Señor vicepresidente;
Señor Presidente de la Cámara de Representantes;
Señor Presidente pro-tempore del Senado;
Señores senadores;
Señores representantes;
Señoras y señores:
Agradezco la cordialidad con que me han recibido y quiero
manifestar mi emoción, como antiguo parlamentario, de encontrarme ante este
Honorable Congreso, símbolo de vuestro sistema republicano, federal y
democrático. En nombre de la Nación Argentina saludo a los representantes del
pueblo de los Estados Unidos y brindo el más cálido homenaje a esta institución
que expresa los ideales e intereses del pueblo norteamericano, sus ansias de libertad
y de respeto a los derechos humanos.
Ese pueblo debe esperar de la Argentina democrática sinceridad,
esfuerzo y solidaridad para mantener desde el sur de América aquellos valores
fundacionales de nuestro país: justicia y libertad. También racionalidad y
madurez expresadas en actitudes previsibles.
Desde nuestro acceso a la vida independiente, nunca hemos dejado
de sentimos herederos de la cultura y de un ideario centrado en la dignidad del
hombre.
Pero por nuestra misma peculiaridad histórica, los argentinos
pertenecemos también de modo irreversible a esa gran realidad diferenciada de
ser occidentales, que es Latinoamérica: desde ella, junto a los demás países de
la región, hemos ido conformando un universo de valores y de aspiraciones que
definen un particular modo de ser y de estar en el mundo.
Es aquel que nos impulsa a evitar que a los problemas del
subdesarrollo se sumen las consecuencias negativas de las contradicciones
estratégicas propias del conflicto Este-Oeste. Pero no vivimos, fuera de la
historia ni de la geografía, nuestra historia y nuestra geografía nos hacen
compartir con ustedes los mismos ideales y sentimos asociados en el
mantenimiento de valores, convicciones y formas comunes de organización social
y política.
Somos democráticos porque la democracia supone al hombre un
ser libre, fin último de toda política y dueño de su destino.
Somos democráticos porque la democracia afianza la dignidad
del hombre, es decir, la libertad y la justicia.
Somos democráticos porque la democracia supone amor y paz,
frente a la dictadura y la guerra que proponen el odio.
Somos democráticos porque somos morales y es por eso que nuestra
empresa política es una empresa moral.
En definitiva, señores legisladores, afirmo que la
democracia es la única forma de organización social que permite la plena
vigencia de la dignidad del hombre y que siendo ése su objetivo, el sistema
democrático se basa en una búsqueda de naturaleza ética.
Entonces, esta lucha política de ustedes aquí, en la Nación
más avanzada de la Tierra y la nuestra allá, en una Nación que está nuevamente
orgullosa de sí misma, es y será una lucha ética.
He aquí, un común denominador definitivo.
Señores:
Creemos con Tocqueville que la verdadera fortaleza de las
naciones se asienta sobre la libertad y el bienestar de los pueblos y que en
ese sentido la paz es un requisito ineludible para su grandeza y prosperidad.
Esto es aún más perentorio para los argentinos y para los latinoamericanos, en
la medida en que les es necesario concentrar sus mayores energías en la consolidación
de gobiernos democráticos y en disipar los recelos y las desconfianzas que en
el pasado han alimentado disputas artificiales y estériles.
Decidida a alcanzar estos objetivos, la Argentina ha puesto
fin recientemente, en forma pacífica, a una centenaria contienda limítrofe con
la República de Chile, con la inestimable mediación de Su Santidad Juan Pablo
II. Demuestra así a la comunidad internacional que su vocación por la paz se
manifiesta en hechos concretos y decisivos de su vida nacional.
Deseo especialmente destacar ante ustedes que esa solución
no fue producto de una decisión aislada del gobierno, sino que el pueblo
argentino, consultado democráticamente, la ratificó por abrumadora mayoría.
Es decir, gobierno y pueblo unánimemente desean resolver de
manera pacífica sus conflictos.
Esa misma voluntad nos anima para encarar la cuestión de las
Islas Malvinas, Sandwich del Sur y Georgias del Sur.
La postergación en la solución de esta controversia genera
intranquilidad internacional al mantener una situación de tensión, crea un foco
crítico en el Atlántico Sur y el peligro de que tanto nuestro territorio como
el área en general se vean envueltos en esquemas estratégicos ajenos a la
región misma.
Nuestra convicción, señoras y señores, respecto de los
derechos de la Argentina, no disminuirá con el tiempo.
Nuestra voluntad de resolverla cuestión de la soberanía
mediante un diálogo franco y completo con el gobierno del Reino Unido —que
incluya los legítimos intereses de los pobladores de las islas— no ha de
alterarse, a pesar de las repetidas negativas británicas a entablar
negociaciones sobre el fondo de la cuestión.
Señores:
La paz que procuramos afianzar en la región y en el mundo no
sólo implica erradicar los conflictos y las guerras. También significa evitar
que se sustraigan importantes recursos de nuestras maltrechas economías para
alimentar el armamentismo y la desconfianza. En esta perspectiva, la paz y el
desarme son necesarios para consolidar nuestras instituciones y para asegurar
que el esfuerzo de nuestros pueblos garantice al mismo tiempo la libertad y la prosperidad.
Pero ese esfuerzo regional no será suficiente si no es
acompañado por la distensión entre las grandes naciones del mundo. Los
latinoamericanos no somos una isla; así como estamos comprometidos con valores
y convicciones, que configuran lo que se ha llamado civilización occidental,
del mismo modo estamos comprometidos a luchar para concretar las esperanzas tantas
veces frustradas de nuestros pueblos.
Sin una mayor justicia en la distribución de los recursos
mundiales, sin el establecimiento de relaciones más equitativas en el comercio
internacional; en suma, sin un esfuerzo solidario para respaldar el
afianzamiento de sociedades libres, peligrará la paz internacional que todos deseamos.
Esta es una razón más para nuestro compromiso por la paz y
el desarme, que se añade al reclamo esencial por el derecho a la vida que ha inspirado
al gobierno a formular un reciente llamamiento internacional, junto a otras
cinco naciones, en Nueva Delhi.
Señores:
Nuestra América requiere democracia, desarrollo y seguridad;
dos causas fundamentales conspiran hoy contra esos objetivos: la situación de
Centroamérica y las condiciones del desarrollo económico y social de América
Latina. Al respecto, deseo poner énfasis en que de acuerdo a nuestra concepción
estas dificultades no pueden atacarse aisladamente ni solucionarse
unilateralmente. La paz, el desarrollo, la democracia y la seguridad se
encuentran en peligro inmediato debido a la crisis centroamericana. Todos
ustedes conocen las causas mediatas que originaron esta situación:
autoritarismo, flagrantes injusticias sociales, miseria; en pocas palabras, la
ausencia de participación política y económica generó inevitables secuelas de
violencia, guerra e inseguridad.
Por eso, el Informe Jackson plantea la cuestión con
precisión (cito):
“Los pueblos de Centroamérica han vivido
demasiado tiempo en situación de pobreza, privaciones y violencia. Los
disturbios de hoy no deben romper sus esperanzas en un futuro mejor. Han
soportado demasiadas generaciones de abusos de poder para permitir que sus aspiraciones
de desarrollo político— democrático sean aplastadas en esta generación debido al
temor, a la división y a la violencia. No menos importante, su propia seguridad
—y la nuestra— no debe ser nunca más amenazada por poderes hostiles que buscan
la expansión de sus influencias a través de la explotación de la miseria”.
Debemos evitar que éste sea el diagnóstico para
Latinoamérica dentro de diez años. Estamos a tiempo de conseguir que el drama
de la historia no sea la profecía del futuro, si reunimos la voluntad política
necesaria y si tomamos conciencia de la magnitud del peligro que nos acecha.
No cabe ninguna duda de que el problema de Centroamérica
afecta al conjunto del continente, y para afianzar su futuro democrático es
imprescindible tener en cuenta la experiencia.
¿Pero cómo romper el círculo vicioso que ha desangrado a
nuestro continente durante las últimas décadas? Hemos visto que ni los
regímenes autoritarios, ni la insurgencia revolucionaria resuelven nuestros
problemas. La experiencia nos muestra que el afianzamiento de la democracia, el
progreso y la prosperidad de nuestros pueblos y la paz y seguridad del continente
—incluidos los Estados Unidos— están íntimamente entrelazados. A partir de esa noción,
tenemos que encontrar las soluciones prácticas para encarar de inmediato los
dos problemas que hoy enfrentamos.
El primer desafío es la cuestión centroamericana; pensamos
que la pregunta clave es cómo lograr que la solución inmediata no contradiga
las soluciones permanentes del futuro.
Mi gobierno respalda, pues, la acción del grupo de
Contadora, mecanismo adecuado para la búsqueda de una solución estable para los
países centroamericanos. Esa búsqueda debería fundarse, a nuestro juicio, en
los siguientes criterios:
Primero: Respeto
del principio de autodeterminación de los pueblos de acuerdo con las condiciones
que les reconoce el derecho internacional actual, manifestado a través de la voluntad
libremente expresada por la mayoría.
Segundo: La plena
vigencia de las democracias pluralistas.
Tercero: La integridad territorial de cada país y la no
intervención de cualquiera de ellos en las cuestiones internas de los demás.
Estos últimos principios deben, a nuestro juicio, tener aplicación universal,
es decir que no deben significarla no intervención de unos, mientras se acepta
la intervención de otros.
Cuarto: La no
injerencia, cualquiera sea ésta, de los países de la región entre sí debe
quedar específicamente garantizada.
Quinto: Que no
existan dispositivos o instalaciones militares que amenacen la seguridad de todos
nuestros países.
En definitiva, de una adecuada solución dependen la paz y
prosperidad de los pueblos centroamericanos, la consolidación de los procesos
democráticos en el continente y la seguridad de toda nuestra América.
Señores:
Si bien es ésta una tarea que requiere una respuesta
inmediata y eficaz, otra amenaza se cierne también sobre nuestro continente.
Vastos sectores de la región están sometidos a inaceptables
condiciones de vida. Esta manifiesta injusticia puede generar inestabilidad y
desorden social.
Este peligro no es motivo de preocupación para los
latinoamericanos exclusivamente. Es un tema que debe interesara todo el
hemisferio. Y no sólo por razones de solidaridad, sino también, como ocurre
hoy, con la cuestión centroamericana, por motivos de seguridad.
Los conflictos sociales tuvieron en la región dos maneras
igualmente nefastas de pretendida solución.
O bien se los ahogó en la represión o bien se los utilizó para
crear las condiciones de insurgencia armada. En ambos casos, la dignidad del
hombre, su libertad y su iniciativa individual se vieron gravemente afectadas
como también lo fueron la tranquilidad, la paz y la seguridad del hemisferio,
como lo enseña la historia de este siglo.
Es así que el segundo desafío consiste en comprender la
situación y actuar conjuntamente, para que esta vez la alternativa democrática
sea la que resuelva definitivamente la situación social en Latinoamérica.
Es ésta una responsabilidad primaria de los latinoamericanos
pero es también responsabilidad y necesidad para todas las democracias del
continente.
Hace veintiséis años, el Presidente argentino Arturo
Frondizi, aquí en el Capitolio, al referirse al drama de los millones de
personas carentes de recursos en Latinoamérica, sostuvo que el mayor peligro
para la seguridad del hemisferio se encontraba en la angustia y en la
frustración de esas masas.
¿No alcanza la dolorosa experiencia de este cuarto de siglo
para comprobar el enorme costo que tiene desvincular la seguridad, el
desarrollo y la democracia?
El cuadro que describimos presenta, con todo, una esperanza:
la consistente tendencia hacia la democracia en el continente. Es la única
alternativa a los estallidos sociales y el único sistema de gobierno que, por
otro lado, al proponerse por objetivo la dignidad del hombre, está en las mejores
condiciones para entablar la impostergable lucha contra flagelos tales como el narcotráfico.
Señoras y señores:
Hoy estamos persuadidos de la necesidad de emprender una
consideración conjunta del problema de la deuda con los gobiernos de los países
acreedores, porque los problemas no competen únicamente a los organismos
financieros internacionales y a las entidades bancarias. Cuando en junio de
1984 once países de América Latina nos reunimos en la ciudad de Cartagena,
formulamos una declaración señalando la gravedad que para nosotros tiene esta
dependencia que significa la deuda externa. Así lo hicimos saber a los países industrializados.
La deuda externa de nuestros países constituye un hecho
político que exige la colaboración responsable de los gobiernos para encontrar
un nuevo horizonte de solidaridad y cooperación que de más seguridad al orden
económico mundial, y en lo que a nosotros concierne, nos brinde una más
profunda confianza en la conquista definitiva de esos valores de nuestra cultura:
el mantenimiento de un sistema de convivencia basado en la libertad y la
democracia, que asegure a las generaciones venideras una auténtica igualdad de
oportunidades. Este es nuestro desafío.
Señores:
La sociedad que buscamos para la Argentina es democrática,
pluralista y necesariamente independiente. Este tipo de sociedad es conveniente
no sólo para los intereses argentinos, sino también para los intereses
permanentes de los Estados Unidos. Es imprescindible para la estabilidad de la
región que así asegurará la paz a través de la democracia y del desarrollo.
Nuestra seguridad se basa tanto en la defensa militar como
en la difusión de los valores que dan vida a esa sociedad. Es necesario que
cada vez haya más países en donde tengan plena vigencia y cada vez más pueblos
dispuestos a defenderlos. Un eventual fracaso de las nuevas democracias
latinoamericanas, es decir, de estos nuevos modelos de sociedad en el continente,
tendría gravísimas consecuencias para la región toda, incluso para los Estados Unidos.
Por ello, reclamo una especial comprensión por parte de los
señores senadores y representantes aquí reunidos y por parte del gobierno de
los Estados Unidos. Por ello, también el principal objetivo de mi viaje es el
de destacar el núcleo de las convergencias e intereses comunes, para que las
eventuales discrepancias o las diferentes apreciaciones no pongan en tela de
juicio la relación básica y los acuerdos esenciales.
En definitiva, señores, desde la Alianza para el Progreso,
independientemente de sus virtudes o defectos, hace un cuarto de siglo que no
se da ningún impulso coherente y de largo plazo para encarar los problemas
hemisféricos.
En ese largo tiempo y hasta ahora no ha sido posible
vincular en la práctica la seguridad hemisférica con el desarrollo económico y
la consolidación democrática. Vincular dentro de nuestra comprensión de la
realidad estos tres lemas y hacerlos compatibles entre sí, deberá ser, a partir
de este momento, una tarea común.
Hace más de cien años, un pensador y político argentino,
Juan Bautista Alberdi, fundador de nuestras bases constitucionales decía:
“…ha pasado la época
de los héroes, entremos hoy en la edad del buen sentido. El tipo de grandeza
americana no es Napoleón, es Washington, y Washington no presenta triunfos
militares, sino prosperidad, engrandecimiento, organización y paz. Es el héroe
del orden en la libertad por excelencia”.
Hoy hago mío este pensamiento.
Muchas gracias.
Fuente: Discurso del Señor Presidente de la Nación Doctor Raúl Alfonsín en el Congreso de los Estados Unidos, 20 de marzo de 1985.
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