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viernes, 25 de marzo de 2016

Hipólito Yrigoyen: "Conferencias con el Presidente Saenz Peña" (mayo de 1910)

Posteriormente, y ya designado candidato a presidente, el doctor Roque Sáenz Peña me requirió por intermedio del doctor Manuel Paz, conferenciar respecto a la situación política de la República, que rehusé reiterando lo que ya habíamos conversado en otras oportunidades, la incompatibilidad de cualquier comunidad  política. Al conocer mi contestación díjole al doctor Paz, que se daba cuenta que yo resistía todo propósito de acción conjunta, lo que era lamentable, porque él había pensado siempre que juntos cambiaríamos la faz de la República.

Pero ante nuevas insistencias que hiciera, asentí a que conversáramos, y al ofrecerme participación en el gobierno, sin restricción alguna a los efectos de que yo pudiera realizar todos los bienes que me proponía para la Nación, pedile que apartara de su pensamiento toda suposición al respecto, porque eran insalvables mis determinaciones.

Agregándole que lo único que la Unión Cívica reclamaba, eran comicios honorables y garantidos, sobre la base de la reforma electoral.

El doctor Sáenz Peña no había pensado en esa reforma de inmediato, sino en. La concurrencia de la Unión Cívica, Radical a la labor del Gobierno que iba a presidir; pero planteaba la cuestión como indispensable, para que esta poderosa fuerza saliera de la animada abstención y protesta en que estaba colocada, convino en ello. Y dándome cuenta de que deseaba hacer públicos sus ofrecimientos, le insinué que los concretara por escrito si le parecía bien, para llevarlo a las altas direcciones de la Unión Cívica Radical, lo que hizo, condensándolo en la forma siguiente, más o menos:

«Que deseando demostrar la decisión que lo animaba para dar garantías públicas, le ofrecía a la Unión Cívica Radical, participación en los ministerios e intervención en la reforma electoral que debía llevarse acabo».

La alta dirección contestó sin discrepancia alguna, rehusando participación en el gobierno, por ser contrario a sus reglas de conducta, y aceptando la intervención que se le ofrecía en la reforma electoral.

Fue entonces que entré a dilucidar detenidamente sobre la nueva legislación indicando todas las disposiciones de que está comprendida, como las más eficientes contra las inveteradas perversiones en que se realizaba el ejercicio cívico y democrático de la Nación, desde gran parte de su vida, y sobre las que ya había deliberado en términos generales, como lo dejó referido con vuestro ex Presidente en ejercicio entonces de la Presidencia de la Nación, es decir, en los años 1907 y 1908; siendo todas ellas aceptadas por el doctor Sáenz Peña, después de ligeras observaciones.

La primera fue sobre el uso del padrón militar, y al explicarle que el alcance de esa medida no tenía más objeto que el de contribuir a la mayor seguridad en la legalidad de la inscripción, convino en ella desde luego.

En cuanto a la intervención de los jueces en la legislación electoral, me observó que no impresionaba bien esa ingerencia, pero haciéndole presente que se apercibiera de la trascendencia del pensamiento que teníamos por delante, que constituía el problema primordial acaso de la honra de los pueblos, y mucho más el de los regidos por instituciones como las nuestras, sin cuya base no habrá más honestidad ni legalidad porque ésa es la médula de toda índole sana y pura de la vida común, como estimulante para todas las rectas y benéficas acciones; y que no habiendo en la vida pública de esa hora ninguna otra entidad oficial que ofreciera las garantías conducentes al respecto, era presumible pensar al menos que los jueces, por su alejamiento de las palpitaciones diarias en la política, eran los únicos que podrían ofrecerlas.

Por lo que estuvo también de acuerdo, acentuando sus observaciones únicamente, en lo que se refería a la representación del sistema proporcional, diciéndome que eso era lo único sobre lo que disentía, porque estaba seguro que el Congreso no habría de votarlo, y porque él también creía que el pensamiento constitutivo de la Nación fue siempre el de que hubiera dos grandes fuerzas nacionales y nada más.

Hícele presente entonces, que no obstante ese raciocinio, creía que debía darse representación eleccionaria a las minorías, como una demostración de mayor cultura; y buscando la mejor forma adaptable recordé que en Inglaterra a través del tiempo, se había fijado las dos terceras partes para la mayoría y una tercera parte para la minoría, lo que aceptó sin más observación.

Los últimos puntos en que también estuvimos de acuerdo, fue el del voto universal y obligatorio conviniendo en que el voto público era inherente a la condición de virtual dignidad ciudadana, pero, considerando que establecerlo secretó era una medida apropiada e indispensable para iniciar la verdadera puridad representativa democrática definitiva en la Nación y en resguardo de todos los ciudadanos que por cualquier circunstancia de predominios o de precios no pudiendo ejercer con verdadera independencia esos derechos o estuvieran expuestos a medidas perjudiciales de cualquier sentido, convinimos en que fuera secreto.

Así terminó la deliberación de los temas principales que debiera comprender la ley, quedando en que el gobierno le daría la orientación correspondiente, y sobre la base de que cualquiera que fuera el resultado en el Congreso de las reformas, el Poder Ejecutivo intervendría todas las provincias en la hora de la renovación de sus poderes, como la medida lógicamente indispensable a los efectos de los comicios y la seguridad y tranquilidad de su concurrencia, fuera con la ley reformada o con la existente o con la de cada una de las provincias.

Quedó así la expectativa pública a la mira de lo que resolviera el Congreso, sin mayores probabilidades desde que los proyectos de reforma enviados por el doctor Figueroa Alcorta —entonces en ejercicio de la Presidencia de la Nación— no habían sido ni siquiera atendidos.

En ese intervalo se produjeron conflictos internos en el gobierno de Santa Fe, interviniendo la provincia el Poder Ejecutivo de la Nación, ante cuya medida la Unión Cívica Radical resolvió concurrir a esos comicios, por las garantías que le ofrecía la intervención, previo requerimiento al Señor Presidente, en el sentido de saber si ese acto de gobierno era una simple medida de complacencia hacia la., Unión Cívica Radical, o realmente el principio de la política de gobierno prometida a lo que contestó de inmediato el Señor Presidente, afirmativamente, que era el punto inicial de la intervención a toda la República.

Y fue entonces cuando la Unión Cívica Radical resolvió afrontar la contienda triunfando en ella, no obstante todos los inconvenientes que tuvo que soportar, demostrando que en la abstención como en la acción sus ensueños patricios hacia las grandes soluciones se mantenían en todo vigor.

Correspondiéndole a Córdoba en el orden correlativo prefijado la renovación de sus poderes, como la intervención no se hacía efectiva, no obstante la proximidad de los comicios, la mesa directiva del Comité Nacional resolvió solicitar audiencia a fin de oír al Señor Presidente al respecto, quien confirmó la seguridad de que la intervención iría.

Pero, como corrieron los días sin aparecer el decreto correspondiente, volvió de nuevo la dirección a inquirir del señor Presidente el apremia de su resolución, porque el retardo había creado una expectativa dudosa en la opinión de esa provincia, reiterando el Señor Presidente la seguridad absoluta de la medida; que sería tomada de inmediato.

Ante tan terminantes declaraciones, se trasladó a Córdoba la representación del Comité Nacional fijada y nos encontramos ya en la tarea de las instrucciones correspondientes al acto, cuando malhadadamente llegó la inesperada noticia negativa de que fuimos enterados por la actitud de los adversarios que salieron a la calle festejando la solución contraria que como es natural, asombró el ánimo de las direcciones radicales y de la multitud de delegaciones del interior de la provincia, que se encontraba en los salones del Comité.

No pudo ser más ingrata la impresión causada en todos, estando tan convencidos de que asistiríamos a la contienda bajo la garantía de las autoridades nacionales; pero antes de tomar ninguna medida, resolvimos un momento de meditación, esperando a la vez que alguna noticia oficial nos llegara sobre tan sorpresivo cambio, y así se disolvió la asamblea, para volver a congregarse horas más tarde.

Nuestra primera impresión fue estampar la protesta pública, pero ante el problema a cuya solución estábamos congregados de tan vital importancia para la Nación, y bien compenetrados siempre de que las grandes cuestiones que afectan la vida de los pueblos no deben resolverse por la incongruencia de trances o percances que se crucen en el camino, sino por la lógica impertérrita de las leyes naturales y legítimas que fundamentan la vida de ellos, de acuerdo con esas convicciones, que fueron siempre nuestro credo de vida, y pensando también en una transición que me ponía en una disidencia tan inesperada el doctor Sáenz Peña, por las calidades tan correctas que le reconocía y de las que tantas demostraciones me había dado a través del tiempo, significándome un aprecio sincero y respetuoso, pues varias veces en el curso de la vida llegó a mí, siempre con propósitos sanos, no me quedó duda de que algún suceso de salud, de orden moral o físico, era la causante de tan inusitada actitud.

Al volver nuevamente al Comité con algunos miembros de la dirección, sentimos desde la calle una palpitación de vida muy distinta de aquélla en que lo habíamos dejado, y efectivamente las delegaciones por acción espontánea, habían reaccionado de tal manera, que nos recibieron expresándonos el deseo de afrontar los, comicios cualesquiera que fuera el desamparo a que estuviéramos expuestos.

Expréseles que me llenaba de satisfacción oírles, porque ése era mi pensamiento, con el cual venía dispuesto a exhortarles en este sentido.

Pero mi determinación tuvo en esos breves momentos de raciocinio, toda el lógico alcance en el sentido de afrontar de nuevo la contienda electoral hasta terminarla, cualesquiera que fueran las vicisitudes a que nos viéramos abocados, y así fijé la ruta que dilucidé detenidamente con todas las representaciones de la Unión Cívica Radical, hasta la terminación de la obra.

Referir las irregularidades que a la sombra de la decepción sufrida y de la impunidad consiguiente debió soportar la Unión Cívica Radical, no es este limitado espacio el apropiado para hacerlo, pero todas ellas fueron bien públicas en esa hora y quedaron consignadas en los documentos correspondientes.

Por las cuales no solamente sufrió la Unión Cívica Radical en el acto eleccionario las agresiones y fraudulencias de todo orden, sino que, no obstante ellas, habiendo triunfado en los comicios, lo que era en el ambiente electoral y público; días después tomaron presos en la noche a todos los fiscales radicales, que custodiaban las urnas, sin que razones que expusieran para convencerlos de la misión que estaban ligando, y por otra parte era bien conocida del gobierno y propia del acto electoral realizado, fueran óbice para detenerlos en el plan concertado, siendo libertados al siguiente día, después de haber cometido el manipuleo de las urnas, en el recinto donde se encontraban —una sección de la Casa de Gobierno— pero que, en la premura con que debieron proceder, no lo completaron faltándoles un elector en la asamblea, que nada significó, pues contaba con la impunidad en todas sus resoluciones.

Como la policía de Córdoba no les inspirara mayor confianza, llevaron de esta Capital cien hombres del Escuadrón de Seguridad, que extendieron día y noche sobre el Comité Radical, tratando de reprimir la indignación que la voz de los concurrentes hacía pública ante la falsificación seguramente consumada.

Todo lo que comprobó e hizo público la Unión Cívica Radical, indicando hasta las urnas de los pueblos que habían sido violadas, adulterando el resultado y quedando desde ese momento a la expectativa de la nueva renovación del período de gobierno, que los puso en descubierto, constatando la evidencia de dónde habían sido los fraudes, y ganando en esa elección por miles de votos, porque ya no fue posible un atentado tan descarado como el anterior, dado que la Unión Cívica Radical había avanzado moral y realmente en su acentuación por todos los ámbitos de la República y la reforma electoral había sido sancionada .

No habiendo recibido ninguna comunicación del señor Presidente de la Nación, resolví a mi vez guardar absoluto silencio, pero un, tiempo después, encontrándose en Rosario con el doctor Ricardo Caballero, se interesó vivamente por, saber de mí; y con ese motivo la conversación se refirió a Córdoba, sobre el cual el Sr. Presidente trató de explicarse diciendo que no había mandado la intervención, porque el partido adversario al nuestro le imputaba que con esa medida quedaba entregado a los radicales, pero el doctor Caballero le observó la falta de fundamento al respecto, puesto que la autoridad nacional iba allí, como estaba resuelto, a garantizar y asegurar la tranquilidad y el orden del acto comicial en igualdad de condiciones para todos los concurrentes.

El señor Presidente concluyó expresándole el deseo de que, al menos, yo supiera que esa omisión le había causado muchas amarguras y desvelos.

Sobre lo que no me quedó duda alguna, confirmándose el juicio de que razones del carácter a que me he referido lo hubieran inducido a obrar de distinta manera de lo que había prometido con tanta decisión y sanidad de propósitos.

Así debimos asumir también, en las mismas condiciones de desamparo, la contienda renovadora del Poder Ejecutivo de Entre Ríos, en donde, justo es decirlo, fueron respetados por el gobierno, su partido y la prensa sin irreverencias algunas, y en general también en los comicios, siendo proclamado el mismo día de la elección el triunfo de la Unión Cívica Radical, y aceptado por los adversarios sin hesitación alguna, lo que me es satisfactorio dejarlo confirmado, como lo dije entonces.

Los esfuerzos subsiguientes se extendieron luego sobre la elección presidencial, como la culminación de las pruebas decisivas y concluyentes que debieran de llenar de claridades infinitas todos los horizontes sin garantías algunas. Así quedó extinguida toda una época de desdoros y descréditos que tan enormes daños y perjuicios causaron a la Nación, por el empuje incontrastable y el impulso poderoso de una ética política cuyos rasgos de luz vivificante perdurarán mientras la patria tenga vida en la eternidad.










Fuente: Seleccion del V Escrito de Defensa ante la Corte Suprema de la Nacion del ex Presidente Dr. Hipolito Yrigoyen, 8 de septiembre de 1931.






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