La palabra, bello atributo del hombre, suele ser su fama más
poderosa. Demóstenes y Cicerón en Grecia y Roma, Mirabeau y Danton en Francia,
O'Connell en Irlanda, Castelar en España y del Valle entre nosotros, son
ejemplos que no admiten discusión.
Todos ellos usaron de la palabra para convencer y persuadir,
para atacar y defender; cada uno ha dejado ecos vibrantes de su elocuencia, en
que las generaciones sucesivas nutren su espíritu, moderan sus pasiones y
purifican el alma.
Aristóbulo del Valle nació en Dolores, Provincia de Buenos
Aires, en 1846, años de la tiranía; le tocó actuar en la época de la
organización, es decir, en medio de la borrasca, que tuvo la virtud de producir
hombres que supieron construir la nacionalidad sobre instituciones duraderas.
Urquiza, Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Irigoyen,
Quintana, Pellegrini, del Valle, Estrada, Vélez Sársfield, López, Alem, y
tantos otros, llenan las páginas de nuestra historia en esa época fecunda y
dolorosa. Entre todos se destaca del Valle como orador; su palabra fácil y
fluida acaricia las multitudes, fustiga los malos gobiernos, contribuye en el
parlamento a la dilucidación de graves problemas del Estado y aconseja a los
jóvenes, marcándoles derroteros.
Del Valle se destaca con relieves no superados en el
parlamento.
Ningún asunto de interés general le toma desprevenido;
interviene en casi todos los debates y los eleva. Joven aun, no contaba más que
treinta y un años, cuando se incorporó al Senado de la Nación, como
representante de la Provincia de Buenos Aires, e inició su acción parlamentaria
en el debate sobre la intervención a la Provincia de Salta, el 17 de mayo de
1877.
Reunía la solidez del concepto, la galanura de la forma; así
vemos, en debates como el producido sobre la fe de erratas del Código Civil,
cláusulas rotundas que hacen agradable su lectura aun a los no versados en
derecho. Fue en esa ocasión profeta, defendió al presidente Sarmiento y al
Congreso por la sanción del Código Civil a libro cerrado; los comentarios
huelgan, pues nuestros códigos de comercio y penal dicen bien claro lo qué
significa discutir en el Congreso estas materias: malos proyectos, peores
códigos.
Cuando Francisco P. Moreno publicó su obra Viajes a la
Patagonia, del Valle sostuvo el despacho de la comisión autorizando al Poder
Ejecutivo para suscribirse a ella y tuvo que emplear su dialéctica para
destruir la argumentación de los Senadores Argento y Cortés, quienes en la
ciencia veían un peligro y pretendían oponer la oscuridad a la luz, como si con
ello la religión avanzara un solo paso.
El año 80 se aproxima y la Provincia de Buenos Aires empieza
a armarse; del Valle, más argentino que porteño, ve militarizar y armar a las
policías y a la guardia nacional.
Con su visión de estadista comprende la gravedad de la
situación y apoya al Poder Ejecutivo Nacional, que quiere impedir un conflicto
armado en que lo único que saldrá perjudicado es el país.
Inútiles fueron los argumentos del tribuno; la borrasca se
desencadenó y la sangre argentina fue derramada una vez más, no para salvar la
última autonomía que quedaba en pie, como dice Saldías, sino estérilmente,
porque todo desapareció una vez que el
Gobernador de Buenos Aires renunció su cargo y fue
reconocida la autoridad del Gobierno de la Nación. Avellaneda usó del ejército
para hacer respetar la Constitución y las leyes y tratar de una vez si era
posible, de restablecer la tranquilidad del país, que desde 1874, venía siendo
la pesadilla de los gobiernos y el punto de mira de la Europa.
Los hechos son demasiado recientes y no ha llegado aún para
ellos el juicio de la posteridad. Del Valle, senador por Buenos Aires, no dudó
un momento, él mismo lo dice, en ocupar su puesto en el -Senado, reunido en
Belgrano, al lado de los sostenedores de
las instituciones nacionales y desde allí siguió prestando su concurso al
engrandecimiento y bienestar de la Nación.
Posteriormente, en las sesiones del 31 de agosto de 1880 y 2
de agosto de 1881, constitucionalista consumado, estudia el reglamentó de la
Cámara de que forma parte, comparándolo con el de otros parlamentos, con
motivo/ de las interrupciones y reconsideración de los proyectos votados. El
primero debe ser leído con detención por nuestros legisladores acostumbrado a
perturbar al adversario con interrupciones que no se admiten, según del Valle,
en ningún parlamento del mundo. En el segundo estudia la facultad de las
Cámaras para poder reconsiderar los proyectos sancionados.
Los privilegios parlamentarios tuvieron en el Dr. del Valle
un defensor inflexible. Su discurso al tratarse el desacato al senador
Francisco Civit, así lo demuestra. El acopio de citas de autores
norteamericanos, y de la jurisprudencia de aquel país y del nuestro aplicables
al caso, no dejan duda en favor de la tesis que sustenta aclara uno de los
puntos más discutidos en derecho constitucional, y es de saber, si las Cámaras,
fuera de su función legislativa pueden en algún caso tener funciones
judiciales. El senado aceptó la doctrina de Del Valle, en sentido afirmativo.
Su discurso sobre la creación de la Lotería de Beneficencia
en la Capital, es el prolegómeno de su acción política posterior. En él empieza
su crítica severa hacia los avances del Ejecutivo, el que no obstante tener por
Ministro del Interior al esclarecido ciudadano Bernardo de Irigoyen, no daba
libertad suficiente para que la oposición fuera a los comicios. Una vez más del
Valle defendió los privilegios del congreso y su palabra elocuente y persuasiva
dejé^ en el diario de sesiones una nueva página de enseñanza y de grandes verdades».
Incidentalmente interviene en el proyecto modificando la ley
vigente sobre organización de los tribunales de la Capital y s« argumento
básico para oponerse a la creación de una cámara compuesta de nueve miembros,
divididos en tres salas, de tres miembros cada una, es la unidad de
jurisprudencia. Hoy, habiendo d«s Cámaras, no se ha logrado «u loable
propósito.
El año 1884, el Poder Ejecutivo de la Nación separó de su
cargo al Vicario de Córdoba, Dr. Clara, con motivo de una pastoral lanzada por
éste incitando a los fieles a no enviar sus hijos a la Escuela Normal de
aquella ciudad, en virtud de haberse traído y asombrado profesores de Europa,
que eran protestantes. El senador por Santa Fe, Dr. Pizarro, presentó dos
minutas censurando al Poder Ejecutivo. La discusión tomó vastas proporciones.
El Dr. Pizarro hizo derroche de sus conocimientos teológicos y de derecho
canónigo, y la palabra de Del Valle resonó una vez más en el Senado Argentino,
en la sesión del 3 de julio de aquel año. Después de haber dejado de una manera
indubitable establecido el derecho del Parlamento para pedir informes al Poder
Ejecutivo, pasa a estudiar el problema bajo el punto de vista del derecho de
patronato, y sí el gobierno ha obrado dentro de sus facultades; Del Valle llega
a la conclusión de que el Poder Ejecutivo ha encuadrado su decisión dentro de
la ley y el derecho. Sostiene su tesis con un acopio tal de doctrina, que sólo
ha superado Vélez, en su libro "Relaciones del Estado con la iglesia.
El año 85 Del Valle hace su viaje a Europa y presenta su
renuncia de senador para que la Provincia de Buenos Aires, que representa,
pueda designar su reemplazante. Digna actitud que debería ser imitada para que
las provincias nunca queden sin sus representantes en el Congreso, que velen
por sus intereses y los de la Nación.
La libertad de imprenta tiene en él, como toda causa justa,
un paladín; su palabra es escuchada y hace opinión entre sus colegas y los
ministros del año 18S6, lo que era mucho dado las tiempos que corrían.
Los años pasan y el ambiente político empieza a caldearse.
El General Roca daba sus últimos toques y el Dr. Juárez Celman se aprestaba a
ocupar el sillón presidencial. Prodúcense las elecciones de senador por la
Capital y pronuncia uno de sus célebres discursos, el primero de la serie que
contribuirá al movimiento revolucionario del 90.
La palabra de Del Valle vibra con acentos proféticos. La
presión oficial se ha hecho sentir y el verbo del gran tribuno castiga a los
usurpadores de la soberanía popular. Un senador por la Provincia de Catamarca
se permite una ironía y siente en seguida el chasquido con que Del Valle le
hiere al azotarlo. Le recuerda a esa desgraciada provincia, cuyo suelo estaba
enrojecido con sangre de argentinos.
Pero, donde el gran orador pone la nota más alta de su
indignación es cuando el escándalo llega a su máximo. Nadie mejor que él puede
expresar los sentimientos que le embargan. Oigámosle:
"Pero yo
pregunto: Se vio alguna vez, durante alguna de esas presidencias, (habla de
Mitre, Sarmiento Avellaneda y Roca) este escándalo sin nombre, inventado por la
lisonja torpe de no sé quién, de que es declarara a la faz de la República, que
el Presidente de la Nación es el único jefe del partido militante que actúa en
la República, deprimiendo al mismo funcionario a quien se quería ensalzar,
bajándolo de su altísima posición de jefe de una Nación para hacerlo jefe de un
partido, para decirle al país entero, ese que debería ser el magistrado
imparcial encargado de aplicar las leyes, no será sino el jefe de un partido y
como jefe de partido, apasionado como el partido mismo, no esperéis de él
justicia, no esperéis respeto a vuestros derechos, porque el Presidente de la
República, siendo, como es, el jefe de nuestro partido, está con nosotros y
contra vosotros!"
Aquel sembrador de ideas tenía fe en su verbo y las semillas
que arrojó a todos los vientos han fructificado, como él lo esperaba en su
bello optimismo. La ley Sáenz Peña ha hecho del sufragio una verdad. Pero, sin
embargo, los consejas que en ese discurso da serán de perfecta aplicación,
mientras las agrupaciones políticas sean personalistas y carezcan do programas definidos,
Los abuso «subsisten, los hombres de hoy son más o menos los de ayer, de la«
prácticas, aunque van desapareciendo, quedan vestigios, como de todo mal, pues
muchos hombres que aún gobiernan las provincias, son aquellos que Alem y Del
Valle fustigaban sin piedad en el Sanado, y que como el cordobés del cuento, no
cambian y sólo cambia el gobierno, por que ellos fueron, son y serán siempre
gubernistas.
La tempestad se acercaba y según su expresión. Del Valle
entra en la región de ellas. En efecto, él, nacido y criado en la lucha, no
podía esquivarla y los acontecimientos lo arrastrarían, por que era el único
que en esos momentos levantaba su voz.
Las concesiones de los ferrocarriles con garantía, la
creación de los bancos garantidos y las emisiones clandestinas trajeron la
crisis, y con ésta la revolución, que todos creyeron salvadora; pero,
desgraciadamente, no fue así y los acontecimientos posteriores no hicieron otra
cosa que exacerbar las pasiones. La revolución del 91 no pudo arrancar el mal
'de raíz, y los hombres que reemplazaron al Dr. Juárez olvidaron bien pronto
las enseñanzas de los hechos.
El Dr. Pellegrini. la "gran muñeca", como se le
llamó en su época, asumió el mando, e hizo sentir lo que llamó su autoridad, y
mientras Leandro N. Alem y Víctor M. Molina, representantes genuinos del pueblo
ante el Parlamento Argentino, eran detenidos j encarcelados, violando preceptos
constitucionales, en Mendoza se elegía senador al Sr. Emilio Civit, al amparo
del Ejército Nacional.
Esta elección dio lugar a un formidable debate el año 1891,
donde Del Valle y Alem lucharon contra todo el Senado y pusieron al descubierto
la gangrena que corroía al país y lo tenía postrado. Pizarro, ese terrible
competidor de Del Valle, en un momento de pasión, dejó escapar palabras que
parecían una crítica a la revolución del 90:
¡Ojala no lo hubiera hecho!.
Del Valle, uno de los promotores de ese gran movimiento, se
yergue y nunca se oyeron palabras más hondamente sentidas, nadie justificó
mejor que él esa revolución que encarnó en ese momento les aspiraciones de
todos los argentinos.
Como él lo dice:
"Tomaron su
dirección hombres de vida inmaculada, que se acercan a los últimos años de la
existencia y marchan con la frente altiva, por que no hay una sola sombra que
los empañe; la hicieron espíritus austeros, catonianos, que se citan en nuestro
país como ejemplo de rectitud, de firmeza y de honorabilidad; la hicieron
hombres de estado, hombres que se han sentado con el Sr. Senador por Santa Fe
en los altos consejos de Estado, formando parte de los ministerios nacionales;
la hicieron hombres de letras, comerciantes, hacendados, generales, coroneles,
jefes y oficiales del ejército de la República, cubiertos de gloria, que
ostentan todos en el pecho cada una de las condecoraciones que la patria ha
dado al valor, al honor y a la disciplina militar en nuestro tiempo; la
hicieron, Sr. Presidente, los jefes y oficiales del ejército que salían de la
escuela de Palermo, donde habían aprendido que arriba de la ordenanza está la
Constitución; la hizo, Sr. Presidente, la juventud de Buenos Aires, no esa
pobre juventud desheredada que vaga en nuestra? calles vendiendo diarios, los
humildes de vida, no: no la hicieron los jóvenes sin posición social o de
espíritu inculto, no era ese el elemento de aquel movimiento; era la juventud
de la Universidad de Buenos Aires, es decir, era el Intelecto, era el porvenir
de nuestra patria. Esa revolución, que según la expresión de Pizarro, si bien
estaba vencida, había muerto al gobierno, era la consecuencia de haber
proclamado jefe único de partido, al jefe constitucional de todos los
argentinos”
Vencida la revolución, Del Valle renunció su cargo de
Senador, por que según él lo entendía, desde el momento que alzó las armas
contra el gobierno, quedó separado de hecho e irrevocablemente del Senado y así
lo hizo saber al Presidente del cuerpo, para que Buenos Aires quede en actitud
de designar su reemplazante. Pero fue su ausencia muy breve, porque el pueblo
de la Capital le eligió junto con Alem, para llenar las vacantes del Dr.
Zavalía y del General Roca.
Ardua fue la tarea, por que las revoluciones recrudecían, en
todo el país, con una violencia que hacía desesperar a los más optimistas.
La Unión Cívica se había dividido en dos; los acuerdistas
que siguieron a Mitre, y los radicales que siguieron a Alem.
En 1892, el Dr. Luis Sáenz Peña sucedió en el gobierno al
doctor Pellegrini, que había completado el período del Dr. Juárez, renunciante
a raíz de la revolución de 1890.
El Dr. Sáenz Peña, trabado en su gestión por los partidos en
lucha, llamó al Dr. Del Valle para que formara gabinete, lo formó, asumiendo él
la cartera de guerra. Quiso desarmar a los gobiernos provinciales para la segurar
la paz y dar a los pueblos la libertad por que clamaban y por la cual se
derramaba sangre argentina casi todos los días; pero el Congreso, donde
predominaban los hombres del partido Nacional, le negó los recursos legales que
él pedía, esto es, la intervención en las provincias convulsionadas, por que
Del Valle, celoso defensor del Parlamento, no quiso en ningún momento obrar sin
una ley que lo autorizara. Basta leer su discurso, pronunciado desde el balcón
de la casa de gobierno, para ver hasta donde iba su respeto por el Parlamento.
Allí dice: El Poder Ejecutivo, que tiene en sus manos las
fuerzas de la Nación, es el primero que debe reclamar respeto para ese poder
que en el orden de las instituciones, representa al Poder Legislativo de la
República, y como miembro del Poder Ejecutivo reclama respeto para esas
resoluciones y para cada uno de los miembros del Congreso.
Solicitó el concurso de sus amigos, y como se le negara,
abandonó la cartera de guerra y se retiró a su casa, no sin antes tentar el
postrer esfuerzo, para arrancar a los gobiernos el último fusil que les quedara
para oprimir a los pueblos.
En los discursos de del Valle no tiene aplicación la crítica
de Cormenin; todos ellos pueden ser leídos con atención y siempre se encontrará
la sustancia que, según Timón, no existe en casi todos los oradores.
No hay discurso que no encierre grandes verdades y múltiples
enseñanzas, por que, ya se trate de reformas al Código Civil, del patronato, de
la lotería, de las Obras de Salubridad de la Capital, o de cualquier otro
asunto. Del Valle aporta el caudal inagotable de sus vastos conocimientos, de
su talento y de su fecundidad, por que de todo sabe, y lo sabe bien.
Pero donde descuella inconfundible, por el dominio de la
materia, es cuando trata algún punto constitucional. Conoce los tratadistas de
derecho constitucional, las constituciones del mundo civilizado, la historia de
casi todos los casos producidos, el reglamento de los parlamentos y hasta las
palabras de los oradores pronunciadas en las distintas discusiones.
Sus lecciones, dictadas en la Facultad de Derecho, con ser
el texto obligado en distintos puntos, son un vivido reflejo de sus discursos,
sobre derecho constitucional, donde los afectos a estos estudios podrán
encontrar una fuente inapreciable de conocimientos.
Murió, joven aún, cuando la patria tenía en sus ojos puestos
en él; pero ello no obstante ha dejado el ejemplo de sus grandes virtudes, de
su ciencia, de su patriotismo nunca desmentido y reconocido hasta por sus
adversarios; y si queda aún camino a recorrer, el pensamiento y la acción de
los grandes hombres, es la mejor historia, por el ejemplo viviente. Inspirado
en él he realizado la tarea de compilar los discursos de nuestro ilustre
tribuno, que dedico a mis alumnos de Instrucción Cívica, porque en ellos
encontrarán la Constitución Argentina, interpretada y comentada por el verbo de
Aristóbulo del Valle.
Fuente: Prólogo del Dr. Anibal F. Leguizamón a las Oraciones Magistrales de Aristóbulo del Valle, Edicion Cultura Argentina, 1922.
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