Veinte años después de su muerte intime con uno de sus
colaboradores en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, el ministro con
el cual compartió "la gloria de haberse cuadrado frente a las mayorías
regimentadas de las Cámaras Legislativas el Dr. Joaquín Castellanos, y aun podía
advertirse la admiración y el afecto profundo que el doctor Irigoyen sabia
suscitar en sus amigos. Si en vida llamaronle Don Bernardo, dos décadas después
de desaparecido todavía era pura y simple- mente Don Bernardo aquel gran porteño
representante genuino de una de las generaciones argentinas que mas actuación
tuvieron en la definitiva formación de la Republica. Pues si Don Bernardo comenzó
a actuar en la época de la tiranía rosista, con etiqueta federal y haciendo versos
de amor a Manuelita, su larga vida le permitió asistir a toda la evolución
posterior y llegar casi a las puertas del primer Centenario de Mayo, cuando
Buenos Aires habíase transformado ya de manera completa y el país entero
adquirido un nuevo ritmo de marcha.
Presentanlo sus biógrafos como un lindo ejemplar de grande
hombre civil que las nuevas generaciones harían bien en tener delante de los
ojos al buscar rumbo. Era un argentino típico, y dentro de ello, el porteño
cabal. Venia abonado por el trabajo personal realizado en la pampa bonaerense
cuando las estancias no conocían el alambrado, cuando el malón era una amenaza
permanente, cuando la fe en el porvenir de la nación suplía toda seguridad
individual y las cosas era necesario hacerlas a fuerza de fuerza.
Si en su juventud estuvo en Chile desempeñando un cargo
secundario en la Legación, y luego cuido en Mendoza de su Archivo, uniéndose allí
a la vida cuyana de manera que, al regresar, una ley de la Legislatura
mendocina (mayo de 1850) le acordó "ser merecedor de todo bien de la
patria", completo aquella sana juventud poblando el desierto,
multiplicando las majadas, introduciendo en el país los primeros toros finos.
Cerca de Lujan planto las estacas de los dos ranchos de
adobe y paja que sirvieron de "casco", cuando Lujan quedaba lejos, y
se hacia el trayecto, dentro de una "galera", en un largo día de traqueteo.
En aquellos ranchos, o en la casa señorial de la calle Florida después, Don
Bernardo fue el mismo, pues sus contemporáneos decían que actúo siempre como un
viejo reposado y ecuánime. Eso da el campo a los hombres predispuestos para
adquirir la tranquilidad, la serenidad, la cordura de la Naturaleza. El la
traia adquirida y la robusteció bellamente.
Cuando abandono el trabajo rural y se vino a la ciudad para
ejercer su profesión de abogado, era ya un hombre rico. Su bufete aumento su
fortuna a pesar de la honradez de su conducta y de no haber hecho ningún
negocio con el Estado. Solo cuando inicio su actuación política, pasados ya los
cincuenta años, dejo de ganar y comenzó a perder, pues claro esta que si su
vida puede ser ejemplar no debía sino perder •— en todo sentido— al mezclarse
en los vaivenes aquellos. No será posible jamás señalar como ejemplo la vida de
un ciudadano que amasa fortuna en los puestos públicos. Don Bernardo entre
nosotros fue, como Mitre y como Sarmiento, de los que se empobrecían en el
mando. Tres millones de pesos dicen por ahí que le costo a Don Bernardo "la política"...
Fue un gran ministro de Avellaneda y de Roca. Con el primero
desempeño la cartera de Hacienda, la mas difícil, cuando la frase aquella de '' ahorraremos sobre el hambre y la sed",
cuando las dificultades económicas parecían crecer cada día, cuando las
complicaciones internas se exacerbaban por carencia de dinero. Paso a desempeñar
la de Relaciones Exteriores cuando mas se complicaban las cuestiones internacionales.
Barroetaveña cita:
“Pleitos de limites
con Chile, con Bolivia, con el Paraguay, con el Brasil; el Uruguay y el enojoso
asunto de Martín García; los incidentes que promovían las frecuentes revoluciones
y los fracasados revolucionarios que salían del país rumbo a los pueblos limítrofes...
"Entre este mundo de peligros y escollos el canciller Irigoyen fue
navegando con prudencia y destreza, neutralizando resistencias externas e
intrigas diplomáticas en Europa y en America que urdían vecinos pendencieros. A
pesar de la situación política y de la indigencia de nuestra escuadra, la Chancillería
hablo fuerte en momento solemne y mando nuestros barcos a los mares del sur
para batir a cañonazos los avances chilenos”
Fue un gran ministro de Roca, el presidente que mejor sabia
elegir sus colaboradores. Por entonces, "la
comunicación al gobierno de Colombia, que lleva las firmas de Roca e Irigoyen,
tuvo repercusión en toda America como un Evangelio de paz y de justicia
internacional".
Cuando rechazo como Canciller una reclamación inglesa sobre
el Banco de Londres, del Rosario, sostuvo que las "sociedades anónimas no tienen derecho a protección diplomática”
tesis que aun hoy se recuerda aunque se olvide a su autor.
Fue un gran ministro y un eximio diplomático. Su contendor
en el asunto de límites con Chile, Don Diego Barros Arana, aseguro cierta vez,
en Paris, que el hombre de más talento de la America española estaba en la
Argentina y se llamaba Don Bernardo de Irigoyen.
Su cultura, que no era libresca, pues leyó poco, se afirmaba
en una tolerancia filosófica que debió nacerle, ya lo hemos dicho, en su vida
de campo y en su educación hogareña.
Nunca hablaba alto, ni pronunciaba palabras mal sonantes jamás.
Hablaba para pocos. Los discursos eran también pronunciados con voz corriente,
de tertulia. No fue orador para multitudes, porque hablaba así, porque no sabia
halagar a las masas, porque era en el fondo de su ser un espíritu aristócrata
sin dejar de practicar sinceramente la democracia a la que siempre sirvió; por
todo lo cual va dicho que no sabia engañar con promesas, que es, precisamente,
lo que quieren las multitudes que escuchan discursos...
De la eficacia de su oratoria parlamentaria todos sus biógrafos
citan su encuentro con Quintana en el Senado de la Nación, y explican como
derroto al magnifico orador precipitando su caída del gobierno.
Escribió algunos trabajos forenses de merito; substanciosos
mensajes de gobernador y varios estudios históricos, entre ellos, uno sobre el
general San Martín y otro sobre su tocayo Monteagudo. Al escribir como al
hablar, usaba de un estilo limpio, fácil, sumamente agradable aun cuando no
entrara al campo de la literatura.
Cuentan que tenia buen humor, que era amigo de mechar sus
conversaciones con alguna fina ironía, alguien dice que "volteriana"
no obstante ser católico creyente. No le agradaba el vocablo de significación
dudosa, procurando en el hablar la severa elegancia que usaba en el vestir. Sus
amigos no hallaron en el familiaridades ni confianzas, de esas que son tan fáciles
de producir dentro de la guaranguearía ambiente.
El intimaba sin tutear y quería ampliamente sin manifestaciones
de mal gusto. Estaba siempre y en cualquier momento en guardia, y en el salón
de su casa, donde realizábase memorables tertulias, como en su bufete de
abogado, el despacho de un ministerio, la banca del Senado, la gobernación de
la provincia o su "choza" de ganadero, Don Bernardo era un caballero
de bien probada hidalguía.
Podíase confiar en su palabra como en su firma, ¡hasta en política!
Su lealtad, su línea recta, su conducta invariable, acaso nos dieran la clave
de por que Don Bernardo, esperándolo todos sus conciudadanos, fue tres veces
candidato a Presidente y no llego a triunfar ninguna. Enigmas de la democracia,
— de Roca que lo veto— y de los sistemas políticos que prohibían a un hombre de
su envergadura ir a ocupar el cargo que naturalmente le estaba destinado y al
que el aspiraba legítimamente, sin vanidades, claro esta.
Era un amigo cumplido, un correligionario seguro y un
patriota puesto a prueba y sin tacha. Hemos visto en un Archivo particular cien
esquelas firmadas por el —a veces escribía su nombre en una línea y su apellido
debajo,— con rubrica antigua, dibujada como paleta de pintor cruzada por un látigo,
—con saludos, atenciones y recuerdos cuya sencillez no excluía una ligera emoción
de afecto.
Cuando sus triunfos oratorios ya era hombre más que maduro o
pasaba de los setenta, es decir, sin vanidad. Daba a su voz cierto encanto la
pausa en que las palabras parecían temblar. Era de cuerpo grande y macizo, vestía
generalmente de levita y galera de felpa, como en su juventud. Su cara era simpática.
A pesar de los anos, sus mejillas de descendiente de vascos se coloreaban en
rosa sobre el cuadro que le formaban las grandes patillas blancas. Bajo la ceja
derecha, casi sobre el puente nasal, tenia una verruga que los caricaturistas
no olvidaban dibujar, exagerándole una peca hasta darle importancia de berrugón
que le clavaba la mitad del carrillo del mismo lado. En esas caricaturas amables,
que completaban su infaltable cuello militar y su abundante plastrón de raso
negro, los muchachos de mi generación aprendimos a "conocer" a Don
Bernardo entre el montón de políticos caricaturizables de principios de este
siglo.
Después lo reconocíamos en la calle con curiosa simpatía.
Hasta que llego el año 6 y comenzaron las noticias que afligían
a nuestros mayores, y por reflejo, a nosotros. Se fue Mitre. Se fue Quintana.
Se fue Pellegrini. Debimos de oír por ahí, que el país se quedaba sin hombres.
Aunque nosotros no lo acabábamos de entender...
Un día se supo que Don Bernardo se marchaba también. Estaba
durmiendo cuando quedo muerto. Dice Amadeo que "se fue así, con su discreción habitual, en puntas de pie".
Cuando vamos a la Recoleta, tomamos por una calleja lateral,
y buscamos su panteón familiar. Allí, en mitad del recinto, esta su ataúd,
apenas desaparecido el barniz para hacer mas clara su madera.
Como es cada día mas clara su memoria, mas simpáticamente
luminoso su recuerdo.
Fuente: Palabras pronunciadas por el Profesor Bernardo Gonzalez Arrilli en la Biblioteca Popular "Bernardo de Irigoyen", 1943.
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