De los primeros sesenta días del gobierno presidido por el
doctor Fernando de la Rúa resaltan dos características muy visibles. La
primera, que con una especial capacidad de mando y una natural predisposición
al diálogo, el jefe del Estado ha convertido en fortaleza lo que parecía una
extrema debilidad, esto es, la presencia de actores políticos en el Senado, en
las provincias y en los gremios, por caso, de pertenencia a la oposición. La
segunda, la impronta de un estilo austero, cristalino, que marca un claroscuro absoluto
con lo vivido en la época pasada.
Sin embargo, lo antedicho configura sólo la corteza, la
superficie pero no el núcleo central de sus políticas. La verdadera esencia de
los pilares del gobierno de la Alianza en estos primeros dos meses, y que
significará seguramente su filosofía para los años venideros, es la
reconstrucción del diálogo generador del consenso como método para la
sustentación del Estado legítimo, y desde luego la recreación de la política,
que es su piedra basamental. El pensamiento de Nicolás Tenzer cobra al respecto
especial significación, cuando decía que "la política, a la hora en que se
disuelven las comunidades tradicionales, es fundamentalmente el establecimiento
de una comunicación entre el ciudadano, es decir, de una discusión guiada por
principios comunes, el primero de los cuales es el consenso sobre la necesidad
de edificar una sociedad política".
Esto se enlaza con las especiales circunstancias que está
viviendo la Argentina, que reclama, como se ha señalado en un editorial de este
diario, una revolución ética, en tanto que algunos dirigentes que aún viven en
el pasado escépticamente entienden que la corrupción de los gobiernos se
mantendrá para siempre, pues tiene la edad de Cristo.
La ética no está constituida exclusivamente por conductas
intachables, que desde luego son imprescindibles, sino también por políticas
activas que acerquen la economía a esa ética, justamente lo que se propone el
gobierno con una política impositiva muy dura para los contribuyentes, pero que
al par de procurar enjugar el déficit fiscal pretende permitir que la vivienda
llegue a los sectores más postergados -entre los que aparece hoy dramáticamente
la clase media-, que la cobertura médica sea para todos, que desaparezca el
hambre, que exista realmente igualdad de oportunidades en la educación y se dé
un impulso definitivo a las pequeñas y medianas empresas, tanto agropecuarias
cuanto industriales, y al cooperativismo, dentro de un marco social y de crecimiento
progresista con un fuerte esfuerzo por recuperar la capacidad de decisión
nacional, abandonada como tantas otras cosas en el período que siguió al fin
del Estado gestionario, pero que terminó en un Estado engordado, fofo, inútil,
sin funciones, tan siquiera las de un control ordenado, convencidos sus
ejecutores de que bastaba seguir fielmente los postulados de la revolución
conservadora dictados por los países centrales dentro de la filosofía de la
cultura de la satisfacción, que tan certeramente definió John Kenneth
Galbraith.
Precisamente este autor norteamericano es quien permite
desentrañar la esencia de la política impositiva del gobierno, dolorosa, sí,
pero enderezada a los grandes fines que permitan finalmente a los argentinos
darnos un modelo de desarrollo económico y social ausente a través de la
historia. Dice Galbraith que "el único plan eficaz para reducir la
desigualdad de rentas inherente al capitalismo es el impuesto progresivo sobre
la renta; nada ha contribuido en la era de la satisfacción con más fuerza a la
desigualdad de las rentas que la reducción de impuestos a los ricos; nada
contribuiría tanto, como ya se ha dicho, a la tranquilidad social como unos
gritos de angustia de los muy ricos".
Me parece que vamos por ese camino: los satisfechos -me refiero a la íntima satisfacción interior- hoy somos los que creemos que sólo el progreso y la eliminación de las desigualdades permitirán la subsistencia de un proyecto de país encaminado a un capitalismo social de ancha base, que elimine los factores de alteración de paz social, aquellos que abren camino al extremismo. De la Rúa y su gabinete altamente jerarquizado deberán ser los protagonistas de ese cambio tan auspicioso como necesario.
Fuente: Reconstruir el Estado legitimo por el ex Presidente de la Nacion Dr. Raúl Alfonsin para La Nacion publicado el 10 de febrero de 2000.
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