Enero 15 de 1892
Sr. Director de «La Prensa»:
Deliberadamente he guardado silencio algunos días sobre la
alusión hecha a mi amigo Dr. Hipólito Yrigoyen, en una discusión del Comité de
la Unión Cívica Radical, esperando que él mismo desautorizara la equivocada
versión; pero el tiempo transcurrido me induce a pensar que la gentileza de su
carácter le habrá aconsejado reserva, y yo, por mi parte, entiendo que le debo
testimonio público de todo lo sucedido. Con tal objeto, le ruego quiera
facilitar el espacio que requiere la publicación de estas líneas en las
columnas de «La Prensa».
Cuando escribí una breve narración de los sucesos en que
había intervenido personalmente y que se relacionaban con la revolución de
julio, para el libro titulado:
«Origen, organización y tendencia de la Unión Cívica», dije
lo siguiente:
Nos habíamos preocupado en sesiones anteriores de la
designación del jefe de policía.
Al principio pensamos en el Sr. don Emilio Castro, pero
después decidimos unánimemente, por indicaciones del General Campos, que
ocupara ese puesto el Dr. H. Yrigoyen, cuyas condiciones personales y
conocimientos de la policía, le indicaba con ventaja sobre cualquier otro para
desempeñarla en los primeros momentos. Cuando el doctor Yrigoyen supo su
designación, manifestó que aceptaba, como una imposición de su deber, y sólo
para permanecer al frente de esa repartición los días que durase el movimiento
revolucionario.
Ahora voy a agregar algunos detalles, ya que me vuelvo a
ocupar de este asunto, que si no toca el honor, puede lastimar en la
susceptibilidad legítima de un caballero, que es severamente escrupuloso en los
asuntos que atañen a su decoro
El doctor H. Yrigoyen se entendió directamente conmigo
cuando se incorporó al movimiento revolucionario y al hacerlo me pidió con
insistencia que no le economizara peligros, pero que tuviera siempre presente
que no aceptaría cargos públicos algunos, y más tarde, al saber que había sido
designada por la junta revolucionaria para ponerse al frente de la policía, no
solamente me manifestó la resolución de no aceptar ese puesto, sino que me hizo
un cargo amistoso por haber consentido su designación, diciéndome:
“No quiero ocupar
puestos públicos de ninguna especie, pero aun cuando fuera otro mi deseo,
siento incompatibilidad de corazón y de cabeza con el Jefe de policía, y
ustedes deben de imponerme su aceptación”.
Como el nombramiento había sido hecho después de madura
reflexión, teniendo en cuenta la situación delicadísima en que íbamos a entrar,
que reclamaba al frente de esa institución un hombre de energías y de levantado
carácter, que pudiera garantizar la tranquilidad social durante el período
revolucionario la junta insistió en su nombramiento y fue entonces que Yrigoyen
declaró que aceptaría el puesto, por aquellas consideraciones, como una
imposición del deber y con la condición expresa y terminante de que únicamente
se le impondría ese sacrificio durante los días de la revolución. Poco después
la junta revolucionaria llamó a su seno al Dr. Yrigoyen para que tomara parte
en sus deliberaciones.
Así se produjeron los hechos, y cumplí mi deber despejando
definitivamente una alusión que cualquiera que sea la circunstancia que se le
atribuya, es contraria a la verdad, sin olvidar por eso, que en circunstancias
semejantes los cargos públicos no significan beneficios, sino responsabilidades
y convencido de que Yrigoyen había aceptado ese puesto, u otro, con la serena
independencia de su espíritu, según el propio criterio de su deber, en una
situación suprema por la patria, fuera quien fuere el que refrendase su
nombramiento. Esa es mi convicción íntima y lo afirmo en el conocimiento que
tengo de su carácter tan austero como altivo.
Su amiga affmo. A. del Valle.
Fuente: "Carta al Señor Director de La Prensa sobre el Dr. Hipólito Yrigoyen" por el Dr. Aristóbulo del Valle, del 15 de enero de 1892.
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