Ocupo con verdadera emoción esta tribuna, rodeada por un
cuerpo de muchachos y muchachas, junto a hombres de vieja actuación en el
Radicalismo, atraídos por un tema específicamente juvenil.
Como dijo quién me honró al presentarme, es una vieja
preocupación mía esta de promover y organizar la acción de la juventud. No tuvo
nunca un sentido político, en la acepción común de la política argentina. Tuvo
un sentido profundamente humano.
Mirando al panorama de la humanidad en sus vastas
perspectivas, era evidente que después de la guerra del 14-16 asistíamos a la
crisis de una civilización. Aquí, en la Argentina, la marejada debía llegar un
tanto más tarde, pero llegaría. Nuestra acción política inicial se vinculó a
los esfuerzos del radicalismo de Yrigoyen por mantener sus perfiles originarios
en la gran lucha que, primero sorda y después abiertamente, se libró desde 1922
hasta 1928.
Pero tuvo expresión definida cuando los hombres de mi
generación, que eran apenas muchachos, afrontaron el rigor y el fragor de la
lucha después de 1930. Habían llegado los tiempos amargos, y nosotros, que
vivíamos los años de la mocedad, sentimos el estremecimiento de nuestra tierra
y salimos a la acción. Esa juventud desconocida y desconectada que asomó el 5
de abril en todo Buenos Aires, fue el factor fundamental de aquel episodio
extraordinario que demostró la voluntad democrática de nuestro pueblo, oponiéndose
a las primeras tentativas de organizar el fascismo en el país argentino.
Comprendimos, enseguida, cómo debíamos colocarnos a la
altura de la época. Los hombres jóvenes actuábamos en organizaciones locales,
dependientes y accesorias de los comités de distrito, que, por sus propias
limitaciones, no podían cumplir el papel creador que correspondía a una joven
generación en el momento en que se encontraban en revisión y en crisis las
estructuras del mundo.
Sostuvimos el derecho y el deber de la juventud de
organizarse. en un cuerpo de generación. En el ambiente pequeño, los esfuerzos
no se orientan hacia una empresa nacional ni contemplan sus proyecciones
mundiales. Quedan sepultados, casi siempre, en los choques secundarios de la
política de campanario. Era necesario ligar la acción de los hombres jóvenes
con sus responsabilidades provinciales y nacionales. Era necesario crearles su
propio escenario para que dieran, con autenticidad, el mensaje que cada generación
trae como aporte propio e intransferible a la evolución de las ideas, por encima
de la gravitación del pensamiento y de los intereses predominantes. Un hombre
joven está más cerca de la tierra, más apegado al suelo, e interpreta con mayor
fidelidad los reclamos nuevos de cada época. El común de los hombres se vincula
por vida a las ideas que prevalecían en su adolescencia. Nos asomamos a la
arena política, recogemos un sentido de la vida y, salvo excepciones, ese
sentido sigue imprimiendo su rumbo a nuestros actos.
Es un momento de revisión de profunda de valores era
indispensable que la joven generación no estuviera encasillada en conceptos que
habían hecho fracasar la organización del mundo. Podría, de este modo,
revitalizar el tronco añoso del partido, trayendo su propio acento a la vieja
lucha argentina y radical para la creación de un orden guiado por los móviles
de la justicia y de la libertad.
Concebimos así esta organización de la juventud radical, que
tiene antecedentes y paralelos en la juventud radical chilena; en los clubs de
la juventud Democrática, en Estados Unidos, que fueron el valuarte del New Deal, la
grande empresa renovadora de la democracia, del presidente Roosevelt; en las
juventudes republicanas de España, que evocamos con emoción porque fueron las
que en nuestro tiempo dijeron el mensaje de la libertad con mayor fuerza,
juventudes que ya no existen, juventudes que murieron sirviendo nuestro anhelo
de un mundo nuevo frente al cuartel de la Montaña o en las cumbres del Guadarrama
y entregaron sus vidas para contener el ímpetu fascista, mientras su sacrificio
tocaba a somatén en la conciencia de los pueblos libres.
Quisimos adoptar este tipo de organización, y radicales de
todo el país reunimos en Córdoba, en 1938, para concretar esta aspiración:
crear un sitio de lucha para las nuevas formaciones y, al mismo tiempo, un
lugar donde cada hombre joven que tuviera juicio propio y definición autónoma,
pudiese ascender de las restricciones lugareñas a los planos provinciales y
nacionales, para considerar los problemas de la República y cotejar y ensamblar
su juicio con el de sus compañeros, señalando los requerimientos de la
inquietud común. Era la salvaguardia de un Radicalismo en permanente
renovación, que debía recoger, en cuajo, el aliento creador de cada etapa.
Nosotros seguimos la norma, pero no su práctica. Quiso el
destino que al inductor de la ley escrita le correspondiese la responsabilidad
de imponer su vigencia en la provincia de Buenos Aires y de lograr en muchos
distritos, y precisamente en éste, que los hombres jóvenes tuviesen la
posibilidad de ofrendar en la acción lo mejor de sus espíritus.
Quienes entendemos que el Radicalismo es un camino abierto
hacia el porvenir, no tenemos temor ante el juicio de los hombres jóvenes. Lo
queremos vehemente, enérgico y decidido, como tiene que ser la juventud.
Quienes no tenemos miedo al futuro ni complicidades con el
pasado, queremos una juventud que pronuncie su mensaje con valor y vigor, no
una juventud adocenada que cumpla con mansedumbre bovina las órdenes que llegan
desde arriba.
Bienvenida su palabra para juzgar y para criticar.
Bienvenida su palabra para acertar o para errar, porque vivimos en crisis y si
alguna opinión vale es la de un hombre joven que no está sumergido en los
sistemas de ideas que condujeron a la humanidad a la encrucijada en que se
debate.´
Fuente: Conferencia sobre los deberes de la juventud por el Dr. Moisés Lebensohn en "Pensamiento y Acción", 1956.
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