Algo estaba ocurriendo en 1918 en el Río de la Plata: se
vivía en pleno clima de movilidad social. Con la llegada al poder de José
Battle y Ordoñez, en Uruguay, y luego de Hipólito Yrigoyen, en la Argentina, se
había marcado el resquebrajamiento del sistema social y político. Los sectores
clericales mostraban cada vez menos influencia, debido a la secularización de
la cultura desde 1880, y eso impulsaba a los estudiantes contra el manejo de
las universidades, cuya transformación se veía venir.
Las sociedades fundadas en el privilegio estaban condenadas.
Había influencias cada vez más notorias que propiciaban la salida hacia una
democracia burguesa y liberal, alimentada por la potencia de la inmigración, y
se hacían notar los ecos de la Revolución Rusa, que despertaba nuevas ideas. La
clase media irrumpía hasta en los claustros, donde impulsaba la
democratización. Se producían hechos novedosos, como la organización
estudiantil y la huelga universitaria.
En el interior, en cambio, las cosas no se veían con tanta
claridad. La Universidad de Córdoba, fundada en el siglo XVII, conservaba su
espíritu tradicional. Pero en las nuevas generaciones de la alta clase media se
había formado un grupo disconforme, dispuesto a enfrentar el orden
universitario. Hubo una huelga, apoyada por el gobierno nacional, para terminar
con el monopolio de los 15 académicos que manejaban la alta casa de estudios.
Hasta se logró que Yrigoyen modificara el régimen de gobierno universitario.
Pero la tradicional sociedad cordobesa presionó a los profesores que debían
elegir rector y consiguió que éste fuera uno de ellos, opuesto a los cambios
reclamados. Esa sería la chispa.
La asamblea se realizó el 15 de junio de 1918 y al saber el
resultado los estudiantes invadieron el recinto para desconocer al rector.
Ocuparon la universidad y decretaron una huelga general. A los pocos días se
conoció el Manifiesto liminar , redactado por Deodoro Roca. Allí se anunciaba:
"La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los
tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo
de los contrarrevolucionarios de Mayo". El documento tenía toda la
petulancia de los jóvenes editores de La Gaceta Universitaria , quienes se
dirigían a "los hombres libres de Sud América". Lo firmaban tres
presidentes de la Federación Universitaria de Córdoba: Enrique F. Barros,
Horacio Valdés e Ismael Bordabehere.
Aquel episodio sacudió a todo el mundo estudiantil. En
Buenos Aires y en La Plata se reformaron los estatutos universitarios, que
contendrían ahora las ideas básicas expuestas en Córdoba. En Perú, la reforma
hizo estallar al año siguiente la Universidad de San Marcos, y en Chile se
reunió, en 1920, la Primera Convención Estudiantil. En México deliberaría, en
1921, el Primer Congreso Latinoamericano de la Reforma. En 1923, los cambios
universitarios llegarían a Cuba. Lo mismo ocurrió en Venezuela, Guatemala y
Brasil. "Lo cierto -señala Romero es que, desde el estallido cordobés de
1918, los movimientos estudiantiles se repitieron en casi todos los países
latinoamericanos." En Perú, al fundar la Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA), Víctor Raúl Haya de la Torre le insufló su impronta reformista.
Todos eran movimientos democráticos de izquierda, que se alinearon contra el
nazifascismo en la defensa de la República Española.
Los estudiantes cordobeses admitieron el uso de la
violencia, pero no mataron a nadie. Como recordaba Julio V. González,
"cuando se sintieron burlados irrumpieron en el antro oscuro donde se
conspiraba contra sus ideales y arrojaron a la calle, junto con las figuras
históricas, a los que medraban a la sombra de su recuerdo". González,
elegido, en 1919, presidente de la Federación Universitaria de La Plata, fundó
el Partido Nacional Reformista y pasó por la democracia progresista, hasta que
el socialismo lo hizo un brillante diputado nacional.
Fue en la década del 20, en nuestra Facultad de Derecho,
donde un grupo de estudiantes reformistas enfrentó a los profesores de viejo
cuño conservador. En 1925, lograron que Ricardo Rojas accediera al rectorado.
En 1930, Alfredo L. Palacios llegó al decanato. Los jóvenes eran Carlos Sánchez
Viamonte y Julio V. González, "juristas, oradores, polemistas terribles,
que provenían de familias patricias pero que se colocaron en la rompiente de la
ola, en la encrucijada más dura de la política de su tiempo, y sobrellevaron el
rigor con que se castigó su conciencia profética", como los define Horacio
Sanguinetti. Estaban acompañados por José M. Monner Sanz, Florentino
Sanguinetti, Emilio Biagosch y Mariano Caliento. En Córdoba, el número uno de
ellos era Deodoro Roca.
El golpe de Estado de 1943 disolvió la Federación
Universitaria Argentina, sus cinco federaciones y los 50 centros estudiantiles,
que eran el alma de la reforma; clausuró locales y persiguió a sus directivos,
pero no logró torcer su espíritu. Tampoco el de los profesores. El peronismo no
se olvidó de ellos ni de sus ideas: ¡los expulsó! Tuvieron que irse quienes no
comulgaban con el gobierno, aun los que ya merecían el Nobel, como Bernardo
Houssay. Sus cátedras fueron cubiertas por aquellos obsecuentes de las clases
alusivas, las marchitas y los lutos obligatorios.
Tamaño desatino sería reemplazado en 1955 por la brillante
tarea de José Luis Romero, Risieri Frondizi, José Babini, Jorge Orgaz, Vicente
Fatone, Santiago Montserrat, Ricardo M. Ortiz, Manuel Sadosky, Florencio
Escardó y Luis Munist. De allí emergió la segunda generación reformista, que,
con una eficacia inigualable, gestionó las universidades hasta 1966, cuando la
"noche de los bastones largos" volvió a traer el oscurantismo.
Hay conocidos testigos de esas épocas, como Emilio Gibaja,
Néstor Grancelli Cha, René Balestra, Ernesto Weinschelbaum, Félix Luna,
Guillermo Jaim Etcheverry y Gastón Bordelois, hermanados en una fundación que
evoca la Reforma con palabras de José Ingenieros:
"La misión de la
universidad consiste en fijar principios, direcciones, ideales, que permitan
organizar la cultura superior al servicio de la sociedad".
Fuente: La Reforma, 90 años después por Hugo Gambini para La Nacion,
14 de junio de 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario