De la Torre no ocultaba su devoción por la memoria de Alem.
El hecho de que su nombre cubriera una acción política a su
juicio funesta no lo veló nunca. Referencias frecuentes a actitudes y palabras
suyas y la rectificación espontánea y vehemente de juicios desfavorables
pronunciados en su presencia, evidenciaba que se mantenían intactos los
sentimientos forjados en las grandes horas comunes.
Después del desengaño que le proporciono la campaña de 1916,
reveladora de que la aceptación de la ley Sáenz Peña por los partidos
provinciales no había sido sincera y no reflejaba, contra lo que él supuso, una
evolución hacia practicas políticas honestas, se mantuvo o volvió a la acción cívica
superando intima repugnancia. Vencerla nos impuso a los que seguíamos a su
lado, esfuerzos que sus reacciones solían hacer poco agradables.
Para acercarlo a la acción, cada vez que demostraba interés
por un tema le sugeríamos lo desarrollara en conferencias, seguros que su
renovado contacto con el pueblo lo predisponía favorablemente. Y no nos equivocábamos.
En los últimos años sus referencias a Alem nos permitieron
formularle reiterados pedidos en ese sentido. Hasta ser cargoso, yo insistí
cuanta vez proporciono blanco. Semanas antes de su muerte lo hice con más
calor. Su respuesta, anticipo de su decisión fue:
“Yo ya no tengo tiempo. Hágalo usted que tiene toda la vida por delante”
Tarde advertí porque no tenía tiempo. Todavía una vez más volvió
el tema. El 31 de diciembre despedíamos, en almuerzo muy intimo, el año 1938. Estábamos
a cinco días del ya elegido por el. En el transcurso de la conversación alguien
le recordó que en su juventud había dado una coherencia sobre Verlaine y le pidió
la repitiera:
“No podría hacerlo –dijo dirigiéndose a mi con melancólica sonrisa-, porque antes tendría que dar la que usted me ha pedido sobre Alem”.
“No podría hacerlo –dijo dirigiéndose a mi con melancólica sonrisa-, porque antes tendría que dar la que usted me ha pedido sobre Alem”.
Y como en ese momento se levantaron las copas con augurios
de éxito en las dos que “por eso debía pronunciar”, agregó en el mismo tono:
“Yo no se porque brindo, además de hacerlo por ustedes”.
“Yo no se porque brindo, además de hacerlo por ustedes”.
Una extraña emoción, en la que debió haber algo de
presentimiento nos hizo enmudecer.
Y nos despedimos con inocultable tristeza.
Cinco días después, aquel no muy distante consejo adquirió
el carácter de compromiso ineludible. Ahora procuro cumplirlo.
Fuente: Cien Años: Dos Vidas del Ingeniero Julio A. Noble, Editorial Bases, 1960.
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