Me pregunta mi impresión sobre el resultado y regularidad de
las elecciones del 3 de marzo; y debo decirle que lo que he observado personalmente
del gran acto comicial, es plenamente satisfactorio por su legalidad, civismo e
imparcialidad de mesas y autoridades, como estoy alejado del trabajo eleccionario
de barrio y de comité, ignoro si se han puesto en juego resortes oficiales
vedados para influir en el elector.
La Capital ha presentado un plausible espectáculo, votando
en libertad y orden completo, como 150.000 ciudadanos; pero ello no es obra
exclusiva del pueblo y del gobierno en este momento, pues se observó lo mismo bajo
los gobiernos de Sáenz Peña y de Plaza, con la gran ley electoral vigente.
En cuanto al resultado victorioso del partido radical, se
explica por tres circunstancias favorables: Todos los ciudadanos dependientes del
gobierno y de la municipalidad, desde altos empleados a modestos asalariados,
carteros, etc., en su gran mayoría de 05 %, votan casi siempre por el partido
que gobierna en la Casa Rosada, y son como 10.000, Los centros de obreros católicos
y el núcleo de constitucionales, ídem, en odio a los socialistas, han votado por
los radicales, y serán también ocho o diez mil hombres. Muchos socialistas
obreros, en especial de ferrocarriles, habrán votado también por los radicales,
en agradecimiento al Jefe del Estado, cuyo gobierno ha conseguido el aumento de
sus salarios, disminución de horas de trabajo, reglamentación favorable del
mismo e impunidad para sus desmanes y tropelías.
Estos tres factores han inflado grandemente al partido
radical, que sin ellos, equivale al partido socialista, como lo probaron dos
elecciones libres, sin abono de gobierno, donde el triunfo favoreció a cada uno
alternativamente. Esto no significa que el partido radical no sea fuerte,
disciplinado aquí y con hábil dirección; pero si el Presidente fuera
socialista, se invertirían a su favor las cifras del comicio actual.
En fin, ha triunfado la libertad dentro del orden, y todos
debemos felicitarnos de ello.
Hay que dar ejemplo de tolerancia, de nobleza y de respeto al derecho ajeno, como lo aconseja una elevada moral, — como lo proclamó Roque Sáenz Peña al triunfar loa radicales en Santa Fe: «Bienvenidos los vencedores, quienesquiera que sean»; como lo proclamó Urquiza en Caseros: «No hay vencedores ni vencidos, sino argentinos de la misma patria»; como lo practicó Mitre después de Pavón, llamando a colaborar en su gobierno a conspicuos personajes de la Confederación, Esta grandeza de alma es infinitamente superior al orgullo y a la intolerancia del vencedor, a la chocante y vulgar presunción de considerarse superhombres, inventores de la moral, de la dignidad cívica y del patriotismo. Por cultura y por buen gusto, hacemos la venia a los vencedores, sin reconocerlos semidioses.
Fuente: Entrevista a Francisco Barroetaveña en "Despues de la lucha electoral", Caras y Caretas del 20 de abril de 1918.
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