Se está cumpliendo un ciclo en la estructuración del
movimiento obrero que, si bien comenzó con el peronismo, fue de alguna manera
ratificado por el gobierno de Arturo Frondizi con la ley 14455, luego
reformulada y transformada, dejando siempre intacto el principio de la
tendencia legal a reconocer una sola organización sindical.
Fue tendencia y no imposición absoluta, porque la norma
citada reconocía la existencia de entidades por categoría -profesionales,
personales con mando, actividades específicas- que en verdad proliferaron en el
país (recordemos solamente a la Unión Ferroviaria y La Fraternidad). En segundo
lugar, cuando había dos entidades de la misma actividad, se debía reconocer a
ambas en los casos de suficiente representatividad y antigüedad en la tarea
gremial, como es el caso, entre otros, de la Asociación de Trabajadores del
Estado, la Unión del Personal Civil de la Nación, aunque habría que agregar al
Personal Civil de las FF.AA. (PECIFA) y numerosas entidades vinculadas a la
Fuerza Aérea.
Por lo demás, la jurisprudencia, las prácticas
ministeriales, las tradiciones de ciertos sectores posibilitaron la existencia,
exagerada por cierto, de numerosos gremios autónomos en actividades similares o
idénticas. Lo atestiguan los numerosos sindicatos marítimos y portuarios, así
como las organizaciones gremiales docentes.
¿Por qué un gobierno surgido del radicalismo establecía una
cierta disposición jurídica que facilitaba la presencia monopolizadora de un
sindicato por rama de la producción? Con un poco de ligereza se ha respondido:
fue el resultado del pacto Perón-Frondizi. Más allá de que existiese un acuerdo
al respecto, el gobierno desarrollista tenía antecedentes históricos y
programas futuros que impulsaron a tomar dicha medida.
Entre los antecedentes figuraba nada menos que quince años
de una composición sindical estructurada a favor de las representaciones
únicas, situación que había conformado una cultura de unidad a rajatabla. Pero,
por el contrario, el pasado anterior a 1943 había visto un desenvolvimiento
atomizador que impedía una representación genuina y provocaba en los
empresarios desconcierto por carecerse de interlocutores válidos para efectuar
negociaciones. La desunión laboral debilitaba las reivindicaciones de los
trabajadores e impedía un ordenamiento razonable de las relaciones entre
patronos y dependientes, sumiendo a la sociedad en múltiples problemas de
enfrentamientos.
Los planes para el desarrollo nacional, la seguridad para
las inversiones que se efectuaban y las que asomaban reclamaban en 1958 una
contrapartida al ímpetu capitalista productivo lanzado y un método de
equilibrio que asegurase una mejor distribución de la riqueza que se iba
creando. Quienes tuvimos oportunidad de actuar en esas instancias recordamos
con claridad la visión favorable de los empresarios locales y extranjeros a
tener como negociadores del otro lado de la mesa a dirigentes con amplia
representación y no una constelación de sindicatos compitiendo entre sí para
lograr mayores ventajas que las conseguidas por las organizaciones paralelas.
El tiempo ha transcurrido aportando novedades; las fábricas
con miles de obreros se cuentan con los dedos de las manos; ha surgido desde
hace ya tiempo y con reconocimiento gremial la CTA, en el que tuve el honor de
participar como "ministro de Trabajo en el gabinete fantasma" del
entonces presidente de la UCR, Rodolfo Terragno.
El desconocimiento jurídico-sindical de la CTA a esta altura
de los acontecimientos resulta absurdo. A su vez, el fallo de la Suprema Corte
es medido y tolera una evolución sin tintes acrobáticos; al fin y al cabo, los
trabajadores no desean la proliferación alocada de entidades gremiales.
El pasado en su conjunto debe servir de experiencia y el
presente que modifica el ayer será modificado en un porvenir. Las leyes no
nacen para ser eternas sino para amoldarse a las condiciones históricas
cambiantes.
Tampoco nos hagamos ilusiones de que los sindicatos dejarán
de tener vinculaciones políticas; sería pedir peras al olmo como lo demuestran
las experiencias de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania e Italia.
Si no se procede a manotazos y con ardores excluyentemente
partidarios, una brisa fresca democrático-tolerante alentará alineamientos
progresivos sin desmedro para los sectores de obreros y empleados, y no se
alimentarán penurias innecesarias en el sector inversor al que tanto
necesitamos todos; en primer lugar, precisamente, los miembros de las clases
sociales modestas.
Fuente: "Fin de un ciclo para los gremios" por Alfredo Estanislao Allende Ex Ministro de Trabajo en la presidencia de Frondizi en Diario Clarin del 18 de noviembre de 2008.
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