Páginas


Image and video hosting by TinyPic

martes, 20 de octubre de 2015

Anibal F. Leguizamón: "Oraciones Magistrales de Aristóbulo del Valle" (1922)

La palabra, bello atributo del hombre, suele ser su fama más poderosa. Demóstenes y Cicerón en Grecia y Roma, Mirabeau y Danton en Francia, O'Connell en Irlanda, Castelar en España y del Valle entre nosotros, son ejemplos que no admiten discusión.

Todos ellos usaron de la palabra para convencer y persuadir, para atacar y defender; cada uno ha dejado ecos vibrantes de su elocuencia, en que las generaciones sucesivas nutren su espíritu, moderan sus pasiones y purifican el alma.

Aristóbulo del Valle nació en Dolores, Provincia de Buenos Aires, en 1846, años de la tiranía; le tocó actuar en la época de la organización, es decir, en medio de la borrasca, que tuvo la virtud de producir hombres que supieron construir la nacionalidad sobre instituciones duraderas.

Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Irigoyen, Quintana, Pellegrini, del Valle, Estrada, Vélez Sársfield, López, Alem, y tantos otros, llenan las páginas de nuestra historia en esa época fecunda y dolorosa. Entre todos se destaca del Valle como orador; su palabra fácil y fluida acaricia las multitudes, fustiga los malos gobiernos, contribuye en el parlamento a la dilucidación de graves problemas del Estado y aconseja a los jóvenes, marcándoles derroteros.

Del Valle se destaca con relieves no superados en el parlamento.

Ningún asunto de interés general le toma desprevenido; interviene en casi todos los debates y los eleva. Joven aun, no contaba más que treinta y un años, cuando se incorporó al Senado de la Nación, como representante de la Provincia de Buenos Aires, e inició su acción parlamentaria en el debate sobre la intervención a la Provincia de Salta, el 17 de mayo de 1877.

Reunía la solidez del concepto, la galanura de la forma; así vemos, en debates como el producido sobre la fe de erratas del Código Civil, cláusulas rotundas que hacen agradable su lectura aun a los no versados en derecho. Fue en esa ocasión profeta, defendió al presidente Sarmiento y al Congreso por la sanción del Código Civil a libro cerrado; los comentarios huelgan, pues nuestros códigos de comercio y penal dicen bien claro lo qué significa discutir en el Congreso estas materias: malos proyectos, peores códigos.

Cuando Francisco P. Moreno publicó su obra Viajes a la Patagonia, del Valle sostuvo el despacho de la comisión autorizando al Poder Ejecutivo para suscribirse a ella y tuvo que emplear su dialéctica para destruir la argumentación de los Senadores Argento y Cortés, quienes en la ciencia veían un peligro y pretendían oponer la oscuridad a la luz, como si con ello la religión avanzara un solo paso.

El año 80 se aproxima y la Provincia de Buenos Aires empieza a armarse; del Valle, más argentino que porteño, ve militarizar y armar a las policías y a la guardia nacional.

Con su visión de estadista comprende la gravedad de la situación y apoya al Poder Ejecutivo Nacional, que quiere impedir un conflicto armado en que lo único que saldrá perjudicado es el país.

Inútiles fueron los argumentos del tribuno; la borrasca se desencadenó y la sangre argentina fue derramada una vez más, no para salvar la última autonomía que quedaba en pie, como dice Saldías, sino estérilmente, porque todo desapareció una vez que el
Gobernador de Buenos Aires renunció su cargo y fue reconocida la autoridad del Gobierno de la Nación. Avellaneda usó del ejército para hacer respetar la Constitución y las leyes y tratar de una vez si era posible, de restablecer la tranquilidad del país, que desde 1874, venía siendo la pesadilla de los gobiernos y el punto de mira de la Europa.

Los hechos son demasiado recientes y no ha llegado aún para ellos el juicio de la posteridad. Del Valle, senador por Buenos Aires, no dudó un momento, él mismo lo dice, en ocupar su puesto en el -Senado, reunido en Belgrano, al  lado de los sostenedores de las instituciones nacionales y desde allí siguió prestando su concurso al engrandecimiento y bienestar de la Nación.

Posteriormente, en las sesiones del 31 de agosto de 1880 y 2 de agosto de 1881, constitucionalista consumado, estudia el reglamentó de la Cámara de que forma parte, comparándolo con el de otros parlamentos, con motivo/ de las interrupciones y reconsideración de los proyectos votados. El primero debe ser leído con detención por nuestros legisladores acostumbrado a perturbar al adversario con interrupciones que no se admiten, según del Valle, en ningún parlamento del mundo. En el segundo estudia la facultad de las Cámaras para poder reconsiderar los proyectos sancionados.

Los privilegios parlamentarios tuvieron en el Dr. del Valle un defensor inflexible. Su discurso al tratarse el desacato al senador Francisco Civit, así lo demuestra. El acopio de citas de autores norteamericanos, y de la jurisprudencia de aquel país y del nuestro aplicables al caso, no dejan duda en favor de la tesis que sustenta aclara uno de los puntos más discutidos en derecho constitucional, y es de saber, si las Cámaras, fuera de su función legislativa pueden en algún caso tener funciones judiciales. El senado aceptó la doctrina de Del Valle, en sentido afirmativo.

Su discurso sobre la creación de la Lotería de Beneficencia en la Capital, es el prolegómeno de su acción política posterior. En él empieza su crítica severa hacia los avances del Ejecutivo, el que no obstante tener por Ministro del Interior al esclarecido ciudadano Bernardo de Irigoyen, no daba libertad suficiente para que la oposición fuera a los comicios. Una vez más del Valle defendió los privilegios del congreso y su palabra elocuente y persuasiva dejé^ en el diario de sesiones una nueva página de enseñanza y de grandes verdades».

Incidentalmente interviene en el proyecto modificando la ley vigente sobre organización de los tribunales de la Capital y s« argumento básico para oponerse a la creación de una cámara compuesta de nueve miembros, divididos en tres salas, de tres miembros cada una, es la unidad de jurisprudencia. Hoy, habiendo d«s Cámaras, no se ha logrado «u loable propósito.

El año 1884, el Poder Ejecutivo de la Nación separó de su cargo al Vicario de Córdoba, Dr. Clara, con motivo de una pastoral lanzada por éste incitando a los fieles a no enviar sus hijos a la Escuela Normal de aquella ciudad, en virtud de haberse traído y asombrado profesores de Europa, que eran protestantes. El senador por Santa Fe, Dr. Pizarro, presentó dos minutas censurando al Poder Ejecutivo. La discusión tomó vastas proporciones. El Dr. Pizarro hizo derroche de sus conocimientos teológicos y de derecho canónigo, y la palabra de Del Valle resonó una vez más en el Senado Argentino, en la sesión del 3 de julio de aquel año. Después de haber dejado de una manera indubitable establecido el derecho del Parlamento para pedir informes al Poder Ejecutivo, pasa a estudiar el problema bajo el punto de vista del derecho de patronato, y sí el gobierno ha obrado dentro de sus facultades; Del Valle llega a la conclusión de que el Poder Ejecutivo ha encuadrado su decisión dentro de la ley y el derecho. Sostiene su tesis con un acopio tal de doctrina, que sólo ha superado Vélez, en su libro "Relaciones del Estado con la iglesia.

El año 85 Del Valle hace su viaje a Europa y presenta su renuncia de senador para que la Provincia de Buenos Aires, que representa, pueda designar su reemplazante. Digna actitud que debería ser imitada para que las provincias nunca queden sin sus representantes en el Congreso, que velen por sus intereses y los de la Nación.

La libertad de imprenta tiene en él, como toda causa justa, un paladín; su palabra es escuchada y hace opinión entre sus colegas y los ministros del año 18S6, lo que era mucho dado las tiempos que corrían.

Los años pasan y el ambiente político empieza a caldearse. El General Roca daba sus últimos toques y el Dr. Juárez Celman se aprestaba a ocupar el sillón presidencial. Prodúcense las elecciones de senador por la Capital y pronuncia uno de sus célebres discursos, el primero de la serie que contribuirá al movimiento revolucionario del 90.

La palabra de Del Valle vibra con acentos proféticos. La presión oficial se ha hecho sentir y el verbo del gran tribuno castiga a los usurpadores de la soberanía popular. Un senador por la Provincia de Catamarca se permite una ironía y siente en seguida el chasquido con que Del Valle le hiere al azotarlo. Le recuerda a esa desgraciada provincia, cuyo suelo estaba enrojecido con sangre de argentinos.

Pero, donde el gran orador pone la nota más alta de su indignación es cuando el escándalo llega a su máximo. Nadie mejor que él puede expresar los sentimientos que le embargan. Oigámosle:

"Pero yo pregunto: Se vio alguna vez, durante alguna de esas presidencias, (habla de Mitre, Sarmiento Avellaneda y Roca) este escándalo sin nombre, inventado por la lisonja torpe de no sé quién, de que es declarara a la faz de la República, que el Presidente de la Nación es el único jefe del partido militante que actúa en la República, deprimiendo al mismo funcionario a quien se quería ensalzar, bajándolo de su altísima posición de jefe de una Nación para hacerlo jefe de un partido, para decirle al país entero, ese que debería ser el magistrado imparcial encargado de aplicar las leyes, no será sino el jefe de un partido y como jefe de partido, apasionado como el partido mismo, no esperéis de él justicia, no esperéis respeto a vuestros derechos, porque el Presidente de la República, siendo, como es, el jefe de nuestro partido, está con nosotros y contra vosotros!"

Aquel sembrador de ideas tenía fe en su verbo y las semillas que arrojó a todos los vientos han fructificado, como él lo esperaba en su bello optimismo. La ley Sáenz Peña ha hecho del sufragio una verdad. Pero, sin embargo, los consejas que en ese discurso da serán de perfecta aplicación, mientras las agrupaciones políticas sean personalistas y carezcan do programas definidos, Los abuso «subsisten, los hombres de hoy son más o menos los de ayer, de la« prácticas, aunque van desapareciendo, quedan vestigios, como de todo mal, pues muchos hombres que aún gobiernan las provincias, son aquellos que Alem y Del Valle fustigaban sin piedad en el Sanado, y que como el cordobés del cuento, no cambian y sólo cambia el gobierno, por que ellos fueron, son y serán siempre gubernistas.

La tempestad se acercaba y según su expresión. Del Valle entra en la región de ellas. En efecto, él, nacido y criado en la lucha, no podía esquivarla y los acontecimientos lo arrastrarían, por que era el único que en esos momentos levantaba su voz.

Las concesiones de los ferrocarriles con garantía, la creación de los bancos garantidos y las emisiones clandestinas trajeron la crisis, y con ésta la revolución, que todos creyeron salvadora; pero, desgraciadamente, no fue así y los acontecimientos posteriores no hicieron otra cosa que exacerbar las pasiones. La revolución del 91 no pudo arrancar el mal 'de raíz, y los hombres que reemplazaron al Dr. Juárez olvidaron bien pronto las enseñanzas de los hechos.

El Dr. Pellegrini. la "gran muñeca", como se le llamó en su época, asumió el mando, e hizo sentir lo que llamó su autoridad, y mientras Leandro N. Alem y Víctor M. Molina, representantes genuinos del pueblo ante el Parlamento Argentino, eran detenidos j encarcelados, violando preceptos constitucionales, en Mendoza se elegía senador al Sr. Emilio Civit, al amparo del Ejército Nacional.

Esta elección dio lugar a un formidable debate el año 1891, donde Del Valle y Alem lucharon contra todo el Senado y pusieron al descubierto la gangrena que corroía al país y lo tenía postrado. Pizarro, ese terrible competidor de Del Valle, en un momento de pasión, dejó escapar palabras que parecían una crítica a la revolución del 90:

¡Ojala no lo hubiera hecho!.

Del Valle, uno de los promotores de ese gran movimiento, se yergue y nunca se oyeron palabras más hondamente sentidas, nadie justificó mejor que él esa revolución que encarnó en ese momento les aspiraciones de todos los argentinos.

Como él lo dice:

"Tomaron su dirección hombres de vida inmaculada, que se acercan a los últimos años de la existencia y marchan con la frente altiva, por que no hay una sola sombra que los empañe; la hicieron espíritus austeros, catonianos, que se citan en nuestro país como ejemplo de rectitud, de firmeza y de honorabilidad; la hicieron hombres de estado, hombres que se han sentado con el Sr. Senador por Santa Fe en los altos consejos de Estado, formando parte de los ministerios nacionales; la hicieron hombres de letras, comerciantes, hacendados, generales, coroneles, jefes y oficiales del ejército de la República, cubiertos de gloria, que ostentan todos en el pecho cada una de las condecoraciones que la patria ha dado al valor, al honor y a la disciplina militar en nuestro tiempo; la hicieron, Sr. Presidente, los jefes y oficiales del ejército que salían de la escuela de Palermo, donde habían aprendido que arriba de la ordenanza está la Constitución; la hizo, Sr. Presidente, la juventud de Buenos Aires, no esa pobre juventud desheredada que vaga en nuestra? calles vendiendo diarios, los humildes de vida, no: no la hicieron los jóvenes sin posición social o de espíritu inculto, no era ese el elemento de aquel movimiento; era la juventud de la Universidad de Buenos Aires, es decir, era el Intelecto, era el porvenir de nuestra patria. Esa revolución, que según la expresión de Pizarro, si bien estaba vencida, había muerto al gobierno, era la consecuencia de haber proclamado jefe único de partido, al jefe constitucional de todos los argentinos”

Vencida la revolución, Del Valle renunció su cargo de Senador, por que según él lo entendía, desde el momento que alzó las armas contra el gobierno, quedó separado de hecho e irrevocablemente del Senado y así lo hizo saber al Presidente del cuerpo, para que Buenos Aires quede en actitud de designar su reemplazante. Pero fue su ausencia muy breve, porque el pueblo de la Capital le eligió junto con Alem, para llenar las vacantes del Dr. Zavalía y del General Roca.

Ardua fue la tarea, por que las revoluciones recrudecían, en todo el país, con una violencia que hacía desesperar a los más optimistas.

La Unión Cívica se había dividido en dos; los acuerdistas que siguieron a Mitre, y los radicales que siguieron a Alem.

En 1892, el Dr. Luis Sáenz Peña sucedió en el gobierno al doctor Pellegrini, que había completado el período del Dr. Juárez, renunciante a raíz de la revolución de 1890.

El Dr. Sáenz Peña, trabado en su gestión por los partidos en lucha, llamó al Dr. Del Valle para que formara gabinete, lo formó, asumiendo él la cartera de guerra. Quiso desarmar a los gobiernos provinciales para la segurar la paz y dar a los pueblos la libertad por que clamaban y por la cual se derramaba sangre argentina casi todos los días; pero el Congreso, donde predominaban los hombres del partido Nacional, le negó los recursos legales que él pedía, esto es, la intervención en las provincias convulsionadas, por que Del Valle, celoso defensor del Parlamento, no quiso en ningún momento obrar sin una ley que lo autorizara. Basta leer su discurso, pronunciado desde el balcón de la casa de gobierno, para ver hasta donde iba su respeto por el Parlamento.

Allí dice: El Poder Ejecutivo, que tiene en sus manos las fuerzas de la Nación, es el primero que debe reclamar respeto para ese poder que en el orden de las instituciones, representa al Poder Legislativo de la República, y como miembro del Poder Ejecutivo reclama respeto para esas resoluciones y para cada uno de los miembros del Congreso.

Solicitó el concurso de sus amigos, y como se le negara, abandonó la cartera de guerra y se retiró a su casa, no sin antes tentar el postrer esfuerzo, para arrancar a los gobiernos el último fusil que les quedara para oprimir a los pueblos.

En los discursos de del Valle no tiene aplicación la crítica de Cormenin; todos ellos pueden ser leídos con atención y siempre se encontrará la sustancia que, según Timón, no existe en casi todos los oradores.

No hay discurso que no encierre grandes verdades y múltiples enseñanzas, por que, ya se trate de reformas al Código Civil, del patronato, de la lotería, de las Obras de Salubridad de la Capital, o de cualquier otro asunto. Del Valle aporta el caudal inagotable de sus vastos conocimientos, de su talento y de su fecundidad, por que de todo sabe, y lo sabe bien.
Pero donde descuella inconfundible, por el dominio de la materia, es cuando trata algún punto constitucional. Conoce los tratadistas de derecho constitucional, las constituciones del mundo civilizado, la historia de casi todos los casos producidos, el reglamento de los parlamentos y hasta las palabras de los oradores pronunciadas en las distintas discusiones.

Sus lecciones, dictadas en la Facultad de Derecho, con ser el texto obligado en distintos puntos, son un vivido reflejo de sus discursos, sobre derecho constitucional, donde los afectos a estos estudios podrán encontrar una fuente inapreciable de conocimientos.

Murió, joven aún, cuando la patria tenía en sus ojos puestos en él; pero ello no obstante ha dejado el ejemplo de sus grandes virtudes, de su ciencia, de su patriotismo nunca desmentido y reconocido hasta por sus adversarios; y si queda aún camino a recorrer, el pensamiento y la acción de los grandes hombres, es la mejor historia, por el ejemplo viviente. Inspirado en él he realizado la tarea de compilar los discursos de nuestro ilustre tribuno, que dedico a mis alumnos de Instrucción Cívica, porque en ellos encontrarán la Constitución Argentina, interpretada y comentada por el verbo de Aristóbulo del Valle.














Fuente: Prólogo del Dr. Anibal F. Leguizamón a las Oraciones Magistrales de Aristóbulo del Valle, Edicion Cultura Argentina, 1922.

No hay comentarios:

Publicar un comentario