El decreto en que el Ejecutivo declara fiesta nacional el día
12 de octubre importa un alto y elocuente acto de homenaje a España por parte
de una de las naciones que arrancaran de su tronco histórico. Sobreponiéndose a
las dificultades del momento y sin desatender las instancias de los difíciles
problemas propuestos por las circunstancias, el presidente de la republica
realiza un nuevo acto de política exterior dentro del plan de armonía hispano-
americana que viene desarrollando desde su advenimiento al gobierno. Porque
fuera un error imperdonable apreciar el decreto promulgado en honor de España
como una actitud aislada y sin raigambre nacional, despojada de antecedentes y
de finalidades, obsecuente solo a los anhelos de la colectividad hispánica
residente entre nosotros. De ninguna manera.
El homenaje a España se coordina naturalmente con otros
actos de política americana de la republica, formando con ellos un complexo
solidario y orgánico. Es un paso mas dado al servicio de esa política natural
en naciones como la nuestra, que tiende por razones espirituales y étnicas a
reconstruir la fragmentada unidad de la raza sobre un nuevo y amplio diagrama.
Por lo pronto, importa un acto de reparación histórica. Si
alguna data habría de señalar la fiesta nacional de America, seria,
indiscutiblemente, el 12 de octubre. Se explica, empero, este olvido rayano en
ingratitud como una consecuencia de los enconos que dejara la guerra de
independencia en el continente. Para los patricios del año 10, como para las
generaciones que le sucedieron inmediatamente, imbuidas de un americanismo
exaltado y un si es: no es romántico, el 12 de octubre perdió su universal significación
histórica para adquirir un valor nuevo y particularmente odioso a los
americanos.
En el animo vehemente de las generaciones de la revolución
la jornada del descubrimiento se contaba como el punto inicial de la esclavitud
de America^ Explicase entonces que, a la luz de ese estado de conciencia,
confundierase la conmemoración del descubrimiento con un acto de homenaje a la metrópoli
contra cuyos ejércitos acababa de reñirse la grande batalla libertadora. No
esta demás agregar que para el criterio peninsular de la época, el punto de
vista americano no debía parecer del todo descarriado, ya que la reivindicación
realista hacia remontar también el titulo primario de su hijuela a la famosa expedición
del almirante.
Por fortuna, el tiempo ha hecho su obra, restableciendo
gradualmente la inteligencia entre la madre patria y sus antiguas colonias.
Los perfiles de la vieja metrópoli opresora se han disipado
en el tiempo para dar paso en la perspectiva histórica a la eterna y heroica España
de la conquista, llena de riqueza espiritual, de estructura recia, madre
fecunda de naciones e hito imperecedero en los derroteros humanos. Nos hemos
acostumbrado a ver en la península, el hogar encendido de la raza y el predio
solariego de la estirpe. Se ha reanudado con multiplicadas energías la vieja
corriente espiritual a través del Atlántico y del Pacifico. Van y vienen las
ideas, van y vienen los sentimientos de España a America y de America a España
con la regular actividad funcional con que juega el sistema arterial dentro de
un organismo generoso y sano. Despunta, quizá, en el horizonte, el destino
manifiesto de la raza, llamada una vez mas en los tiempos a orientar la
humanidad hacia destinos mejores.
Rinde, pues, un justo homenaje a España el decreto del Ejecutivo que,
como todos los actos sentimentales que obedecen rectamente al imperativo
espiritual, importa, a la vez, una acción política llena de fecundos gérmenes.
Fuente: Hipólito Yrigoyen "Pueblo y Gobierno" Tomo
IV La Función Argentina en el Mundo, Volumen I Americanismo, Editorial Raigal,
1955.
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