Cual si fuere una consigna, la Unión Cívica Radical sostuvo
siempre un canal activo de relaciones con los gobiernos militares,
circunstancia que puede constatarse en el accionar de la Revolución Libertadora
de 1955, en el derrocamiento de Frondizi de 1962, y en el golpe contra la
Presidenta Isabel de Perón en 1975.
Pero también se constata durante la dictadura de Lanusse
1971/73, cuando el importante dirigente radical Arturo Mor Roig ocupa el cargo
de Ministro del Interior.
Ya durante la dictadura militar encabezada por Videla en
1976, esa relación se hace presente al aceptar su representación como embajador
en Venezuela otro importante dirigente radical, el doctor Hidalgo Solá, aunque
con un matiz de audacia política que, a la postre, terminaría pagándolo con su
propia vida, como se vera.
Me encontraba yo en Caracas cumpliendo un programa de
actividades propuesto por mi amigo, el Presidente Luis Herrera Campins, cuando
me sorprendió un llamado del Embajador argentino que, muy solicito, me invitaba
a un almuerzo en la embajada, donde me haría conocer un tema de "gran importancia política".
El halo de misterio que creo con ello me empujo a aceptar de
inmediato el convite, así que al mediodía siguiente ya estaba subiéndome al
coche que me buscaba para trasladarme hasta la sede diplomática.
Hidalgo Solá me recibió en persona y enseguida ya estaba haciéndome
conocer las dependencias que, ubicadas en una céntrica urbanización, estaban
envueltas en bellas plantas con flores multicolores. El diseño moderno y funcional, contrastaba con la amplitud de sus ambientes.
Me llamó la atención la ubicación que tenia la mesa tendida
del almuerzo. No era un comedor propiamente dicho, si no en un ala del edificio
resguardada por la arboleda y que lindaba con propiedades vecinas.
Unos vinos de bodegas argentinas sobresalían en la cristalería
de copas talladas, que enseguida se proveyeron acompañados de agua cristalina.
El menú de pollo y pescado defendió el buen gusto, rematado
por un par de dulces caribeños.
A una señal discreta del Embajador, los mozos se retiraron
del comedor. Y allí comenzó a gastar su primer misterio.
"¿Ve aquella
terraza que aparece entre palmitos y trepadoras? Bueno esa es la Embajada de la
Unión Soviética", preguntó y respondió el mismo sin pausa.
Yo mire con curioso interés, pues me llamaba la atención la cercanía
existente entre ambas sedes diplomáticas, algo que le hice notar.
"Y si, pero eso
no es nada. Si se fija bien, esta allí emplazado un aparato con forma de megáfono,
disimulado entre las plantas", me alerto, con voz recogida.
Yo agudice la vista y, en efecto, pude distinguir el equipo.
"Bueno Dip, si
nos quedamos aquí, vamos a tener que direccionar la voz y el rostro en sentido
contrario, porque ese aparato tiene el poder de captar a la distancia cualquier
conversación que se realice."
Hizo una pausa mientras me miraba un tanto divertido frente
a mi asombro.
“Y créame que lo
hacen, eh? Es mas, no les importa el fastidio que provocan"
Ante tan extraña situación, me pareció conveniente trasladarnos
al interior de la casa, a lo que accedió de inmediato.
Ya instalados en cómodos sillones, comenzó a darme
explicaciones sobre la razón de haber aceptado su cargo en una dictadura como
la de Videla, fundándola en la posibilidad que se le abría de poder influir en
el ánimo y la decisión de los militares.
Destaco que esa probabilidad era mas cierta en los miembros
del Ejercito, con quienes había buenos canales de dialogo, aunque también existían
interesantes contactos con la Fuerza Aérea.
Desde esa posición, ya estaba trabajando en un plan de
alcanzar coincidencias para un acuerdo cívico- militar que haga posible el más rápido
retorno a la vigencia de las instituciones, o sea, la restauración de la
democracia.
Ante mi extrañeza de que no hubiere hecho referencia alguna
a la Marina, me contesto que una vez lograda la aquiescencia de las otras dos
armas, los marinos no tendrían otra alternativa que acordar también.
"Eso si, Dip,
para que este plan pueda progresar es fundamental contar con el apoyo de la mayoría
de los partidos y de algunas instituciones como la Iglesia".
Ante mi pregunta sobre la probable actitud que asumirían
tanto el Justicialismo como el Radicalismo, me contesto:
"Tengo la
seguridad que, llegado el momento y con un cuadro de situación favorable, ambos
tendrán una respuesta favorable. No olvide Dip que son políticos ávidos de
poder, aunque no lo demuestren, y necesitan sacarse de encima esta especie de humillación
por haberlo perdido tan ingenuamente"
Aunque algunos comentarios que había recogido en mi país ya
daban cuenta de que Hidalgo Solá estaba embarcado en un intento parecido al que
había escuchado, debo confesar que su entusiasmo y convicción sobre la campaña
que se había propuesto, mucho mas si contaba con un guiño de los radicales, me había
parecido honesta y hasta justificada.
Sin embargo, por natural precaución fui mas bien parco en
mis frases de aliento a su patriada, lo que le bastó para tomar nuevo impulso y
proponerme mantener el dialogo para seguir avanzando en el análisis y la búsqueda
de coincidencias.
Ante mi aceptación, saco una tarjeta y escribió numerosos teléfonos,
diciéndome:
"Estos son mi números
directos en Buenos Aires, para el contacto entre nosotros. Yo tengo que estar
pronto allí para atender un evento familiar, y lo llamare para que nos
juntemos".
Me despidió en la puerta, accediendo a mi pedido de
prescindir del auto para poder caminar rumbo a mi hotel.
Su rostro exhibía una clara expresión de contenida alegría.
Al tiempo, ya establecido en el tormentoso escenario
argentino, agitado por el atropello sin fin de la dictadura, me anoticio por
los medios que el Embajador Hidalgo Solá había sido victima de un secuestro violento
mientras transitaba por un camino de Palermo. Y ya no apareció.
Nadie del gobierno, ningún militar se hizo cargo del hecho,
ni siquiera hubo una explicación, a la familia, a los argentinos. Solo había
conjeturas, nada más.
Fuente: Entre Dos Fuegos “Grandezas y Miserias en la Politica
Argentina de Martin Dip, Editorial Dunken, 2014.
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