Las raíces vitales, es decir dinámicas, fisiológicas e
inseparables del radicalismo, se completan a medida que a las valoraciones
representativas, federalistas y éticas que le dieron base en sus actuaciones
iniciales, se suman las consignas nacionales de promoción económica
independiente y la cada vez más profunda resolución de abordar un programa
socialmente transformados.
Una vez que Yrigoyen tomó la dirección del movimiento y
completó hacia 1903 su reorganización con una acción personal tenaz, todos sus esfuerzos
se concentraron en la prepa-ración revolucionaria que finalmente estalló el 4
de febrero de 1905. Su fracaso canceló una etapa e inició otra. Como siempre,
de la adversidad brotaron las grandes definiciones. Y ellas quedaron estampadas
en el documento señero del 16 de mayo de 1905, primero en el que se consigna en
forma clara, precisa e indubitable cual será la misión a cumplir en la vida
nacional.
Lo fundamental ya no habrá de centrarse en la corrupción que
Alem con justicia fustigaba obsesivamente. Esta descomposición era consecuencia
del envilecimiento moral que la penetración del capital extranjero provocaba en
"las causantes y beneficiarios" del infortunio patrio. "El
concepto extranjero", se señala allí, "está habituado a pasar por
alto el criterio de nacionalidad soberana y organizada a que tenemos derecho,
para sólo preocuparse de la riqueza del suelo argentino y de la seguridad de
los capitales invertidos en préstamos a los gobiernos o empresas industriales o
de comercio".
Yrigoyen es así el primer prohombre político, que tras un
largo tiempo de apostasías, recoge el mandato emancipador jurado en Tucumán
hacia julio de 1816. Todos los nueve, en actos solemnes, se festeja el
aniversario de la Declaración de la Independencia, con lo que se parte de un
grave equívoco histórico. Lo que se resolvió ese día fue que "Las
Provincias Unidas de Sud América (no del Río de La Plata), fuesen una Nación
libre e independiente de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli".
Es decir, en la memorable reunión, se cortó el nudo gordiano de la PRIMERA
DEPENDENCIA.
Al acordarse la fórmula del juramento, diez días después y a
propuesta en sesión secreta del diputado Pedro Medrano, se aventaron todas las
dudas y prevenciones, ya que el texto logrado, ampliatorio y preciso, daba por
terminadas para siempre A TODAS LAS DEPENDENCIAS. El día 21 de julio, reunidos
en la Sala de Sesiones de la modesta casa, con la presencia de las autoridades,
los congresales y todos los presentes juraron, "al precio de su vida,
haberes y fama", "que la libertad e independencia de las Provincias
Unidas en (y no de), Sud América" se extendían del Rey de España,
sucesores y metrópoli, A TODA OTRA DOMINACIÓN EXTRANJERA.
La reiteración del mandato adquiere una mayor relevancia si
consideramos el tiempo histórico en que fuera vertido. Canning ya lo había
anticipado en 1824, el mismo año en que nuestro país concretó su primer
empréstito con la Baring Brothers, por un millón de libras (de los que el
gobierno sólo recibió 85.000), tardando un siglo en pagarse. En carta a
Granville y en verdadera respuesta a Monroe, estipuló:
"La América Española es libre y si nosotros los
ingleses manejamos nuestros negocios con habilidad, ella será inglesa".
En una Argentina con sus ciudades y pueblos atascados por la
primera lluvia en sus caminos de tierra, Inglaterra era dueña a principios del
siglo de nuestros ferrocarriles, comunicaciones y transportes. Nuestro único
comprador y vendedor. Eran suyas las empresas navieras y las que manejaban el
comercio exterior, inglesas las empresas de servicios públicos y las grandes
tiendas, inglesas muchas estancias y las mejores de la Patagonia y, para peor,
inglesa la mentalidad de la clase política vacuna y los di-rectores de la
banca.
Pero Yrigoyen no los mencionó siquiera. Era genérico en sus
demandas, porque enjuiciaba un sistema y no a sus personeros. Y el sistema ya
venía elaborando los mecanismos para transferir la economía desde la SEGUNDA
DEPENDENCIA a la TERCERA DEPENDENCIA. Consumada la marcha hacia el oeste de los
EE.UU. y lograda tras la guerra de Secesión su integración conceptual, sobre la
base del Tratado Hay-Pauncefoote, de 1900, que delimitaba las áreas de
influencia, el país del norte comenzó a convertir el Caribe en su propio mar.
El "mare nostrum", su Mediterráneo.
En 1898 invadieron Puerto Rico y su vocación imperial empezó
a servirse de las antiguas colonias españolas, como Filipinas, Cuba (a la que
impuso la enmienda Platt reguladora de su soberanía), preparando para corto
plazo -1907- las ocupaciones de Honduras y Santo Domingo.
Ese, 1905, es el año en que el Kaiser desembarca en Tánger
con la amenaza permanente de guerra. Pero a nadie se le ocurría vaticinar que
ella era inevitable y mucho menos que sobrevendrían dos contiendas
interimperialistas con motivo de las disputas por el reparto y el dominio de
colonias y mercados.
Los más de cien mil inmigrantes que llegaban cada año,
transportaban la disputa que a fines y principio del siglo conmovía a las
organizaciones obreras, en las que chocaban las corrientes anarquistas y
socialistas. Ambas, en sus demandas, enfatizaban las reivindicaciones de clase
y las contradicciones capitalistas, sin tener debidamente en cuenta las
realidades del medio, la relación de fuerzas y las posibilidades de acción que
la lúcida y criolla percepción de don Hipólito y su sentido nacional, ofrecían
a la ciudadanía argentina.
Por otra parte, años después, la presidencia de Yrigoyen
mantuvo serenamente en el punto de mira esos objetivos y por su cumplimiento
cayó. Así lo demostró con su nacionalismo económico, sus relaciones con las
organizaciones internacionales y los países del Continente. Baste recordar que
durante la primera guerra pretendió reunir en Congreso a los países latinoamericanos
no comprometidos, para epitar que "cuando en el próximo Congreso de la Paz
se modulen por medio siglo los destinos del mundo, se disponga de nosotros
corno de los mercados africanos".
Por medio siglo. . . Esta frase lleva la cuenta del movedizo
y revulsivo tiempo que vivimos. Ya no hay en África mercados extraños. Se
acaban las colonias. Somos nosotros los rezagados. Ahora somos nosotros los
mercados latinoamericanos.
Sin Yrigoyen no se hubiera forjado la Reforma Universitaria
de 1918. El movimiento se hubiera resumido en un suceso aldeano, sofocado por
las policías bravas. El mérito trascendente de ese proceso estudiantil, no
suficientemente explicitado y advertido, fue el de alertar al país sobre el
cambio inminente de la hegemonía in-glesa por la norteamericana, traspaso que
se venía orquestando en una escalada lenta en el tiempo, pero firme y sostenida
en el espacio. El ímpetu tajante de la Reforma brotó de su propia esencia
americanista, al desbordarse los límites nacionales de la "chacra
inglesa", para diluirse en el drama de Hispanoamérica. Los irreverentes y
jóvenes universitarios lanzaron su llamado a "los hombres libres de Sud
América, anunciando la "ruptura de la última cadena del coloniaje",
el término de "la última servidumbre mental del continente". Y así
surgió de pronto, naturalmente, el fondo de nuestra problemática nacional y
continental, superando las formas políticas, para entrar en la substancia
social. La libertad política, sin el resguardo de un Estado emancipador, era
una ficción jurídica para sancionar las determinaciones de los dueños de la
riqueza.
El mensaje adquirió volúmenes nacionales primeros y continentales
después, hasta prolongarse con su filosofía en la prédica de los países no
alineados, como una interpretación novedosa de los derechos humanos para
acceder a la cultura y a la seguridad social, como partes inexcusables de las
liberaciones nacionales.
Ello explica el odio cerril y la animadversión preñada de
resabios feudales que guardan para la Reforma los sectores más reaccionarios y
los servidores comprometidos en la dependencia, por ser ella el núcleo sobre el
que se formó y consolidó la universidad de las ideas de muchos argentinos. No
en vano Yrigoyen, a principios del siglo, había marcado al "régimen funesto"
donde "se han anticipado los vicios y complicaciones de las sociedades
viejas". Vicios y complicaciones que hoy ya no pueden disimularse.
Lo notable es que Yrigoyen, al diseñar el centro del blanco,
también dio lecciones sobre la manera efectiva de apuntar sobre él. Su accionar
no se ubicó en un simple partido que surgía, ni quiso llamarse partido, sino en
una reunión de todos los ciudadanos que se congregaban para la conquista de sus
derechos. Su partido no lo era "en el concepto militante", "Era
una conjuración de fuerzas emergentes de la opinión nacional, nacidas y
solidarizadas al calor de las reivindicaciones públicas".
Como Yrigoyen en la hora difícil, sepan los argentinos
encontrar el aliento vital que les llega del pasado, para efectivizar la lucha
en unidad. Porque la unidad auténtica de los argentinos, se dará,
irrevocablemente, en la lucha por la emancipación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario