Posteriormente, y ya designado candidato a presidente, el
doctor Roque Sáenz Peña me requirió por intermedio del doctor Manuel Paz,
conferenciar respecto a la situación política de la República, que rehusé
reiterando lo que ya habíamos conversado en otras oportunidades, la
incompatibilidad de cualquier comunidad política.
Al conocer mi contestación díjole al doctor Paz, que se daba cuenta que yo
resistía todo propósito de acción conjunta, lo que era lamentable, porque él había
pensado siempre que juntos cambiaríamos la faz de la República.
Pero ante nuevas insistencias que hiciera, asentí a que
conversáramos, y al ofrecerme participación en el gobierno, sin restricción
alguna a los efectos de que yo pudiera realizar todos los bienes que me
proponía para la Nación, pedile que apartara de su pensamiento toda suposición
al respecto, porque eran insalvables mis determinaciones.
Agregándole que lo único que la Unión Cívica reclamaba, eran
comicios honorables y garantidos, sobre la base de la reforma electoral.
El doctor Sáenz Peña no había pensado en esa reforma de
inmediato, sino en. La concurrencia de la Unión Cívica, Radical a la labor del
Gobierno que iba a presidir; pero planteaba la cuestión como indispensable,
para que esta poderosa fuerza saliera de la animada abstención y protesta en
que estaba colocada, convino en ello. Y dándome cuenta de que deseaba hacer
públicos sus ofrecimientos, le insinué que los concretara por escrito si le
parecía bien, para llevarlo a las altas direcciones de la Unión Cívica Radical,
lo que hizo, condensándolo en la forma siguiente, más o menos:
«Que deseando demostrar la decisión que lo animaba para dar
garantías públicas, le ofrecía a la Unión Cívica Radical, participación en los
ministerios e intervención en la reforma electoral que debía llevarse acabo».
La alta dirección contestó sin discrepancia alguna,
rehusando participación en el gobierno, por ser contrario a sus reglas de
conducta, y aceptando la intervención que se le ofrecía en la reforma
electoral.
Fue entonces que entré a dilucidar detenidamente sobre la
nueva legislación indicando todas las disposiciones de que está comprendida,
como las más eficientes contra las inveteradas perversiones en que se realizaba
el ejercicio cívico y democrático de la Nación, desde gran parte de su vida, y
sobre las que ya había deliberado en términos generales, como lo dejó referido
con vuestro ex Presidente en ejercicio entonces de la Presidencia de la Nación,
es decir, en los años 1907 y 1908; siendo todas ellas aceptadas por el doctor
Sáenz Peña, después de ligeras observaciones.
La primera fue sobre el uso del padrón militar, y al
explicarle que el alcance de esa medida no tenía más objeto que el de
contribuir a la mayor seguridad en la legalidad de la inscripción, convino en
ella desde luego.
En cuanto a la intervención de los jueces en la legislación
electoral, me observó que no impresionaba bien esa ingerencia, pero haciéndole
presente que se apercibiera de la trascendencia del pensamiento que teníamos
por delante, que constituía el problema primordial acaso de la honra de los
pueblos, y mucho más el de los regidos por instituciones como las nuestras, sin
cuya base no habrá más honestidad ni legalidad porque ésa es la médula de toda
índole sana y pura de la vida común, como estimulante para todas las rectas y
benéficas acciones; y que no habiendo en la vida pública de esa hora ninguna
otra entidad oficial que ofreciera las garantías conducentes al respecto, era presumible pensar al
menos que los jueces, por su alejamiento de las palpitaciones diarias en la
política, eran los únicos que podrían ofrecerlas.
Por lo que estuvo también de acuerdo, acentuando sus
observaciones únicamente, en lo que se refería a la representación del sistema
proporcional, diciéndome que eso era lo único sobre lo que disentía, porque
estaba seguro que el Congreso no habría de votarlo, y porque él también creía
que el pensamiento constitutivo de la Nación fue siempre el de que hubiera dos
grandes fuerzas nacionales y nada más.
Hícele presente entonces, que no obstante ese raciocinio,
creía que debía darse representación eleccionaria a las minorías, como una
demostración de mayor cultura; y buscando la mejor forma adaptable recordé que
en Inglaterra a través del tiempo, se había fijado las dos terceras partes para
la mayoría y una tercera parte para la minoría, lo que aceptó sin más observación.
Los últimos puntos en que también estuvimos de acuerdo, fue
el del voto universal y obligatorio conviniendo en que el voto público era
inherente a la condición de virtual dignidad ciudadana, pero, considerando que
establecerlo secretó era una medida apropiada e indispensable para iniciar la
verdadera puridad representativa democrática definitiva en la Nación y en
resguardo de todos los ciudadanos que por cualquier circunstancia de
predominios o de precios no pudiendo ejercer con verdadera independencia esos
derechos o estuvieran expuestos a medidas perjudiciales de cualquier sentido,
convinimos en que fuera secreto.
Así terminó la deliberación de los temas principales que
debiera comprender la ley, quedando en que el gobierno le daría la orientación
correspondiente, y sobre la base de que cualquiera que fuera el resultado en el
Congreso de las reformas, el Poder Ejecutivo intervendría todas las provincias
en la hora de la renovación de sus poderes, como la medida lógicamente
indispensable a los efectos de los comicios y la seguridad y tranquilidad de su
concurrencia, fuera con la ley reformada o con la existente o con la de cada
una de las provincias.
Quedó así la expectativa pública a la mira de lo que
resolviera el Congreso, sin mayores probabilidades desde que los proyectos de
reforma enviados por el doctor Figueroa Alcorta —entonces en ejercicio de la
Presidencia de la Nación— no habían sido ni siquiera atendidos.
En ese intervalo se produjeron conflictos internos en el
gobierno de Santa Fe, interviniendo la provincia el Poder Ejecutivo de la
Nación, ante cuya medida la Unión Cívica Radical resolvió concurrir a esos comicios, por
las garantías que le ofrecía la intervención, previo requerimiento al Señor
Presidente, en el sentido de saber si ese acto de gobierno era una simple
medida de complacencia hacia la., Unión Cívica Radical, o realmente el
principio de la política de gobierno prometida a lo que contestó de inmediato
el Señor Presidente, afirmativamente, que era el punto inicial de la intervención
a toda la República.
Y fue entonces cuando la Unión Cívica Radical resolvió
afrontar la contienda triunfando en ella, no obstante todos los inconvenientes
que tuvo que soportar, demostrando que en la abstención como en la acción sus
ensueños patricios hacia las grandes soluciones se mantenían en todo vigor.
Correspondiéndole a Córdoba en el orden correlativo
prefijado la renovación de sus poderes, como la intervención no se hacía
efectiva, no obstante la proximidad de los comicios, la mesa directiva del
Comité Nacional resolvió solicitar audiencia a fin de oír al Señor Presidente
al respecto, quien confirmó la seguridad de que la intervención iría.
Pero, como corrieron los días sin aparecer el decreto
correspondiente, volvió de nuevo la dirección a inquirir del señor Presidente
el apremia de su resolución, porque el retardo había creado una expectativa
dudosa en la opinión de esa provincia, reiterando el Señor Presidente la
seguridad absoluta de la medida; que sería tomada de inmediato.
Ante tan terminantes declaraciones, se trasladó a Córdoba la
representación del Comité Nacional fijada y nos encontramos ya en la tarea de
las instrucciones correspondientes al acto, cuando malhadadamente llegó la
inesperada noticia negativa de que fuimos enterados por la actitud de los
adversarios que salieron a la calle festejando la solución contraria que como
es natural, asombró el ánimo de las direcciones radicales y de la multitud de
delegaciones del interior de la provincia, que se encontraba en los salones del
Comité.
No pudo ser más ingrata la impresión causada en todos,
estando tan convencidos de que asistiríamos a la contienda bajo la garantía de
las autoridades nacionales; pero antes de tomar ninguna medida, resolvimos un
momento de meditación, esperando a la vez que alguna noticia oficial nos
llegara sobre tan sorpresivo cambio, y así se disolvió la asamblea, para volver
a congregarse horas más tarde.
Nuestra primera impresión fue estampar la protesta pública,
pero ante el problema a cuya solución estábamos congregados de tan vital
importancia para la Nación, y bien compenetrados siempre de que las grandes
cuestiones que afectan la vida de los pueblos no deben resolverse por la
incongruencia de trances o percances que se crucen en el camino, sino por la
lógica impertérrita de las leyes naturales y legítimas que fundamentan la vida
de ellos, de acuerdo con esas convicciones, que fueron siempre nuestro credo de
vida, y pensando también en una transición que me ponía en una disidencia tan
inesperada el doctor Sáenz Peña, por las calidades tan correctas que le
reconocía y de las que tantas demostraciones me había dado a través del tiempo,
significándome un aprecio sincero y respetuoso, pues varias veces en el curso
de la vida llegó a mí, siempre con propósitos sanos, no me quedó duda de que
algún suceso de salud, de orden moral o físico, era la causante de tan
inusitada actitud.
Al volver nuevamente al Comité con algunos miembros de la
dirección, sentimos desde la calle una palpitación de vida muy distinta de
aquélla en que lo habíamos dejado, y efectivamente las delegaciones por acción
espontánea, habían reaccionado de tal manera, que nos recibieron expresándonos
el deseo de afrontar los, comicios cualesquiera que fuera el desamparo a que
estuviéramos expuestos.
Expréseles que me llenaba de satisfacción oírles, porque ése
era mi pensamiento, con el cual venía dispuesto a exhortarles en este sentido.
Pero mi determinación tuvo en esos breves momentos de
raciocinio, toda el lógico alcance en el sentido de afrontar de nuevo la
contienda electoral hasta terminarla, cualesquiera que fueran las vicisitudes a
que nos viéramos abocados, y así fijé la ruta que dilucidé detenidamente con
todas las representaciones de la Unión Cívica Radical, hasta la terminación de la
obra.
Referir las irregularidades que a la sombra de la decepción
sufrida y de la impunidad consiguiente debió soportar la Unión Cívica Radical,
no es este limitado espacio el apropiado para hacerlo, pero todas ellas fueron
bien públicas en esa hora y quedaron consignadas en los documentos
correspondientes.
Por las cuales no solamente sufrió la Unión Cívica Radical
en el acto eleccionario las agresiones y fraudulencias de todo orden, sino que,
no obstante ellas, habiendo triunfado en los comicios, lo que era en el
ambiente electoral y público; días después tomaron presos en la noche a todos
los fiscales radicales, que custodiaban las urnas, sin que razones que
expusieran para convencerlos de la misión que estaban ligando, y por otra parte
era bien conocida del gobierno y propia del acto electoral realizado, fueran
óbice para detenerlos en el plan concertado, siendo libertados al siguiente
día, después de haber cometido el manipuleo de las urnas, en el recinto donde
se encontraban —una sección de la Casa de Gobierno— pero que, en la premura con
que debieron proceder, no lo completaron faltándoles un elector en la asamblea,
que nada significó, pues contaba con la impunidad en todas sus resoluciones.
Como la policía de Córdoba no les inspirara mayor confianza,
llevaron de esta Capital cien hombres del Escuadrón de Seguridad, que
extendieron día y noche sobre el Comité Radical, tratando de reprimir la
indignación que la voz de los concurrentes hacía pública ante la falsificación
seguramente consumada.
Todo lo que comprobó e hizo público la Unión Cívica Radical,
indicando hasta las urnas de los pueblos que habían sido violadas, adulterando
el resultado y quedando desde ese momento a la expectativa de la nueva
renovación del período de gobierno, que los puso en descubierto, constatando la
evidencia de dónde habían sido los fraudes, y ganando en esa elección por miles
de votos, porque ya no fue posible un atentado tan descarado como el anterior,
dado que la Unión Cívica Radical había avanzado moral y realmente en su
acentuación por todos los ámbitos de la República y la reforma electoral había
sido sancionada .
No habiendo recibido ninguna comunicación del señor Presidente
de la Nación, resolví a mi vez guardar absoluto silencio, pero un, tiempo
después, encontrándose en Rosario con el doctor Ricardo Caballero, se interesó
vivamente por, saber de mí; y con ese motivo la conversación se refirió a
Córdoba, sobre el cual el Sr. Presidente trató de explicarse diciendo que no
había mandado la intervención, porque el partido adversario al nuestro le
imputaba que con esa medida quedaba entregado a los radicales, pero el doctor
Caballero le observó la falta de fundamento al respecto, puesto que la
autoridad nacional iba allí, como estaba resuelto, a garantizar y asegurar la
tranquilidad y el orden del acto comicial en igualdad de condiciones para todos
los concurrentes.
El señor Presidente concluyó expresándole el deseo de que,
al menos, yo supiera que esa omisión le había causado muchas amarguras y
desvelos.
Sobre lo que no me quedó duda alguna, confirmándose el
juicio de que razones del carácter a que me he referido lo hubieran inducido a
obrar de distinta manera de lo que había prometido con tanta decisión y sanidad
de propósitos.
Así debimos asumir también, en las mismas condiciones de
desamparo, la contienda renovadora del Poder Ejecutivo de Entre Ríos, en donde,
justo es decirlo, fueron respetados por el gobierno, su partido y la prensa sin
irreverencias algunas, y en general también en los comicios, siendo proclamado
el mismo día de la elección el triunfo de la Unión Cívica Radical, y aceptado
por los adversarios sin hesitación alguna, lo que me es satisfactorio dejarlo
confirmado, como lo dije entonces.
Los esfuerzos subsiguientes se extendieron luego sobre la
elección presidencial, como la culminación de las pruebas decisivas y
concluyentes que debieran de llenar de claridades infinitas todos los
horizontes sin garantías algunas. Así quedó extinguida toda una época de
desdoros y descréditos que tan enormes daños y perjuicios causaron a la Nación,
por el empuje incontrastable y el impulso poderoso de una ética política cuyos
rasgos de luz vivificante perdurarán mientras la patria tenga vida en la
eternidad.
Fuente: Seleccion del V Escrito de Defensa ante la Corte Suprema de la Nacion del ex Presidente Dr. Hipolito Yrigoyen, 8 de septiembre de 1931.
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