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sábado, 26 de diciembre de 2015

Bernardo Gonzalez Arrilli: "Semblanza de Don Bernardo de Irigoyen" (1943)

Veinte años después de su muerte intime con uno de sus colaboradores en el gobierno de la provincia de Buenos Aires, el ministro con el cual compartió "la gloria de haberse cuadrado frente a las mayorías regimentadas de las Cámaras Legislativas el Dr. Joaquín Castellanos, y aun podía advertirse la admiración y el afecto profundo que el doctor Irigoyen sabia suscitar en sus amigos. Si en vida llamaronle Don Bernardo, dos décadas después de desaparecido todavía era pura y simple- mente Don Bernardo aquel gran porteño representante genuino de una de las generaciones argentinas que mas actuación tuvieron en la definitiva formación de la Republica. Pues si Don Bernardo comenzó a actuar en la época de la tiranía rosista, con etiqueta federal y haciendo versos de amor a Manuelita, su larga vida le permitió asistir a toda la evolución posterior y llegar casi a las puertas del primer Centenario de Mayo, cuando Buenos Aires habíase transformado ya de manera completa y el país entero adquirido un nuevo ritmo de marcha.

Presentanlo sus biógrafos como un lindo ejemplar de grande hombre civil que las nuevas generaciones harían bien en tener delante de los ojos al buscar rumbo. Era un argentino típico, y dentro de ello, el porteño cabal. Venia abonado por el trabajo personal realizado en la pampa bonaerense cuando las estancias no conocían el alambrado, cuando el malón era una amenaza permanente, cuando la fe en el porvenir de la nación suplía toda seguridad individual y las cosas era necesario hacerlas a fuerza de fuerza.

Si en su juventud estuvo en Chile desempeñando un cargo secundario en la Legación, y luego cuido en Mendoza de su Archivo, uniéndose allí a la vida cuyana de manera que, al regresar, una ley de la Legislatura mendocina (mayo de 1850) le acordó "ser merecedor de todo bien de la patria", completo aquella sana juventud poblando el desierto, multiplicando las majadas, introduciendo en el país los primeros toros finos.

Cerca de Lujan planto las estacas de los dos ranchos de adobe y paja que sirvieron de "casco", cuando Lujan quedaba lejos, y se hacia el trayecto, dentro de una "galera", en un largo día de traqueteo. En aquellos ranchos, o en la casa señorial de la calle Florida después, Don Bernardo fue el mismo, pues sus contemporáneos decían que actúo siempre como un viejo reposado y ecuánime. Eso da el campo a los hombres predispuestos para adquirir la tranquilidad, la serenidad, la cordura de la Naturaleza. El la traia adquirida y la robusteció bellamente.

Cuando abandono el trabajo rural y se vino a la ciudad para ejercer su profesión de abogado, era ya un hombre rico. Su bufete aumento su fortuna a pesar de la honradez de su conducta y de no haber hecho ningún negocio con el Estado. Solo cuando inicio su actuación política, pasados ya los cincuenta años, dejo de ganar y comenzó a perder, pues claro esta que si su vida puede ser ejemplar no debía sino perder •— en todo sentido— al mezclarse en los vaivenes aquellos. No será posible jamás señalar como ejemplo la vida de un ciudadano que amasa fortuna en los puestos públicos. Don Bernardo entre nosotros fue, como Mitre y como Sarmiento, de los que se empobrecían en el mando. Tres millones de pesos dicen por ahí que le costo a Don Bernardo "la política"...

Fue un gran ministro de Avellaneda y de Roca. Con el primero desempeño la cartera de Hacienda, la mas difícil, cuando la frase aquella de '' ahorraremos sobre el hambre y la sed", cuando las dificultades económicas parecían crecer cada día, cuando las complicaciones internas se exacerbaban por carencia de dinero. Paso a desempeñar la de Relaciones Exteriores cuando mas se complicaban las cuestiones internacionales.

Barroetaveña cita:

“Pleitos de limites con Chile, con Bolivia, con el Paraguay, con el Brasil; el Uruguay y el enojoso asunto de Martín García; los incidentes que promovían las frecuentes revoluciones y los fracasados revolucionarios que salían del país rumbo a los pueblos limítrofes... "Entre este mundo de peligros y escollos el canciller Irigoyen fue navegando con prudencia y destreza, neutralizando resistencias externas e intrigas diplomáticas en Europa y en America que urdían vecinos pendencieros. A pesar de la situación política y de la indigencia de nuestra escuadra, la Chancillería hablo fuerte en momento solemne y mando nuestros barcos a los mares del sur para batir a cañonazos los avances chilenos”

Fue un gran ministro de Roca, el presidente que mejor sabia elegir sus colaboradores. Por entonces, "la comunicación al gobierno de Colombia, que lleva las firmas de Roca e Irigoyen, tuvo repercusión en toda America como un Evangelio de paz y de justicia internacional".

Cuando rechazo como Canciller una reclamación inglesa sobre el Banco de Londres, del Rosario, sostuvo que las "sociedades anónimas no tienen derecho a protección diplomática” tesis que aun hoy se recuerda aunque se olvide a su autor.

Fue un gran ministro y un eximio diplomático. Su contendor en el asunto de límites con Chile, Don Diego Barros Arana, aseguro cierta vez, en Paris, que el hombre de más talento de la America española estaba en la Argentina y se llamaba Don Bernardo de Irigoyen.

Su cultura, que no era libresca, pues leyó poco, se afirmaba en una tolerancia filosófica que debió nacerle, ya lo hemos dicho, en su vida de campo y en su educación hogareña.

Nunca hablaba alto, ni pronunciaba palabras mal sonantes jamás. Hablaba para pocos. Los discursos eran también pronunciados con voz corriente, de tertulia. No fue orador para multitudes, porque hablaba así, porque no sabia halagar a las masas, porque era en el fondo de su ser un espíritu aristócrata sin dejar de practicar sinceramente la democracia a la que siempre sirvió; por todo lo cual va dicho que no sabia engañar con promesas, que es, precisamente, lo que quieren las multitudes que escuchan discursos...

De la eficacia de su oratoria parlamentaria todos sus biógrafos citan su encuentro con Quintana en el Senado de la Nación, y explican como derroto al magnifico orador precipitando su caída del gobierno.

Escribió algunos trabajos forenses de merito; substanciosos mensajes de gobernador y varios estudios históricos, entre ellos, uno sobre el general San Martín y otro sobre su tocayo Monteagudo. Al escribir como al hablar, usaba de un estilo limpio, fácil, sumamente agradable aun cuando no entrara al campo de la literatura.

Cuentan que tenia buen humor, que era amigo de mechar sus conversaciones con alguna fina ironía, alguien dice que "volteriana" no obstante ser católico creyente. No le agradaba el vocablo de significación dudosa, procurando en el hablar la severa elegancia que usaba en el vestir. Sus amigos no hallaron en el familiaridades ni confianzas, de esas que son tan fáciles de producir dentro de la guaranguearía ambiente.

El intimaba sin tutear y quería ampliamente sin manifestaciones de mal gusto. Estaba siempre y en cualquier momento en guardia, y en el salón de su casa, donde realizábase memorables tertulias, como en su bufete de abogado, el despacho de un ministerio, la banca del Senado, la gobernación de la provincia o su "choza" de ganadero, Don Bernardo era un caballero de bien probada hidalguía.

Podíase confiar en su palabra como en su firma, ¡hasta en política! Su lealtad, su línea recta, su conducta invariable, acaso nos dieran la clave de por que Don Bernardo, esperándolo todos sus conciudadanos, fue tres veces candidato a Presidente y no llego a triunfar ninguna. Enigmas de la democracia, — de Roca que lo veto— y de los sistemas políticos que prohibían a un hombre de su envergadura ir a ocupar el cargo que naturalmente le estaba destinado y al que el aspiraba legítimamente, sin vanidades, claro esta.

Era un amigo cumplido, un correligionario seguro y un patriota puesto a prueba y sin tacha. Hemos visto en un Archivo particular cien esquelas firmadas por el —a veces escribía su nombre en una línea y su apellido debajo,— con rubrica antigua, dibujada como paleta de pintor cruzada por un látigo, —con saludos, atenciones y recuerdos cuya sencillez no excluía una ligera emoción de afecto.

Cuando sus triunfos oratorios ya era hombre más que maduro o pasaba de los setenta, es decir, sin vanidad. Daba a su voz cierto encanto la pausa en que las palabras parecían temblar. Era de cuerpo grande y macizo, vestía generalmente de levita y galera de felpa, como en su juventud. Su cara era simpática. A pesar de los anos, sus mejillas de descendiente de vascos se coloreaban en rosa sobre el cuadro que le formaban las grandes patillas blancas. Bajo la ceja derecha, casi sobre el puente nasal, tenia una verruga que los caricaturistas no olvidaban dibujar, exagerándole una peca hasta darle importancia de berrugón que le clavaba la mitad del carrillo del mismo lado. En esas caricaturas amables, que completaban su infaltable cuello militar y su abundante plastrón de raso negro, los muchachos de mi generación aprendimos a "conocer" a Don Bernardo entre el montón de políticos caricaturizables de principios de este siglo.

Después lo reconocíamos en la calle con curiosa simpatía.

Hasta que llego el año 6 y comenzaron las noticias que afligían a nuestros mayores, y por reflejo, a nosotros. Se fue Mitre. Se fue Quintana. Se fue Pellegrini. Debimos de oír por ahí, que el país se quedaba sin hombres. Aunque nosotros no lo acabábamos de entender...

Un día se supo que Don Bernardo se marchaba también. Estaba durmiendo cuando quedo muerto. Dice Amadeo que "se fue así, con su discreción habitual, en puntas de pie".

Cuando vamos a la Recoleta, tomamos por una calleja lateral, y buscamos su panteón familiar. Allí, en mitad del recinto, esta su ataúd, apenas desaparecido el barniz para hacer mas clara su madera.

Como es cada día mas clara su memoria, mas simpáticamente luminoso su recuerdo.






Fuente: Palabras pronunciadas por el Profesor Bernardo Gonzalez Arrilli en la Biblioteca Popular "Bernardo de Irigoyen", 1943. 



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