Los radicales, en la elección interna del 26 de noviembre, elegirán
candidato a Ricardo Balbín porque la actitud política de este hombre respetable
y a la vez incomprendido –una actitud extrañamente flexible, pero no sin
principios– expresa el fundamental modo de ser del partido en 1972, y por lo
tanto preserva su cohesión, que correría peligro con una dirección situada un
poco mas a la derecha o un poco mas a la izquierda.
Pero, siendo su nombre una necesidad interna de la UCR,
carece del poder multiplicador necesario para ganar una elección presidencial
en dos vueltas. Si no se obtienen por lo menos cuatros votos por cada afiliado
y siete en la rueda final, la victoria es imposible.
Tal vez ninguna otra candidatura radical –y la única posible
es, desde luego, la de Alfonsin– obtendrá mejores resultados. Los no radicales
cuyos votos se necesitan –muchos, incluso, de antirradicales que para atajar al
peronismo, tendrán que tragarse nuevamente su vieja fobia– hallan mas “sectario”
al joven tribuno de Chascomus que al ya apaciguado patriarca de City Bell.
Resignados a la derrota
Los radicales se resignan, sin duda, a ser derrotados,
aunque no lo dirán, obviamente; mas aun, en la pugna interna se lanzaran esa imputación
los unos a los otros. Pero saben que la mayoría es peronista y, a pesar de las
suspicacias que se adivinan en ese sector –por haber aprovechado en su
beneficio el veto de 1963– me parece
observar que no quieren repetir la infortunada experiencia de ejercer íntegramente
la responsabilidad del poder.
Esa modestia es un hecho nuevo y positivo en la historia del
radicalismo, el cual, en tiempos de Yrigoyen, se negaba a ser un partido –es
decir, una parte de la Nacion– pues pretendía encarnar la Nación misma
dispuesta a lograr la “reparación” de agravios cometidos desde lejanas épocas
contra ella y contra su pueblo.
Esa nebulosa mística, que lo nutrió espiritualmente durante
un cuarto de siglo de “abstención revolucionaria” –la que cobró, mas bien, la fisonomía
de un movimiento de no violencia anterior a la predica de Ghandi– se ha
desvanecido. El radicalismo, por fin, un partido como todos, aunque
probablemente el mejor de todos, si se admite la necesidad de los partidos para
erigir un gobierno representativo (lo que no es mi caso).
Es el mejor porque, precisamente, ya paso la fase carismática
fundacional a la simple rutina democrática, un camino que también recorrerá el
justicialismo si se conserva unido cuando ya, no tenga un jefe infalible.
Esta arraigado en el fondo sentimentalmente y manso de
nuestro hombre de campo, pero bien distribuido por todo el país, a cuya pequeña
burguesía expresa con fidelidad, aun en su anacronismo y en sus vacilaciones.
Conserva el gusto por la libertad aunque no la decisión de
defenderla a cualquier precio, y ha aprendido a respetar al prójimo, aun al
conservador –su adversario durante medio siglo–, y al peronista, cuya
intolerancia padeció con dignidad durante diez años.
Los jóvenes que se han inscripto recientemente perderán
pronto la ilusión de que algún día, por ese medio, van a modificar el
sistema de raíz; pero es que ellos
mismos, andando el tiempo ya no querrán trastornarlo, sino mejorarlo en lo
posible, salvo algún núcleo activista que entonces emigrará hacia zonas mas
calidas del panorama político.
He querido ser justo con los radicales, porque son el primer
partido que ventiló limpiamente sus cuestiones internas y se lanzó, sin dudar
un momento, a combatir el justificado escepticismo de la ciudadanía en una solución
por las urnas del problema político nacional. Y tratare de ser justo también
con los demás partidos, para ganarme el derecho – ante los lectores– de
criticarlos a todos cuando recaigan en los vicios que tan a menudo frustraron
la reconstrucción de la democracia argentina.
No dejare de decir, por ejemplo, que la UCR tiene en su seno
un cáncer y que ese cáncer es la organización partidaria en el distrito
metropolitano, donde la corrupción y el caudillismo empañan su imagen, privándolo
de muchos votos independientes, – un pronostico facil– en los comicios del año próximo.
Gobierno de coalición
Mas difícil es pronosticar que hará el radicalismo después de
una derrota honorable que le permitiría, de todos modos, ocupar algunas
gobernaciones y ofrecer al país una calificada representación en ambas cámaras.
No creo que Balbín se atreva a vulnerar la tradición de
independencia del partido integrando una formula presidencial mixta ni que Perón
mande votar por él, como suponen algunos dirigentes radicales propensos a
ciertos ilusiones. Supongo, en cambio, que el futuro presidente –sea militar,
sea peronista– necesitará, para consolidar el régimen constitucional, de la colaboración
de un partido popular que tiene el valor moral de afrontar una temporaria impopularidad,
si así lo requiere el interés nacional. Esa colaboración podría ejercitarse no
solo en el Congreso, sino también en el gabinete. El Radicalismo histórico
nunca aceptó, es cierto, los gobiernos de coalición, pero es probable que lo
haga de aquí en adelante.
En ese caso, el futuro de este partido será más promisorio
que su presente.
Puede ocurrir que el presidente tenga dificultades con su
partido; que Perón, después de haber contribuido a su elección, rompa con el y
lo deje en minoría. En ese caso, el radicalismo –vencido en las urnas– pasaría
a ser la columna dorsal del gobierno.
No el faltan hombres capaces para realizar, con una eficacia
superior a la que generalmente se cree, la ardua tarea de reconstrucción
nacional. Hombres como Juan Carlos Pugliese, Roque Carranza, Félix Elizalde,
German López, Conrado Storani, Carlos Becerra, Leopoldo Suárez y algunos otros,
no han dado aun todo lo que pueden dar. Raúl Alfonsín bregará por la
candidatura presidencial en 1977, cuando haya definido mejor un perfil de
estadista. Ricardo Balbín y Arturo Illia permanecerán como reservas morales,
algo que también es indispensable si realmente queremos vivir la democracia.
Si todo esto es un sueño, no me lo reprocharé; habrá sido el
error de un argentino que aun cree en su país.
Fuente: Osiris Troiani: "Los Radicales de Hoy" reproducido en el Diario El Litoral del dia del 24 de septiembre de 1972.
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