Esta de Dios que debemos seguir utilizando a nuestros mocovíes
como puntos de referencia para establecer comparaciones e inducir consecuencias
políticas, sociales y económicas.
Nuestra comparación de quichuas y mocovíes resulto jugosa y
vino al pelo para demostrar que no hay motivos de considerarnos inferiores al
pueblo peruano. Nuestra inducción de hoy, quizás resulte también muy
interesante, asaz ilustrativa, jugosamente rotunda.
Inducción si pues iremos del harapo sucio al entorchado
brillante.
Mañana se cumple el duodécimo aniversario de la muerte de Hipólito
Yrigoyen. Los indios de San Javier y de toda la Costa fueron siempre radicales.
Recuerdos lejanos nos permiten afirmar que fueron siempre yrigoyenistas, en
filiación cierta y terminante. Hechos actuales, nos facilitan comprobar que
conservan religiosamente esa filiación política.
El último malón de los mocovíes, según dijimos en su
oportunidad, estuvo atizado en sus orígenes por la revolución del radicalismo.
En 1904, como en el 90 y el 93, el nombre de Hipólito Yrigoyen corría en labios
aborígenes, musitado misteriosamente.
Singular destino el de este conductor de multitudes, raro
sortilegio el de su figura proyectada en el fondo y en la superficie del pueblo
argentino, caso extraordinario el de su penetración en el alma colectiva, fenómeno
histórico todavía no bien explicado el de este ciudadano que se erige en símbolo
vivo durante medio siglo de lucha cívicas y continua siendo un símbolo para la
atracción popular desde las orillas de la muerte.
-Hipólito Yrigoyen ha muerto.
¡Viva Hipólito Yrigoyen!
Los otros días vimos de nuevo la escena de mil veces
repetida. La escena que presenciamos en la infancia, en la adolescencia y en la
madurez. Un indio era arreado por la fuerza policial. Iba el mocoví tironeado
por dos milicos, beodo, transpirando los vahos de su vino negro y triste
llorando:
-¡Viva Hipólito Yrigoyen!-
No era tiempo de elecciones.
Pero el incidente revivía en la medula del indio el recuerdo
de vejámenes pasados, era su grito de protesta:
-¡Viva Hipólito Yrigoyen!-
Los indios aprendieron a votar, como tantos criollos, como
el pueblo entero, al influjo de ese nombre, banderas y astas. En largas
hileras, acaudillados por don Santiago Cabral, paternal y gaucho en su flete
coludo, llegaban al comicio en 1912, voceando ya su grito de batalla pacifica.
Todos eran radicales. Ser radical significaba ser lo otro; llevar en el corazón
el nombre del líder. Llevarlo en el corazón y en la boca, a modo de reclamo de
reivindicaciones profundamente sentidas. Los indios entendían. Vaya si entendían
aquello del sufragio libre!
Voceando el mismo nombre votaron en 1916. Repitieron el
ejercicio en 1922. Trabajados, acosados de mil maneras, pudieron hacerlo por última
vez en 1928. Después…
Los mocovíes siguieron siendo yrigoyenistas. Y soportaron
como todos los ciudadanos del país, el proceso del fraude. Ellos más que los
otros. El fraude los vejó hasta el hueso. Se les arrebataban la libreta. La
“papeleta” fue una especie de maldición en sus bolsillos. Por ella les daban
los treinta dineros de Judas. Por ella les castigaban. Por ella, el domingo
famoso de las elecciones debían acudir a incontables subterfugios para llegar
al cuarto oscuro y poner en la urna la boleta de los dos retratos. Sabían votar
los indios. Distinguían la boleta que deseaban depositar. El retrato del hombre
de las barbas pluviales y el retrato del hombre afeitado, en cuyo gesto había
algo de la taciturna expresión aborigen.
Los retratos de Alem y de Yrigoyen orientaban perfectamente
su paso por el comicio.
Sabían por quien votaban los mocovíes, aunque luego les
robaran el voto en las trasnochadas del fraude. Los indios saben...
Los que no sabían lo que hacían, los que inferían un daño
enorme al país eran los burladores de la soberanía popular, los que deshacían
la obra de Hipólito Yrigoyen su conquista máxima, la que fue el resorte de su
triunfo y que es su titulo mayor para la historia; la de haber logrado para el
pueblo argentino el derecho a votar libremente, a ser dueño de su destino, a
tener la conciencia de su propia fuerza.
Escondida en las alpargatas o en alguno repliegue intimo de
sus harapos, los mocovíes llevaban al cuarto oscuro la boleta con el retrato de
Hipólito Yrigoyen. Para que no se le arrebatara el fraude, la violencia de las policías
electoras, el soborno de los caudillos indecentes.
Que secreto impulso, que misteriosa convicción que
razonamiento inexplicable regia esa conducta?
El instinto popular, certero.
El instinto popular, que no se engaña, pese a que a veces se
equivoque y maguer se lo tuerza a menudo por artes de birlibirloque. El instinto
popular que percibió siempre, con clarividencia insobornable el sentido de
justicia social y la intergevirsable conducta democrática que informaron la acción
política de Hipólito Yrigoyen. Su acción política y su gestión en el gobierno,
por encima de sus héroes por debajo de sus aciertos, en las buenas y en las
malas, en el llano y en la altura, estuvieron presididas y signadas por su amor
al pueblo.
Amor retribuido por el pueblo, generosamente, sin mayores
discriminaciones por instinto seguro.
Los indios mocovíes deben ser, lo son sin duda alguna, las
expresiones más oscuras de nuestro pueblo. Analfabetos, misérrimos, sufrientes,
desposeídos hasta la mendicidad, constituyen la más baja ecuación de nuestros
valores sociales. Sin embargo ellos entendieron acabadamente y profundidad increíble.
Ellos comprendieron la cosa, mejor que muchos políticos
sabios, mejor que muchos sociólogos, mejor que muchos doctores.
Hace pocos días una quebrada voz ha dicho que Hipólito
Yrigoyen fue el único presidente de la Republica que enfrento a las fuerzas oligárquicas
y esas fuerzas ocultas lo (…). Los indios mocovíes entienden ese lenguaje. Pero
poco que saben, recuerdan al frente de la columna revolucionaria del seis de
septiembre el general Uriburu. Recuerdo que en 1893, el general Roca hizo
fracasar la revolución que hacemos desde abajo y que planeado tan
cuidadosamente por Hipólito Yrigoyen. Recuerdan que a la hora de su muerte, el
general Justo estaba en la Casa Rosada, mientras apuntaban las ametralladoras
en los altos de Buenos Aires, previendo un alzamiento del pueblo que había
llevado a la presidencia (…) de su caudillo.
Quizás andaban en el juego de las fuerzas ocultas. Pero los
indios mocovíes, para su coleto para de harapos saben que siempre anduvieron
generales atravesados en el camino de Hipólito Yrigoyen.
Los indios mocovíes que (…) ahora en el boliche, vinos
tristes o en la casa se enteran de que el gobierno -bajo la tutela presidencial
de otro general- (…) tributar un homenaje. Una llevara el nombre de Hipólito
Yrigoyen. Pero se informan que se prohíbe homenajes por su memoria. En tales
condiciones nuestro aborigen ven gato encerrado. Algún gato quiere pasar por
liebre. (…) No comenta, porque el turno por indios muy… (…)
Entiende que no puede que no lo dejas volver al (…) como
antes como cuando (…) ejercer su derechos cívico a pesar de todo grita su credo
político:
-Viva Hipólito Yrigoyen-
Si nuestros indios pudiesen hablar… Si pudieras votar una
vez libremente… Su instinto no se equivocaría.
Luis Guidiño Kramer debe incorporar a sus versos en mocoví-castellana,
esta intencionada:
Indio queriendo votar
Si gobierno respetándose
Indio corazón ladino
Aunque lengua no ayuda
Indio sabiendo votar
Si milico no apaleándose
Y en la caprichosa (…) del gerundio, ira bien explicado la intención
de los mocovíes, la afirmación unánime (…) ya irrefrenable de todo (…)
argentino.
El pueblo quiere y sabe.
Desea votar respetado y apaleado.
Fuente: Teofilo Meana: "Hipólito Yrigoyen y los Mocovíes" en el Diario El Litoral, 2 de julio de 1945.
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