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martes, 26 de julio de 2016

Juan Domingo Peron: "Lo que yo vi de la revolución del 6 de septiembre de 1930" (1931)

En los últimos días del mes de junio de 1930, se presentó en mi despacho del Estado Mayor General del Ejército, donde servía yo, el Mayor Ángel Solari, viejo y querido amigo Los comentarios generales en esos días eran alrededor de los ascensos acordados por el P.E. y las innumerables enormidades que como función de gobierno, imponía en todas partes de la República. Ya se comentaba sin mesura alguna y se criticaba abiertamente los actos del gobierno depuesto el 6 de septiembre.

El Mayor Solari conocía mis opiniones respecto e indudablemente no entró con rodeos sino que se limitó a decirme:

—"Yo no aguanto más. Ha llegado el momento de hacer algo. El General Uriburu está con intenciones de organizar un movimiento armado."

Y me preguntó:

— ¿Vos no estás comprometido con nadie?
— Absolutamente, le contesté.

—Entonces contamos con vos, me recalcó
—. Sí, le contesté, pero es necesario saber antes qué se proponen. Ante esta contestación mía, me dijo: que esa misma noche nos reuniríamos con el General Uriburu, en la casa de su hijo el doctor Alfredo Uriburu en la Avenida Quintana Nº…

Efectivamente, esa misma noche nos reunimos en la mencionada casa, encontrándose la reunión integrada, por el General Mayor Sosa Molina, Cap. Lucero Franklin, Doctor Uriburu, Mayor Solari Ángel y yo.

En esa reunión se trató en primer término la actitud de los bomberos de la Capital, en trato con los cuales parecía que se andaba desde hacía unos días. —Según refirió el General en esa oportunidad, los bomberos habían estado por producir un movimiento el día anterior, para lo cual habían establecido el plan de apoderarse de los lugares donde ellos hacían guardia y proceder a tomar a las autoridades y secuestrarlas, apoderándose luego del gobierno. Parece que necesitando un Jefe Militar habían pensado en el General Uriburu, quién avisado concurrió a una reunión de los bomberos y los convenció que debían esperar. Luego el General habló sobre las cuestiones concernientes a un movimiento armado que debía prepararse juiciosamente y producirlo cuando se contara con el 80 % de los Oficiales como mínimo. —Todos aceptamos. —

Luego se refirió al carácter del movimiento afirmando que sería netamente militar y desvinculado en absoluto de los políticos; dijo que habiendo sido revolucionario en el 90, algo había sacado de enseñanza y que no se expondría y haría exponer a nadie para luego entregar el poder a los civiles. Afirmó asimismo, que el movimiento no se dirigía solamente contra los hombres que hoy usufructuaban las funciones directivas, sino también contra el régimen de gobierno y las leyes electorales que permitían llegar a tal estado de cosas y mantener el gobierno en condiciones tan anormales. Que era necesario en primer término una modificación de la Constitución Nacional, a fin de que gobiernos como el de entonces no volvieran a presentarse; que quería que los resultados de la revolución fueran trascendentales. En la reunión se le hizo notar que en tal caso, no se contaría con la opinión pública, que no acompañaría un movimiento militar que se dirigiera desde sus comienzos contra la Constitución Nacional. El General manifestó que después de triunfar la revolución el pueblo aceptaría fácilmente tales cuestiones. Hubo en esto divergencias de opiniones y mientras que por un lado se afirmaba que la revolución debía tener como bandera la defensa de la Constitución, el General seguía pensando que debía ésta modificarse y establecer también cambios en la Ley electoral inclinándose a un sistema colectivista que no enunció. Después de una corta discusión a este respecto, que no se llegó al convencimiento por ninguna de las dos tendencias surgidas, se dijo que era cuestión de discutir el asunto y que ello se haría posteriormente. Se trató después sobre la forma de reclutar adherentes e inscribirlos, haciendo prometer en cada caso, bajo palabra de honor, de guardar el más profundo secreto. En tales condiciones yo hice presente que hablaría al Señor Coronel Fasola Castaño, de quién era ayudante y conocía sus ideas al respecto y que por ser un hombre de acción y capaz, sería un gran elemento. También prometí hablar al Teniente Coronel Descalzo. Con respecto al primero no encontré buena acogida, pero con respecto al
Teniente Coronel Descalzo se me encargó que lo hablara. Surgió allí mismo la necesidad de hablar al General Justo, que todos reputábamos como el General de más prestigio en el Ejército, por su obra en el Ministerio de Guerra, en lo que no hubo discrepancias. El General nos manifestó que ya había hablado con el General Justo y que éste se mostraba partidario, pero no estaba francamente decidido a ser dirigente del movimiento y que había ofrecido su cooperación diciendo más o menos:

— "Si se hace la revolución yo seré un soldado más que me incorporaré para la lucha".

Con respecto al Coronel Fasola Castaño el General no se expidió, pero manifestó su opinión de no "tocarlo" todavía.

Yo hice presente, que pensaba como indispensable que se viera y hablara a los Jefes más capacitados y conocidos por sus ideas, a fin reunir a los elementos sanos y prestigiosos. Que tratándose ante todo, de un movimiento de opinión y sabiendo que muchos Jefes y Oficiales pensaban en la misma forma, con respecto al gobierno, nuestra tarea inicial era reunir  una misma tendencia y en una misma orientación a todos los que como nosotros pensaban. Hecho esto era el momento de comenzar el trabajo definitivo de la organización y preparación del movimiento. Se me contestó que no podía por el momento hacerse ello, debido a que existían otras agrupaciones ya formadas con distintas ideas y otras orientaciones y si bien tendían como nosotros a derrocar el gobierno, tenían otras ideas sobre las finalidades ulteriores y pensaban hacerlo en unión con políticos y civiles, cuestión que el General quería descartar en absoluto. Desde ese momento se me presentó el espectro de la divergencia de esfuerzos. No era, en mi opinión, el momento de pensar en aferrarse a teorías y superficialidades, sino de la necesidad de unirse ante el enemigo común. Desde ese momento traté de convertirme, dentro de esta agrupación, en el encargado de unirla con las otras que pudieran existir y tratar por todos los medios de evitar, que por intereses personales o divergencia en la elección de los medios, se apartara la revolución del "principio de la masa" tan elementalmente indispensable si se quería llevar a ella a buen termino.

En fin, a pesar de mis ideas y de que éstas no estaban en todo de acuerdo con los circunstantes y especialmente con el General, debido a mi edad y mi jerarquía convenía, por ser la primera reunión, una prudente abstención y un silencio circunspecto. Sin embargo yo me trazaba el plan para el futuro. Yo hablaría con otras agrupaciones y trataría de unir esfuerzos con o sin el consentimiento de los dirigentes a fin de evitar que entre esas agrupaciones surgieran divergencias que malograran el esfuerzo común de los que no siendo dirigentes, no teniendo intereses personales ni ambiciones interesadas en los puestos o que por no tener cuentas pendientes con la justicia militar o situaciones financieras comprometidas, teníamos solo una sana aspiración de bien para el país, que seríamos al fin de cuentas los más y mejor colocados en la balanza moral que midiera después nuestros actos.

Mi objeto era entonces cooperar al mejor resultado de la revolución, haciendo todo lo posible por unir los dispersos de todas las fracciones.

En esa reunión misma, al hablar sobre el personal con que se contaba, no pasaban de veinte personas, lo que me convenció, de que recién comenzaba la preparación. Esas personas eran las siguientes: General Uriburu, Tcnl. Alzogaray Alvaro, Tecnl. Molina Bautista, Mayores Sosa Molina, Solari, Mascaró, Allende, Ramirez, Capitanes Lucero Franklin, Perón, y algunos otros más que no recuerdo pero que no llegaban al número expresado. El Tcnl. Bautista Molina ni Alzogaray asistieron a esta reunión, pero según dijo el General eran los encargados de reclutar adherentes, en cuya tarea andaban desde hacía algunos días.

Antes de dar por terminada la reunión habló de varias cuestiones referentes a la mejor forma de reclutar personal para la causa, llegándose a expresar varias veces que el momento era propicio y que había que poner manos a la  obra. El Mayor Solari que era el encargado de las relaciones con los bomberos, nos impuso del estado en que se encontraban sus gestiones. En el Cuerpo de Bomberos existía un verdadero Soviet. El mando estaba literalmente en manos la tropa. Los Oficiales lo eran solo de nombre. Se ejecutaban solo las órdenes del "Grupo los diez" que era como se llamaba a la junta de caracterizados que dirigían al resto de la tropa. Ellos estaban francamente por la revolución y querían que ella fuera a corto plazo. Solariera en esos momentos el verdadero jefe de Bomberos y sus inspiraciones eran seguidas al pie de la letra. No olvidaré nunca con cuanta admiración veía a este jefe, cuyas condiciones personales sobresalientes se ponían de manifiesto en cada instante, pero que su vehemencia a menudo le hacía ver las cosas con exageración.

La reunión se había prolongado por espacio de cinco horas y siendo las tres de la mañana, salimos a la calle con el espíritu tranquilo, pero con profundos pensamientos sobre la cuestión. Yo pensaba que el General Uriburu era el hombre que siempre conocí, un perfecto caballero hombre de bien, hasta conspirando. Su palabra un tanto campechana y de franqueza evidente me había impresionado bien. Veía en él un hombre puro, bien inspirado y decidido a jugarse en la última etapa, la carta más brava de su vida. Pensé que era un hombre de los que necesitábamos, pero él solo no representaba todo en la acción que colectivamente iríamos a realizar. Era necesario en mi concepto ver que hombres más allegados a él fueran tan puros y decentes como él. Y confieso que en mis tribulaciones, llegué a convencerme de la necesidad de buscar a otros, pues los que estaban más junto a él, no llenaban las condiciones que atribuía necesarias a esos colaboradores. Tenía sin embargo un alto concepto del Mayor Sosa Molina, pero él era como yo uno de los que recién llegaban. Solari a quien conocía a fondo en la pureza de sus sentimientos y pasiones de soldado, tenía una misión alejada y no estarían en frecuente contacto con el General.

Salimos a la calle y tuvimos la impresión de que nos seguían, pero fue fácil deshacerse de los perseguidores.

Al día siguiente en el Estado Mayor hablamos con Solari largamente y yo le hice partícipe de mis pensamientos y le comunique dudas sobre los hombres que en ese momento estaban más cerca del General, francamente no los consideraba capacitados intelectualmente en su acción y tampoco los consideraba moralmente tan puros como creía que debían ser los hombres que asesoraran y colaboraran con él. Yo seguía pensando que era necesario agrupar jefes de prestigio intelectual y moral y no audaces.

Hombres que fueran desinteresados y entraran para defender la patria contra las asechanzas de un nuevo año de Gobierno de Irigoyen, pero que al terminar la revolución no reclamaran nada para sí, ni que entraran al moliente para defender cuestiones personales pendientes o para evitar situaciones pecuniarias comprometidas, como sabía que existían. Esos hombres  podrían aceptarse pero no para dirigir y menos aún en un caso como éste puramente moral. En fin yo no estaba contento con la iniciación y pensaba ya en cosas que después se corroboraron.

Pasaban los días y nosotros seguíamos buscando adherentes. Al primero que hablé fue al Capitán Camilo Gay a quién conocía de la Escuela de guerra y que como hombre decente y patriota estuvo inmediatamente de acuerdo con nosotros, pero como es natural, quería saber en que condiciones se lo embanderaba. Por ser un hombre consciente no quería comprometerse sin antes escuchar de labios del propio General, las finalidades perseguidas. Yo lo presenté a Solari y él lo llevó a una reunión con el General y otros nuevos inscriptos. Hablé después con Gay sobre el asunto y él me dio sus puntos vista, que coincidían con los míos absolutamente. El pensaba como yo, que era necesario reunirse y organizarse.

Pasamos entre los dos, varios días estudiando y comentando el asunto en cuyo ínterin hablamos a varios camaradas del Estado Mayor; dos "nos fallaron" y entonces nos hicimos más cautelosos. Yo por mi parte hablé a varios y vi que la cuestión de convencer a los hombres cuando hay que jugarse entero en la partida, es una cuestión muy difícil. Sin embargo seguimos nuestra activa propaganda.

Más o menos para el 3 de Julio me comunicó el Teniente Coronel Alzogaray que había sido designado para formar parte del Estado Mayor revolucionario como auxiliar de Sección. En líneas generales el Estado estaba constituido en la siguiente forma:

1ª Sección — (Operaciones)
Jefe: Tcnl. Alvaro Alsogaray.
Oficiales: Mayores Mascaró, Allende, Emilio Ramírez; y Capitanes Juan
D. Perón y Camilo Gay.
2a. Sección — (Informaciones)
Jefe: Tcnl. Pedro P. Ramírez,
Oficiales: Capitanes Urbano de la Vega, José Pipet y Gregorio Tauber.
3a. Sección -— (Personal reclutamiento)
Jefe: Tcnl. Bautista Molina y Mayores Solari y Sosa Molina y Tcnl.
Faccioni.

Cambiamos ideas individualmente con el Tcnl. Alsogaray pero no nos reunimos nunca para trabajar.

Para el 10 de Julio (aproximadamente) recibí el siguiente tema del Jefe de la 1ª Sección Tcnl. Alzogaray.

Tema:
Idea General sobre la forma en que Usted cree se puede llevar a la práctica el movimiento.

Aclaraciones:

1) ¿Conviene como medida previa, efectuar una concentración de las fuerzas adheridas, de la Capital y Campo de Mayo? Ventajas y desventajas de tal procedimiento.
2) ¿Cuáles son los objetivos tácticos que según su juicio prometen mayor éxito al movimiento?

Breves fundamentos.
Para el desarrollo de este tema se me daba 20 horas de plazo.

Lo desarrollé sin duda, porque me había comprometido, pero su desarrollo podía tener la natural eficacia que me daban los conocimientos que yo tenía sobre las fuerzas adheridas, medios, etc.

Este tema me dio la pauta, sobre la capacidad de la parte directiva. ¿En quemanos habíamos caído? La gente no conocía el asunto que tenía entre manos y se preparaba a improvisar. Yo en el desarrollo de mi tema me despaché a gusto. Sé que no agradó, pero como Oficial de Estado Mayor cumplía con mi deber haciendo ver claramente la magnitud del problema y la grave responsabilidad de los que rigieran la ejecución. Se veía claramente que no se realizaba nada y que el Jefe de Operación se pasaba los días en cabildos inútiles con algunos Oficiales de Policía a quienes pedía datos e inspiraciones y así había llegado a concertar un plan que nos comunicó y que apreciaba una ingeniosa combinación; el plan en cuestión era:

1) Apoderarse del Señor Yrigoyen en su propia casa, para lo cual utilizaría uno de los dos camiones del diario La Prensa que todos los días llevan los diarios a la Estación Constitución. Metería en uno de ellos 10 o 20 hombres decididos y al amanecer, pasaría de improviso un camión de esos y bajarían los hombres que entrarían decididamente en la casa.

2) Luego de secuestrado Irigoyen levantar las tropas y ocupar el gobierno, para lo cual era necesario tomar el Arsenal en primer término y luego los cuarteles que ocuparan las tropas no plegadas.

Creo que este plan no necesita comentarios más o menos del mismo cuño, que los que se habían hecho en el año 40, quizá en el 90 ó 4 de Febrero.

Me imagino la suerte que habrían corrido los pobres 10 o 20 del camión de marras, cuando al detenerse frente a la casa de Irigoyen, le hubiesen abierto un fuego terrible las ametralladoras instaladas en las azoteas de Scarlatto y la propia casa de Yrigoyen los hubiera recibido a balazos. Mientras las secciones de Granaderos que pernoctaban en la casa de Scarlatto concurrían. ¿Y todo para qué? ¿Acaso Yrigoyen valía tanto? ¿No se suponía que ni bien disparado el primer tiro huiría como lo había hecho otras veces?

Y en este caso nada mejor, se secuestraría solo, como lo hizo en realidad; por otra parte nada más conveniente “A enemigo que huye, puente de plata". En cuanto a levantar las tropas se descontaba, era natural que todo lo gastara el plan en el Señor Irigoyen.

Es de imaginarse la cara de los Oficiales de Estado Mayor después de escuchar el plan del Jefe de la Sección. Y pensar que de nuestras decisiones podría depender el éxito del movimiento y que no sólo debíamos responder con nuestras resoluciones de la propia suerte y vida, sino de las de todos los camaradas que se metieran en la aventura.

Confieso que no pude dormir en varios días, pensando en el entusiasmo ingenuo de muchos y en la confianza que ponían en nuestras decisiones.

Después de meditar largamente y pasar momentos de verdadera angustia, ante la responsabilidad moral que pesaba sobre nosotros, desgraciadamente tan desvinculados de la parte directiva, por no presentarme y decir la verdad de mis pensamientos, me senté y escribí un segundo trabajo, sobre la forma en que yo creía que debía trabajarse para dar forma orgánica al caos en que vivimos y trabajar sin descanso para orientar en forma racional nuestro trabajo, que hasta ese momento se había reducido a reuniones tipo soviet, donde todos hablaban, todos opinaban y en resumen después de cinco o seis horas de discusión, sobre la forma en que debía tomarse a Yrigoyen o levantar las tropas, no se había llegado a nada en concreto. Pero desgraciadamente a ese trabajo ni me contestaron. Sin duda no lo leyeron.

Era como golpear en la piedra con mazo de madera.

Este Estado mayor estaba irremisiblemente perdido, me convencí en seguida, todo se hacía entre el General, el Tcnl. Molina, Alzogaray, Solari, etc. El Coronel Mayora todavía para esta época no había intervenido y yo tenía fe en él, a quien conocía de la Escuela Superior de Guerra. Estaba entonces confiado que pronto se haría cargo del E. M. y entonces nuevos rumbos serían los que se tomaran.

Hasta entonces no tenía mi composición de lugar hecha: no concurriría a las reuniones, ¿para qué?, si sabía que se reducirían, a conversar, improvisar planes ilusorios y ejercitarse en temas hipotéticos sin utilidad.

Yo que había terminado la Escuela Superior de Guerra, no tenía deseos de seguir con temas y menos de esta naturaleza.

Así pasaron algunos días sin que yo diera señales de vida. Esperaba, que cualquier día se organizase el Estado Mayor en forma, para prestar una colaboración decidida.

El 15 de julio aproximadamente, se me citó para una reunión a la que asistiría con el General Uriburu y los Jefes más allegados a él, para diversos asuntos relacionados con el reclutamiento del personal. El Estado Mayor no tenía nada que ver con esta reunión. Yo personalmente creí que podría hacer algo en bien de una unión con los otros núcleos, que ya conocíamos existían.

La reunión debía realizarse el sábado 17 de Julio a las 21 horas en el restaurante Sibarita de la calle Corrientes y Pueyrredón.

Efectivamente nos reunimos allí, el día y hora indicada, los siguientes Jefes y Oficiales: General Uriburu, Tcnles. Alzogaray y Molina, Mayores  Allende, Ramírez y Solari y Capitán Perón. Confortablemente ubicados en una sala reservada, mientras bebíamos café y fumábamos, debíamos discutir los problemas que considerábamos más fundamentales para la revolución.

El Teniente Coronel Molina estuvo exageradamente amable conmigo, hasta llegó a tutearme, yo guardé naturalmente el respeto circunspecto a que me creía obligado, por mi jerarquía y la suya. Me habló de la gran acción que podía desempeñar yo entre los suboficiales, donde me conocía ampliamente vinculado por haber servido durante seis años consecutivos enla Escuela de Suboficiales. Según me decía yo debía hablar al mayor número posible de suboficiales y comprometerlos en la revolución. Yo me limite a callar pero mi opinión era contraria a la del Teniente Coronel. No era posible aceptar como conveniente, comprometer a los suboficiales y no hablar a los Jefes y Oficiales primero pensaba que si era necesario llegar a comprometer a los Suboficiales, nada más natural que ello se realizara una vez que se hubiera hecho lo propio con los Jefes y Oficiales, en cuyo caso serían ellos los encargados de predisponer a oficiales y soldados. Creer que se puede sacar la tropa a la calle, para un movimiento armado, con los suboficiales, en mi concepto, es desconocer el Ejército. Yo pensaba que sin comprometer a los Oficiales no había ni qué pensar. Afortunadamente el llamado a la reunión me evitó entrar en consideraciones.

Una vez reunidos, se conversó sobre diversos asuntos, entre ellos la necesidad de intensificar la propaganda entre los Oficiales, para lo cual se mandaría a todos los que fuera posible el diario La Nueva República que salía defendiendo en particular las ideas sustentadas por el General. Al tratarse sobre los Oficiales con que se contaba hasta ese momento, se llegó a la conclusión de que era un número muy reducido y aunque los trabajos estaban bien encaminados; no podía contarse aún, con seguridad, con ninguna unidad de Campo de Mayo ni de la Capital, pues hasta ahora todo se reducía a unos cuantos Oficiales subalternos (Tenientes primeros o Subtenientes) que se habrían comprometido, muy pocos Capitanes y contados Jefes. La situación de los bomberos seguía siendo la misma y se estaba tratando de comprometer a algunos policías y Oficiales del Escuadrón de Seguridad. Con respecto a la Armada se tenían presunciones favorables, pero no se había llegado a nada concreto todavía. El señor Leopoldo Lugones se había presentado al General, en el Jockey Club, y se había ofrecido incondicionalmente; él pensaba utilizarlo prácticamente en lo que lo consideraba más útil: escribiendo.

El General volvió a repetir en extensas consideraciones, la necesidad de tener puntos de vista definidos para una acción conveniente de Gobierno, una vez que se hubiera derrocado al existente, y dijo: que ya tenía en preparación una proclama a dar tan pronto hubiera triunfado la revolución.

Una vez que terminó de hablar yo pedí permiso para hacerlo y exprese  franca y libremente mis ideas al respecto; dije en primer término, que apreciaba como elementalmente indispensable, antes de considerar ninguna otra cuestión, la necesidad de organizarse porque hasta ahora éramos un conglomerado de hombres con buenas ideas, que se destruían solas en inútiles discusiones o se perdían en la práctica, porque no se ponían nunca en ejecución. Era en mi concepto, necesario dar formas orgánicas a la agrupación a fin de que el trabajo tuviese un rendimiento útil, había llegado, en mi concepto el momento de formar un Estado Mayor que bajara en forma de asegurar la realización del movimiento que no podía estar librado a las decisiones de un solo hombre. El General aprobó absolutamente mi indicación.

En seguida hablé sobre la forma de reclutar personal por un sistema de infiltración. Era necesario poner células en cada unidad y que ellas solas se multiplicaran, siguiendo siempre atento a la propaganda. También se aceptó el temperamento y luego entregué al Mayor Solari un trabajo donde detallaba el sistema en cuestión. Premeditadamente, había dejado para lo último, el punto que yo consideraba más decisivo, del programa que me había trazado para esa noche. Se trataba de la unión de nuestra agrupación con otras que sabíamos que existían. Hice una disertación sobre la necesidad de atraerlas, no era posible que el Ejército ya divido entre los Oficiales Yrigoyenistas y antiyrigoyenistas, sufriera nuevas divisiones. Ello tenía el evidente peligro que presentaba la situación del momento: los yrigoyenistas se mantenían evidentemente unidos y los antirigoyenistas que pensábamos en vencer a los otros, estábamos divididos en varias fracciones, caracterizadas por las ideas de los Jefes que las dirigían. Hice presente que en conversaciones tenidas con el Coronel Fasola Castaño, éste me había manifestado: “Yo saldré con el primero que salga". Consideraba que este Jefe tenía gran prestigio y era necesario atraerlo, además era un hombre capacitado y de acción. Esa propuesta mía no encontró acogida favorable y se me dijo que no convenía aún buscar la unión de esas agrupaciones, ellas caerían solas después, cuando se les hubieran minado los cimientos. Yo todavía hice presente, que en mi opinión, sabiendo que era un número muy reducido, no estábamos en condiciones de rehusar fuerzas que nos eran afectas o tenían la misma orientación nuestra, pero no llegamos a nada concreto sobre este punto.

De esta reunión saqué claramente la siguiente conclusión: los hombres dirigentes de nuestra agrupación, querían excluir a los Jefes Oficiales que no aceptaban totalmente las imposiciones que se les hacía. Así, muchos hombres eran sistemáticamente resistidos.

Por otra parte no resultaban personas gratas los Jefes y se quería prescindir de Coroneles y Generales.

Se decía y con razón que sería una revolución de Tenientes. Creo que había un poco de interés y egoísmo. Molina y Alzogaray querían ser únicos y combatían la intromisión de todo hombre que pudiera suplantarlos, como  lógicamente hubiera sucedido en el caso de que algunos Jefes capaces hubieran ingresado decididamente a la agrupación. Eran terriblemente celosos y trataban de esconder al General con pretexto de asegurarlo, de manera que nadie sino ellos pudieran llegar. En esto creo que está la causa fundamental de la absoluta desorganización del movimiento y del fracaso seguro a que hubiéramos ido, si manos y cerebros amigos bien intencionados, a última hora, no se hubieran puesto decidida y desinteresadamente al servicio de esta gran causa.

Yo seguía pensando, con tristeza, que había transcurrido ya casi un mes de la primera reunión y nada se había adelantado prácticamente. El General estaba influenciado por personas interesadas y peligrosas. Ello me llenaba de zozobras.

Como yo había quedado encargado de hacerlo al Tcnl. Descalzo a instancias del Mayor Solari y del General, se me preguntó si ya lo había hecho. Como me había sido imposible hacerlo hasta ese momento prometí hablarlo al día siguiente. Manifesté de paso si conocía las ideas del Tcnl. respecto al Gobierno de Irigoyen, pero que no podía asegurar su incorporación por cuanto lo conocía como un hombre muy independiente y aunque era un enemigo decidido y conocido del entonces actual estado de cosas, no sabía a ciencia cierta cuál sería su decisión.

La reunión seguía su curso natural y se hablaba de la perspectiva que presentaba el Regimiento 3 de Infantería, cuyo Jefe y Ayudante estaban comprometidos, cuando un accidente fortuito vino a malograrla e interrumpirla bruscamente. Eran las 23 y 45 minutos. Como la temperatura era muy baja, en el salón se había puesto en un tarro una gran cantidad de brasas, que hacían las veces de estufa. El anhídrido carbónico se fue almacenando paulatinamente, que como es natural suponer, estábamos con puertas cerradas. Con la animación de la charla nadie reparó en ello y así pasaron tres horas, cuando de improviso notamos que el Mayor Allende se había desvanecido y estaba intensamente pálido. Pusimos manos a la obra para reanimarlo. Lo sacamos al patio pero como no volvía en sí, la reunión quedó disuelta. El General escapó por una puerta para salir al negocio ante la insinuación nuestra para evitarle compromisos. Después de masajes, agua, etc., Allende volvió en sí y nos retiramos.

Mientras viajaba a mi casa hice un ligero balance sobre lo que habíamos adelantado y confieso que llegué acongojado, pues después de un mes de trabajos estábamos en el mismo lugar. Algunos se habían incorporado y aunque las filas se hubieran engrosado, era tal la desorientación que existía, que de nada valía todo esfuerzo. Se perfilaba un solo camino y éste estaba cubierto de obstáculos. No había ninguna idea. La incertidumbre más espantosa rodeaba a este grupo de hombres, que se debatía entre numerosos pensamientos sin atinar a asistirse a uno que lo llevara a buen puerto. Pero por lo menos se había llegado a la conclusión de formar el Estado Mayor  para que tomara el timón y dirigiera esta nave promisoria pero que hasta ahora había seguido rumbos inciertos y recorrido trechos de malhadadas rutas. Los intereses personales eran malos consejeros. El Tcnl. Molina quería que el movimiento se produjera cuanto antes y que nos lanzáramos a la lucha "ya mismo" decía. No podía comprender cuáles eran los móviles de este hombre y mis reflexiones lo atribuían a su exaltación y optimismo.

Después he cambiado de pensamiento, eran posiblemente causas más profundas las que lo impulsaban a correr esta aventura, que tenía todas las apariencias de un verdadero suicidio. Si se hubieran cumplido sus deseos, estaríamos a estas horas toda la plana Mayor y nuestro Comandante en Jefe contemplando las delicias de los panoramas fueguinos. Afortunadamente la cordura triunfó una vez más sobre la incomprensión.

En los días subsiguientes se organizó el Estado Mayor y se pensaba proceder cautelosamente y con método. La designación del Jefe de E. M. resultó ya una garantía de mesura y sentido común, que hasta entonces se había podido apreciar, que era el menos común de los sentidos. El Estado Mayor quedó constituido así:

• Jefe de Estado Mayor: Coronel José M. Mayora.
• Subjefe de Estado Mayor: Coronel Juan Pistarini.

1ª sección Operaciones:
• Jefe: Teniente Coronel Alvaro Alzogaray.
• Aux.: Teniente Coronel Adolfo Espíndola y Teniente Coronel Juan N. Tonazzi.
• Mayor: Miguel A. Mascará, José M. de Allende y Emilio Ramírez
• Capitán: Juan Perón y Camilo A. Gay

2a. Sección Informaciones:
• Jefe: Teniente Coronel Pedro P.
• Aux.: Capitán Urbano de la Vega, José A. Pipet y Gregorio Tauber

3a. Sección Reclutamiento del personal:
• Jefe: Teniente Coronel Bautista
• Aux.: Mayor Ángel Solari y Mayor Sola Molina
• Teniente Coronel Emilio Faccioni
• Capitán Ricardo Mendioroz

Estas designaciones nos fueron comunicadas pero no nos reuníamos nunca y nada sabíamos de los asuntos, de manera que pasaban los días sin que  nosotros supiéramos qué sucedía. Después me he dado cuenta a que respondía este silencio. Los mismos hombres seguían con las mismas mañas. El General sin duda ordenó la formación del E. M. y en consecuencia se formó, pero los que se atribuyeron las jefaturas de las secciones, mantenían al resto alejado y en la ignorancia más completa de los asuntos. Ellos eran en realidad el Estado Mayor. Todo lo confirmé después. Tenían temor de ser suplantados por la gente capaz, se defendían de aquella manera, formando un círculo de hierro alrededor del General.

Más o menos para el día 2 de agosto se nos citó a una reunión, que debía realizarse en la calle Azcuénaga, frente a la Recoleta. Lugar solitario y que daba ciertas seguridades. La casa era una garconiere bastante espaciosa y cómoda en los altos y en los bajos vivía el Teniente, Coronel retirado Kinkelín.

Nos reunimos allí cerca de cien Oficiales, concurrió el General, Tcnl. Mayora, Tcnls. Molina, Alzogaray, cinco o seis Capitanes y el resto eran Tenientes 1os., Tenientes y Subtenientes. Creo que se pretendió hacer una concentración de elementos comprometidos. Conversé con numerosos Oficiales sobre el tema obligado y todos se mostraban muy entusiastas y decididos. Yo aparentaba estar en la misma situación de espíritu, pero "la procesión me andaba por dentro". Pasó una hora en conversaciones personales y luego nos comunicaron que debíamos bajar de a pocos y entrar en la casa del piso bajo, porque existía el peligro de que cediera el piso y además porque la casa de Kinkelín tenía dos salidas y ello despertaría menos la suspicacia de los vecinos. Una vez abajo el General reunió a todos en un saloncito y el Capitán Gay leyó una carta proclama en que se incitaba a los presentes a cumplir con su deber y tratar de buscar por todos los medios interesar a los camaradas por la causa. Yo apersoné al General e insistí una vez más en la necesidad de hablar con los Jefes que se sabía que andaban trabajando por su lado, pero con los mismos resultados de las veces anteriores. Yo ya consideré perdida mi causa, pues las pocas veces que yo hablaba con el General, no podrían ser suficientes para convencerlo de lo contrario, a lo que prudentemente se lo aconsejara, aunque había razones y fundamentos muy poderosos de mi parte.

Terminada la reunión nos dispersamos en todas direcciones y yo llevé de ella la peor impresión. Éramos 100 Oficiales que formábamos una agrupación rebelde, estábamos desorganizados, mal dirigidos, se habían puesto de manifiesto intereses y pasiones, el progreso era evidentemente lento y parecía que la gente, como yo, empezaba a desmoralizarse, como una consecuencia lógica de la falta de firmeza comando y lo inferior del elemento que rodeaba al General.

Esa noche tuve la franca sensación de la derrota, aun cuando mi espíritu se debatía en razonamientos optimistas y allegaban en mi espíritu todos los factores que nos eran favorables. Sin embargo una reflexión profunda me  llevaba siempre a la convicción de que sólo la suerte podía salvarnos. Triste argumento para el que está acostumbrado a considerar los problemas de la guerra, por el contrapeso de factores. Teníamos en nuestra contra a los hombres que estaban apurados por producir el movimiento, cuando todos los razonamientos aconsejaban esperar, había aguantado dos años a Yrigoyen, tanto más daba que lo aguantara tres o cuatro más. Sin embargo, y a pesar de que la enorme mayoría pensaba bien, entre los Oficiales jóvenes, esos falsos conductores estaban formando escuela.

Al día siguiente fui a visitar a mi querido amigo y primer Capitán, Teniente Coronel Descalzo, con la intención de cumplir el cometido que se me diera en la reunión que mencioné antes. Yo no tenía ninguna idea sobre las intenciones del Tcnl., pero lo conocía reflexivo y profundo conocedor de los hombres. Su opinión en cualquier caso me sería valiosa.

Comencé diciéndole que existía una conspiración contra el gobierno y que tenía encargue de verlo a él para que se incorporara ya que se descontaban sus ideas muy conocidas por todos. El Tcnl. me contestó:

"Vea mi amigo, yo soy un escamado en esta cuestión de servir a intereses personales. Antes de que usted me diga quiénes son y cuáles son los propósitos le puedo adelantar que si usted se ha embanderado en alguna tendencia, servirá a intereses personales de dos o tres que se encumbrarán sin merecerlo en virtud del esfuerzo de todos. Yo he pertenecido a una logia que me ha enseñado más a conocer a los hombres, que los cuarenta años de vida que tengo".

Yo no podía menos que apreciar que era la experiencia la que en ese momento hablaba y con esos argumentos que yo compartía, mi antiguo Jefe y amigo me desarmaba ya en los comienzos. Sin embargo ensayé algo más convincente. Le dije:

“Vea que el que preside la agrupación es el General Uriburu”. El me contestó: “Bien, tengo un gran concepto personal del General, pero ¿quiénes son los que lo rodean?”

Allí debí palidecer. Este hombre por una natural intuición y con gran conocimiento de las cosas, me llevó al terreno donde debían sucumbir mis argumentos. Le contesté que por ahora estaban junto al General los Tenientes Coroneles Molina, Alzogaray y Mayores Solari, Sosa Molina y otros. Allí fue donde me dio el golpe de gracia. Me dijo, Sosa Molina y Solari son buenos Oficiales. Pero con los otros yo no voy ni a misa. El Teniente Coronel Descalzo en un segundo me había dicho, lo que yo había necesitado dos meses para convencerme. Me dio una serie de consejos personales todos muy sabios y que yo recogí con el agradecimiento de mi gran amistad, a este hombre tan honrado, tan íntegro y tan caballero. Salí de la casa de este, mi gran amigo, convencido de que tenía razón en todo y que tenía naturalmente sobrados motivos para no embanderarse en esta tendencia a todas luces interesada y donde alrededor de un hombre puro se agitaban bajas pasiones.

Al día siguiente en la Oficina (Estado Mayor General del Ejército) le  comuniqué a Solari que había hablado al Teniente Coronel Descalzo y que  me había contestado que no deseaba embanderarse en ninguna tendencia pues tenía pensado irse a Europa con licencia y como no estaría en Buenos Aires no deseaba compartir la preparación del movimiento, en el que quizá no pudiera participar debido a su viaje. Esta era la causa oficial, diremos así, pero le insinué a Solari también la verdadera causa.

El Coronel Fasola Castaño me hablaba todos los días del movimiento en preparación y pocos informes podría yo haberle dado, porque siempre estaba mejor enterado que yo de todo, de cuanto se hacía y pasaba. Parece ser que tenía amistad con algunos ciudadanos que trabajaban conjuntamente con el General Uriburu, en la preparación de algunas fracciones civiles como la Legión de Mayo. Por ellos sabía todo. De manera que yo me informaba a pesar de ser un Oficial del Estado Mayor revolucionario; un Jefe que no formaba parte de la agrupación. En estos días nosotros vivíamos en la más absoluta ignorancia de la situación de los trabajos, de manera que no me venía mal que el Coronel me informara, pues aun cuando no estuviera materialmente adherido a nosotros yo sabía sus ideas y que cuando nos lanzásemos a la calle él sería uno de los nuestros.

Da una idea lo que dejo expuesto, del grado de desorganización en que se desenvolvía todo. Se nos exigía a nosotros un secreto, que por otra parte se divulgaba a voces. Sin embargo yo no era el más perjudicado porque el Coronel me imponía de todas las noticias, ya que conocía la lealtad de mis servicios a su lado.

Pasaban los días en la más apacible calma hasta que se nos anunció una reunión del Estado Mayor Revolucionario en la calle Guise Nº… casa del Capitán Mendioroz; se fijó para el día 12 de agosto. Concurrimos a ella puntualmente. Estaban presentes:

1 Coronel Mayora — Jefe del E. M.
2 Coronel Pistarini — Subjefe del E.M.
3 Tcnl. Pedro Ramírez —Jefe de la 2ª. Sec.
4 Capitán José Pipet.
5 Tcnl. Alzogaray — Jefe de la 1ª Sec.
6 Capitanes Perón y Gay.
7 Mayor Solarí — Jefe acc. de la 3a. Sec.
8 Capitán Mendioroz.

Esta reunión fue memorable porque por primera vez, en todo el transcurso de la preparación, me di el placer de hablar claramente y de llegar a la conclusión que no sólo no estábamos preparados, sino que estábamos desorganizados y no contábamos aún con nada concreto. Comenzó hablando el Coronel Mayora con la calma que le era característica y en pocas palabras pero puso en claro todo. Empezó diciendo que el movimiento sólo podía producirse si se contaba por lo menos con el 50 % de los Oficiales. Interrogó acto seguido al Mayor Solari, que tenía el registro, sobre el número de oficiales adheridos. Eran sumamente pocos, unos 150. Solari le dijo que por el momento podía contarse con algunas unidades donde había Oficiales comprometidos.
En líneas generales ellas eran:

Escuela de Infantería: Allí se contaba con 10 o 12 Oficiales, todos Teniente 1º, Tenientes y subtenientes. Ningún Jefe ni Capitán había sido hablado. De manera que todo debía esperarse de aquellos Oficiales. El Coronel dijo que no era posible hacer nada en esa forma.

Colegio Militar: No había ningún Jefe ni Capitán se contaba con algunos Oficiales subalternos en dos de las Compañías de la infantería. En el escuadrón pasaba igual y lo mismo en la batería.

Escuela de Artillería: Se contaba con el Mayor Quiroga, Jefe del Grupo de reconocimiento y unos cuantos Oficiales.

En la Escuela de Suboficiales: Se contaba el Comandante de la Batería y cuatro oficiales.

En las demás unidades de Campo se contaba con algunos Oficiales subalternos que habían sido hablados, pero eran muy pocos. De las unidades de la Capital, aun cuando no estaban en mejores condiciones, se había iniciado un trabajo para comprometer al mayor número posible de Oficiales y se hacían cálculos alegres y especulaciones teóricas sobre, el proceder de los Suboficiales y la tropa.

Cuando terminó la compulsa del registro de adherentes, la desilusión estaba representada en todos los rostros.

El Coronel Mayora con evidente buen juicio dijo:

"Señores, estamos en los comienzos. No se cuenta con nada seguro aún. Es preciso esperar y seguir trabajando. Sería un error largarse a la aventura, cuando se puede con un trabajo conciente y una buena organización volcar a nuestro favor todos los factores del éxito”.

Terminó asegurando que como estaban las cosas no saldría de sus cuarteles una sola unidad. Si tratamos de hacer algo en este momento, dijo, el más absoluto sería el resultado. Todos compartimos su opinión y la apoyamos con nuevos argumentos.

Ese era el punto de partida para nosotros, debíamos trabajar y organizamos, de otro modo iríamos al fracaso.

Cuando le llegó el turno de hablar al Jefe de Sección del E. M., el Tcnl. Alzogaray expuso su plan para tomar a Irigoyen, que naturalmente no fue aceptado y se abreviaron los comentarios.

Sobre las tropas y la acción a desarrollarse en el movimiento mismo, el Jefe de Operaciones no había pensado nada. Creo que todos teníamos en ese momento la sensación de tristeza, que llevan al espíritu las cosas fatales.

Ya desde ese momento pensé que esto no tenía arreglo. La imprevisión, la ineptitud y el error marchaban de la mano. Nada bueno podíamos esperar de estos tres sujetos. Sin embargo echando mano de las últimas reservas de  optimismo de que disponíamos, hablamos de posibilidades de organizarnos y planear bien las cosas.

El Coronel Pistarini habló, que siendo la primera vez que concurría a una reunión no quería opinar en extenso, pero que su opinión era desastrosa. El creía que en la forma que estaban las cosas no podía hacerse nada, que no se había comenzado aún a trabajar y que mal podía aún hablarse de planes y proyectos. Tenía razón, eso mismo veníamos varios diciendo desde los primeros días.

Terminada la reunión salimos y al hacerlo recuerdo que le dije a Gay:

"esto no tiene compostura".

En la esquina encontramos al Capital Ataliba Devoto Acosta que esperaba al Tcnl Molina y nos dijo de paso que lo había hecho llamar.

Esta reunión a pesar de las comprobaciones poco favorables y del convencimiento del estado lamentable en que nos encontrábamos, en lo que a organización se refiere, tuvo la virtud de reconfortarme, porque creí llegado el momento de encauzar las cosas y proceder concientemente.

Creía que la influencia del E. M. ante el General Uriburu tuviera la virtud de fundamentar los rumbos seguidos ahora. De manera, que me pasé esa noche reflexionando y haciendo cálculos de las posibilidades de organizar todo bien para que el movimiento saliera como un reloj.

Al día siguiente conversamos largamente con Gay y cambiamos ideas sobre la mejor forma de proceder. Nosotros debíamos entendernos con el Coronel Pistarini para cualquier cuestión del puesto que teníamos en E. M. de manera que todo se facilitaba, desde que este Coronel estaba en el E. M. G. del E. junto con nosotros.

El Mayor Mascaró vino ese día a mi oficina y hablamos detenidamente sobre estos asuntos, el como yo apreciaba que no teníamos ninguna posibilidad por el momento, sino esperar y trabajar. Con él opinaban en igual forma el Mayor Ramírez y Allende.

El Teniente Coronel Adolfo Espíndola con quien hablé detenidamente había sido hablado, pero se lo mantenía en la más absoluta incertidumbre.

Yo lo puse al corriente de la reunión del Estado Mayor, a la cual él no había concurrido porque nada le habían comunicado.

Supe en esos días que se había realizado una reunión en casa del Mayor Thorne, de características similares a la realizada en la calle Azcuénaga y adonde concurrieron alrededor de 100 Oficiales, en general los mismos que habían estado en la anterior. Esta reunión había trascendido y yo supe que se comentaba en el Ministerio, pero no pasaba de comentario. Nosotros teníamos un buen servicio de informaciones que aprovechábamos por todos los medios a nuestro alcance.

La reunión del Estado Mayor y su decisión nos había dado una sensación de seguridad, pero pasaron unos días y como no nos reuniéramos,  seguíamos colaborando con ideas por intermedio del Subjefe Coronel Pistarini, a quien recurríamos para todas las cuestiones de nuestro cargo.

En pocos días pude tener claramente la impresión de que la decisión del Jefe de Estado Mayor, de esperar y trabajar, no había encontrado arriba un apoyo favorable. Para el 20 de agosto ya se anunciaba, que parecía que el General, Tcnl. Molina, Alsogaray y Mayor Solari querían lanzarse a la revolución. Nosotros que conocíamos el estado desastroso de la organización y los medios insuficientes con que contábamos nos opusimos terminantemente. En esa época no podía explicarme yo cómo era posible que el Tcnl. Molina y Alzogaray que conocían como nosotros la tristesituación, estuvieran tan apurados por producir el movimiento. Después que he conocido algunos detalles de estos jefes he tenido la explicación de todo. Por otra parte además de los intereses personales, veían un marcado peligro en que otra agrupación se les adelantara. Pero en esto nadie pensaba seriamente.

Se entabló así una lucha en el Estado que imponía una espera para no lanzarse a una aventura y los hombres que estaban como consejeros inmediatos del General, que por cuestiones personales graves, querían precipitar en cualquier forma los acontecimientos.

El resultado de esta lucha lo obtuvimos a los pocos días. Lo encontré al Teniente Coronel Alzogaray a la entrada del Estado Mayor y me entregóuna lista para comunicar a los distintos Jefes y Oficiales los nuevos destinos. El Estado Mayor quedaba disuelto.

Los intereses personales habían triunfado una vez más. Dicha lista decía:

Destinos para los Oficiales del E. M.
Teniente Coronel Adolfo Espíndola — Escuela de Artillería
Teniente Coronel Tonazzi — A. 1
Mayor Mascaró — Escuela de Infantería
Mayor Allende — Escuela de Infantería
Mayor Ramírez — Escuela de Infantería
Teniente Coronel Pedro Ramírez — C. 2
Capitán Camilo Gay — C. 2
Capitán Juan Perón — Escuela de Suboficiales
Capitán Urbano de la Vega — A. 2
Capitán José Pipet — C. 2
Capitán Gregorio Tauber — Escuela de Infantería.

En resumen quedaban como Estado Mayor, Molina, Alzogaray, Solari y Mendioroz, nos habían desplazado y en manos de tales señores no era difícil que nos lanzaran al movimiento cualquier día a ciegas, sin saber que hacer y absolutamente convencidos que iríamos al más completo fracaso.

Yo por mi parte había recibido orden de presentarme al día siguiente al Teniente Coronel Cernadas, nombrado según se me afirmó, Director de la Escuela de Suboficiales por el Comando de la revolución.

Esa misma tarde me reuní con Gay y después con Tauber e hicimos la apreciación de la situación.


Nos habíamos comprometido, es cierto, pero no podíamos entregarnos ciegamente a la dirección de incapaces e interesados.

De aquel rápido cambio de ideas en que consultamos también a todos los Oficiales del disuelto E. M., la conclusión no pudo ser más desconcertante: la apreciación dio por resultado que no contábamos con fuerzas, que estábamos dirigidos por exaltados e inútiles, que todo estaba desorganizado y que no se contaba con probabilidades de sacar ninguna unidad porque las órdenes que venían eran por ejemplo, como la siguiente: El Teniente Coronel Ramírez se hará cargo del C. 2 con los Capitanes Gay y Pipet, el Regimiento se lo va a entregar el Teniente tal en Hurlingham. Es natural que en el ánimo de todos nosotros estuviera que ese Teniente no sacaría el Regimiento.

En fin resolvimos aclarar la situación y consultamos al Subjefe, que nos manifestó que nada sabía y que era, como nosotros, de la opinión que  iríamos al fracaso.

Ese mismo día se me apersonó el Mayor Mascaró y me dijo que por el aspecto que habían tomado las cosas le había dicho al Teniente CoronelAlzogaray que no contasen con él en absoluto. Que no estaba loco ni necesitaba entregarse a la dirección de cuatro exaltados. Igual actitud tomaron el Mayor Ramírez y el Mayor Allende.

El Teniente Coronel Adolfo Espíndola y el Teniente Coronel Tonazzí renunciaron inmediatamente que se les comunicó la noticia de disolución del Estado Mayor.

Nosotros resolvimos ver al General Uriburu y decirle la verdad de las cosas y ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, encargamos al Coronel Pistarini y Tcnl. Ramírez que lo hicieran esperando al día siguiente para resolvernos.

Al día siguiente nos contestaron que no lo habían podido ver. Pasamos ese día en la misma situación y estado de ánimo.

El Coronel Mayora había sido detenido y según parece en el Ministerio se tenía la lista completa de los Oficiales que habían estado reunidos en casa del Mayor Thorne. Se decía que estaban deteniendo a todos.

Nosotros ya sabíamos el día anterior cómo se había producido la delación, pues nuestro servicio de informaciones particular no falló ni esa vez.

Observé la eficacia del mismo por el detalle que paso a relatar:

El Capitán Aníbal Aguirre, que concurría muy a menudo al Ministerio de Guerra traía generalmente las noticias del día. Esa tarde dijo que en el
Ministerio de Guerra había encontrado al Capitán Passerón de particular hablando con el Mayor Ricci y que cuando él pasó Passerón se había tapado la cara disimuladamente con el pañuelo. Había en esto una doble curiosidad: un Oficial de particular en el Ministerio y que no quería que supieran quien era. Nosotros que sabíamos que Passerón estaba comprometido, inmediatamente atamos cabos para esperar nuevas noticias.

En seguida hablé con el Capitán Emiliano Rodríguez viejo, y querido amigo mío, que ya había hablado y convenido con él sacar la Compañía de Archivistas el día de la revolución. En la conversación que tuve con él, que por razones de su cargo concurría siempre al Ministerio, me dijo que efectivamente estando él en el mismo, había salido Ricci con un ordenanza hasta la puerta e indicándole a un civil que estaba en la plaza de Mayo le había dicho:

"Mira, ves a aquel civil que está allá, hacelo pasar por la puerta de atrás y me lo llevas a mi despacho".

Ese civil no era otro que Passerón. Así descubrimos y confirmamos nuestras suposiciones.

Esa misma tarde pensamos por nuestra cuenta y riesgo, tomar las contramedidas y publicamos en Crítica y Fronda por una carta anónima la noticia siguiente:

"En uno de los institutos de Campo de Mayo, ha sucedido un episodio interesante y que pone de relieve el siempre buen humor de nuestros Oficiales. Parece ser que en dicho instituto los Oficiales para poner a prueba la lealtad de un Capitán, y divertirse un rato simularon estar comprometidos en una asonada militar a producirse próximamente y en tal concepto le solicitaron su cooperación. La broma estaba bien preparada y surtió su efecto, pues hubo quien se encargó de vigilar al Capitán de marras.

A estar por lo que se nos informa, ayer a la tarde se lo ha visto a dicho Oficial vestido de civil en el Ministerio de Guerra, lo que resulta sumamente sugestivo. Hay quien afirma que ha ido en busca de los 30 dineros de la leyenda."

Con esta publicación buscábamos confundir más a los que en esos momentos no estuvieran en el secreto de las cosas. Sin embargo bien sabíamos nosotros la verdad de este sonado asunto.

Esa misma tarde debía presentarme al Teniente Coronel Cernadas, que con gran satisfacción mía debía ser mi Jefe en el movimiento. Yo tengo por él un sincero aprecio y dentro de la mala situación en que nos encontrábamos era una garantía para nosotros un hombre consciente, inteligente y capaz; como el Teniente Coronel.

Efectivamente, le hablé al Instituto Geográfico Militar donde se encontraba en ese momento y fui a presentarme. Es natural que yo pensara en que él subsanaría mi desconocimiento y falta de noticias.

Después de cambiar algunas palabras con él, entré de lleno al asunto que me llevaba y le dije:

"Mi Teniente Coronel, vengo a presentarme a usted, para servir a sus órdenes en el movimiento".

El me contestó:

"Yo no sé nada de que se trata, me han dicho ayer que el General Uriburu quería hablarme pero no he hablado aún con él. No sé que trame un movimiento ni tengo compromiso alguno con nadie”.


Cualquiera puede imaginarse la cara con salí de allí, después de tan soberbio papelón. La indignación con que salí de allí, era proporcional a la violencia que terminaba de pasar.

Quedé en hablar nuevamente con él cuando supiera algo del asunto.

A mi regreso al Estado Mayor General del Ejército seguimos los comentarios y cada vez me afirmaba más en la resolución que proyectaba.

Si al día siguiente el Teniente Coronel Cernadas no sabía nada, me presentaría al Tcnl. Alzogaray y renunciaría a seguir a las órdenes del Comando revolucionario. De todas maneras no era necesario estar ligados a ellos para poder seguir sirviendo desinteresadamente al movimiento.

El Tcnl. Pedro Ramírez, y el Coronel Pistarini habían hablado con el General, pero aunque no nos decían nada en concreto, parecía que habían cambiado de opinión y ya no estaban dispuestos a renunciar como antes.

Con ellos entró la indecisión entre los Oficiales que horas antes no querían saber nada con la revolución dirigidos por los hombres que teníamos.

Esa noche vino a mi casa el Capitán de Artillería José Fernández, que cursaba la Escuela Superior de Guerra, al que le habían encargado los demás Oficiales del Instituto y especialmente de su curso, que me averiguara cuál era la situación, porque a ellos le habían leído una orden, firmada por el General que prescribía la forma que se encolumnarían las tropas de Campo de Mayo, con la cabeza en Hurlingham a lo largo del camino a Campo de Mayo. En ella se daba la orden de encolumnamiento y como ellos no sabían nada querían enterarse por mí que me sabían del E.M. revolucionario.

Yo a sus preguntas no pude contestarles, porque nada sabía. Pero en cambio les puse bien en claro la situación y probabilidades.

Para esto se seguía viviendo en la más absoluta incertidumbre, nadie sabía qué hacer y en general todos los Oficiales que habían sido hablados, estaban convencidos de que no se haría nada por el momento. Sin embargo el Comando estaba dispuesto a lanzar el movimiento esos mismos días.

Nunca en mi vida veré una cosa más desorganizada, peor dirigida ni un caos espantoso como el que había producido entre su propia gente, el comando revolucionario los últimos días del mes de agosto de 1930.

Parecía más bien que de simplificar las cosas, trataba por todos los medios de confundirlas.

La desconfianza había llegado hasta el último Oficial y ya se notaban los síntomas del descontento de los mismos que habían sido comprometidos para semejante dirección. Allí pude apreciar lo que será en la guerra, cuando el mando sea incapaz de llevar a las fuerzas la sensación de seguridad indispensable para el éxito.


No se había comprometido sino a un número insignificante de Oficiales y ellos eran todos subalternos y para peor éstos vivían en la más absoluta incertidumbre y desorganizados en su proyectada acción. Cada uno tenía que atribuirse su propia misión, sin conocer la idea del comando. Muchos  Oficiales se habían abandonado a su propia desesperación y estaban decididos a no hacer nada. Los Oficiales que no habían sido hablados que eran la enorme mayoría, vivían en el mejor de los mundos. No podían nunca imaginar que se obraba con tanta premura y lo peor del caso es que de estos Oficiales que no habían sido consultados una gran mayoría simpatizaba con la idea de la revolución, pero la ineptitud de la parte dirigente y el interesado apuro, desperdició lamentablemente estas fuerzas.

El cuadro que se nos presentaba a los que teníamos elementos de juicio para apreciar, era de lo más desolador que pedirse hubiera.

De las tropas de Campo de Mayo no saldría ninguna de sus cuarteles. Las de la Capital serían adversas sin duda. El Colegio Militar cuya dirección, Jefaturas y Comandos de las Ca. Ba. y Escd. no estaban comprometidos, difícilmente saldría. De modo que no quedaba otra cosa que pensar, que el General estaba engañado por los que lo rodeaban y que saldría a la calle solo o con un puñado de soldados, que sería ridículo pensar en el éxito.

Ello se hubiera producido, si inteligentes medidas tomadas con todo apremio por varios Jefes capaces, horas antes de la revolución, no hubieran venido como del cielo, en defensa de una dirección más capacitada. Esos mismos Jefes que han sido después dispersados por la maldad y la perfidia, miles de kilómetros en el extranjero y en el país.

Así paga el Diablo a quien bien lo asiste. De ello no hay que culpar al General que bien sabemos todos es un perfecto caballero e incapaz de una bajeza, sino a sus consejeros.

Estos fatídicos adláteres han hecho sentir su nefasta acción tanto durante lo que podríamos llamar (muy impropiamente por cierto) la preparación de la revolución, y aunque durante la ejecución de la misma no hicieron nada, volvieron a mostrar las uñas tan pronto como el Gobierno Provisional se hizo cargo del mando. Era dado entonces ver la más solapada persecución a todos los Oficiales.

Al día siguiente volví a presentarme al Tcnl. Cernadas y me dijo que nada sabía aún, pues no había podido ver al General, pero que según le habían dicho, habían dispuesto de él sin consultarlo y sin darle misión alguna ni enterarlo sobre la verdadera situación.

Es natural que él estuviera azorado ante la noticia. Según le habían dicho, como dato informativo, era el encargado de sacar la Escuela de Suboficiales y marchar con ella a Buenos Aires. Este Jefe se agarraba la cabeza y decía: "menos mal que no sé nada ni tengo compromiso alguno pues esta misión es un presente griego". Este episodio uno de los tantos que prueban el estado espantoso de desorden e incomprensión que reinaba entre los hombres, que como sombras giraban alrededor del General sin hacer otra cosa que hablar sin meditar nada ni tomar medida alguna.

Yo que ya sabía la misión que le había adjudicado al Teniente Coronel Cernadas, había hecho mis averiguaciones del caso. Conocía la Escuela de
Suboficiales como algo propio pues había estado allí seis años. Allí, a pesar  de lo que afirmaba el Tcnl. Molina, no podía contarse con que los aspirantes se negasen a tirar ni nada por el estilo. Los Suboficiales se limitarían a cumplir con su deber. De ello estaba absolutamente persuadido.

El Teniente Coronel Cernadas compartía absolutamente mis ideas y afirmábamos que solo un loco o un ignorante, podría ocurrírsele lo contrario. Pero si bien no podíamos pensar en lo primero, estábamos convencidos de lo segundo.

En resumen, la misión encomendada era irrealizable en este caso, como las demás que se habían dado a los distintos Jefes y Oficiales sino calcúlese. El Tcnl. Cernadas debía sacar de su cuartel a la Escuela de Suboficiales el día mismo de la revolución y conducirla a la Capital. Para ello contaba con cuatro Oficiales que de distintas oficinas se le presentaron en casa, yo incluido, que debían ser los que tomaran el mando de las unidades de la Escuela una vez sublevadas. En la Escuela se contaba para sublevarla con el Comandante de la Batería (Tte. 1º  Costa) y cuatro Tenientes y Subtenientes, que se habían comprometido en el movimiento. Es decir que de los 30 Oficiales de Escuela teníamos 5 a favor nuestro. ¡Valiente porvenir el nuestro!...

Había que hacer notar, que de los cuatro Oficiales destinados a servir a las órdenes del Tcnl., sólo yo conocía la Escuela, los demás no habían estado ni de visita.

Sin embargo queriendo servir de la mejor manera a la revolución y agotarlos medios antes de desistir de esta arriesgada empresa, me puse en campaña, para averiguar qué se podía hacer. Tomé mis medidas y consulté a mi viejo Sargento 1º y otros suboficiales, ya que no pude hacerlo con ningún Oficial, por encontrarse éstos acuartelados y para evitar cualquier sospecha.

De mis averiguaciones resultó: La Escuela vivía desde hacía días en "estado de Guerra" con servicio de avanzadas establecido de noche sobre los caminos. Se habían tomado medidas especiales para la guardia y vigilancia del cuartel durante el día y la noche. De los Suboficiales de mi tiempo no quedaba sino el Sargento 1° de mi Compañía, los demás habían sido transferidos a distintos destinos. Existía desde hacía mucho tiempo entre los suboficiales una intensa propaganda sobre la necesidad de ser Jefes (sic) y hasta se decía, cosa que no pude comprobar, que el Ministro de Guerra había reunido a los Suboficiales de la Escuela y les había hecho prometer absoluta fidelidad al gobierno y prometido mejoras de su situación. A mi Sargento 1º se lo había radiado y se le había encomendado el cuidado de la guardia desde las 6 de la mañana hasta las 18 horas después de lo cual se retiraba a su casa. Hacía ya tiempo que no era encargado de Compañía. Los Oficiales sospechosos eran estrechamente vigilados. Existía línea telefónica directa con las Escuelas de Infantería y Artillería.

En estas condiciones es fácil comprender que la misión que se nos encomendaba era demasiado difícil de cumplir y que en el mejor de los casos, podría preverse, que nuestra presentación a la Escuela para tomar el mando sería de caracteres cómicos más bien que trágicos. La acción nuestra, estaba indiscutiblemente destinada a terminar en uno de los calabozos de aquel instituto. ¡Y para ello habían necesitado tiempo los de la P. M. (sic) del Comando revolucionario! Es natural que el habernos percatado de ellos, era una gran ventaja.


Como se comprenderá no éramos lo suficientemente ingenuos, ni lo suficientemente tontos para tomar en serio tal misión.

Quedamos con el Tcnl. Cernadas en que esa noche, él hablaría con el General Uriburu y le pintaría la situación.

En espera de aquella respuesta quedamos los cuatro Oficiales que habíamos sido puestos a sus órdenes.

Al día siguiente volví a tomar contacto con mi ocasional Jefe, a la espera de que despejara la incógnita. Pero recibí como contestado que estaba en la misma situación que antes. Nada sabía y los pocos datos que había conseguido no hacían sino corroborar la pésima impresión que tenía de los hombres y las cosas que sucedían alrededor del movimiento proyectado.

En consecuencia desde ese momento nos consideramos desligados de nuestra común obligación y cada uno tomó por su lado, el partido que creyó conveniente. No sé que hizo el Teniente Coronel, pues yo no lo volví a ver hasta la reunión del día 5 de septiembre en la casa del Teniente Coronel Descalzo.

Se había producido para mí el momento que ambicionaba y al que me impulsaban todas mis convicciones y mis fuerzas. Había cumplido en la medida de lo posible, la misión que se me confiara, haciendo todos los esfuerzos para llenar en mejor forma mí cometido personal. Se había puesto en evidencia lo irrealizable del pensamiento ridículo de sacar la Escuela de Suboficiales y yo quedaba en libertad para desahogar de alguna manera mis mal contenidos sentimientos.

Me encaminé en seguida a la Inspección General del Ejército, donde estaba seguro que hallaría al Teniente Coronel Alzogaray y allí le plantee mi situación de la siguiente manera:

 (Era el día 3 de setiembre de 1930 a las 16 horas).

"He sido un Oficial que desde los primeros días en que se pensó en un movimiento armado, me puse al servicio de esta causa, no de los hombres que la dirigen. He colaborado honradamente, sin ningún interés personal, puesto que nada puedo ganar y en cambio lo expongo todo. He asistido a las reuniones generales y a las que realizó el Estado Mayor hasta su disolución y en ellas he expuesto francamente ideas y he aportado algunas que fueron aprovechadas. He estado siempre decidido a jugarme todo por el todo. No puede haber nada más justo que exija en compensación de todo  ello, por lo menos que se me tenga un poco de consideración y seriedad para tratarme. He aceptado, que sin decirme una palabra, se me expulsara del E. M. porque mis ideas no convenían a los intereses de algunos, porque no quería que fueran a pensar esos mismos que me negaba a jugarme la vida, si era necesario, tomando una unidad de tropa. Pero no puedo aceptar que seamos juguetes de la ineptitud y falta de ciencia de los que nos cargan con misiones como la que he recibido yo, que solo puede atribuirse a irresponsables o desequilibrados. He hecho en mis gestiones con el Teniente Coronel Cernadas un enorme papelón, porque a nadie se le ocurre mandarme que me presente a recibir órdenes de un Jefe que ni siquiera ha sido hablado con anterioridad, que de no ser que se trataba de un caballero, pudo ordenar allí mismo mi detención. Yo jamás perdonaré a los culpables de tan insólita actitud. Parecería que se empeñaran en desordenar las cosas e introducir el caos más grande entre nosotros.

Por la afrenta gratuita de mi expulsión del E. M., por la falta de seriedad y de conciencia que demostraron al encargarme una misión como la que me dieron, porqué no tengo la menor seguridad de mi persona, porqué veo desde hace mucho tiempo que la dirección de este asunto está en las peores manos que pudieran elegirse, es que he resuelto separarme de Ustedes y tomar personalmente la actitud que me plazca. Yo no me he entregado a nadie, sino que me había dispuesto a colaborar en una causa, que sigue siendo la misma para mí, pero estoy desconforme con los hombres que la dirigen y me separo de ellos.

Le agradezco las atenciones que Usted personalmente ha tenido para mí y le ruego que transmita mi decisión al General.

Debo hacerle presente que aunque esté separado de Ustedes, el día que se produzca el movimiento cooperaré en cualquier forma a su éxito y que jamás estaré contra Ustedes sea cualquiera la situación y la causa. Y si la fortuna me abandona en el momento oportuno empeño mi palabra que juntaré en la calle a los civiles que quieran seguirme y al frente de ellos marcharé a la casa de gobierno”.

Esas más o menos fueron mis palabras.

El Teniente Coronel me contestó casi textualmente:

"Muy bien mi Capitán, yo transmitiré al Señor General su decisión y por mi parte encuentro justificada su actitud. Yo si no tuviera tan grandes compromisos con él General tomaría su misma actitud”.

Salí de su despacho con una gran satisfacción la misma casi experimento cada vez que la recuerdo. Con ella sabía que me ganaba la mala voluntad de los futuros mandatarios y consejeros. Pero mi conciencia quedaba tranquila y me había desahogado a mi manera.

No ignoraba que ello podía costarme muy caro pero no deseaba comprar mi tranquilidad al precio de la claudicación de mis sentimientos de hombre honrado.

Desde ese momento me sentí como libertado. Había recobrado tácitamente mi independencia absoluta y me decidí a obrar de la manera que consideraba más apropiada a mi temperamento. Había convenido días antes con el Comandante de la Compañía de Archivistas Capitán Emiliano Rodríguez, que yo le avisaría el día oportuno para salir a la calle con la Compañía. Pensaba incorporarme allí en el momento oportuno y demostrarles a los Señores del Comando, si ellos eran más decididos que yo en el momento oportuno.

El día 4 de setiembre recibí la visita de mi gran amigo y querido Jefe Tcnl. Descalzo y me invitó a que nos reuniéramos en su casa, para tratar un asunto sobre la revolución que se veía venir. A mí que estaba en esos momentos libre, me encantó la idea y me decidí inmediatamente.

A las 21 horas nos reunimos en la casa del Tcnl., Quesada 2681, los Tenientes Coroneles Sarobe, Descalzo, Castrillón, Mayor Nadal y yo. En esta reunión existió un acuerdo absoluto en las decisiones, todos pensábamos que lo peor que podía hacerse era entronizar una dictadura militar que sería combatida en absoluto por la nación entera.

Los estudiantes habían recorrido las calles gritando "dictaduras no" y habíandeclarado que resistirían a cualquier dictadura. Los órganos de la opinión se mostraban francamente contrarios a tal sistema de gobierno. Si la revolución se lanzaba a la calle en procura de una dictadura militar caería en el vacío.

Por otra parte se sabía que la junta revolucionaria no contaba si no con un reducido número de Oficiales, casi todos subalternos. Se llegaba a la conclusión que las tropas difícilmente, saldrían a la calle. De manera que la única salvación era el pueblo y muy especialmente los estudiantes, así también como la Legión de Mayo. Si los dirigentes políticos negaban su apoyo a la revolución, ésta estaría irremisiblemente pérdida, eso era precisamente lo que no querían entender los de la junta revolucionaria.

Yo que conocía mejor que nadie la situación del movimiento revolucionario, el caos espantoso en que se encontraba la junta revolucionaria, lo reducido de las fuerzas con que contaban, el desorden que existía en las más elementales cosas, la falta absoluta de coordinación de los distintos esfuerzos, la ignorancia e incertidumbre en que se debatían los Oficiales comprometidos por falta de órdenes y noticias, estaba en condiciones de afirmar, que si el General Uriburu se lanzaba a la calle con algún núcleo de fuerzas que difícilmente pudiera conseguir, y el pueblo simultáneamente no se largara a la calle sería un espectáculo grotesco y el más aplastante fracaso sería el fin de esta chirinada más propia de una republiqueta centroamericana.

Aprobamos la excelente idea de reclutar oficiales en el mayor número posible, para lo que nos pondríamos a la obra inmediatamente y luego con las listas de adherentes, se trataría de convencer al General de la necesidad  de recapacitar sobre la conveniencia de interesar al pueblo en la revolución, asegurándole por declaraciones formales de que no se impondría una dictadura militar, tan inoportuna como detestable al espíritu democrático de nuestro pueblo. El Teniente Coronel Sarobe había redactado un programa de acción para la Junta de gobierno que fue aprobado por aclamación.

Quedó todo arreglado, al día siguiente buscamos adherentes y se llegó, según creo, al número de 300. Ello prueba que los Oficiales estaban francamente decididos por las lógicas ideas que surgían al margen de los que querían una dictadura divorciada con el pueblo de la Nación, que haría odioso al Ejército y encontraría una gran resistencia en la población.

Yo recibí como misión además, imprimir 200 copias. Hecho lo cual en la máquina mimeográfica del Estado Mayor General del Ejército, llevé personalmente al Tcnl. Descalzo a su casa, el día 5 de setiembre a la tarde.

Esa misma noche convencieron al General sobre las necesidades expuestas y tuvimos conocimiento de que la revolución se produciría al día siguiente a las 7 de la mañana.

Yo fui nombrado Ayudante del Tcnl. Descalzo a quien el General Uriburu había entregado un documento de su puño y letra, donde lo acreditaba como representante de la Junta Militar ante Junta Civil de la revolución. En esa forma el pueblo y el Ejército de la mano marcharían a expulsar del gobierno a los hombres que lo usufructuaban.

A las 18 horas el Teniente Coronel Descalzo me comunicó que concurriríamos esa noche a una reunión que debía realizarse en Crítica con los dirigentes políticos de la revolución. Yo debía esperarlo en Crítica a las 21 y 30 horas, entrando por la calle Rivadavia. Mi contraseña para entrar era “deseo ver al Doctor Santamarina”. Allí nos reuniríamos con mi Jefe.

A las 17 horas tuve conocimiento de que se había declarado el estado de sitio y que el Doctor Martínez, se había hecho cargo del gobierno.

Me trasladé de mi casa y me vestí de paisano para concurrir a la reunión que debía realizarse en Crítica.

A las 21.10 estaba en la esquina de Crítica, la 6ª Edición había sido confiscada y quemada en grandes hogueras hechas en el centro de la calle.

La manzana estaba rodeada de Policías a caballo y a pie, amén de numerosos pesquisas que rodeaban disimuladamente la manzana. Los canillitas en grupo a media cuadra prorrumpían en gritos e improperios contra los agentes del orden. El grito de "chorros" resonaba por todas partes. Numerosos vendedores de diarios llorosos y maltrechos conversaban con los ciudadanos. Yo poco a poco me fui acercando a la puerta de Crítica después de observar detenidamente los alrededores.

Esperé cerca hasta las 21.30 a fin de enterarlo al Teniente Coronel que habían confiscado y quemado la edición y que estaban por allanar el diario; pensaba poder evitarle el que lo tomaran dentro. A las 21 y 45 viendo qué no llegaba me decidí a entrar. Me detuvieron en la puerta, les dije "vengo a ver al Dr. Santamarina" y me franquearon la entrada. Entré y pasé al patio  donde se amontonaban los diarios para el reparto, pasé dos salones y luego me obligaron a salir, diciéndome que el Doctor Santamarina ya no estaba allí.

Naturalmente la salida era peligrosa, porque pensando en actividades belicosas había cargado al cinto mi pistola Colt 45 y su volumen era fácil de distinguir, a pesar de que la disimulaba algo con el perramus. Al salir observé que dos me miraban y luego uno me seguía. Tomé un auto y me fui a la casa de mi familia en Zapata 315; entré decididamente sin mirar atrás.

Volví a salir y el individuo que me había seguido estaba en la esquina. Yo en previsión había dejado mi pistola y había cargado un estoque de Toledo en quién tenía más confianza. Al pasar junto al pesquisa le miré la cara y el hombre bajó la vista. Tomé un auto y mientras perdía tiempo mi perseguidor me dirigí al centro, di vuelta y lo perdí de vista. Así llegué a Quesada y Cabildo, descendí y caminé hasta la casa del Tcnl. Descalzo.

Aún no había llegado. Yo estaba un tanto preocupado porque no hubiera sido difícil que lo detuvieran o hubiese pasado algo. En realidad había un poco de incertidumbre.

A las 11 llegó el Tcnl. Sarobe, yo lo recibí conversamos un rato. Luego empezaron a llegar los Oficiales que habían sido citados a la reunión, para recibir las misiones para el día siguiente. Mientras llegaba el Teniente Coronel Descalzo, conversó el Tcnl. Sarobe con los distintos Oficiales, enterándolos de las gestiones por ellos realizadas ante el General Uriburu y el acuerdo a que habían llegado. Leyó un manifiesto que según dijo había sido preparado por el General Uriburu en el cual se amenazaba a la prensa en general con sanciones para el caso de no producirse de acuerdo a las conveniencias del gobierno, lo mismo que a los políticos y pueblo en general. Luego leyó el que él había redactado en reemplazo de aquel, y que encaraba las cosas con mayor tino y agradecía a la prensa su campaña en favor de la revolución, lo mismo que al pueblo que había cooperado. En fin podía decirse que con el vuelco de propósitos impuesto al General, por los Tcnls. Sarobe y Descalzo, se habían tomado por los mismos las medidas necesarias para hacerlo efectivo en todos los órdenes. Un original de ese manifiesto fue firmado por los presentes y guardado por el Tcnl. Sarobe.

Más o menos a las 0.30 del 6 llegó el Teniente Coronel Descalzo, venía aparentemente tranquilo. Fue recibido con gran satisfacción por todos.

Inmediatamente explicó con lujo de detalles la situación y repartió las numerosas misiones que traía para todos los Oficiales, que estaban reunidos.

Esta reunión terminó más o menos a las 2 y 30 horas del día 6 de setiembre.

Yo que era Ayudante del Coronel Fasola Castaño, en el Estado Mayor General del Ejército, conocía bien sus intenciones y al conversar con él el día 5 de setiembre a la noche antes de salir para Crítica más o menos a las 21 horas, en esa casa, me había dicho que según informes que él tenía por  algunos civiles muy amigos de él, la revolución debía estallar al día siguiente. Yo le corroboré la noticia y quedé comprometido a avisarle lo que se resolviera y también en lo posible pedir una misión para él porque no se le había dicho nada y, como siempre pude comprobar en las reuniones, se lo había dejado de lado y sin misión el mismo día la revolución.

Yo había aceptado el cargo de Ayudante del Teniente Coronel Descalzo con gran alegría, pues el respeto y admiración que siento por este noble soldado, se unía a mi profundo cariño de una vieja e íntima amistad. Ante él influí para que se le asignara una misión al Coronel Fasola Castaño, distinguido Jefe a cuya capacidad se une el que es un hombre joven y de acción. Tal vez esas y no otras hayan sido las causas del porqué no se le hubiera dado ingerencia en el comando de la Junta Militar revolucionaria.

El Tcnl. Descalzo se lamentó de que no se hubiera dado al Coronel Fasola una misión que estuviera a la altura de su capacidad. Pero como al General Justo tampoco se le había dado misión, me dijo que le comunicara al Coronel que el General Justo se iba a incorporar a la columna en el Monumento de los Españoles a las 11.30 y que le acompañarían los Ttes. Coroneles Sarobe, Tonazzi y Espíndola y que el Coronel Fasola estaría allí en el mejor lugar para el caso de que pudieran herir o matar al General Uriburu, servir de E. M. al General Justo que tomaría el mando.

En esas condiciones, una vez terminada la reunión, el Tcnl. Descalzo me llevó a la casa del Coronel Fasola Castaño, Arcos 2037, para comunicarle la nueva. Estuvimos allí, golpeando hasta las 3 y 30 horas, pero nadie salió.

Como el Tcnl. Descalzo no podía detenerse más debido a que tenía que presentarse al General Uriburu para dar cuenta de sus gestiones nos pusimos en marcha, debiendo al día siguiente a primera hora comunicarle yo al Coronel su puesto. El Tcnl. Descalzo me condujo hasta mi casa y nos despedimos hasta las 7 horas.

Yo entré a mi casa, preparé mis elementos y dormí hasta las 5.30 horas plácidamente.

Las cartas estaban tiradas, había que esperar que todo saliera bien.

A las 6 horas, cuando me disponía a salir para dirigirme a la casa del Coronel Fasola, éste me abrevió el trabajo, pues llegó a mi casa en busca de noticias. Una vez que le hube comunicado lo que para él se me encomendaba, partí para la casa del Tcnl. Descalzo. Llegué a las 7 y mi Jefe dormía tranquilamente, ese era para mí un indicio agradable. El viejo Capitán de otros tiempos mantenía la imperturbable calma de siempre.

Recuerdo que conversando le recordé una anécdota suya cuando era Comandante de la 2ª Compañía del R. 12, en que un día de tiro de combate en Paracao porqué unos soldados demostraban temor estando de marcadores en los fosos se paseó a caballo durante veinte minutos entre los blancos, mientras los tiradores hacían proezas para no herir a su Capitán,  que tal lección de valor y sangre fría les daba. No creo, sin embargo, que en ninguna de tales circunstancias, se hubiera alterado el pulso de este hombre, ni cuando de Capitán jugó con su vida en Paracao, ni cuando de Jefe durmió tranquilamente hasta el momento mismo de estallar la revolución, que tan de cerca le tocaba.

Hasta las 9, más o menos, esperamos en la azotea de la casa, con una gran bandera argentina lista, para saludar a los aviadores que pasaran en cumplimiento de la misión que conocíamos.

Hecho lo cual nos pusimos en marcha hacia la Escuela Superior de Guerra, previo alistamiento de nuestras armas por las dudas. En el camino encontramos a un Oficial de Policía que habló el Tcnl. Descalzo, encontrando el ánimo de éste dispuesto por lo menos a abstenerse ante la amenaza, que representaban las tropas del Ejército.

Llegamos a la Escuela de Guerra y encontramos en la puerta de ella, en su automóvil listo para salir, al Mayor Laureano Anaya. El Tcnl. le habló, pero éste le contestó que iba en cumplimiento de una orden del Coronel Valotta, para constatar si de Campo de Mayo, marchaban tropas sobre la Capital. El Tcnl. entonces entró a la Escuela seguido por mí que a prudente distancia vigilaba por su persona, en previsión de cualquier imprevisto, aun cuando sabía que las tropas y Oficiales de la Escuela estaban con él.

Su llegada al patio interior de la Escuela fue recibida con gran alegría por los oficiales alumnos que en seguida le formaron rueda alrededor en procura de noticias. Los profesores en pequeños grupos hacían comentarios de ocasión.

Según me dijeron allí, el Coronel Valotta les había hablado a los Oficiales, dejándoles libertad para proceder. El Coronel Duval estaba a cargo de la Escuela, pues el Director se había ausentado ya.

Los Oficiales alumnos recibieron orden del Tcnl. Descalzo de esperar allí hasta la llegada de las tropas, para luego tomar el mando de la gran columna de civiles armados que debía formarse en el monumento de los Españoles.

Mientras tanto y para no perder el tiempo, empezamos a conversar con los Oficiales que estaban en el cuartel de Granaderos. Hice llamar al Teniente 1° Navarro Lahite, a quién sabía comprometido, que era Ayudante del Jefe de Regimiento y le pregunté qué hacían, él me contestó que había que esperar, pues todo saldría bien a su tiempo. Como habían emplazado numerosas ametralladoras apuntando desde los jardines y frente a las cuadras, le hice notar el peligro de que ellas entrasen a funcionar contra las tropas que pasaran. Me aclaró que tenían orden de tirar sólo en caso de que atacaran al Regimiento.

Desde el primer momento me llamaron la atención los dos automóviles blindados que estaban frente al Casino de Oficiales, parados y con su personal al pie. Yo pensé... ¡Si pudiera sacar uno de esos!... y asociaba esa idea con la actitud del C. 8, que sabía decididamente  contrarío al movimiento, con la expresa declaración de su Jefe, que según decían había manifestado que "se haría matar al frente de su Regimiento".

Con un auto blindado parecía muy fácil detenerlo en cualquier parte. Me sacaron de las anteriores cavilaciones lo gritos entusiastas de los estudiantes que venía a pedir el concurso de las tropas de la Escuela en medio de frecuentes gritos de "Viva la patria y el Ejército". Hablaron con el Director y Tcnl. Descalzo, les leímos las proclamas (del Tcnl. Sarobe) y los estudiantes se llevaron algunas. El efecto que en sus ánimos produjo la lectura fue estupendo, pues por aclamación general se dieron vivas al Ejército y Oficiales del mismo.

Tuvo noticias el Tcnl. Descalzo de que el Colegio Militar había marchado de San Martín y como no se tuvieran seguridades se decidió ir personalmente a comprobarlo.
Yo me ofrecí a acompañarlo y numerosos Oficiales hicieron lo mismo. Granaderos estaba al caer, solo necesitábamos el último esfuerzo. Arreglamos con los Oficiales que pudimos hablar, que el Colegio Militar pasaría por la calle Luis María Campos, haría alto en la puerta del cuartel y tocaría el Himno Nacional. En ese momento nosotros entraríamos al cuartel desde la Escuela de Guerra y decidiríamos la actitud, en lo posible, para plegarlo al movimiento.

Salimos de la Escuela en dos automóviles y nos dirigimos a Belgrano por donde, se nos había informado, venían las primeras patrullas del Colegio Militar.

A la altura de Saavedra encontramos la columna y estrechamos la mano del Coronel Reynolds, que visiblemente emocionado nos contestó al saludo. La columna venía muy mezclada con automóviles y grupos de ciudadanos que la acompañaban.

El Tcnl. Descalzo le comunicó al Director del Colegio el plan preparado para sacar de Granaderos la tropa que había. El Coronel aceptó y nosotros regresamos a la Escuela de Guerra para llenar el cometido que en ello nos correspondía.

No encontramos al General Uriburu ni a nadie de su Comando, ni con la columna ni en el trayecto que recorrimos. En cambio encontramos al General Justo que esperaba el pasaje del Colegio, en una calle próxima de donde encontramos la columna.

Una vez, que llegamos a la Escuela, seguimos con las gestiones para decidir a los Oficiales de Granaderos a sacar la tropa y los autos blindados.

También fuimos a los Servicios del Estado Mayor, donde el día anterior había estado yo conversado con el Teniente Hermansson, que se mostró de acuerdo con la idea de la revolución. Sin embargo el Teniente dijo que había reflexionado mejor y prometía no salir del cuartel con la tropa, pero que no deseaba participar con nosotros. Para evitar un incidente grave, aceptamos su promesa y nos retiramos.

Otra vez en la Escuela, tuvimos noticia de que el Colegio Militar no vendría por Luis María Campos, si no que marcharía por Córdoba y Callao hacia el Congreso, para evitar un combate con el R. 1 y R. 2 que se encontraban desplegados sobre el terraplén del F.C.C.A. cerrando el paso.

Nosotros pudimos comprobar esto último, pero no creíamos que tiraran sobre tropas.

El Jefe de Granaderos ante nuestras gestiones mandó decir que "bajo su palabra de honor" las tropas no saldrían del cuartel y que solo se resistirían si eran atacadas. Era una nueva conquista. Granaderos estaba próximo a caer. Nuevas gestiones y presiones sobre los Oficiales decidieron a estos a imponerle al Jefe la necesidad de salir. Este se negó y los Oficiales le negaron su apoyo. El hombre estaba vencido. Se encerró en su despacho y se le puso un centinela. Hicimos irrupción en el cuartel, hubo grandes muestras de alegría por nuestra parte y conformidad por la de los camaradas de Granaderos. Sólo un Capitán y un Teniente no quisieron plegarse, porque tenían sus compromisos muy respetables por cierto y nadie hizo objeción. Se nombró Jefe del Regimiento al Tcnl. Pelesson y sacamos la tropa para llevarla hacia la columna.

Yo me tomé uno de los autos blindados y me encontré con un suboficial que había sido aspirante de mi Compañía en la Escuela de Suboficiales. Le di orden de partir y salimos.

Los dos escuadrones de Granaderos que estaban dentro del cuartel salieron en camiones.

En el otro automóvil blindado iba el Tcnl. Descalzo. Escoltamos con los dos a los camiones en que conducíamos a los Oficiales y la tropa. El del Tcnl. Adelante, el mío detrás de la columna. Puestos en marcha revisé la dotación de ametralladoras y munición, tenía 4 amt. y 12 bandas completas.

El camión que iba a la cola de la columna empezó a ratear y marchaba despacio. Debido al intenso tráfico que había en la Avenida Alvear, y a la distancia que había tomado, se perdió de la columna; nuestro auto blindado, como consecuencia siguió su camino. Ordené entonces dirigirse a la Casa de Gobierno por el Paseo Colón.

Cuando llegamos a la casa Rosada, flameaba en ésta un mantel, como bandera de parlamento. El pueblo que en esos momentos empezaba a reunirse, en enorme cantidad, estaba agolpado en las puertas del palacio.

Como era de suponer hizo irrupción e invadió toda la casa en un instante a los gritos de "viva la Patria", "muera el peludo"..., "se acabó", etc. Cuando llegaba mi automóvil blindado a la explanada de Rivadavia y 25 de Mayo en el balcón del ler. piso había numerosos ciudadanos que tenían un busto de mármol blanco y que lo lanzaron a la calle donde se rompió en pedazos, uno de los cuales me entregó un ciudadano que me dijo "Tome mi Capitán, guárdelo de recuerdo, que mientras la patria tenga soldados como Ustedes no entra ningún peludo más a esta casa". Yo lo guardé y lo tengo como recuerdo en mi poder.

Adivinaba los desmanes que ese populacho ensoberbecido estaría haciendo en el interior del palacio. Entré con tres soldados del automóvil blindado que estaban desarmados y entre los cuatro desalojamos lo más que pudimos a la gente. Puse guardia en todas las puertas con la misión de dejar salir, pero no entrar.

Recuerdo un episodio gracioso que me ocurrió en una de las puertas. Un ciudadano salía gritando "viva la revolución" y llevaba una bandera argentina arrollada debajo de un brazo. Lo detuve en la puerta y le dije qué hacía. Me contestó: "llevo una bandera para los muchachos, mi Oficial".

Pero aquello no era solo una bandera según se podía apreciar. Se la quité y el hombre desapareció entre aquel maremagnum de personas. Dentro de la bandera había una máquina de escribir.

En una de las escaleras me encontré con el Capitán Sauglas, que bajaba, me comunicó que en el despacho presidencial se encontraba el Doctor Martínez; que quería renunciar y no tenía a quién entregar la renuncia.

Salí de la casa y sentí ruido de los disparos de cañón en dirección al Congreso. Subí al auto blindado y ordené "al Congreso". En el viaje cargamos las ametralladoras y ocupamos cada uno su puesto. Por la Avenida de Mayo no se podía andar sino muy despacio, si no se quería atropellar a la gente que la cubría totalmente. Sin embargo llegamos a la plaza del Congreso lo más rápido que pudimos. Ya había cesado el fuego.

Hice una pasada por frente al Congreso y en ese momento los cadetes entraban al palacio por las puertas del frente.

Busqué al General Uriburu por varías partes y me dijeron algunos que se había retirado herido, otros que se había marchado a la casa de Gobierno, en fin, las más variadas versiones. Sólo encontré al Coronel Juan Pistarini, que estaba en la Plaza del Congreso.

Lo subí al auto y lo llevé a la Casa de Gobierno. Una vez en; ella supe que ya había llegado el General Uriburu.

Comprendí entonces que el peligro ya no estaba allí dentro, sino en la defensa de la casa. Hablé con el Tcnl. Descalzo que en ese momento llegaba con el otro automóvil y nos propusimos hacer la guardia y dar la seguridad necesaria contra cualquier evento.

A las dos o tres horas recién comenzaron a llegar algunas tropas. Hasta entonces la guardia la dimos nosotros con los dos autos.

A la noche, más o menos a las 24 horas, encontré al Coronel Mayora que me llevó al salón donde había instalado su despacho y me dijo, "descanse un poco y quédese por aquí, que yo lo voy a necesitar para cualquier trabajo". Nombré otro Oficial para que se hiciera cargo del automóvil blindado y me tiré en un sillón a descansar, mientras venía algún trabajo del Estado Mayor que dirigía el Coronel Mayora. Durante esa noche desde las 23.30 horas hasta las 5 horas del día siguiente recibí la misión de patrullar la ciudad para evitar desmanes, que el pueblo iniciaba como  represalia contra los diarios, comités y casas particulares de las personas afectas al gobierno depuesto.

Con tres soldados y dos civiles que nos llevaron en su automóvil evitamos que se quemaran varias casas, entre ellas el Hotel España y la casa del ex Intendente Cantilo.

Yo tenía numerosos estafetas y exploradores en el automóvil, entre ellos uno muy diligente y voluntarioso que me prestó grandes servicios, Don Pedro L. Balsa (hijo), Secretario de la Dirección de La Prensa, a quien no he vuelto a ver pero que le guardo reconocimiento.

A la mañana del 7 a las 6 horas, comprendí que todo aquello había terminado y me retiré a mi casa a descansar, pensando presentarme a mi puesto en el Estado Mayor General del Ejército a la hora de Oficina, aunque ignoraba si el General Vélez me recibiría de buen grado, dado que había faltado sin aviso el día 6 de Septiembre de 1930.

A las 11 horas, cuando me preparaba para salir hacia el E. M. G. del E. recibí orden telefónica de presentarme al Ministerio de Guerra, donde según se me anunció había sido destinado. Me presenté a las 12 horas y me hice cargo de la Secretaría privada de su Excelencia el Ministro de Guerra General de División Francisco Medina. Allí permanecí en funciones durante todo el día 7.

A las 20 horas de este día se presentó el Tcnl. Descalzo que había sido designado Director de la Escuela de Infantería, se le dio una orden escrita del Sr. Ministro, por la que debía hacerse cargo inmediatamente del puesto.

Yo le pedí que deseaba acompañarlo. ¿Cómo iba a dejarlo ir solo?, tan luego, a la Escuela de Infantería y a las 24 horas. El Tcnl. Rotjer, que había sido nombrado Jefe de Secretaría del Ministerio de Guerra, no quería saber nada con mi salida de allí y fue necesario que el Tcnl. Descalzo hablara con el Sr. Ministro al efecto. Concedido lo cual nos pusimos en marcha hacia nuestra casa, donde cenamos y salimos en automóvil para Campo de Mayo, donde el Tcnl. debía hacerse cargo inmediato de la Escuela.

Nuestra llegada a la Escuela fue de lo más imprevista. Nos recibió un Subteniente que estaba de Oficial de Servicio y el Tcnl. recorrió la Escuela esa misma noche.

Estuvimos después de visita en la Escuela de Artillería, donde se entrevistó el Tcnl. con el Tcnl. Espíndola, que al mismo tiempo que él se había hecho cargo de la Escuela de Artillería.

Los episodios que allí se sucedieron los contaré por separado, porqué no teniendo mayor importancia para este asunto, son interesantes como enseñanza.

Los días que siguieron a esta recepción sui generis, los escribiré también aparte, porqué no hacen sino demostrar lo que piensan algunos hombres en los momentos de peligro, como obran bajo las impresiones de los sucesos y como obran luego cuando no tienen ya nada que temer, donde la ingratitud  entra en enormes dosis, y la maldad con la intriga y la codicia abren un extenso campo de venganzas y odios mal reprimidos.

La revolución había virtualmente terminado, pero en el espíritu de los que habíamos participado en la preparación y realización quedaba una amarga pena: la mayor parte de los Oficiales no habían intervenido porque no se los había hablado. Como consecuencia de ello las tropas no habían salido de sus cuarteles para apoyar al movimiento sino en una proporción insignificante. En cambio dos Regimientos de Infantería de la Capital estaban francamente opuestos a la revolución, y en Campo de Mayo se sabía que no podía contarse con apoyo alguno. En el Congreso se estaba preparado para repeler la pequeña columna que conducía al General

Uriburu, con grandes probabilidades de éxito. Sólo un milagro pudo salvar la revolución. Ese milagro lo realizó el pueblo de Buenos Aires, que en forma de una avalancha humana se desbordó en las calles al grito de "viva la revolución", que tomó la Casa de Gobierno, que decidió a las tropas en favor del movimiento y cooperó en todas formas a decidir una victoria que de otro modo hubiera sido demasiado costosa sino imposible. Por eso pienso hoy con profunda satisfacción que nuestro pueblo, no ha perdido aún el "fuego sagrado" que lo hizo grande en 120 años de historia.












Fuente: Memorias sobre la revolución del 6 de Septiembre de 1930 del General José María Sarobe con Apéndice: Lo que yo vi de la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre, por el capitán Juan Domingo Perón, Editorial Gure, 1957.

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