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viernes, 29 de enero de 2016

Raúl Alfonsín: "Crisis y fin de la Alianza" (22 y 23 de diciembre de 2001)

Sr. Presidente (Maqueda). -- Tiene la palabra el señor senador Alfonsín.

Sr. senador Alfonsín. -- Señor presidente: tengo entendido que tengo la posibilidad de hablar durante quince minutos porque completaría diez y, además, utilizaría mis cinco minutos.

Sr. Presidente (Maqueda). -- Exactamente, señor senador.

Sr. senador Alfonsín. -- Señor presidente: creo que muy pocas veces hemos vivido circunstancias como las actuales. Lo digo yo que, como ustedes saben perfectamente, dejé el poder antes de la finalización de mi mandato. Había asumido en default y entregué en default.

Circunstancias adversas que se producían en el mundo, a pesar de la solidaridad que en situaciones realmente difíciles y graves sentimos de todos los partidos, impidieron que pudiéramos realizar todo lo que queríamos para con nuestro pueblo, aunque pienso que nadie podrá decir que di un solo paso en contra de lo que había pretendido realizar, como lo había dicho en todas las exposiciones realizadas en las distintas tribunas. Pienso que no todos están pudiendo decir lo mismo.

Pero me interesa, para estar a la altura de esta responsabilidad extraordinaria que asumimos, poner de relieve que nosotros hemos tenido una historia trágica en la Argentina.

Tardamos cincuenta años para organizarnos --de 1810 a 1860--. Después, otros cincuenta años para que se cumpliera --en el aspecto electoral, por lo menos-- la Constitución Nacional, hasta el 16. Luego, un interregno hasta el 30. Y de allí en adelante, fraude, gobiernos democráticos, golpes de Estado, pretensiones hegemónicas, pero siempre negativas irreductibles entre nosotros, que una y otra vez conspiraron contra la necesidad que sentíamos y teníamos de lograr la unión nacional.

No voy a hacer hoy un discurso contra nadie ni en defensa de nadie. Y cuando digo "contra nadie" quiero decir que trato de hacer un esfuerzo de prudencia frente a lo que acabamos de escuchar.

Sí creo que es bueno que todos nosotros --los radicales, los peronistas y todos en general--, pensemos en esta circunstancia que parece habernos llevado a situaciones cada vez más difíciles en la Argentina.

El gobierno actual debió hacer frente a circunstancias tremendas, porque el neoliberalismo lleva una fuerza inercial muy dura y porque a veces toma medidas irreversibles, porque el Estado estaba debilitado, porque el fundamentalismo de mercado había triunfado, porque estábamos perdiendo la batalla cultural y porque el neoliberalismo se globalizaba con todos sus problemas.

Es muy cierto que no se pudieron solucionar problemas fundamentales, como lo reclamaba legítimamente el pueblo argentino. Pero hubo el respeto más irrestricto por las libertades y la recuperación de la República.

Creo que es bueno que haga una reflexión, con todo respeto, si se me permite. Cuando aparece en la vida pública el peronismo, nosotros, los radicales, que habíamos luchado siempre para concretar al mismo tiempo --esa era por lo menos nuestra utopía-- la libertad y la igualdad, es cierto que pusimos más acento en la libertad.

Pero también es cierto que muchos vinieron a ayudarnos no porque pensaran en la libertad sino porque querían frenar el avance social que, sin duda alguna, venía a realizar el peronismo. Lo puedo decir yo con mis años, lo puede decir el trabajador, el leñador del Chaco, el trabajador de la Patagonia, el pescador del Atlántico, el peón ganadero de la Cordillera o el de la precordillera. En todas partes se luchó en ese tiempo por dignificar a la mujer y al hombre argentinos. Pero se olvidó de la libertad, señor presidente.

Parece mentira, cuando uno recuerda los tiempos de su lucha joven, tener que recordar que un opositor no podía llegar a una radio, que se enseñaba a leer a nuestros hijos con libros de propaganda política, hecho que fue creando climas de negativas irreductibles.

(Manifestaciones en las galerías.)

Sr. Presidente (Maqueda). -- Por favor, silencio.

Sr. senador Alfonsín. -- Digamos toda la verdad.

Así como comienzo por reconocer que entre quienes nos ayudaron no estuvieron todos los que luchaban por la libertad, también pienso, señor presidente, que entre los que ayudaron al peronismo no todos llegaron para producir ese avance social sino para seguir formas de gobierno que provenían, en algunos casos, de la época del fraude y que tenían un sentido que si bien no era autoritario, por lo menos era hegemónico.

Esta es nuestra historia; no se puede negar. Todos somos responsables de ella, como aquí se ha dicho reiteradamente. Hemos llegado a esta situación, en la que hemos perdido gran capacidad de decisión nacional, en la que el Estado se ha debilitado, porque decisiones fundamentales se toman afuera del país y porque los lobbies empresarios de un capitalismo concentrado, a veces, durante muchos años, han tenido más fuerza que todo el gobierno representativo.

Resulta muy claro, por otra parte, que venimos de sufrir cuatro años de recesión que nos han llevado a una situación casi inaguantable para el pueblo argentino. Es muy cierto que no se lograron solucionar todos estos problemas y que hoy nos encontramos en una situación extrema de pobreza, con exclusión fuerte, con injusticias sociales tremendas, con índices de desocupación desconocidos. Todo esto es cierto.

Además, en el mundo se genera un proceso de recesión. Esa recesión se ha iniciado y ha sido reconocida en los Estados Unidos de América y seguramente cada uno de los Estados desarrollados procurará que el esfuerzo recaiga más sobre los países en desarrollo, porque esa globalización que no es solidaria produce más desigualdades entre los países y más desigualdades dentro de los países.

Aquella crisis del '29 dio origen a dos personalidades totalmente distintas: una fue Hitler con el nazismo, y otra fue Roosevelt con el new deal. Creo que es una responsabilidad fundamental de todos nosotros comprender la necesidad absoluta de respetar las leyes de la Nación y la Constitución nacional, que no se respetan con esta Constitución. No transitemos atajos antijurídicos porque, a través de ellos, no sabemos cuál puede ser el final de un proceso que yo vislumbro como largo.

Por otra parte, frente a las indudables falencias de la democracia, muchos países se transforman en repúblicas, porque no hay un Estado despótico que pueda matar o llevar presa a su gusto a la gente pero donde no se dan las otras libertades positivas y los derechos sociales que hacen a la esencia de una democracia. Ha habido distintas formas de discutirlas y de criticarlas. Una --ya lo mencioné-- era la de Hitler, con la República de Bismarck, que termina en el incendio del Reichstag. Y otra, en Italia, totalmente distinta, con una personalidad tan importante intelectualmente y democrática --aunque más bien de derecha, diría yo-- como Benedetto Croce, que golpeaba permanentemente contra la democracia, contra los políticos y así, sin quererlo, le abrió paso a Mussolini, contra el que luego luchó con todas sus fuerzas.

Pienso, señor presidente, que estos dos antecedentes, aunque remotos, deben ser tenidos en cuenta por nosotros, porque de nuestra actitud para el futuro depende nuestra legitimación. No creo que estemos deslegitimados. Estamos desacreditados, eso es cierto, como ocurre en cualquier país que vive una crisis tan prolongada. Estamos desacreditados los políticos y está desacreditada la política. Luchemos por un sentido de unidad nacional que nos permita ganar la batalla cultural contra la antipolítica, contra el neoliberalismo, pero tengamos cuidado para que no sean funcionales un tipo de críticas a otro tipo de críticas que nada tienen que ver con las buenas intenciones de los que las formulan con otro criterio y con otro sentido. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)

Creo que es indispensable que nos demos cuenta de los problemas enormes que sufrimos. Todo lo referente a la pérdida de la capacidad de decisión nacional, todo lo vinculado con nuestra desocupación, con la pobreza extrema, con la falta de alimentos, con los graves problemas de nuestra educación, desde luego tiene que ser motivo de una agenda que nos reúna a todos, sin ninguna excepción, porque yo parto de la base de suponer que por encima de nuestras discrepancias todos estamos dispuestos a defender políticas de Estado que hacen a las necesidades de nuestro pueblo.

Desde luego que respetamos a la mayoría. Estamos dispuestos a respetarla pero les pediría que actúen en consecuencia con esta hora de responsabilidad. Los radicales somos "votadores", siempre queremos las elecciones. Pero nos da la impresión, señor presidente, de que es casi imposible suponer que un presidente con un mandato de menos de noventa días, encuentre en tan breve período las soluciones que nuestro país reclama. Tengo un miedo fundamental: que al no conseguirse las soluciones nos encontremos nuevamente con episodios trágicos en nuestra Patria.

Sepan desde ya los señores senadores y diputados de la mayoría que no va a haber "palos en la rueda". Desde luego que hubiéramos deseado colaborar mucho más con ese gobierno de dos años, colaborar con nuestro entusiasmo y con nuestra fuerza, comprender que estábamos frente a la singularidad de un momento realmente definitivo para la Argentina y para nuestro futuro. Pero también espero que sean receptadas nuestras ideas ya que --como dije antes-- el atajo de la antijuridicidad no nos lleva a ningún lado.

Señor presidente: espero que Dios nos ilumine. Son ustedes los responsables de las medidas que van a tomar. Nosotros venimos aquí a cumplir con nuestro mandato. Creemos que con nuestra reciente elección tenemos legitimidad como para cumplir con nuestra responsabilidad constitucional. Tengamos cuidado de no deslegitimarnos nosotros mismos al abrir un camino que poco tiene que ver con el respeto a las instituciones de la Nación y, particularmente, en lo que hace a la ley de lemas, que atenta definitivamente contra nuestra Constitución y contra las prácticas reglamentarias que, desde luego, no creo que puedan existir a través de la sanción, prácticamente, de leyes en una Asamblea Legislativa.

Señor presidente: nuevamente deseo expresar que el Estado tiene la obligación fundamental de defender al pueblo argentino de cualquier tipo de explotación que se pretenda, pero tiene también --y lo van a sentir ahora las nuevas autoridades -- la responsabilidad de preservar a la sociedad argentina de cualquier tipo de ilegalidad. Entonces, logremos entre todos un compromiso que debe ir más allá de nuestras diferencias; incluso de estas que, les aseguro, son enormes, muy grandes, en cuanto a la medida que han tomado. No voy a incurrir en la discusión de tipo jurídico más allá de lo que aquí se ha dicho, pero sí quiero decirles que la situación económica y social del país necesita un presidente no sólo garantizado por el pueblo sino, además, garantizado por los representantes del pueblo. Porque, de lo contrario, no tendríamos ninguna legitimidad y debiéramos empezar por renunciar todos nosotros para que haya una elección general en el país. (Aplausos.)

Creo que no nos debemos echar las culpas entre nosotros. Todos tenemos nuestro pasado, todos hemos cometido errores, todos hemos tenido aciertos, pero sí tenemos que estar absolutamente de acuerdo en la necesidad de preservar para adelante la libertad en todos sus campos y luchar con vista al futuro en la búsqueda de consensos básicos y fundamentales que hagan a la igualdad y a la equidad en nuestro pueblo. (Aplausos.)





Fuente: "Crisis y fin de la Alianza" discurso del señor Senador por la Provincia de Buenos Aires, Dr. Raúl Alfonsín en la Asamblea Legislativa convocada por la renuncia del Sr. Presidente Dr. Fernando de la Rúa, en el Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Senadores de la Nación Argentina, 22 y 23 de diciembre de 2001.

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