PREGUNTA: Se habla
mucho, últimamente de la crisis de la democracia como sistema político, e
incluso de la crisis de la sociedad liberal. Sin embargo, ejemplos muy actuales
y visibles, como los de Estados Unidos, Europa Occidental o Japón, señalarían,
por el contrario, una vitalidad muy grande de las sociedades democráticas y
pluralistas. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Respuesta: Desde
hace tiempo, en efecto, se vienen planteando los problemas de la democracia,
particularmente las debilidades de la democracia. Por cierto que el sujeto de
la democracia moderna no puede ser solamente el ciudadano, considerado el
hombre concreto o situado. Los ejemplos que Ud. da son suficientemente
elocuentes de la vitalidad de la democracia cuando atiende no sólo a los derechos
individuales, sino también a los derechos sociales. Yo pienso que una verdadera
sociedad democrática se perfecciona constantemente a sí misma, resguardando la
dignidad de las personas y el bienestar del conjunto de los sectores sociales.
En la lucha permanente del hombre por su propia superación, el comunismo no
puede ser una respuesta positiva, en la medida que no respeta las libertades
individuales, pero tampoco puede serlo una democracia exclusivamente formal,
que no contemple la satisfacción de las necesidades económicas y sociales. Creo
entonces que la única respuesta a los problemas del hombre moderno es una
democracia social, un Estado de derecho que garantice la libertad de las
personas y el progreso social.
P.: De todos modos la
democracia se ha convertido en un sistema sumamente vulnerable, vulnerable
especialmente a la penetración y los embates de lo que puede llamarse
genéricamente la violencia terrorista, un fenómeno que en algún momento pudo
creerse como típicamente sudamericano, pero que la realidad de hoy,
especialmente en Europa, demuestra que tiene alcances mundiales. De ahí que
muchas personas hayan formulado la teoría de que esta democracia débil debe
convertirse en una democracia fuerte, una "democracia autoritaria"
como la han llamado algunos.
Una democracia fuerte
R.: Yo creo en la
necesidad de una democracia fuerte, de un Estado democrático fuerte, que sea
eficiente para defender al pueblo, no sólo de la subversión y el terrorismo de
la extrema izquierda sino también de una derecha que pretende manejar los
resortes de la economía por encima de una decisión popular y democrática. Esto
no significa de ninguna manera postular una democracia "autoritaria",
que sería un contrasentido. Yo creo en la necesidad de una democracia fuerte, de
un Poder Ejecutivo fuerte, reservando al Parlamento las funciones de control de
la gestión de gobierno. Nosotros los argentinos hemos sufrido en carne propia
los embates de la violencia y el terrorismo de izquierda y derecha y también la
agresión de los grandes intereses económicos, por lo que debemos apresurarnos
en la construcción de esa democracia fuerte y estable.
P.: Ahora bien, esta
teoría de la democracia autoritaria plantea en una de sus formulaciones
fundamentales que debe restringirse la función o la preponderancia de los
partidos políticos, para lograr criterios más uniformes en una sociedad
nacional.
R.: De ninguna
manera, yo creo que los partidos políticos son instituciones necesarias,
imprescindibles e irreemplazables de la democracia. No hubieran pasado muchas
cosas que pasaron si los partidos políticos -en el caso argentino-, hubieran
tenido siempre la posibilidad de desarrollar sus actividades normalmente y como
corresponde, dicho sea esto sin ánimo de soberbia y sin dejar de reconocer que
los políticos pudimos equivocarnos muchas veces.
Los militares también se equivocaron muchas veces, y todos
debemos hacernos la autocrítica, porque todos hemos sido responsables de lo
sucedido en la Argentina últimamente. Creo que por lo tanto toda tendencia a
restringir o debilitar la acción de los partidos políticos está vinculada a una
concepción más o menos corporativa o autoritaria.
La competencia democrática
P.: ¿Pero, los
partidos políticos democráticos, entre ellos el radicalismo, estarían en
condiciones de competir exitosamente con aquellos sectores que no aceptan las
reglas de juego de la democracia, como puede ser la izquierda totalitaria en
general, y también la derecha corporativa o neofascista?
R.: Creo que si
se establece un sistema democrático fuerte, estable y eficiente, esas
expresiones minoritarias no tendrán mayor incidencia en la vida política
argentina.
P.: ¿Cómo valora Ud.
la influencia del marxismo en la vida política e ideológica argentina?
R.: Hay que tener
mucho cuidado cuando se habla de marxismo, de no aparecer como inculto. Una
cosa es el marxismo -leninismo, que tipifica un sistema político determinado
que es el comunismo, y otra cosa muy distinta es por ejemplo la
socialdemocracia, que se ha inspirado en buena medida también en Marx. Las
ideas totalitarias, algunas de origen marxista, otras de origen nazi-fascista o
corporativo, han tenido influencia en nuestro país como en todo el mundo, sobre
todo en momentos de ausencia de prácticas democráticas o cuando el sistema
democrático ha sido ejercido demagógica o irresponsablemente. Por eso, repito,
creo que la mejor respuesta a las influencias totalitarias es una democracia
ejercida con responsabilidad y eficiencia una democracia que proteja los
derechos individuales pero también los derechos sociales y la igualdad de
oportunidades.
El poder de legitimación
P.: ¿Cuáles son las
propuestas fundamentales del radicalismo en la actual situación argentina?
R.: Nosotros no estamos apurados por candidaturas. Creemos
que cuanto antes se pueda llegar a una democracia plena mejor, pero no estamos
urgidos por calendarios electorales. Pienso que antes deberemos lograr un
compromiso nacional, para que en un primer período se concrete una democracia
de fines para ir luego a una democracia de medios. Un compromiso nacional que
tienda a crear un Estado de derecho, que otorgue garantías de seguridad
jurídica a los ciudadanos y al mismo tiempo pueda llevar a cabo una política
económica que no insista en hacer recaer en el pueblo todos los efectos de un
pretendido proceso de recuperación y saneamiento de la economía que, como está
ocurriendo ahora, pueden llevar a tensiones sociales sumamente agudas. Será
imprescindible rectificar la política económica en vigencia si realmente se
quiere pensar en términos de diálogo.
Debemos comprender, si queremos llegar a un diálogo
auténtico y fecundo, que todos tenemos algo dé poder, y por lo tanto una
responsabilidad compartida. En este momento las Fuerzas Armadas tienen el poder
coactivo y ejercen el poder político, pero la civilidad conserva un poder quizá
más sutil pero igualmente importante que es el poder de legitimación. En el
mundo moderno no se puede transitar mucho tiempo en el gobierno sin esta
legitimación que otorga la civilidad. Entonces para ir hacia la democracia
plena deberemos atravesar primeramente un período institucional en el que será
necesaria la participación directa de las Fuerzas Armadas, que por si sola
nada podrán lograr, y también de la civilidad que tampoco nada podría lograr
por si sola.
Después se llegará a esta democracia moderna, plena y
eficiente que todos anhelamos.
Las condiciones del diálogo
Pero para que la civilidad pueda asumir este compromiso
nacional se deben dar ciertas condiciones, sin las cuales no será posible el
diálogo, no porque no lo quieran las Fuerzas Armadas sino porque no lo querrá
la civilidad. Y esas condiciones se refieren fundamentalmente a la seguridad de
las personas y, una situación económica que lleve tranquilidad a los hogares.
En el país se están gestando tensiones sociales sumamente serias que conspiran
contra el diálogo y la posibilidad de marcha hacia la democracia, porque
pareciera que en la conducción económica se ha entronizado una orientación muy
reaccionaria y antipopular, que atenta no sólo contra el pueblo sino además
contra el país.
Debemos por lo tanto, para que sea posible el diálogo y un
verdadero compromiso nacional, tratar de delimitar cuáles son las "ideas
fuerza" y los objetivos esenciales en los que estará de acuerdo toda la
civilidad: los sectores políticos, espirituales e intelectuales, la pequeña y
mediana empresa industrial, comercial o agropecuaria, los sindicatos, todos
sentimos la necesidad de llevar a buen término este proceso y pienso que las
Fuerzas Armadas comparten también esta necesidad y si no la compartieran,
entonces este proceso argentino estaría en peligro.
Necesidad de la autocrítica
P.: Pero ¿esa
propuesta de "compromiso nacional" no entraña un riesgo similar
corrido a partir de 1973, cuando, por haberse suscripto un "acuerdo
nacional" en el que no estaban formulados explícitamente los fines y los
medios el país fue devorado por las contradicciones que estallaron fundamentalmente
en el partido gobernante pero que de algún modo afectaron a la Nación toda?
R.: Sí, yo coincido en la necesidad de ser absolutamente
claros en algunos aspectos fundamentales, para no volver a caer en las
imprecisiones y contradicciones que usted señala respecto del proceso abierto
en 1973, proceso éste que exige una crítica y una autocrítica por parte de
quienes fueron sus protagonistas, tanto en el gobierno como en la oposición. El
futuro proceso político argentino deberá impedir, de entrada, los excesos y
deformaciones que tanto daño nos hicieron durante el último gobierno
constitucional.
Pienso que por otra parte todos estamos aprendiendo
lecciones, repito lo que le dije un momento antes en el sentido de que no
podemos actuar con soberbia, ya que todos estamos dispuestos a seguir
aprendiendo. Pero sólo podemos aprender en la democracia, y si hay algunos
tropiezos los podremos superar, si tenemos la inteligencia y la integridad
necesarias. Pero fuera de la democracia no hay aprendizaje ni superación
posibles.
El compromiso nacional
P.: Yo Se hice la
última pregunta porque la Unión Cívica Radical, en el confuso y contradictorio
proceso de los últimos años, supo conservar su identidad ideológica y política,
apareciendo hoy como una alternativa política muy seria en este proceso.
Mientras otras fuerzas
políticas, particularmente el peronismo, fueron diezmadas por contradicciones
internas, el radicalismo se mantuvo como un partido coherente y bien
organizado. ¿Pero puede realmente establecerse un "compromiso
nacional" entre sectores antagónicos?
R.: Sí, es
difícil y riesgoso lograr este compromiso, pero es el único camino. Lo
contrario sería aceptar una nueva polarización entre dos o más sectores
políticos, o entre las Fuerzas Armadas y la civilidad, y no se trata de
enfrentar la civilidad a las Fuerzas Armadas, de dividir de nuevo a los
argentinos, sino de saber hallar las coincidencias fundamentales para llegar a
ese compromiso nacional.
P. ¿Sería esa la
misma idea del Presidente Videla sobre la "convergencia
cívico-militar"?
R.: Podría ser,
en la medida en que no se hable exclusivamente de una adhesión para lograr la
participación, porque lo que nosotros no queremos es ir a establecer un
contrato de adhesión, como quien compra un boleto de ferrocarril. Nosotros, si
hablamos de compromiso nacional es que somos signatarios de ese compromiso.
Creemos que el presidente Videla ha sido muchas veces muy
claro en cuanto a la necesidad de la participación de la civilidad en un
proceso que debe tender a la democratización. Pero bueno sería que respecto de
éste y otros puntos el gobierno "unificara personería" pues son
muchas las voces que se escuchan y no siempre son coherentes entre sí. Tendría
que haber una sola voz del gobierno.
P.: ¿Podría definir
usted a los sectores o partidos políticos que podrían ser partícipes de ese
compromiso nacional?
R.: Yo diría que
todos los de la zona popular, sin mencionar siglas o agrupamientos
determinados, cosa que en este momento podría resultar peligroso, es decir,
todos aquéllos que no se sitúen en los extremos, o sea el noventa por ciento
del país...
P.: ¿Y explícitamente
excluiría usted a determinados sectores...?
R.: No, yo
determinaría con toda precisión cuáles son nuestros objetivos sobre bases
absolutamente democráticas, y la exclusión surgiría de la definición de esos
objetivos.
Tres consejos al gobierno
P.: Doctor Alfonsín,
si a usted como hombre político, el gobierno le pidiera un consejo, ¿qué le
diría?
R.: Le diría tres
cosas: primero y fundamentalmente que unificara personería. No puede haber diez
voces de gobierno, tiene que haber una sola. No puede haber diez gobiernos,
sino uno. En segundo lugar le diría, como lo hemos sostenido siempre los
radicales, que debe centralizar y unificar la represión, eliminando de una
manera absoluta esa represión paralela e ilegal que tanto daño ha hecho. Y
finalmente le diría que debe cambiar una conducción económica que nos está
llevando a tensiones e injusticias sociales cada vez más tremendas.
P.: Una última
pregunta: ¿Usted como miembro de la Asamblea Permanente de Defensa de los
Derechos Humanos, opina que ha mejorado la situación de los derechos humanos en
la Argentina?
R.: Yo creo que
podemos empezar a alentar algún optimismo...
Fuente: El diario cordobés "La Voz del Interior"
publicó, el domingo 4 de diciembre (pág. 27), un extenso reportaje al doctor
Raúl R. Alfonsín en Propuesta y Control Año 2 - Nº 9 - Buenos Aires, noviembre-diciembre, 1977.
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