Los pueblos modernos aspiran ardorosamente a ser libres porque comprenden que sólo en la libertad puede fundarse la gloria que deslumbra y la grandeza que impone, porque comprenden que la libertad debe ser el alma de las naciones, la estrella más digna de resplandecer constantemente sobre la frente de los hombres.
Pero la libertad es un don precioso del cielo cuya posesión se adquiere haciendo sacrificios gigantescos, superando obstáculos tremendos; venciendo dificultades arredradoras, porque sólo así se demuestra espléndidamente que hay bastante virtud en las almas y suficiente decisión en los corazones para merecer su conquista que dignifica y hacerla salir triunfante en todas las vicisitudes de la vida.
Los hombres inmortales que llevaron a cabo el gigantesco pensamiento de la grandiosa epopeya de 1810 se hicieron acreedores a la libertad porque revelaron al mundo con su abnegación heroica y sus virtudes acrisoladas que eran dignos de ser libres.
Ellos derramaron su sangre generosa en cien campos de batalla y por todo el continente sudamericano para formar la hermosa patria Argentina y realizar la idea brillante que acariciaban en su mente. Después de haber dedicado toda su existencia y sacrificado su tranquilidad por llevar a cabo esa aspiración constante que agitaba sus almas, murieron con gloria, legándola a la generación venidera como testamento sagrado, cuyo cumplimiento era una honrosa tarea para sus descendientes.
¿Hemos emprendido los que nos llamamos hijos de aquellos insignes varones la realización de ese testamento sagrado?
¿Hemos acaso completado la obra que ellos principiaron con tanto heroísmo, abnegación y sacrificio?
Cincuenta años de continuo desorden, de desenfrenada licencia, de agitaciones terribles, de luchas fraticidas, en donde se ha derramado estérilmente la sangre de los argentinos, responden que no.
Y la historia, espejo donde se reproducen todos los movimientos de los pueblos, nos demuestra que se proclama una verdad evidente cuando dice: que si nuestros padres conquistaron la libertad porque fueron grandes, sus hijos no hemos sabido sostenerla, porque en vez de ejercer espontáneamente los derechos que a todo ciudadano digno le corresponden, nos arrojamos indolentes en brazos de los déspotas y de los caudillos.
¿Permitiremos los que tenemos el honor de pertenecer a la nueva generación que se levanta, que esta verdad dolorosa demostrada por la historia sea eterna?
¡Qué! ¿No tememos acaso que el juicio de todos los pueblos del mundo sea para nosotros una dura reconvención y un amargo reproche?
¿Por qué los que nos llamamos descendientes de los héroes de Mayo, hemos llegado al sombrío olvido del testamento sagrado?
¿Por qué deponemos con ignorancia nuestros derechos generales en el raquítico poder de los pequeños círculos, cuya satánica influencia ha impedido por cincuenta años que se realicen los brillantes destinos reservados a las Repúblicas del Plata? ¿Qué se ha hecho del espíritu público que es la expresión más generosa y elevada del amor a la patria? ¿No tenemos acaso la suficiente fuerza para cumplir los deberes que impone la democracia y para ejercitar los derechos que nos otorga la libertad?
Sí, por nuestra dignidad debemos cumplir con deberes tan sagrados, porque sólo así conseguiremos que el distintivo del ciudadano no sea un mero adorno.
Debemos todos con voluntad incontrastable defender una hermosísima causa, la causa de la patria, y contribuir como miembros de la nueva generación a levantar bien alta una gran bandera, la bandera de la Nación Argentina, que representa todas nuestras honrosas tradiciones.
Debemos tender, poniendo todos los esfuerzos de nuestra parte, al triunfo verdadero de la libertad, de la justicia, de la igualdad, cuya luz debería siempre iluminar el horizonte de los pueblos.
Debemos propender a vivir en la vida democrática, que requiere necesariamente el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los deberes. Debemos propender a afianzar la paz, el orden, la tranquilidad de la República, sosteniendo con cultura y dignidad todo lo que la Constitución Argentina sostiene y proclama.
¿Cuál es el primero y más importante de los derechos que la Constitución acuerda al ciudadano? El derecho electoral.
Los que formamos el 'Club Igualdad' pues, nos presentamos al pueblo de Buenos Aires invitando a formar parte de este centro de asociación en el cual al calor de ideas eminentemente nacionalistas trataremos de llevar a cabo el ejercicio del derecho electoral, monopolizado hoy por círculos estrechos y cuyo cumplimiento al mismo tiempo de ser el más sagrado para un ciudadano es el que más trascendencia tiene en las repúblicas democráticas.
Concurriendo todos a las urnas electorales conseguiremos llevar a los puestos públicos a hombres que, representando realmente a las mayorías, sigan las inspiraciones al dirigir sus destinos.
Del ejercicio de este derecho sagrado depende casi exclusivamente la prosperidad y la grandeza de la Patria, porque sólo existen la patria y la confianza en la paz, a cuya sombra progresaremos cuando los que nos dirijan sean elegidos por el pueblo y no por círculos pequeños que realizan sus ambiciones bastardas por la intriga y el maquiavelismo.
Todos los ciudadanos de cualquier color político y posición social que sean están llamados a ser miembros del 'Club Igualdad'.
Todos los hombres independientes, que tengan el honor de pertenecer a la República Argentina y que sientan agitarse su corazón al impulso del amor a la patria pueden concurrir a formar parte en esta Asociación, cuyo programa en definitiva puede ser contenido en los siguientes principios:
-Defender la libertad civil y política en todas sus aplicaciones variadas y en todas sus tendencias progresistas.
-Sostener con esforzado y varonil espíritu la libertad de conciencia, que se deprime en los solemnes y críticos momentos por que pasa la República.
-Por último: sostener la moral, la virtud y la religión como condiciones necesarias para alcanzar la brillante conquista de la democracia.
Los principios que el 'Club Igualdad' sostiene son luminosos. Hacen de la constitución Argentina una verdadera práctica en su tendencia marcada y su aspiración ardiente. Sólo cuando ese hermoso Código sea cumplido en todos sus puntos existirán de hecho la libertad, la justicia, el progreso y la civilización.
Fuente: “Alem, informe sobre la frustración argentina”, César Augusto Cabral, A. Peña Lillo editor, Bs. As., 1967, págs. 100-104 aporte de Marcos Funes Presidente de la Fundación Amadeo Sabattini.
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