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domingo, 17 de abril de 2016

La Nación: "Reportaje a Federico Pinedo y Marcelo T. de Alvear" (12 de enero de 1941)

Ninguna novedad ocurrió ayer en la gestión iniciada el jueves por el Ministro de Hacienda para buscar una solución a las dificultades políticas de esta hora, que el doctor Pinedo ve en su doble aspecto institucional y económico, vale decir en sus repercusiones sobre el espíritu público y en el ámbito de la vida económico-financiera de la Nación.

[…] Al cabo, la insistencia del cronista venció el silencio que voluntariamente se había impuesto el ministro, ante quien reiteramos el concepto de que la opinión deseaba y necesitaba su palabra. Así el diálogo se anudó sin esfuerzo.

––Esa “tregua”, señor ministro ––inquirimos––, ¿es solamente para permitir la resolución de algunos de los problemas económicos y financieros de palpitante actualidad?

––No es sólo para que el Congreso pueda dedicarse a esas tareas que he buscado un entendimiento entre los partidos. Esas tareas son, sin duda, no sólo importantes, sino urgentes. De algunas medidas pendientes de la resolución del Parlamento puede acaso decirse que son de imprescindible necesidad. Pero afirmo que no es un armisticio entre los partidos, para que pueda realizarse esa labor legislativa, lo único que debe procurarse.

Lo que hay que lograr no es una tregua, sino una paz. Paz definitiva, que ponga término a un tipo de contienda que puede y debe desaparecer para siempre, lo que en manera alguna presupone, naturalmente, la desaparición de la lucha de partidos y de tendencias que es inherente a nuestro régimen político.

–– ¿Se necesita para ello algo más que cumplir las leyes? ––nos animamos a sugerir.

––Para encontrar un remedio a los males de nuestra política ––observa el doctor Pinedo––, es inútil entretenerse en señalar cómo debieran ser las contiendas cívicas, en un plano de libertad y de seguridad, de recíproco respeto, porque en el momento actual esas condiciones no se presentan unidas, y es un hecho que la falta de una de ellas hace desaparecer totalmente la otra. Está visto y probado experimentalmente que es inútil esperar que el mal se corrija por medidas tendientes a crear una sola de las condiciones indicadas como necesarias para el desarrollo normal de las contiendas cívicas. Si se quiere evitar que el mal se acentúe, acarreando como consecuencia un envenena- miento progresivo de las relaciones entre hombres y partidos, habrá que procurar que, simultáneamente, se garantice una evolución tranquila al país en su conjunto y se afiance la posibilidad de la exteriorización libre de la voluntad nacional. […] Lo que se ha pensado como posible es algo que está en las mejores tradiciones de la República, es algo que hicieron en su hora sus varones más preclaros y que puede armonizarse con el juego normal de nuestras instituciones, aun durante el período de transición indispensable para pasar de la política enconada de la actualidad a otra que no presente los graves defectos que todos percibimos.

Nuestro interlocutor ha puesto en sus palabras el fervor que todos le conocen. Hay en su gesto y en su mirada un sentimiento de fuerte convicción que sólo sugiere una pregunta.

La que el cronista formula:
– ¿Y cuál sería el procedimiento, señor ministro?

––Hay muchos ––nos contestó sin vacilar––. Si los hombres dirigentes de los grandes partidos, trabados hoy en lucha agria y sin horizontes, se avienen a considerar como posible la idea de la conciliación, de la conciliación sin humillaciones, sin venganzas, sin renunciamientos vergonzosos que nadie está dispuesto a consentir y que por lo mismo no pueden exigirse al adversario; si las personalidades representativas se reúnen alrededor de una mesa para buscar la forma de llevar la conciliación a la práctica, se verá que son innumerables los procedimientos que pueden adoptarse. 

[…] Ha habido épocas en que partidos argentinos, profundamente distanciados por causas diversas, buscando servir el interés nacional, han convenido en que un tercio o la mitad de las listas de candidatos fueran confeccionadas de común acuerdo ––o por un tercero–– dejando a cada partido el derecho de completar las listas con sus propios candidatos. La elección popular tenía en ese caso por resultado consagrar las candidaturas de las personalidades cuyos nombres figuraban al mismo tiempo en las diversas listas, y daba también lugar a los candidatos propios del partido triunfante. ¿Qué inconveniente habría en que los grandes partidos de ahora concertaran un acuerdo de ese género para todas las primeras elecciones próximas de cada distrito o para las dos primeras? El resultado sería que podría incorporarse en esa forma al Congreso y legislaturas provinciales personalidades de primer orden, que harta falta hacen y que no tendrían probabilidad de llegar, sin ese procedimiento, a los cuerpos legislativos. Además, se habría creado dentro de cada legislatura y del Congreso un fuerte bloque imparcial, o por lo menos moderado, en las contiendas actuales, que tendría durante seis a ocho años el fiel de la balanza en la lucha entre las representaciones propiamente partidarias, elegidas libremente, con escrupuloso respeto del sufragio.

[…] Una pregunta más se le ocurre al cronista y la formula sin ambages:
–– ¿Qué perspectivas de realización al tal plan halló el señor ministro en sus gestiones?

––No podría decirlo ––es la respuesta––. De mis conversaciones con figuras prominentes de los diversos partidos he sacado la conclusión de que hombres cuyo espíritu partidario no es dudoso, amigos o adversarios del Gobierno, sienten las preocupaciones de la hora y admiten que ningún precio será excesivo para adquirir la normalización verdadera de nuestra vida pública. No puedo decir, sin embargo, que en este momento cuente con la conformidad de ningún partido, pues en todos los casos los “leaders” consultados han hecho expresa reserva de la decisión de las autoridades partidarias.

Y la entrevista ––ya harto prolongada–– se cierra con esta pregunta:

–– ¿Y cuál ha sido la intervención del Poder Ejecutivo en las gestiones?
A lo que el doctor Pinedo responde:

––El señor vicepresidente ha dicho:

“El doctor Pinedo no actúa con la representación del Poder Ejecutivo. Son gestiones de carácter particular animadas por el muy noble propósito de buscar soluciones estables”,

Y lo que el señor vicepresidente ha dicho es rigurosamente exacto. Las gestiones que he realizado ante hombres representativos de diversos partidos han sido hechas por mí a título de iniciativa personal y no como acto de gobierno. Pero, naturalmente, el señor vicepresidente ha sido en todo momento informado de mis actividades y he contado con su franco apoyo en el propósito de procurar la conciliación entre los argentinos. El señor Ministro del Interior fue igualmente informado y exteriorizó iguales sentimientos.

TAMBIÉN EL DOCTOR ALVEAR FORMULÓ DECLARACIONES

A su llegada de Mar del Plata, de donde regresó para conversar hoy con los principales dirigentes de su partido, el jefe del radicalismo, doctor Marcelo T. de Alvear, recibió anoche a cronistas políticos de los diarios metropolitanos, para formularles sus primeras declaraciones acerca del espíritu de lo tratado en su entrevista con el Ministro de Hacienda.

––Cuando se me dijo que el doctor Pinedo quería hablar conmigo y deseaba hacerlo porque entendía que esta situación por que atraviesa el país no puede seguir indefinidamente; que el país no puede continuar en el fraude y la violencia, ya que corremos todos, sin excepción, graves peligros, pues ese sistema acabaría con la ciudadanía, con el espíritu público, con todas las cosas, en fin, que constituyen la esencia de la nacionalidad, acepté entusiasmado, tanto más cuanto que yo vengo señalando desde hace mucho tiempo este grave peligro en lo cual coinciden ahora todos los sectores de la opinión.

Un sistema permanente para conservar situaciones de por sí tambaleantes, para afianzar en el poder a hombres sin prestigio y para impedir que los hombres de verdadera responsabilidad puedan llegar al Gobierno, alejando definitivamente al pueblo de las urnas, me parece una cosa baja y condenable. Lo he dicho en todos los tonos.

Aclaró enseguida que los propósitos de la visita que le hizo el doctor Pinedo han sido mal clasificados, pues no se considera la posibilidad de una tregua política.

––Si me hubieran venido a hablar de “tregua política”, no hubiera escuchado; porque se puede hacer una tregua momentánea, parar las hostilidades para llegar a un tratado de paz. Hubiera sido como el paréntesis en las hostilidades que querían hacer en Europa con motivo de Navidad. Entiendo que puede haber hombres de buena voluntad, bien intencionados, y no le niego a mis adversarios que puedan tener una inteligencia política lo bastante clara como para ver los peligros que acechan a mi país y que puedan sentir un fervor patriótico que los lleve a poner su empeño a fin de evitar esas situaciones extremas. […] En cuanto al Partido Radical, que ha olvidado agravios, que ha olvidado, en homenaje a la tranquilidad y a la concordia de la familia argentina, todos los recursos de violencia que contra él se han esgrimido, ¿cómo no ha de recibir con los brazos abiertos cualquier propósito en tal sentido, sobre todo viniendo de un hombre joven que, apartándose de las divergencias que con él se hayan podido tener, es evidente que su espíritu vibra ante los acontecimientos y percibe no sólo los peligros políticos internos y externos que se ciernen sobre el país, sino la repercusión financiera y económica de esos peligros? […] Creímos que la epidemia del fraude había terminado, pero de pronto aparecen dos focos: Santa Fe y Mendoza. Es como si hubiera habido una epidemia de fiebre amarilla, que se consideraba terminada, y de repente surgiesen nuevos focos de infección. 

Lógicamente, los que creíamos que el país se podía normalizar, nos alarmamos, y creo que el doctor Pinedo, aunque no lo diga, se ha alarmado y busca (en lo que hemos coincidido) el medio de terminar con el fraude y la violencia, y trata de hacer un paréntesis en la actividad política para establecer bases a fin de que los partidos, en una coincidencia, puedan solucionar los grandes problemas políticos […].

Los partidos políticos son una necesidad en una democracia ––expresó también el doctor Alvear––. 

Los partidos deben vivir y subsistir con todas sus características, con todas sus facultades. Las discusiones y las luchas de los partidos deben continuar, porque si no no habría democracia. La conciliación es la muerte de los partidos políticos; puede haber coincidencia de bien público, pero no acuerdo ni conciliación.

Podemos coincidir como en el Parlamento, donde se reúnen los diversos sectores para tratar los problemas que interesan al país. La política es la ciencia de las posibilidades.

Mi larga experiencia me demuestra que, muchas veces, lo que parece más difícil, que son los ideales, se logra admirablemente. Pero al buscar los medios para llegar a esos propósitos, es donde se tropieza con las dificultades. Quiero esperar que el patriotismo de los hombres que componen los partidos políticos, ha de sobreponerse a las situaciones personales en beneficio del interés superior del país. 

Yo, como viejo argentino, a quien, por la ley de la vida, queda ya poco tiempo para estar en su país, me permito llamar la atención a mis compatriotas y decirles:
                                                            
“Señores, mucho cuidado; estáis jugando el destino de la patria. En vuestras manos se halla la solución que requiere con urgencia y patriotismo la República. Haced de las luchas políticas una cuestión secundaria, para que prevalezcan los intereses permanentes de la Nación como cuestión primordial.”.










Fuente: Diario La Nación "Reportaje al Ministro de Hacienda Dr. Federico Pinedo y al titular del Radicalismo Dr. Macelo Torcuato de Alvear, 12 de enero de 1941.

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