Renuncio a integrar la Unión Cívica Radical del Pueblo.
Entiendo que sus actuales dirigentes le han impuesto directivas de las que me
encuentro totalmente divorciado. Seria deshonesto, por mi parte, renunciar a
convicciones e ideas por salvar afectos y amistades. Seria el principio de una
claudicación que no estoy dispuesto a admitir. Caudillos parroquiales que el
pueblo deberá sacudirse de encima, han expulsado de la UCR del Pueblo a un
grupo de dignos y limpios concejales de la ciudad de Rosario, que comparten mis
orientaciones. Ello ha sido tan solo el pretexto para provocarme. Desde antes
de la Revolución Libertadora hablaba un idioma distinto al de estos dirigentes
partidarios.
Diez años de exilio y prisiones no lograron atormentarme lo
suficiente como para convertirme en un lobo rencoroso y vengativo. Cuando la
matanza de Plaza de Mayo, desde Montevideo envié un mensaje:
“Reconciliémonos, hermanos argentinos”.
“Reconciliémonos, hermanos argentinos”.
El pueblo oriental fue testigo de la ciega reacción que ese
llamado a la concordia trajo entre los emboscados que ya estaban transformando
una Revolución para la Libertad en una intriga para la revancha.
En la puerta de mi casa, manos anónimas, estamparon la
palabra “traidor”.
Triunfante la Revolución del 55 reclamé que no se
transformaran en victimas a los que habían sido nuestros verdugos. Protesté por
el secuestro de argentinos en el exilio. Condené los fusilamientos. Denuncié
que se traficaba con interdicciones y prisiones, al amparo de tratar al
adversario como enemigo mortal. Repudié, en fin, agravios que son inadmisibles
en un país civilizado. No fui escuchado. Y entre los dirigentes del
Radicalismo, por estas actitudes, les iba resultando extraño.
Llegado el gobierno constitucional, desde la banca defendí
la legalidad. Si me tocara hacerlo, hasta un fusil cargaría para defender las
instituciones. Mentes torcidas interpretaron tal actitud como un apoyo a la
UCRI.
Ofrezco el testimonio del Diario de Sesiones para que vean
si fue o no tenaz mi oposición. Pero a la legalidad, la seguiré defendiendo.
Sepan los jóvenes de mi país que quienes hemos vivido bajo el imperio del
fraude o la prepotencia cometeríamos traición a la patria si ofreciéramos una
repetición de ese pasado como futuro. Hay generaciones enteras frustradas por
ello. Así se explica el languidecimiento de la vida republicana en nuestro país.
Lo que ocurre es que hay dirigentes políticos para los
cuales las instituciones hay que defenderlas solo cuando ellos las ocupan. Son
los mismos que creen que la democracia existe solamente cuando el pueblo los
vota a ellos y muere cuando les da el triunfo a los otros. Son los mismos que
gritan si encarcelan a un correligionario pero miran para otro lado si el preso
es un adversario. Son los mismos que lloraban de ira por masacres extrañas y que
al día siguiente justificaban con gran serenidad nuestros trágicos
fusilamientos como una “necesaria operación de limpieza”.
Por todo esto, enfrenté a los “golpistas” y rechace el
juicio político al Presidente. De hacérselo también nosotros debíamos declararnos
participes de la culpabilidad. El, nosotros, todos, nos hemos rehusado a abrir
los caminos de la esperanza en el país. Miramos a algunos de nuestros
compatriotas como si fueran extranjeros. Las consecuencias ya las habremos de
sufrir.
Y ahora la UCRP ha abandonado todo intento golpista. Ha
postergado indefinidamente el tan amamantado Juicio Político al Presidente.
¿Qué ha pasado?
No es que haya madurado la responsabilidad por el país, no.
Es la seducción de los último sexitos comiciales. Pero si vuelven al fracaso,
lo que puede ocurrir cuando el comicios sea accesible a todos, entonces
renunciaran a las practicas democráticas y volverán a acariciar la idea del
golpe.
En mi sector me he sentido siempre solo. Les disgustaba que
defendiera la vigencia plena de la Constitución. Que enfrentase al Ejército
para meterlo en los cuarteles y para que deje de ser una amenaza que nos
convierta en una Republiqueta. Partidos y dirigentes se han quedado tartamudos
frentes al ruido de los sables. Ahora los sables se utilizan para cortar la
digestión a funcionarios y políticos. También les molesta que intime al clero a
mantenerse en los templos. Es que lo suponen factor importante para las
elecciones.
Tan es así que se me quiso llevar ante un Tribunal de
Conducta, que, dicho sea de paso, estaba moralmente descalificado para
juzgarme. ¿De que me acusaban?
1) De
haber calificado de “chirinada” la insurrección de San Luis.
2) De
“mortificar” a las Fuerzas Armadas y al Clero.
3) De
hacer publico que estimaba digna y heroica la conducta del Gral. Juan José
Valle frente a la muerte.
Son dirigentes “civilistas” para los cuales el alzamiento de
un regimiento no es “chirinada”. Son los celosos defensores de las Fuerzas
Armadas que no vacilaron en insultar a un general adversario, pero argentino,
que supo morir valientemente frente a un pelotón de fusilamiento. Son los
fervorosos creyentes que no sienten la menor piedad frente a la miseria que se
enseñorea en los hogares humildes de la patria. De todos ellos el Presidente
del Comité Nacional hizo de mandadero avalando la acusación.
Era el mismo que se irritó contra mi porque hace pocos
meses, cuando la visita del ilustre venezolano Rafael Caldera, accedí a
acompañar en el Congreso a una delegación presidida por el ex diputado Alejandro
Leloir, que deseaba saludarlo. Afirmó en ese entonces el señor Presidente del
Comité Nacional que mi conducta no era radical. Lo disculpo porque también toca
de oído para interpretar a Alem y a Yrigoyen.
Toda esta farsa pareciera armada para no darle al pueblo
otra opción que el Radicalismo del Pueblo o la UCRI. Pero en mi temple no está
el someterme. No creo en el fatalismo que hace estúpidos a los hombres. Yo
forjo mi propio destino. Y a la búsqueda de él salgo a una lucha que, aunque
despareja, no me espanta, pues treinta años de forzada marcha hacen que no
me apesadumbre la posibilidad de que mi
existencia concluya en lo que ya no es fatiga sino alimento de mi corazón.
Todavía seguimos viviendo, como antes y como siempre, bajo
el reino del temor. Y si no salimos de este miedo, ninguna perspectiva de
grandeza tendrá la patria. Acabo de ver a algunos que hasta ayer eran denodados
defensores de la integración nacional, renunciar a ella porque a algunos
cuantos atrevidos generales les desagrada, quizá porque quieren mantenerse más
en función policial que militar. Mas en función de vida política que de defensa
nacional.
Yo afronto la responsabilidad de declarar que quienes logren
formalizar la integración nacional sobre la base de todas las fuerzas y hombres
honestos, harán un perdurable y grande bien a la patria. Impediría es pretender
excluir de la vida del país a un enorme
sector ciudadano.
Si así lo hacemos, perdemos el derecho a repudiar a los que
quieren hacerse presentes por mecanismos bárbaros y alimentamos el
conscientemente un odio que se volverá contra todo y contra todos. Por todas
estas cosas me voy de este aparato político que se llama Radicalismo del
Pueblo.
No me siento jefe, ya que estoy dispuesto a enrolarme con
quienes como yo, deseen levantar un par de manos limpias y un corazón para la
paz. Que estén dispuestos a sentir la política como una virtud y hacer de ella
un apostolado. Quiero estar con el pueblo. Abandonado por los partidos políticos
y explotado por un grupo de hombre de negocios malamente llegados al gobierno y
que lo han convertido en la gerencia de los imperialismos. Pueblo y Nación son
una misma cosa. Oligarquía e imperialismo también.
A mi no me aterra la ley de asociaciones profesionales. Creo
en la ventaja nacional de una poderosa central obrera, tanto o mas que en la
ventaja de una poderosa central empresaria.
Creo en que las reformas a la ley 11729 no son una bomba de
tiempo contra la economía de la Nación. Creo que el pueblo no puede ser
condenado al hambre y a la ignorancia por ninguna razón del mundo. Creo en todo
esto porque a esta altura del siglo, los hombres ya no piden sino que exigen
ser liberados del temor, la miseria y la ignorancia.
Dirán, ya lo sé, que me quedare solo, ¿Y que? No haré en tal
supuesto, el papel de Hamlet. Yo no mediaré sobre la muerte. Lo haré sobre la
vida que con su inmensa fuerza abre brechas de esperanzas sobre el porvenir. Insistirán,
ya lo sé, que me quedare solo. ¡Que equivocados están! Apenas unas horas han
pasado de esta irrevocable decisión y ya estoy sintiendo una compañía que ya
estaba extrañando desde hace tiempo; la compañía incomparable del pueblo.
Fuente: “Al Pueblo me dirijo, pues él me consagró” Carta de
renuncia del Diputado Nacional Agustín Rodríguez Araya de las filas de la Unión
Cívica Radical del Pueblo, 3 de noviembre de 1960.
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