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miércoles, 6 de julio de 2016

Arturo Frondizi: "Homenaje a la memoria del Dr. Hipólito Yrigoyen" (3 de julio de 1959)

Señoras, señores:

Santiago del Estero, madre de pueblos nos exhibe la figura rediviva de Hipólito Yrigoyen.

A veintiséis años de su muerte, la tierra gaucha norteña se erige en depositaria de una de las más puras fuentes de inspiración argentina. El gran caudillo recupera, al conjuro del bronce, su presencia física. Viene del pueblo, de los barrios pobres, de su Balvanera de criollos y de gringos. Y marcha hacia el gobierno, amado por lo humildes. Es Hipólito Yrigoyen en su primera presidencia que avanza, firme el paso, al encuentro con su destino.

¿Quién es este hombre, de anchas espaldas y altiva cabeza? Es el Hipólito Yrigoyen de la hora cumbre del radicalismo, un hito en la historia de la civilización política argentino. Lleva en su alma la ambición de una vasta empresa. Anhela una patria unida, sin perjuicios de clases, ni de razas. Quiere afirmar la tierra criolla como realización positivamente soberana. Define ese levantado objetivo con palabras que pudieran grabarse en el escudo de todas las naciones libres del mundo:

“Los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos”

Helo ahí, de pie frente al futuro, empuñando su mejor arma –la Constitución Nacional- con la que se propone instaurar el imperio del derecho y la justicia.

Su diestra se adelanta en ademán persuasivo con el gesto del sembrador. Su porte trasluce el perfil del soñador, del idealista, del místico. Rostro severo, en concordancia con su sobriedad interior. Cuerpo y alma en armónica conjunción. Es el gran introvertido, a quien basta captar el problema, intuir la verdad, elegir el rumbo, para echarse a andar inflexiblemente. La sencillez de sus costumbres contraste con el materialismo de la época. Su modestia vence a la tentación de las riquezas, del poder, de los goces mundanos. Le basta su profunda inteligencia, su fino instinto político, su acendrado patriotismo, para orientarse en el camino áspero y oscuro de su tiempo. Sabe que tendrá que afrontar la incomprensión, la intolerancia y la violencia, pero lo guía un ideal superior; la consolidación intima de un pueblo heterogéneo, de hermoso origen y de gran porvenir.

Viene de lejos, de la generación romántica del 90, donde el río tumultuoso de la nacionalidad redimida halla su cauce. Trae un programa de gobierno capaz de conmover los cimientos de la sociedad argentina. Quiere realizar la síntesis de elementos históricos, culturales y sociales que se dan en la realidad nacional de su época como opuestos y contradictorios.

El indio, el criollo y el gringo no debían ser factores excluyentes sino darnos el tipo sociológico del hombre argentino. Los principios morales y el progreso material no debían oponerse sino integrarse, creando las bases para nuestro desarrollo. La autoridad no debía ser castigo de la libertad, sino guardián de su vigencia plena.

Las tradiciones de la tierra argentina y las altas expresiones del pensamiento universal no debían ser elementos divergentes sino esencias indispensables para la formación de una cultura nacional.

Con ese programa, ubicado en el centro del problema nacional y popular, quedaban resueltos conflictos seculares de nuestro ser histórico, que parecían indisolubles y que habían sido concretados en lo que se llamó “Civilización y barbarie”. La dinámica social crea permanentemente nuevos elementos contradictorios en cada etapa histórica que exigen nuevas síntesis. El gobernante debe enfrentarlos con los pies en la tierra nativa y la cabeza expuesta a todos los vientos del mundo. Hipólito Yrigoyen represento esa síntesis, porque su doctrina partía de una concepción ética integral del hombre y de la vida. Ella conduce a un respeto místico por los fueros humanos, con sus exigencias de libertad espiritual, progreso cultural y seguridad económica.

Señoras y Señores:

Hipólito Yrigoyen nos ha convocado ante su estatua. Su llamado no puede ser más sugestivo ni oportuno. Él, que encarnó uno de los grandes movimientos unificadores de la conciencia nacional, nos cita para que nos comprometamos a reconstruir la unión espiritual de este pueblo.

Quiere recordarnos que cada vez que se hizo nuestra unidad, los argentinos fuimos capaces de hazañas no menos portentosas que las que hay hoy enorgullecen a los mas grandes pueblos del mundo. La evocación nos incita a ser dignos de una gloriosa estirpe. Dignos de aquellos que, unidos, llevaron a cabo sin recursos pero con corajes indómitos, una larga guerra de independencia. De aquellos que, unidos, hicieron en la Constitución de 1853 la síntesis en la que se disolvió el antagonismo aparentemente irreductible de federales y unitarios.

La cita ante esta estatua sacude también nuestras conciencias llamándonos a la reflexión sobre las consecuencias de la ruptura de la legalidad. Ella marcó en 1930 el fin del gobierno de Hipólito Yrigoyen y el comienzo de una era de disociación que mantiene a muchos argentinos divididos y confusos frente a problemas que somos capaces de superar.

Esta convocatoria nos advierte que solo si sostenemos el imperio de la Constitución, del orden jurídico y de la paz interior, podremos dar a este pueblo la libertad, la justicia, la tranquilidad y el progreso que anhela.

Este monumento no concreta solamente el reconocimiento al ilustre compatriota.

Es el solemne compromiso, el voto categórico de brega incansablemente en procura de las grandes soluciones políticas sociales del pensamiento nacional y popular, que tuvo en Hipólito Yrigoyen a una de sus más profundas expresiones. Piedra miliar en la ruta del pueblo argentino, será punto de reunión en la hora del triunfo y fuente de valor e inspiración en los tiempos de incertidumbre. Que la imagen sugerente de Hipólito Yrigoyen guíe los actos de este pueblo e infunda en nuestras almas la fuerza sin desmayos de su fe, de su sacrificio y de su amor a la patria.







Fuente: Conceptos del Dr. Frondizi en el acto inaugural del primer monumento a la memoria de Hipólito Yrigoyen en el país, realizado el 3 de julio de 1959 en la ciudad de Santiago del Estero.

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