Agradezco las cordiales palabras con que ha sido saludada mi
presencia en este Congreso, institución que es testimonio de los ideales
democráticos en el hemisferio americano. En nombre de la Nación Argentina de un
esfuerzo integral que recién se inicia en America Latina y cuyo éxito o fracaso
influirá decisivamente en la suerte política del hemisferio. La experiencia argentina
puede ser aprovechada por los pueblos hermanos y puede estimular las energías
latentes de toda America Latina. Será una epopeya de paz y de trabajo que
engendrara plenitud espiritual y riqueza material. Será la verdadera epopeya de
la democracia, porque esa plenitud y esa grandeza se volcaran sobre millones de
mujeres y de hombres, se transformara en bienes culturales y harán mas digna,
mas libre y mas justa la vida de todo ser humano bajo el cielo del continente
americano.
El ejemplo de vuestro país servirá de poderoso aliciente
para afrontar la tarea que los espera. La historia económica de los Estados
Unidos prueba, en efecto, que los pueblos que se proponen objetivos nacionales
y empeñan todo su esfuerzo en impulsar su desarrollo integral, llegan a ser
grandes naciones.
Los hombres visionarios que lanzaron a vuestro país por el
camino de su grandeza actual, no cedieron ante las tentaciones fáciles ni retrocedieron
ante las dificultades que surgen cada vez que una Nación decide construir su
destino con sus propias manos.
Estarán defendiendo un alto y justo nivel de vida y la
posibilidad de alcanzar cada vez mayores condiciones de bienestar.
Saludo a los representantes del pueblo de los Estados
Unidos. Es el saludo fraternal de un país geográficamente distante pero
espiritualmente unido al vuestro por los lazos de una unidad histórica y de
ideales comunes que son patrimonio de todo el continente.
Es esta la primera oportunidad en que un Presidente
argentino visita los Estados Unidos pero, tenemos tanto en común, que no puedo
sentirme extranjero en vuestro suelo, sino miembro, junto con los millones que
pueblan esta gran Nación, de esa gran experiencia humana que es la comunidad de
naciones americanas.
Menos aun puede sentirse extraño en este recinto quien ha
sido, como yo, legislador en su propio país. En el Congreso de los Estados
Unidos rindo homenaje a la institución fundamental del sistema democrático, a
la institución que expresa los ideales y los intereses de los pueblos y que, en
todo sitio donde ha podido funcionar libremente, ha sido baluarte de los
derechos humanos.
Como Presidente de la Nación Argentina me complace destacar
las semejanzas que unen a nuestros dos países. Tenemos la misma organización política
y un similar sistema federal de gobierno. Como vuestro país, la Argentina esta
regida por un gobierno de facultades limitadas, en el cual el ejercicio del
poder encuentra una valla infranqueable en los derechos de los gobernados.
Estas semejanzas reflejan una identificación más profunda y
remota. Permitidme recordaros que Estados Unidos reconoció la independencia argentina
en 1822, siendo por lo tanto uno de los primeros países en hacerlo. Permitidme
evocar también el hecho significativo de que la educación pública recibió gran
impulso en mi país, cuando, hace casi un siglo, Sarmiento, que vivía en los
Estados Unidos, volvió a la Argentina para asumir la primera magistratura de su
patria.
En el correr del tiempo, la historia parece haberse empeñado
en afirmar nuestras semejanzas. No solamente nuestros dos países quedaron señalados
para la independencia nacional, la libertad individual y la magna aventura del
gobierno democrático. También demostraron idéntica capacidad para asimilar la
cultura universal e igual altivez para defender su soberanía y su autodeterminación
en todas las circunstancias.
Asimismo, como ocurrió en los Estados Unidos, la despoblada
tierra argentina, recibió poderosos contingentes inmigratorios europeos. Nuestras
ricas praderas se cubrieron de trigales y ganado, se alzaron pueblos y ciudades
unidos por la red ferroviaria más extensa de America Latina y cornéennos a
surgir una industria que hoy es orgullo de mi país.
Se produjo también en nuestro suelo el milagro de America:
hombres y mujeres venidos de todas las latitudes, que hablaban idiomas
diferentes y profesaban cultos distintos, se sintieron libres y hermanados en
una patria nueva. Este maravilloso acontecimiento americano, único en la
historia del mundo, es precisamente la razón profunda de la unidad que liga a
todas las naciones del hemisferio y que no proviene de pactos ni de intereses circunstanciales.
La raíz de la unidad de las Américas es una raíz espiritual.
Este Continente surgió a la historia como la tierra de la esperanza y de la
libertad. Nuestros antepasados, vislumbraron que en America habría de
realizarse la vida plena del hombre, sin opresiones, injusticias ni persecuciones.
Por eso las grandes hazañas americanas fueron siempre hazañas de la libertad.
Por eso los héroes militares de la Independencia continental fueron hombres de
Estado y la historia no los recuerda como conquistadores sino como
libertadores.
El ideal americano de democracia, justicia y libertad ha
sido fecundo porque se basa en una concepción espiritual del hombre. En virtud
de esos principios, los pueblos americanos rechazan toda concepción materialista
de la vida y toda concepción totalitaria del Estado. Para nosotros, el ser
humano es un ser sagrado y sagrados son sus derechos y las instituciones que
preservan su libertad. Nuestra concepción del espíritu, cobro fuerza impulsora
del hombre y de la historia es razón fundamental por la cual los hijos de este
continente no podemos ser comunistas. Nuestro respeto por la dignidad esencial
del hombre hace también que rechacemos toda forma de dictadura y toda
influencia ideológica antidemocrática.
El continente americano es una comunidad de naciones unidas
por la realidad geográfica, por la historia y por la identidad espiritual.
Precisamente porque conciben el destino del hombre como destino espiritual, los
pueblos de este hemisferio pertenecen históricamente al mundo cultural de
Occidente, donde tuvieron origen esos principios de dignidad humana y fraternidad
universal. Por eso, para los pueblos americanos, Occidente no es condición de
enfrentamiento ni de antagonismo. Por el contrario, por ser parte de Occidente,
los pueblos del continente americano se saben integrantes de la comunidad
universal de los pueblos y sirven a la causa de las Américas como a la causa de
todo el género humano.
Postulamos la fuerza del espíritu como motor histórico y
proclamamos la unidad esencial de las Américas, pero estas afirmaciones no
pueden hacernos ignorar el hecho, doloroso y real, del desigual desarrollo
continental. No podemos olvidar la cruda realidad de millones de seres que en
America Latina padecen atraso y miseria.
Tampoco podemos negar que, bajo esas condiciones sociales y económicas,
que contradicen nuestros ideales de justicia y libertad, la vida del espíritu
se hace insostenible. Un pueblo pobre y sin esperanzas no es un pueblo libre.
Un país estancado y empobrecido no puede asegurar las instituciones democráticas.
Por el contrario, es campa propicio para la anarquía y la dictadura. Esta no es
una conclusión teórica, sino la evidencia irrefutable de los hechos, a través
de la historia vivida por los pueblos latinoamericanos. Contrariamente a lo que
muchos suponen, la inestabilidad política y el malestar social no son causas
sino efectos de las condiciones espirituales y materiales en que se debaten
millones de hombres y de mujeres reducidos a vivir sin bienestar ni esperanza.
Eso significa que los ideales que encarna el continente
americano no son todavía realidad para todos sus hijos. Si queremos cumplir el
destino sonado por nuestros antepasados, es decir, hacer que America sea efectivamente
una fuerza moral en el mundo, nuestra primera obligación como americanos es
hacer realidad esos ideales en nuestro propio suelo. Para poder defender, no
solo con convicción sino con verdadera eficacia, la causa de la libertad, del
derecho y de la democracia en todo el mundo, tenemos que asegurar que haya
libertad, derecho y democracia en todo el continente americano. O sea que
tenemos que establecer firmemente las bases y crear las condiciones concretas
que hagan posible la vigencia plena de los derechos humanos, así como la
estabilidad y permanencia de las instituciones democráticas de nuestras propias
naciones.
Sin desarrollo nacional no hay bienestar ni progreso. Cuando
hay miseria y atraso en un país, no solo sucumbe la libertad y la democracia,
sino que corre el peligro la propia soberanía nacional. Los pueblos latinoamericanos
tienen que afrontar esa realidad atacando los males en su propia raíz. Para
ello tienen que transformar una estructura económica que ha terminado por
convertirse en un factor de estancamiento y escasez.
Nuestros países deben decidirse por lo tanto a explotar
todos sus recursos, a movilizar todas las energías disponibles y a lograr el máximo
aprovechamiento de los adelantos técnicos y científicos de nuestro tiempo.
Las inmensas riquezas naturales que atesora America Latina, deberán
ser extraídas y utilizadas en beneficio de todos sus habitantes. America Latina
deberá dejar de ser productora exclusiva de materias primas. Deberá alzar su
propia industria pesada, su industria petroquímica y sus fábricas de equipos. Deberá
construir centrales hidroeléctricas y reactores nucleares. Tendrá que mecanizar
y electrificar las explotaciones rurales, para multiplicar la producción y
elevar el nivel de vida de la familia campesina. Deberá realizar, en suma, el
mismo proceso de expansión y complementación económica interna que condujo a
los Estados Unidos a su portentoso grado de desarrollo actual.
Esta es la marcha que ha iniciado la Republica Argentina.
Estamos firmemente decididos a lograr nuestro pleno desarrollo económico. Lo
haremos sobre la base de nuestros grandes recursos naturales, todavía
escasamente aprovechados, y sobre la base de nuestro propio esfuerzo nacional.
Pero la distorsión económica que hemos padecido durante tantos anos, ha descapitalizado
a nuestro país. Nuestra falta de desarrollo en un mundo altamente industrializado
nos ha ocasionado graves perjuicios. Nuestras materias primas de exportación
reciben cada vez menores retribuciones mientras ascienden sin cesar los
precios de los combustibles, equipos y productos manufacturados que necesitamos
indispensablemente. Ello ha acarreado grandes déficits en nuestros balances de
pagos y nos ha impedido atender las inversiones básicas con nuestros propios recursos.
Por consiguiente hemos comenzado nuestro programa de expansión
económica intensificando la producción propia de hierro, petróleo y carbón, de
los cuales contamos con grandes yacimientos, y hemos recurrido a la elaboración
de los capitales extranjeros.
Los créditos y las inversiones del exterior hallan en la
Argentina las garantías jurídicas que corresponden a una Nación democrática.
Encuentran, además, un pueblo laborioso y emprendedor, con una mano de obra
altamente calificada. Es también un pueblo lleno de orgullo nacional, dispuesto
a resguardar celosamente la soberanía de su país. Así como nuestro pueblo
acepta toda inversión destinada a promover el progreso y el bienestar del país,
así también rechaza toda propuesta que implique una amenaza a su soberanía.
Los capitales que llegan a la Argentina encuentran,
asimismo, un gobierno empeñado en una lucha a fondo contra la inflación. El
programa de estabilización económico-financiera que acabamos de poner en marcha se propone, precisamente, eliminar todos los factores inflacionarios que de
larga data aquejan a nuestro país. Ese programa tiende a establecer, mediante
una moneda Sana y una economía sin regulaciones innecesarias, las bases sólidas
de un desarrollo sin retrocesos ni altibajos, impulsado por la fuerza de la
iniciativa individual, plenamente amparada en su función creadora.
El esfuerzo emprendido por mi país es el comienzo de un
esfuerzo integral que recién se inicia en America Latina y cuyo éxito o fracaso
influirá decisivamente en la suerte política del hemisferio. La experiencia argentina
puede ser aprovechada por los pueblos hermanos y puede estimular las energías
latentes de toda America Latina. Será una epopeya de paz y de trabajo que
engendrara plenitud espiritual y riqueza material.
Será la verdadera epopeya de la democracia, porque esa
plenitud y esa grandeza se volcaran sobre millones de mujeres y de hombres, se
transformara en bienes culturales y harán mas digna, mas libre y mas justa la
vida de todo ser humano bajo el cielo del continente americano.
El ejemplo de vuestro país servirá de poderoso aliciente
para afrontar la tarea que los espera. La historia económica de los Estados
Unidos prueba, en efecto, que los pueblos que se proponen objetivos nacionales
y empeñan todo su esfuerzo en impulsar su desarrollo integral, llegan a ser
grandes naciones.
Los hombres visionarios que lanzaron a vuestro país por el
camino de su grandeza actual, no cedieron ante las tentaciones fáciles ni retrocedieron
ante las dificultades que surgen cada vez que una Nación decide construir su
destino con sus propias manos.
Esta es la enseñanza que America Latina recogerá y convertirá
en bienes espirituales y materiales para casi doscientos millones de seres
humanos. Es un asunto que nos atañe fundamentalmente a nosotros, latinoamericanos,
pero del que no pueden desentenderse los Estados Unidos. A vosotros no puede
seros indiferente que haya millones de individuos que vivan mal en el
continente americano. La condición de estos semejantes es no solamente una
apelación a nuestros ideales comunes de solidaridad humana, sino también una
fuente de peligro para la seguridad del hemisferio. Dejar en el estancamiento
un país americano es tan peligroso como el ataque que pueda provenir de una potencia
extracontinental. La lucha contra el atraso de los pueblos reclama mayor
solidaridad del hemisferio que la promovida por su defensa política o militar.
La verdadera defensa del continente consiste en eliminar las causas que
engendran la miseria, la injusticia y el atraso cultural. Cuando todos los
pueblos latinoamericanos tengan acceso a los bienes del progreso espiritual y
material, defenderán el suelo y las instituciones de America con toda la pasión,
la energía y el coraje con que se defiende la propia existencia. Porque estarán
defendiendo lo que les pertenece, lo que han creado con su propio esfuerzo. Estarán
defendiendo un alto y justo nivel de vida y la posibilidad de alcanzar cada vez
mayores condiciones de bienestar.
Me satisface destacar ante vosotros, representantes del
pueblo de los Estados Unidos, que vuestro país ha comprendido su papel en esta
hora de America. La Argentina acaba de recibir importantes créditos del
gobierno y de entidades privadas de los Estados Unidos. Para nosotros, esta colaboración
es mucho mas que un apoyo a! programa de expansión nacional que hemos
emprendido. Es un positivo y fundamental paso adelante hacia la realización de
los ideales de cooperación en el continente americano.
Es una evidencia de que ha llegado la hora de las decisiones
concretas y que esa hora nos encuentra a todos, a los americanos de toda
America, unidos por la misma solidaridad, la misma confianza y la misma
esperanza que hizo de este hemisferio una comunidad de Republicas soberanas.
De nosotros depende que esta sea otra hora gloriosa de
America. Con la misma firmeza, el mismo coraje y la misma decisión con que
nuestros antepasados labraron la independencia de nuestras naciones, dispongámonos
a forjar su pleno desarrollo espiritual y material.
Con nuestra fuerza moral, con nuestro esfuerzo material y
con la ayuda de Dios, cumplamos con nuestro deber y seamos dignos del legado histórico
que hemos recibido.
Hagamos que el continente americano sea de veras el
continente de la esperanza humana, cumpliendo en su suelo y para todos sus hijos,
la promesa de felicidad y plenitud que America ofreció a la humanidad.
Fuente: Discurso pronunciado en el Congreso de los Estados Unidos de
America el 21 de enero de 1959 en reunión conjunta del Senado y de la Cámara de
Representantes.
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