Sr. Presidente (Pierri). — Tiene la palabra el señor convencional por Buenos Aires Raúl
Ricardo Alfonsín. (Aplausos)
Sr. Alfonsín. —
Señor presidente: antes que nada quiero decir que, cuando venía hacia aquí, no
pensaba en algún tipo de preocupaciones. No venía pensando en el 95, porque soy
un hombre que no aspira a ninguna candidatura. Venía pensando en mi
responsabilidad fundamental; venía pensando en que estamos trabajando para los
argentinos de ahora y para las generaciones que vendrán. Venía convencido de
que, por encima de cualquier otra circunstancia debía, como he pretendido toda
mi vida, no pasar por encima de un estado de conciencia. Y si bien lo hice,
como digo, toda la vida, puedo asegurar, que en ningún momento estuve tan
convencido de trabajar con tanto desinterés y, si me permiten, con miras
exclusivamente patrióticas como en esta circunstancia.
Creo que lo que acabamos de escuchar de parte del señor
presidente del bloque del Frente Grande, tiene una parte muy positiva. Aunque
discrepamos en muchas de las cosas que ha dicho, lo cierto es que, por encima
de discrepancias y diferencias, él se ocupó de señalar muy bien que viene a
legitimar esta Constitución.
Creo que es importante que no sólo nosotros, sino todos
quienes en estos momentos, en sus casas, seguramente están observando esta
reunión por televisión, comprendan que, por lo menos en lo que se refiere al
Frente Grande —y estoy convencido de que en otros bloques ocurre lo mismo— no
existe una diferencia fundamental que haga suponer a nadie que aquí se está
atentando contra la democracia ni contra la República.
Pero debo decir, que los argumentos que han expuesto con
tanta vehemencia me resultan sumamente exagerados. Es como si aquí —como se ha
dicho expresamente— se hubiera establecido una mordaza que impidiera señalar
las opiniones y las disidencias.
—Ocupa la Presidencia el señor presidente de la Convención Convención
Nacional Constituyente Nacional Constituyente, doctor Eduardo Menem.
Sr. Alfonsín. —
Es como si por el hecho de haberse establecido una forma de votación por parte
del Congreso de la Nación, que nosotros asumimos hoy, se impidiera que el
pueblo argentino conociera la posición de los distintos bloques.
Creo que tiene que ver con una lógica elemental, señor
presidente, decir que esto de ninguna manera es así. En primer lugar, porque
han sido escuchadas todas las posiciones, con algunos argumentos importantes,
principalmente de algunos oradores del Frente Grande, con discursos brillantes
en sostén de sus puntos de vista.
No creo que haya un argentino que haya seguido todo esto,
que piense que el Frente Grande y otros bloques no están de acuerdo con que se
elimine la cláusula confesional para el presidente de la República. No hay un
argentino ni una argentina que haya seguido este debate, que se haya preocupado
por este problema, que no sepa acabadamente cuál es la posición de cada uno de
los bloques. Y, además, todavía resta la posibilidad de fundar los votos en la
medida en que se vayan produciendo y la posibilidad de presentar proyectos si
se llegara a suponer —y me parece que así va a ser— que es necesario aclarar
aún más este tema.
De manera tal que quiero manifestar ante todo que tengo
absolutamente tranquila mi conciencia. Reitero que no sería capaz de pasar por
encima de un estado de conciencia.
Aquí no se cercenan los derechos de nadie, porque todo el
mundo conoce qué se piensa, en definitiva, por parte de cada bloque. Y el hecho
de que el Congreso de la Nación en su momento y nosotros, ahora, determinemos
una forma de votación no tiene la importancia que aquí se le otorga. No quedan
cercenados derechos fundamentales de ningún señor convencional, porque los
derechos no son de la mayoría ni de la minoría; son derechos individuales que
todos tenemos y que todos estamos dispuestos a ejercer. (Aplausos)
Me podría poner en la otra posición. Supóngase que,
respetando la ley del Congreso, hubiéramos resultado minoría. En realidad, en
cuanto a la norma del Congreso —que desde el punto de vista político o jurídico
no podía conocer quién iba a ser mayoría o minoría—, la cláusula que resulta
atacada fue más para defender la voluntad del Congreso de una posible mayoría;
pero si hubiera resultado eso, si nosotros hubiéramos sido minoría, habríamos
podido decir exactamente lo mismo que, con inteligencia pero desacertadamente,
de acuerdo con mi modesto criterio, ha señalado el presidente del bloque del
Frente Grande. ¿Por qué nos obligan a votar separadamente, si de ninguna manera
estaríamos de acuerdo con aprobar la reelección del presidente, en caso de no
haberse atenuado el sistema presidencialista? Es el mismo argumento, pero al
revés. (Aplausos)
Señor presidente: sé muy bien, como aquí se ha dicho en uno
de los discursos más brillantes y eruditos que se han pronunciado en este
recinto, que se estaría dispuesto a votar según lo establecido por la ley y el
reglamento, si hubiéramos estado frente a un sistema. No lo he dicho yo, sino
un convencional relevante de la bancada del Frente Grande.
De tal manera que esto no es una chicana, como algunos
expresaron, ni ninguna trampa. Es la verdad. Si realmente fuera un sistema —se
ha mencionado— no se considerarían quebradas las reglas de juego de los cuerpos
parlamentarios.
Quiero decir que cuando se recurre a la teoría de los
objetos, si bien es difícil considerar ya el criterio de unidad en los objetos
físicos, muchas veces es increíblemente dificultoso tener en Convención
Nacional Constituyente cuenta el criterio, la teoría, la concepción de unidad
en los objetos culturales que estamos debatiendo.
Voy a hacer una ligerísima apelación a la filosofía
política, que en mi opinión hay que tenerla en cuenta, porque precisamente
ella, y no la ciencia política, es la que analiza la naturaleza y las
condiciones de la obligación política. También es la que establece las
relaciones entre la política y la moral y entre la política y la ética.
Aquí hay tres paradigmas fundamentales. El Estado justo que
subsume la ética en la política —lo sabemos de los griegos—, y que por
considerar, en definitiva, que lo bueno es justo, se traduce siempre en una
propensión al despotismo, aunque sea al despotismo ilustrado.
Hay otra concepción que es el realismo político, que divide
absolutamente a la moral de la política. Deja la moral para el campo privado, y
la política para el sector público, por lo que, desde luego, se traduce en
tiranías, cuando son exageradas y, por supuesto, en una suerte de esquizofrenia
moral inaceptable.
Existe también una variante de esa concepción del realismo
político que hoy está en boga, que constituye un peligro para el mundo, porque
cuando se produjo la revolución europea del 89 creyó que tenía el campo abierto
para crecer y desarrollarse. Es la concepción neoconservadora que nos plantea
una filosofía distinta; diría que es una filosofía del cinismo y de la
resignación de la que uno de los líderes más importantes ha sido, seguramente,
Leo Strauss, en los Estados Unidos, pero que también tiene algo que ver con el
posmodernismo en su acercamiento a Nietzsche y al cinismo sobre lo que tanto ha
trabajado Habermas para negarlo rotundamente.
Esa variante tiene una concepción de la democracia que es
elitista, que se toma de Mosca, de Pareto, con Schumpeter más cerca y que hoy,
con profesores muy importantes de muchas universidades —las más renombradas del
mundo—, como por ejemplo Samuel Huntington nos dice que la democracia se hace
ingobernable si procura la participación o busca la igualdad de oportunidades,
que justamente para nosotros son elementos esenciales de la democracia. Además,
tiene una concepción de la economía que crea una suerte de mito y de religión
del mercado, y tiene una idea de un Estado mínimo si quiere ser democrático,
como lo dijo ya Hayeck en 1944 en Camino de Servidumbre, o modernamente Nozick
al hablar del Estado desertor, del Estado que no se ocupa de la gente y de los
problemas. Este es el realismo político de este tiempo, que tiene una
concepción del gasto social al que considera inocuo.
En fin, no quiero desarrollar tanto este tema del
neoconservadorismo, pero lo cierto es que está prácticamente demostrado que hoy
está fracasando en todo el mundo, porque a pesar de haber sometido a los
pueblos de países importantes del primer mundo a inconvenientes graves en el
campo social, no ha solucionado ninguno de los problemas de envergadura que
enfrentan las economías de esos países.
Además hay otro paradigma —sé que es difícil, porque estoy
hablando de paradigmas, encontrar gobiernos que apliquen estos principios en su
totalidad—, que es el de la concepción legitimista, que sabe que la moral y la
política tienen una relación dramática, pero que procura legitimar toda la
acción del Estado sobre una base ética fundamental. La concepción realista
busca desde luego países en los que se favorece el autoritarismo, porque se
traducen en dictaduras que a veces son monarquías, u otras veces, dictaduras de
líderes carismáticos. Pero el Estado legítimo, la concepción legitimista del
Estado, se asienta mucho menos en el Poder Ejecutivo, como sucede en el
realismo político, para darle más facultades al Poder Legislativo.
Entonces, esto es lo que nos pone frente a un sistema. Hemos
realizado una tarea que está vinculada estrictamente con buscar y servir la
concepción legitimista del Estado para aventar los riesgos no sólo del Estado
"justo" de los mesiánicos que atacaron tanto a la Argentina durante
muchos años, sino también de esta otra concepción realista neoconservadora, a
fin de que en la Argentina y para los tiempos —no quiero hablar de los tiempos
actuales— se sepa que aquí estamos frente a una concepción legitimista del
Estado que no se conforma solamente con limitar la democracia al campo
institucional sino también que sabe y comprende que debe encontrar soluciones
para los problemas del hombre, de la gente y para que cada uno pueda realizar
su vida con la tranquilidad suficiente como para cumplir con sus requerimientos
elementales y fundamentales. Esa concepción nos dice que hay que mirar a la
sociedad desde el punto de vista de los más desprotegidos, porque sabe que hay
desigualdades naturales, pero también hay desigualdades sociales, de ingreso,
de riqueza, y de status, por lo que es necesario luchar por la igualdad de
oportunidades.
Por ello, nos acercamos a esa concepción y definimos en todo
lo que es el núcleo ese sistema de ideas que restan fuerza al presidencialismo
argentino, como lo vamos a demostrar en el momento en el que discutamos el
fondo de estas cosas. Cómo se puede decir que nosotros vamos a incrementar los
poderes del presidente por el hecho de que se proponga establecer en la
Constitución, dándole rango constitucional, la limitación al dictado de
decretos de necesidad y urgencia. ¿Acaso no se vive la realidad argentina? ¿O
es que no se sabe que desde 1853, hasta mi gobierno incluido, hubo veinticuatro
decretos de necesidad y urgencia, mientras que el gobierno actual ya lleva más
de doscientos cincuenta decretos de necesidad y urgencia que fueron
convalidados por la Justicia argentina?
Por esa razón, era necesario establecer una norma que
pusiera coto a esto, para que los presidentes del futuro tuvieran limitaciones
expresas que evitaran el gobierno por decreto, que significa una suerte de
avance sobre el Poder Legislativo que degrada a la democracia.
Todas las medidas que constituyen el Núcleo de Coincidencias
Básicas están vinculadas a esa idea. Por eso, constituyen un sistema, y por eso
estoy convencido de que hay una razón fundamental para votar de esta manera,
porque son medidas inescindibles. Tan sistema es que no sería nada sino fuera
sistema. No existiría esta Convención. Jamás hubiéramos votado una ley
declarando la necesidad de la reforma si no hubiera sido un sistema, porque
nuestro voto a favor de la reelección del presidente está estrictamente
vinculado a la otra idea, es decir, a la necesidad de limitar el presidencialismo
argentino, porque nos hacemos cargo del planteo de Alberdi que ya en su momento
—aunque reconocía que era indispensable otorgarle facultades tan fuertes al
presidente para consolidar la unidad nacional recién lograda— decía que podía
ser la causa de una tentación tiránica que se evitaba, precisamente, impidiendo
la reelección inmediata. De modo que esto era para nosotros una necesidad que
no estaba vinculada con la confianza. No se puede hablar de un tema de
confianza sino de responsabilidad. Aquí somos muy responsables; somos
responsables también ante quienes van a venir.
Como diría Rawls, no conocemos perfectamente cuál puede ser
la situación personal de quienes han de venir. No conocemos qué puede pasar en
la Argentina, pero sí imaginamos un país al que queremos democrático. Nos
imaginamos la situación general de la Argentina. Suponer que estamos aquí
juzgando confianzas o desconfianzas implica disminuir la cuestión, como si se
le dijera a un abogado que no pida garantías frente a la firma de un contrato
porque es amigo de la contraparte y le tiene confianza. No señor, es un
problema de responsabilidad el que está en juego. (Aplausos)
Se dice que el Congreso no tiene facultades para limitar a
la Convención. Esta es una idea que viene desde los albores del
constitucionalismo, cuando las convenciones se realizaban en contra del sistema
jurídico, cuando realmente eran manifestaciones casi espontáneas o decisiones
directas del pueblo que elegía a sus representantes. ¿Cómo iba a haber un
sistema jurídico que las limitara? Evidentemente no, porque se realizaban
justamente para luchar contra ese sistema jurídico. No quiero cansarlos con
citas de Bourdeau o de Hanna Arendt, pero el primero de ellos, haciéndose cargo
de la teoría del abate Sieyes afirmaba que esto está fuera del Estado, pero no
es nuestro caso.
Esta es una Convención que tiene un poder derivado, porque
existe ya un poder constituido. Se dice que hay que respetar la voluntad del
pueblo y que es éste el que nos tiene que decir que podemos hacer cualquier
cosa. ¿Pero qué pueblo es el que ha elegido a los diputados y a los senadores?
(Aplausos) ¿A cuál de los dos respetamos? ¿Acaso no hay una soberanía popular
que en circunstancias distintas se ha manifestado a través de la elección de
los representantes del pueblo y de las provincias? Creo que podemos estar
realmente muy tranquilos dado que nuestra responsabilidad fundamental es la que
nos obliga a votar de esta manera, aunque no haya riesgo. E insisto en que no
se trata de un problema de confianza.
Se ha hablado y muy bien sobre el pacto, y al respecto
agradezco algunas de las consideraciones que se han hecho, aun discrepando,
porque se ha salvado la cuestión ética. Era muy importante, señor presidente,
porque no se lo hizo en la campaña. En la campaña los únicos que explicamos el
contenido fuimos nosotros; lo demás fue "sloganismo". (Aplausos)
Agradezco muy sinceramente este reconocimiento realizado,
porque aquí estamos hablando no para ahora sino para la historia, y le aseguro,
señor presidente, que hemos sufrido mucho cuando se pretendía tergiversar la
naturaleza de nuestra acción.
Se ha hablado de pacto de dos y de democracia de dos. ¿Cómo
es posible? Desde luego que todo empieza por una o dos personas, pero es como
si se hablara de ley de uno cuando un diputado presenta un proyecto. Después
ese proyecto se discute, es tratado por la Cámara de Diputados y luego girado
al Senado. Entonces, ¿podemos hablar de ley de uno? ¿Podemos hablar de pacto de
dos? Este pacto fue sometido a la consideración del Comité Nacional de mi
partido y dos veces a la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical; el
órgano respectivo del Justicialismo hizo lo propio, y finalmente el Congreso de
la Nación lo aprobó con mayoría de dos tercios. ¿Podemos hablar, entonces, de
pacto de dos?
Creo que aquí hemos hecho un esfuerzo importante. Me hago
cargo de lo que ha dicho el presidente del bloque del Frente Grande y se lo
agradezco. Es cierto; nosotros veníamos de sufrir mucho. En los últimos sesenta
años, sin contar los estatutos militares, nos han regido cuatro constituciones:
la del 1853, la de 1949, la de 1957 y la enmienda llamada Lanusse. Ninguna de
ellas sirvió, como tampoco sirvieron las de 1819 y 1826, cuando Buenos Aires
pretendía imponer a las demás provincias una constitución unitaria.
Aquí era necesario un consenso y un acuerdo entre los
partidos para poder llevar adelante la reforma constitucional, aunque nos
hubiera gustado que fuera más amplio. Sabíamos que íbamos a pagar precios,
señor presidente, y tal vez ninguno ha sido tan alto como el que debió pagar la
Unión Cívica Radical. Digo esto porque existen distintas motivaciones entre las
personas que votan por los partidos, y muchas veces se vota a un partido con la
idea de votar en contra de otro. Nosotros ya hemos pagado ese precio, pero
aspiro a que quienes en definitiva resulten los candidatos de mi partido
recojan los frutos de esta Convención Constituyente. (Aplausos)
Sin embargo, es increíble que se haya pretendido
descalificar este pacto porque se quiere con él evitar el rumbo de colisión que
seguía nuestro país. El Pacto del Punto Fijo, de Venezuela, se firmó entre
partidos antagónicos para evitar el rumbo de colisión. El Pacto de Bogotá
terminó con una matanza entre conservadores y liberales al punto que llegó a
establecerse en la propia Constitución colombiana la alternancia de los
partidos en el gobierno. Pero a pesar de todas las vicisitudes, tanto en uno
como en otro país tenemos las democracias más viejas de América latina.
Íbamos en rumbo de colisión. Existían dos criterios
fundamentales: por un lado, la decisión del Partido Justicialista de provocar
la reelección y, por otro lado, la determinación de la Unión Cívica Radical de
no permitirla si no se cambiaban las reglas de juego. Sin duda la gente de mi
edad que se encuentra en esta Convención habrá de comprender cuánto tiempo
hemos perdido en las peleas, en las negativas irreductibles y en las
confrontaciones salvajes. Queríamos construir y quizá estábamos agitando,
porque luchábamos a nuestro turno por recuperar derechos conculcados.
En 1949 se lleva a cabo una reforma constitucional sin los
radicales, y en 1957 los antiperonistas promovieron otra sin los peronistas.
Este período de confrontaciones salvajes creó el clima propicio para el golpismo
en la Argentina. Algunos pedían que no habláramos de la historia ni del derecho
comparado y que nos refiriéramos sólo a la situación actual de nuestro país.
¿Pero ni siquiera uno de quienes pidieron esto había pensado
en lo que acabo de señalar?
Agradezco al señor presidente del bloque del Frente Grande
que haya traído este problema a colación, porque si él no lo hubiera hecho
quizás yo, por una cuestión de elegancia, también hubiese evitado hacerlo. ¿Qué
es lo que había pasado? Existía un proyecto que contaba ya con sanción en el
Senado ratificando la idea que, como bien se ha afirmado, siempre había tenido
el justicialismo.
Hasta se había firmado en la Comisión de Asuntos
Constitucionales de la Cámara de Diputados un proyecto por el cual se establecía
de una absurda manera —porque no creo que se pueda interpretar por ley la
Constitución, el artículo 30 de la Carta Magna— la necesidad de los dos tercios
de los presentes para sancionar la necesidad de la reforma.
Digo a esta Convención que la Unión Cívica Radical no iba a
aceptar eso. Y si por una casualidad o por un hecho circunstancial se llegaba a
sancionar sin nuestra presencia o sin gran parte de nosotros, este proyecto de
declaración de la necesidad de reforma, no íbamos a presentar candidatos a convencionales
constituyentes. Entonces, ¿qué camino quedaba? La regresión, volver al 49, al
57, volver a la pelea. Eso no podía ser, de ninguna manera.
En consecuencia, asumimos esta responsabilidad y llevamos
adelante una idea que transmitimos al presidente de la Nación. Le dijimos:
"Señor presidente, ¿por qué no tratamos de coincidir sobre la base del
proyecto del Consejo para la Consolidación de la Democracia?" Ese proyecto
establecía la reelección de cuatro años, pero también fijaba limitaciones al presidencialismo.
El presidente debía optar. El era enemigo de muchas de estas cosas. Así lo había
sostenido permanentemente. Hizo infinidad de declaraciones diciendo que no
estaba de acuerdo con el jefe de gabinete y con muchas de los planteos que
nosotros hacíamos. Sin embargo, le hizo un servicio a la Nación porque jugó a
la legitimación. Reitero: jugó a la legitimación.
No hemos superado nuestras diferencias. Desafiaría a
cualquier partido a que me diga que ha hecho más declaraciones de oposición que
nosotros desde la firma del Pacto hasta este momento. Hemos seguido criticando.
Nuestra concepción es, como lo ha recordado muy bien el señor presidente,
distinta en el campo económico y social. Pero, a mi criterio, hemos salvaguardado
la paz política. Hemos evitado una regresión y, además, se ha logrado evitar a
los presidentes del futuro cualquier tentación autoritaria, cualquier avance
sobre la Justicia o sobre el Congreso de la Nación. Se ha logrado perfeccionar
los controles republicanos. El presidente no nombrará más a los jueces, sino
que esto se hará en la forma establecida a través del Consejo de la Magistratura.
Con esto ganamos en seguridad jurídica.
Además, abrimos al debate los otros temas habilitados, los
que también recordó muy bien el presidente del bloque del Frente Grande. Vamos
a hablar de federalismo.
Cuando uno observa cómo están las economías regionales sabe
que esto es una necesidad, como lo saben también los convencionales de todas
las bancadas. Desde luego, no vamos a hacer aquí una cosa como la que sucedió
en el Brasil con la Constitución anterior, pero tenemos que sentar los
principios fundamentales que vuelvan a darle sentido a un federalismo que no
puede estar limitado al cascarón institucional. (Aplausos)
En el inciso a) del artículo 3º decimos que hay que dividir
o distribuir los servicios que debe prestar la Nación y las provincias y los
recursos a percibir. ¿Qué es esto? ¿De qué estamos hablando? Estamos hablando
de salud, de educación, de jubilación, de recursos, de la posibilidad de que de
aquí en adelante los pactos fiscales entre la Nación y las provincias se
produzcan a través de decisiones instrumentadas por medio de leyes dictadas por
el Congreso de la Nación y por las legislaturas provinciales, a efectos de no
estar sujetos a un centralismo que se hace cada vez más gravoso para cada una
de las provincias.
También hablamos del medio ambiente, de la defensa del
consumidor y del usuario, del hábeas corpus, y de los tratados internacionales
que alejarán la posibilidad de la pena de muerte y nos harán defender mejor los
derechos humanos. (Aplausos)
Entonces, señor presidente, éste es un pacto que está
vinculado más que nada al campo político. Así lo reconoció muy bien el
presidente del bloque del Frente Grande, sin quitarle importancia, lo que por
cierto me alegró muchísimo.
Hace algunos años pronuncié un discurso que cobró cierta
notoriedad y que por ahí se lo llamó el "discurso de Parque Norte".
Allí hablé de la necesidad que teníamos los argentinos de llevar adelante dos
pactos fundamentales. Uno, el que llamaba democrático, que es establecer las reglas
de juego de la convivencia argentina que, fundamentalmente, lo tenemos que
hacer en la Constitución de la Nación. El otro pacto lo reclamaba ante los
sectores progresistas. A mí me parece que vamos a necesitar comprender cada vez
más que si queremos trabajar para el bien común y al servicio de nuestro pueblo
vamos a tener que superar muchas diferencias para que las fuerzas políticas que
lo representan no sean superadas por los poderes vicarios o parásitos del poder
económico cada vez más concentrado. (Aplausos)
De modo que al ratificar el voto favorable de la Unión
Cívica Radical a este proyecto de reglamento, quiero expresar nuestro
convencimiento de que podemos abrir nuevos escenarios. La Argentina siempre ha
sido como una dicotomía, donde siempre hubo enfrentamientos y compartimentos
estancos. Se ha ido elaborando una concepción en la que la negociación política
parecía algo espurio, en la que la intransigencia, más allá de la que
corresponde a los principios, también aparece como algo espurio.
Decía que creo que podemos abrir un camino en esta
Constitución que permita que los argentinos trabajemos en unidad en algunos
aspectos básicos y fundamentales. No pretendemos que el gobierno cambie sus
políticas pero estamos convencidos, y le pido disculpas a los señores convencionales
de la bancada justicialista, de que no podemos vincularlos a una convicción conservadora.
El peronismo no ha sido jamás eso y estoy seguro de que tampoco lo será en adelante.
Tal vez nos encontremos con todos, absolutamente con todos, porque por encima
de cualquier otra cosa creo que el tiempo argentino que va a venir nos
reclamará reiteradamente adoptar actitudes de esta naturaleza.
Sé que habrá muchos desesperados en este momento y en estos
tiempos. Sé que habrá mucha gente que a lo mejor no comprende siquiera lo que
estamos diciendo. Hay mucho interesado, además, en que la gente no comprenda lo
que estamos haciendo. (Aplausos)
Quiero cerrar estas palabras iniciales, expresando algo que
he recordado a menudo, que es un cuento de Saint Exupéry. Se trata de un hombre
que iba perdido en la noche, aterido de frío en la nieve, exhausto, y su único
deseo era echarse a dormir. El sabía que eso significaba su muerte segura.
Cuando ya no tenía fuerzas, para salvar su vida apelaba a la idea de no fallar
a los que creían en él. Y se decía a sí mismo: "Mi mujer piensa que
camino, debo seguir; mis hijos creen que sigo andando, debo andar; mis amigos
piensan que lucho, debo luchar."
Por eso, humildemente, con el mayor respeto y sin petulancia
alguna, tenemos que decirle a esa gente que nos recordaba muy bien el señor
presidente de la bancada del Frente Grande, que nosotros queremos que sigan
marchando, que sigan andando, que sigan adelante, porque la democracia los
necesita para afianzar la necesaria democracia con contenido social que
queremos ofrecer. (Aplausos prolongados. Varios señores convencionales abrazan
y felicitan al orador. Manifestaciones en las bancas y en las galerías.)
Fuente: Diario de Sesiones de la H. Convención Constituyente del 08 de junio de 1994.
Lo recuerdo muy bien
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