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viernes, 25 de septiembre de 2015

Raúl Alfonsín: "En el Congreso de los Estados Unidos" (20 de marzo de 1985)

Señor vicepresidente;
Señor Presidente de la Cámara de Representantes;
Señor Presidente pro-tempore del Senado;
Señores senadores;
Señores representantes;
Señoras y señores:

Agradezco la cordialidad con que me han recibido y quiero manifestar mi emoción, como antiguo parlamentario, de encontrarme ante este Honorable Congreso, símbolo de vuestro sistema republicano, federal y democrático. En nombre de la Nación Argentina saludo a los representantes del pueblo de los Estados Unidos y brindo el más cálido homenaje a esta institución que expresa los ideales e intereses del pueblo norteamericano, sus ansias de libertad y de respeto a los derechos humanos.

Ese pueblo debe esperar de la Argentina democrática sinceridad, esfuerzo y solidaridad para mantener desde el sur de América aquellos valores fundacionales de nuestro país: justicia y libertad. También racionalidad y madurez expresadas en actitudes previsibles.

Desde nuestro acceso a la vida independiente, nunca hemos dejado de sentimos herederos de la cultura y de un ideario centrado en la dignidad del hombre.

Pero por nuestra misma peculiaridad histórica, los argentinos pertenecemos también de modo irreversible a esa gran realidad diferenciada de ser occidentales, que es Latinoamérica: desde ella, junto a los demás países de la región, hemos ido conformando un universo de valores y de aspiraciones que definen un particular modo de ser y de estar en el mundo.

Es aquel que nos impulsa a evitar que a los problemas del subdesarrollo se sumen las consecuencias negativas de las contradicciones estratégicas propias del conflicto Este-Oeste. Pero no vivimos, fuera de la historia ni de la geografía, nuestra historia y nuestra geografía nos hacen compartir con ustedes los mismos ideales y sentimos asociados en el mantenimiento de valores, convicciones y formas comunes de organización social y política.

Somos democráticos porque la democracia supone al hombre un ser libre, fin último de toda política y dueño de su destino.

Somos democráticos porque la democracia afianza la dignidad del hombre, es decir, la libertad y la justicia.

Somos democráticos porque la democracia supone amor y paz, frente a la dictadura y la guerra que proponen el odio.

Somos democráticos porque somos morales y es por eso que nuestra empresa política es una empresa moral.

En definitiva, señores legisladores, afirmo que la democracia es la única forma de organización social que permite la plena vigencia de la dignidad del hombre y que siendo ése su objetivo, el sistema democrático se basa en una búsqueda de naturaleza ética.
Entonces, esta lucha política de ustedes aquí, en la Nación más avanzada de la Tierra y la nuestra allá, en una Nación que está nuevamente orgullosa de sí misma, es y será una lucha ética.

He aquí, un común denominador definitivo.

Señores:

Creemos con Tocqueville que la verdadera fortaleza de las naciones se asienta sobre la libertad y el bienestar de los pueblos y que en ese sentido la paz es un requisito ineludible para su grandeza y prosperidad. Esto es aún más perentorio para los argentinos y para los latinoamericanos, en la medida en que les es necesario concentrar sus mayores energías en la consolidación de gobiernos democráticos y en disipar los recelos y las desconfianzas que en el pasado han alimentado disputas artificiales y estériles.

Decidida a alcanzar estos objetivos, la Argentina ha puesto fin recientemente, en forma pacífica, a una centenaria contienda limítrofe con la República de Chile, con la inestimable mediación de Su Santidad Juan Pablo II. Demuestra así a la comunidad internacional que su vocación por la paz se manifiesta en hechos concretos y decisivos de su vida nacional.

Deseo especialmente destacar ante ustedes que esa solución no fue producto de una decisión aislada del gobierno, sino que el pueblo argentino, consultado democráticamente, la ratificó por abrumadora mayoría.

Es decir, gobierno y pueblo unánimemente desean resolver de manera pacífica sus conflictos.

Esa misma voluntad nos anima para encarar la cuestión de las Islas Malvinas, Sandwich del Sur y Georgias del Sur.

La postergación en la solución de esta controversia genera intranquilidad internacional al mantener una situación de tensión, crea un foco crítico en el Atlántico Sur y el peligro de que tanto nuestro territorio como el área en general se vean envueltos en esquemas estratégicos ajenos a la región misma.

Nuestra convicción, señoras y señores, respecto de los derechos de la Argentina, no disminuirá con el tiempo.

Nuestra voluntad de resolverla cuestión de la soberanía mediante un diálogo franco y completo con el gobierno del Reino Unido —que incluya los legítimos intereses de los pobladores de las islas— no ha de alterarse, a pesar de las repetidas negativas británicas a entablar negociaciones sobre el fondo de la cuestión.

Señores:

La paz que procuramos afianzar en la región y en el mundo no sólo implica erradicar los conflictos y las guerras. También significa evitar que se sustraigan importantes recursos de nuestras maltrechas economías para alimentar el armamentismo y la desconfianza. En esta perspectiva, la paz y el desarme son necesarios para consolidar nuestras instituciones y para asegurar que el esfuerzo de nuestros pueblos garantice al mismo tiempo la libertad y la prosperidad.

Pero ese esfuerzo regional no será suficiente si no es acompañado por la distensión entre las grandes naciones del mundo. Los latinoamericanos no somos una isla; así como estamos comprometidos con valores y convicciones, que configuran lo que se ha llamado civilización occidental, del mismo modo estamos comprometidos a luchar para concretar las esperanzas tantas veces frustradas de nuestros pueblos.

Sin una mayor justicia en la distribución de los recursos mundiales, sin el establecimiento de relaciones más equitativas en el comercio internacional; en suma, sin un esfuerzo solidario para respaldar el afianzamiento de sociedades libres, peligrará la paz internacional que todos deseamos.

Esta es una razón más para nuestro compromiso por la paz y el desarme, que se añade al reclamo esencial por el derecho a la vida que ha inspirado al gobierno a formular un reciente llamamiento internacional, junto a otras cinco naciones, en Nueva Delhi.

Señores:

Nuestra América requiere democracia, desarrollo y seguridad; dos causas fundamentales conspiran hoy contra esos objetivos: la situación de Centroamérica y las condiciones del desarrollo económico y social de América Latina. Al respecto, deseo poner énfasis en que de acuerdo a nuestra concepción estas dificultades no pueden atacarse aisladamente ni solucionarse unilateralmente. La paz, el desarrollo, la democracia y la seguridad se encuentran en peligro inmediato debido a la crisis centroamericana. Todos ustedes conocen las causas mediatas que originaron esta situación: autoritarismo, flagrantes injusticias sociales, miseria; en pocas palabras, la ausencia de participación política y económica generó inevitables secuelas de violencia, guerra e inseguridad.
Por eso, el Informe Jackson plantea la cuestión con precisión (cito):

 “Los pueblos de Centroamérica han vivido demasiado tiempo en situación de pobreza, privaciones y violencia. Los disturbios de hoy no deben romper sus esperanzas en un futuro mejor. Han soportado demasiadas generaciones de abusos de poder para permitir que sus aspiraciones de desarrollo político— democrático sean aplastadas en esta generación debido al temor, a la división y a la violencia. No menos importante, su propia seguridad —y la nuestra— no debe ser nunca más amenazada por poderes hostiles que buscan la expansión de sus influencias a través de la explotación de la miseria”.

Debemos evitar que éste sea el diagnóstico para Latinoamérica dentro de diez años. Estamos a tiempo de conseguir que el drama de la historia no sea la profecía del futuro, si reunimos la voluntad política necesaria y si tomamos conciencia de la magnitud del peligro que nos acecha.

No cabe ninguna duda de que el problema de Centroamérica afecta al conjunto del continente, y para afianzar su futuro democrático es imprescindible tener en cuenta la experiencia.

¿Pero cómo romper el círculo vicioso que ha desangrado a nuestro continente durante las últimas décadas? Hemos visto que ni los regímenes autoritarios, ni la insurgencia revolucionaria resuelven nuestros problemas. La experiencia nos muestra que el afianzamiento de la democracia, el progreso y la prosperidad de nuestros pueblos y la paz y seguridad del continente —incluidos los Estados Unidos— están íntimamente entrelazados. A partir de esa noción, tenemos que encontrar las soluciones prácticas para encarar de inmediato los dos problemas que hoy enfrentamos.

El primer desafío es la cuestión centroamericana; pensamos que la pregunta clave es cómo lograr que la solución inmediata no contradiga las soluciones permanentes del futuro.

Mi gobierno respalda, pues, la acción del grupo de Contadora, mecanismo adecuado para la búsqueda de una solución estable para los países centroamericanos. Esa búsqueda debería fundarse, a nuestro juicio, en los siguientes criterios:

Primero: Respeto del principio de autodeterminación de los pueblos de acuerdo con las condiciones que les reconoce el derecho internacional actual, manifestado a través de la voluntad libremente expresada por la mayoría.

Segundo: La plena vigencia de las democracias pluralistas.

Tercero: La integridad territorial de cada país y la no intervención de cualquiera de ellos en las cuestiones internas de los demás. Estos últimos principios deben, a nuestro juicio, tener aplicación universal, es decir que no deben significarla no intervención de unos, mientras se acepta la intervención de otros.

Cuarto: La no injerencia, cualquiera sea ésta, de los países de la región entre sí debe quedar específicamente garantizada.

Quinto: Que no existan dispositivos o instalaciones militares que amenacen la seguridad de todos nuestros países.

En definitiva, de una adecuada solución dependen la paz y prosperidad de los pueblos centroamericanos, la consolidación de los procesos democráticos en el continente y la seguridad de toda nuestra América.

Señores:

Si bien es ésta una tarea que requiere una respuesta inmediata y eficaz, otra amenaza se cierne también sobre nuestro continente.

Vastos sectores de la región están sometidos a inaceptables condiciones de vida. Esta manifiesta injusticia puede generar inestabilidad y desorden social.

Este peligro no es motivo de preocupación para los latinoamericanos exclusivamente. Es un tema que debe interesara todo el hemisferio. Y no sólo por razones de solidaridad, sino también, como ocurre hoy, con la cuestión centroamericana, por motivos de seguridad.

Los conflictos sociales tuvieron en la región dos maneras igualmente nefastas de pretendida solución.
O bien se los ahogó en la represión o bien se los utilizó para crear las condiciones de insurgencia armada. En ambos casos, la dignidad del hombre, su libertad y su iniciativa individual se vieron gravemente afectadas como también lo fueron la tranquilidad, la paz y la seguridad del hemisferio, como lo enseña la historia de este siglo.

Es así que el segundo desafío consiste en comprender la situación y actuar conjuntamente, para que esta vez la alternativa democrática sea la que resuelva definitivamente la situación social en Latinoamérica.

Es ésta una responsabilidad primaria de los latinoamericanos pero es también responsabilidad y necesidad para todas las democracias del continente.

Hace veintiséis años, el Presidente argentino Arturo Frondizi, aquí en el Capitolio, al referirse al drama de los millones de personas carentes de recursos en Latinoamérica, sostuvo que el mayor peligro para la seguridad del hemisferio se encontraba en la angustia y en la frustración de esas masas.

¿No alcanza la dolorosa experiencia de este cuarto de siglo para comprobar el enorme costo que tiene desvincular la seguridad, el desarrollo y la democracia?

El cuadro que describimos presenta, con todo, una esperanza: la consistente tendencia hacia la democracia en el continente. Es la única alternativa a los estallidos sociales y el único sistema de gobierno que, por otro lado, al proponerse por objetivo la dignidad del hombre, está en las mejores condiciones para entablar la impostergable lucha contra flagelos tales como el narcotráfico.

Señoras y señores:

Hoy estamos persuadidos de la necesidad de emprender una consideración conjunta del problema de la deuda con los gobiernos de los países acreedores, porque los problemas no competen únicamente a los organismos financieros internacionales y a las entidades bancarias. Cuando en junio de 1984 once países de América Latina nos reunimos en la ciudad de Cartagena, formulamos una declaración señalando la gravedad que para nosotros tiene esta dependencia que significa la deuda externa. Así lo hicimos saber a los países industrializados.

La deuda externa de nuestros países constituye un hecho político que exige la colaboración responsable de los gobiernos para encontrar un nuevo horizonte de solidaridad y cooperación que de más seguridad al orden económico mundial, y en lo que a nosotros concierne, nos brinde una más profunda confianza en la conquista definitiva de esos valores de nuestra cultura: el mantenimiento de un sistema de convivencia basado en la libertad y la democracia, que asegure a las generaciones venideras una auténtica igualdad de oportunidades. Este es nuestro desafío.

Señores:

La sociedad que buscamos para la Argentina es democrática, pluralista y necesariamente independiente. Este tipo de sociedad es conveniente no sólo para los intereses argentinos, sino también para los intereses permanentes de los Estados Unidos. Es imprescindible para la estabilidad de la región que así asegurará la paz a través de la democracia y del desarrollo.
Nuestra seguridad se basa tanto en la defensa militar como en la difusión de los valores que dan vida a esa sociedad. Es necesario que cada vez haya más países en donde tengan plena vigencia y cada vez más pueblos dispuestos a defenderlos. Un eventual fracaso de las nuevas democracias latinoamericanas, es decir, de estos nuevos modelos de sociedad en el continente, tendría gravísimas consecuencias para la región toda, incluso para los Estados Unidos.

Por ello, reclamo una especial comprensión por parte de los señores senadores y representantes aquí reunidos y por parte del gobierno de los Estados Unidos. Por ello, también el principal objetivo de mi viaje es el de destacar el núcleo de las convergencias e intereses comunes, para que las eventuales discrepancias o las diferentes apreciaciones no pongan en tela de juicio la relación básica y los acuerdos esenciales.

En definitiva, señores, desde la Alianza para el Progreso, independientemente de sus virtudes o defectos, hace un cuarto de siglo que no se da ningún impulso coherente y de largo plazo para encarar los problemas hemisféricos.

En ese largo tiempo y hasta ahora no ha sido posible vincular en la práctica la seguridad hemisférica con el desarrollo económico y la consolidación democrática. Vincular dentro de nuestra comprensión de la realidad estos tres lemas y hacerlos compatibles entre sí, deberá ser, a partir de este momento, una tarea común.

Hace más de cien años, un pensador y político argentino, Juan Bautista Alberdi, fundador de nuestras bases constitucionales decía:

“…ha pasado la época de los héroes, entremos hoy en la edad del buen sentido. El tipo de grandeza americana no es Napoleón, es Washington, y Washington no presenta triunfos militares, sino prosperidad, engrandecimiento, organización y paz. Es el héroe del orden en la libertad por excelencia”.

Hoy hago mío este pensamiento.

Muchas gracias.







Fuente: Discurso del Señor Presidente de la Nación Doctor Raúl Alfonsín en el Congreso de los Estados Unidos, 20 de marzo de 1985.

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