados, ocupados que no cobran, hambre, cárcel y torturas para el
pueblo. Todo eterno producto de los que ahora sumaron a la lista de dolores que
infligieron a la patria, los fraudulentos y humillantes comicios en que usted,
uno de los no censurados, resultó con más votos.
Volvemos a preguntarle, doctor Illia: llegado el momento de
enfrentar a la oligarquía y enfrentarse al imperialismo –si es que persiste en
algunos puntos de su programa, ¿con qué fuerza lo hará? ¿Qué fuerza podrá
oponer a los que hoy le facilitan por la fuerza su acceso al poder? ¿Daría
usted armas al pueblo? Los obreros de Y.P.F., por ejemplo, ¿serán los
artilleros que defenderán su empresa contra los generales del imperialismo?
Aún en el remoto caso que conteste usted afirmativamente –lo
cual no puede hacer seriamente porque ni llegaría a asumir-, ¿podrá convencer a
los obreros de que quien una vez decidió pagar y transigió, de que un
presidente fraudulento no los traicionará? Piense, doctor Illia, en que no ha
pagado todo el precio, sino una primera cuota. Cuando no pueda o no quiera
pagar las siguientes exigencias de los que le vendieron el sillón presidencial,
se lo quitarán por la fuerza.
Y en ese caso, no ocurrirá con usted como con su antiguo
jefe y guía, el presidente Irigoyen a quien pasearon su cama por las calles,
pero no pudieron manosear su honor.
Porque él no lo empeñó pagando precios de ningún tipo para
llegar al poder. El no se “dobló” –como reza una vieja consigna de su partido.
Denuncie el fraude. Reclame elecciones libres para todos los
argentinos y entonces sí, dignamente, sin sentirnos humillados por la tutela de
los chantajistas de tanque y cañón, ni la sonrisa triunfante del imperialismo
trabajaremos juntos, el pueblo todo, por los intereses de la patria.
Mientras tanto, los que no nos doblegamos, ni pagamos cuotas
de dignidad, seguiremos construyendo en nuestras montañas, la patria justa con
que soñamos, únicos auténticamente libres entre todos los argentinos,
defendiendo nuestra obra y nuestra libertad de las armas de los enemigos del
pueblo, con nuestras propias armas.
No somos aventureros. No se nos trate de encasillar en la
nomenclatura del argot imperial. Simplemente somos trabajadores dignos, que de
las páginas de la historia de nuestra desdichada nación, hemos aprendido que la
oligarquía no entrega sus privilegios sin cruel pelea, ni cede una partícula de
polvo sin ensayar antes, para retenerla, toda la fuerza de los aparatos
represivos que de ella viven.
También hemos aprendido, que del fraude no puede destilarse
otro jugo, que el ácido del odio, que corroe y divide.
En sus manos, doctor Illia, está la decisión. Nosotros ya
hemos expuesto la nuestra y la mantendremos con la tenacidad que imponen el
patrimonio y el honor y por sobre todo, el amor a nuestro tantas veces
humillado y escarnecido pueblo.
Doctor Illia, queremos creer que ha cometido usted el grave
error de suponer que soportando junto a su hasta ahora limpio apellido el
calificativo de fraudulento, favorecía el encuentro de una salida. Que creyó
ver una puerta, donde sólo hay una trampa.
Esperamos con sinceridad, que el antiguo ciudadano digno aún
viva puro en usted.
Ahorraría así a nuestra querida patria, el calvario
sangriento de nuevos años de violencia.
REVOLUCIÓN O MUERTE.
Por el Ejército
Guerrillero del Pueblo
COMANDANTE SEGUNDO
Fuente: Carta abierta de Jorge Ricardo Masetti (Comandante
Segundo) al Presidente electo Arturo Umberto Illia, 9 de julio de 1963.
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