En una reciente entrevista que me hizo el diario PERFIL
destaqué que la memoria de los Kirchner de los años 70 es muy selectiva y se
enfoca en los actos represivos de los militares y sus víctimas e ignora a las
víctimas de los otros grupos organizados que utilizaron la violencia para sus
fines políticos. El 15 de julio es una fecha propicia para recordar un episodio
que se produjo hace 36 años, en 1974, cuando dos jóvenes montoneros se
aproximaron al doctor Arturo Mor Roig, que comía en un restaurante de San
Justo, lo acribillaron para privarlo del más básico de los derechos humanos, su
vida, y se alejaron tranquilamente sin que nunca hayan sido detenidos por su
acción. Dado que Mor Roig era en ese momento un ciudadano particular que
trabajaba como abogado de una compañía con sede en San Justo, ¿por qué fue
elegido por Montoneros para ser asesinado? La respuesta, tal vez, reside en que
la dirigencia de Montoneros pensó que la indignación generada por un acto de
este tipo podría intimidar aun más al tambaleante gobierno de Isabel Perón. Ya
habían hecho algo similar en septiembre de 1973, poco después de la elección de Perón a la Presidencia, cuando
asesinaron a su mano derecha, el líder de la CGT, José Rucci. Pero el veterano
líder los enfrentó y finalmente rompió con Montoneros en mayo de 1974. Tras la
muerte de Perón, el 1º de julio de ese año, la llegada a la Presidencia de su
poco experimentada y más maleable viuda ofreció a la guerrilla una nueva
oportunidad para actuar. El asesinato de Mor Roig, apenas dos semanas después
de la asunción de Isabel Perón, puede ser visto como parte de un plan para
demostrar su poder y extorsionar al gobierno. Pero, ¿por qué Mor Roig? ¿Por qué
importa su muerte? Como afirmé antes, era en ese momento un ciudadano
particular tratando de ganarse la vida. Sospecho que Montoneros lo eligió para
ser asesinado por lo que su carrera pública simbolizaba. Tanto como presidente
de la Cámara de Diputados durante la presidencia de Illia (1963-1966), o como
ministro del Interior en el gobierno militar de Alejandro Lanusse (1971-1973),
Mor Roig creyó firmemente en el uso del compromiso para construir consenso. Fue
él quien persuadió a Lanusse para adoptar el GAN, un plan político que previó
un acuerdo entre varias fuerzas políticas –incluidos los peronistas– para hacer
una serie de reformas políticas y constitucionales que pavimentarían el camino
para celebrar elecciones y el establecimiento de un régimen democrático
estable. Para vencer la resistencia de los militares, el plan exigía la elección
de un candidato presidencial consensuado por un período transicional de cuatro
años en un programa de gobierno que el conjunto de partidos aprobara.
Desafortunadamente para el plan, Mor Roig y Lanusse habían
subestimado el soporte permanente a Perón y la lealtad de los sectores
políticos y obreros del movimiento peronista; y subestimaron, además –dada la
edad y los problemas de salud del general– la determinación del líder en el
exilio de desbaratar sus planes. El rechazó la propuesta de desanimar las acciones
cada vez más violentas que estaban tomando los grupos guerrilleros que decían
ser sus seguidores. Es más: más allá del decreto del gobierno militar que
hacían inelegibles tanto a él como a Lanusse para presentarse a la candidatura
presidencial, el regreso sorpresivo de Perón a la Argentina ayudó a organizar
una coalición de partidos y eligió a un seguidor leal, Héctor Cámpora, para ser
su reemplazo como candidato a presidente para el 11 de marzo de 1973.
En enero del ’73, dados los varios indicios del triunfo
seguro del Frejuli, el presidente Lanusse convocó a su ministro del Interior en
la residencia de Chapadmalal. Allí
revisó la situación con Mor Roig y le preguntó si le estaban haciendo “mal al
país” en seguir adelante con las elecciones. La respuesta de Mor Roig fue: “Sí,
pero le haríamos algo peor si las parásemos”.
En las semanas subsiguientes, Lanusse estaba bajo presión de
sectores militares que le pedían posponer las elecciones, pero eligió hacerle
caso a su ministro. Mor Roig es quien merece mucho del crédito –o la culpa– por
el regreso de los peronistas al poder tras 18 años, no por acción
revolucionaria sino a través de las urnas.
Las elecciones de 1973 no generaron ese régimen democrático
estable al que Mor Roig aspiraba. Los años que siguieron vieron al país
sumergirse en la violencia con la mayor pérdida de vidas por conflictos civiles
desde el siglo XIX. Muchas de estas pérdidas vinieron tras el golpe militar de
1976 por la represión inhumana que emplearon ante los
“subversivos”.
Los Kirchner y los militantes por los derechos humanos tienen derecho a erigir monumentos que rinden homenaje a esas víctimas; pero la opinión pública también tiene derecho a saber que ellos no fueron las únicas víctimas de la violencia política. Una historia fehaciente de los 70 no puede ignorar la muerte de Arturo Mor Roig o de otras víctimas inocentes de la locura política que tomó posesión de las mentes de los jóvenes y los llevó a creer que tenían derecho a matar.
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