Sr. Presidente
(Maqueda). -- Tiene la palabra el señor senador Alfonsín.
Sr. Alfonsín. --
Decía, señor presidente, que ni bien se produjo la convocatoria por parte del
presidente a la apertura al diálogo presentamos un proyecto que mereció, por
parte del Senado, la posibilidad de considerarlo sobre tablas. Han transcurrido
ya algunos días. Y no es malo quizá que eso ocurra porque también han pasado
hechos.
Junto con el senador Maestro hemos presentado este proyecto
y debemos comenzar diciendo que coincidimos absolutamente con la declaración de
monseñor Karlic cuando, con ese motivo, sostuvo que el diálogo que empieza en
este día ha de ser un modelo cívico para el país, que ha perdido el rumbo y
necesita el sostén de la esperanza. Queremos ser Nación. Sabemos que la Nación
es don de Dios y obra de los hombres. Dios nunca falta a su palabra. Somos los
hombres los que podemos fallar.
Señalaba esto porque para mí realmente existe la
posibilidad, sobre todo no solamente en el momento de la consideración del proyecto
y de la declaración de monseñor Karlic, sino en la actualidad, de estar
lesionando gravemente las instituciones, la democracia y la Nación misma.
Creo que lo primero que hay que comprender es que nosotros
formamos parte del gobierno.
Y quiero decir un poquito más. A mi juicio el Congreso de la
Nación es el pilar que sostiene el gobierno del país, por lo cual supongo que
se hace necesario una presencia más intensa de nuestra parte, que tal vez pueda
expresarse en proyectos concretos, en diálogos más efectivos de representantes
de distintas bancadas del Congreso con el Episcopado y con el PNUD, que es otra
cosa histórica. Porque no creo que haya habido otro antecedente en el que la
Iglesia y las Naciones Unidas sirvan de esta manera como paraguas a un diálogo
que debemos realizar los argentinos para asegurar las instituciones, recuperar
la justicia, la libertad y, consecuentemente, la dignidad del hombre y, al
mismo tiempo, para ver cuáles son las autolimitaciones que debemos producir.
Aquí recuerdo a Sigmund Baumann, quien dice que lo primero
que tenemos que hacer, lo primero que tenemos que tratar de dilucidar, es por
qué estamos así; por qué nos pasa lo que nos pasa. Y cuando llegamos a
comprender por qué nos pasa lo que nos pasa todavía hay otro problema, ya que
se puede hacer un uso cínico o clínico de esa comprensión.
El uso cínico sería aprovechar las circunstancias como
vienen, o buscar --demagógicamente-- chivos expiatorios para explicar lo
inexplicable. En cambio, el uso clínico sería aceptar esa realidad para saber
qué es lo dañino, qué es lo que lastima, qué es lo que duele y de qué manera
podemos tener comportamientos de carácter político y ético que superen los
problemas de los que más sufren en el país.
Creo que nosotros estamos en un mundo en el que se
desarrolla una batalla cultural importantísima.
Y el hecho de que la Iglesia --incluso a través de Su
Santidad-- se haya expresado reiteradamente sobre lo que se ha denominado el
capitalismo salvaje, y de que en muchas oportunidades hayamos sentido
expresiones claras desde los más diversos sectores contra el neoliberalismo,
nos debe hacer comprender algunas cosas.
Una de ellas es que el neoliberalismo llegó con una audacia
extraordinaria, y como una suerte de slogan político nos dijo: "Vamos a
hacer un salto hacia adelante". Hoy nos dice, casi como pidiendo
disculpas: "Este no es el país mejor sino el país posible, y cualquier
cosa que se quiera hacer por mejorarlo a través de la intervención de la
política o del Estado, va a ser peor todavía".
Considero que el rasgo más saliente de esta política
ultraconservadora es lograr la ineficiencia de la política. Eso es lo que
busca: la ineficiencia de la política. Así como procura en los países la
destrucción del sindicalismo, también pretende debilitar hasta el máximo las
posibilidades de la política.
Y como nos dice que no hay un mundo que pueda mejorarse,
evidentemente de eso se extrae otra conclusión: cualquiera sea la tendencia del
político que venga, va a seguir la misma política porque no puede cambiarla,
porque hay leyes que tienen casi el carácter de leyes físicas inconmovibles e
invariables.
Esto pareciera que fuera así. Pero la historia nos demuestra
a nosotros --y creo que a todo el mundo-- que cuando se considera la
insignificancia de la política, se paga un precio muy caro, se paga con el
sufrimiento humano.
En consecuencia, considero que estamos ante un problema
cultural y ético que supera en mucho --infinitamente-- las diferencias que
podamos tener los que en el arco político democrático nos alejamos de las
extremas, que siempre son funcionales entre sí y tienden en definitiva a
destruir la democracia, aunque no se den cuenta.
Lo que se quiere con este proyecto de declaración es
defender --y yo diría preservar-- la democracia. ¿Qué significa eso? Significa
que por una parte tiene que haber una acción de la política en contra de la
antipolítica. Una acción de la política, del Gobierno o del Estado tendiente a
buscar soluciones fundamentales. Eso lo quiere la misma Iglesia y lo ha reiterado;
eso lo quiere el Gobierno y lo ha reiterado.
Nosotros queremos --y lo hemos reiterado-- soluciones a los
problemas más graves de los sectores desposeídos.
Creo que habría que aprovechar este diálogo, por ejemplo,
para tomar impulso para la creación del Consejo Económico y Social. A su vez,
se torna necesario promover un diálogo entre los sectores empresarios o del
capital y los del trabajo.
Sería indispensable --y creo que se puede y se debe-- crear
el derecho alimentario en la Argentina, para que aquella persona que no tenga
ese derecho pueda recurrir a cualquier juzgado y reclamar que se cumpla con esa
obligación. Y eso es lo primero que se puede hacer, porque somos uno de los
cinco países del mundo que no necesitamos importar energía y, además,
exportamos alimentos; no hay más de cinco.
Tenemos una de las praderas más ricas de la Tierra y, con
organización y entusiasmo, reclamando además el apoyo de todos los sectores, es
posible que se termine con el egoísmo de adentro, ya que tal vez sea difícil
terminar con el de afuera, porque las soluciones siempre llegan post mortem.
Si se quiere, que se haga un padrón de familias que tomen a
su cargo el alimento de otras familias. Que se busquen todos los recursos y se
junten para que todo el mundo coma en nuestro país.
Creo que también es indispensable el tema de la educación y
es fundamental para este diálogo.
Hay que concretar definitivamente el incentivo docente y hay
que asegurar un salario digno. Si hacemos esto, señor presidente, podremos
pedir a nuestras maestras y maestros, que tienen una de las vocaciones más
nobles que se pueden tener, que durante el tiempo que dure esta necesidad de
preservar la democracia se abstengan de llevar adelante huelgas que, en
definitiva, conspiran contra la formación de nuestros niños y las posibilidades
de desarrollo de nuestro país.
Creo que es indispensable que nos lancemos a la
reglamentación del seguro de salud, con las modificaciones que haya que hacer
con el correr del tiempo, y también la de las obras sociales. Creo que es
indispensable preservar el Sistema de Reparto para los jubilados y la
Prestación Básica Universal.
Digo esto para citar algunos temas que desde luego no
pretenden abarcar todo. Se podría decir que no estoy hablando de otros aspectos
básicos de macroeconomía, pero creo que estoy hablando de lo urgente, queridos
compañeros... --compañeros, correligionarios y colegas--. (Risas.) Creo que
esto es lo urgente.
También había hablado de la necesidad de dar respuesta a los
reclamos de desesperados argentinos que no tienen para comer, del 40 por ciento
que está bajo la línea de pobreza, pero también hay que hablar de la
autolimitación, señor presidente. Porque no es posible que haya democracia ni
Nación en un país en el que no hay autolimitación.
Parecería que estamos atravesando por un momento que nunca
ha vivido la Argentina, al menos yo nunca he visto a la Argentina atravesar por
un momento como este.
Hay una prédica falaz y canallesca contra la política por
parte del periodismo amarillo que pretende que precisamente la política sea
eso, nada más que ineficacia y, si fuera posible, que estuviera llena de
miedosos incapaces de dar las respuestas que corresponden en las circunstancias
que vivimos.
Desde luego que vamos a hacer lo que corresponda para
respetar las garantías constitucionales; nadie está pensando en quitarlas, ni
en estados de sitio. Pero es indispensable que nos demos cuenta de que esa
autolimitación está también en la Constitución y en la Ley de Defensa de la
Democracia. El artículo 22 de la Constitución Nacional lo establece con
claridad: limitación incluso para el derecho de reunión. Pero me interesa
señalar que por lo menos en la Argentina --y yo parto de la base de que es
indispensable la libertad de prensa, así como lo es la libertad que debe tener
el ciudadano para poder informarse donde quiera-- es imprescindible tener un
código de ética profesional en la prensa, constituido a través de una comisión
llevada adelante por hombres del periodismo y empresarios de ese sector. Y esto
sucede en todo el mundo. Hay que castigar a estos sinvergüenzas que incitan al
odio, a la violencia, que sobre todo hacen antipolítica en el país. No seremos
nosotros, estaría mal, pero tienen que ser ellos mismos los que de una vez por
todas den las reglas definitivas a través de estos códigos de ética.
He leído mucho acerca de ellos y desde hace mucho tiempo,
pero quiero mencionar que existen en Alemania, África, Bélgica, Bulgaria,
Cataluña, Croacia, Dinamarca, Eslovenia, España, Finlandia, Francia, Gran
Bretaña, Grecia, Holanda, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Lituania,
Luxemburgo, Malta, Noruega, Polonia, Portugal, las repúblicas Checa y Eslovaca,
Rusia, Suecia, Suiza y Turquía. Cito estos casos, nada más que para contemplar
algunos, porque hay más.
No veo otra forma de respetar la libertad de prensa que
promoviendo por parte nuestra y del Poder Ejecutivo, que aquí también haya un
código de ética, no para que alguien deje de decir su opinión --que mientras
sea opinión está muy bien--, sino para que dejen de decir mentiras, para que no
sean canallas.
Y discúlpenme una referencia personal, que no pensaba hacer.
Hace poco hubo un periodista de este tipo que dijo que yo gozaba de una
jubilación por incapacidad y vejez. Claro, lo que me dolió fue lo de la vejez
(risas). Y que además de esa jubilación contaba con lo que ganaba en el Senado.
Yo gozo de un retiro presidencial, que en muchos países del
mundo es mucho mayor porque le daban hasta el staff, la casa donde tiene que
trabajar, en alguna universidad; le dan los subsidios para que trabaje en bien
del país. En otros, se les exige ser senador. Pero ¿saben qué? Del total de ese
retiro presidencial, que es igual a lo que gana un miembro de la Corte, menos
el 13 por ciento, yo he donado la mitad a la ANSeS. Cuando se bajó el 13 por
ciento, yo envié una carta en la que dejaba constancia de que donaba la mitad
de mi retiro presidencial a un instituto relacionado con la ANSeS y el PAMI en
mi pueblo de Chascomús. Además, el señor presidente sabe que en el Senado de la
Nación no cobro un peso ni por dieta ni por viajes ni por ningún ítem.
Discúlpenme esta referencia personal que no viene al caso, pero sí creo que es
indispensable que terminemos con estos ataques de vándalos contra la política.
No puede ser que dejemos que por algunos --que comprendo
perfectamente que los haya-- que se han salido de esta vocación que corresponde
a una de las mejores del hombre, se nos pueda involucrar a todos, porque hemos
dado nuestra vida, hemos sacrificado a nuestras familias y seguimos siendo
pobres, señor presidente. (Aplausos.)
Yo quiero también referirme a otro derecho que no se puede
discutir, que es indispensable porque es uno de los derechos establecidos por
la Constitución Nacional: el derecho de reunión, el derecho de expresión. La
Corte Suprema lo ha dicho muy claramente: deriva del derecho a peticionar a las
autoridades, no sólo el de asociarse con fines útiles, siempre que no se
atribuyan los derechos del pueblo ni peticionen en su nombre.
Por su parte, la ley de defensa de la democracia que votamos
entre todos por unanimidad, establece que serán reprimidos con prisión de cinco
a quince años los que se alzaren en armas para cambiar la Constitución, deponer
alguno de los poderes públicos del gobierno nacional, arrancarle alguna medida
o concesión, o impedir aunque sea temporariamente el libre ejercicio de sus
facultades constitucionales o su formación y renovación en los términos
legales.
Pero el artículo principal, el artículo estrella en todo
esto es el 22, que separa lo de "armas" de lo de "pueblo":
"El pueblo no delibera ni gobierna [lo conocen todos], sino por medio de
sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza
armada o ['o', señalo] reunión de personas que se atribuya los derechos del
pueblo y peticione a nombre de éste, comete el delito de sedición."
Y aquí está pasando esto, señor presidente. Aquí, sobre la
base de la desesperación legítima de mucha gente, hay quienes quieren llevar
las cosas de una manera distinta en el país para terminar con la democracia y
con la política. Nosotros tenemos que dar respuestas a las cuestiones a que me
referí al principio, que son las que hacen a la dignidad humana. Pero el
Estado, cualquier Estado que quiera ser una nación, cualquier democracia, debe
saber que así como tiene que defender a cualquier ciudadano que sea explotado,
tiene que defender también a la sociedad de cualquier extralimitación en la
ilegalidad que se produzca contra ella.
Señor presidente:
si usted me lo permite, quiero leer unas pocas palabras. En mi casa yo conocí
todo esto; conocí el dolor de mis padres. Fueron premonitorias las advertencias
de Indalecio Prieto en la primavera del 36, antes de la llegada de Franco.
Decía que la convulsión de una
revolución, con un resultado u otro, la puede soportar un país. Lo que no puede
soportar un país es la sangría constante del desorden público sin finalidad
revolucionaria inmediata. Lo que no soporta una nación es el desgaste de su
poder público y de su propia vitalidad económica, manteniendo el desasosiego,
la zozobra y la intranquilidad. Podrán decir espíritus simples que este
desasosiego, esta zozobra, esta intranquilidad, la padecen sólo las clases
dominantes. Eso a mi juicio constituye un error. De ese desasosiego, de esa zozobra y de esa intranquilidad no tarda en
sufrir los efectos perniciosos la propia clase trabajadora en virtud de
trastornos y posibles colapsos de la economía, porque la economía tiene un
sistema a cuya transformación desde luego aspiramos.
Continúa Prieto: No se
diga desacreditando a la democracia que el desorden infecundo es únicamente
posible cuando en las alturas del poder hay un gobierno democrático, porque
entonces los hechos estarán diciendo que sólo la democracia consiente los
desmanes y que únicamente el látigo de la dictadura resulta capaz de
impedirlos. Si el desmán y el desorden se convierten en sistemas perennes, por
ahí no se va al socialismo ni tampoco a la consolidación de una república
democrática, que yo creo que nos interesa conservar, ni se va al socialismo ni
al comunismo. Se va a una anarquía desesperada que ni siquiera está dentro del
ideal libertario. Se va a un desorden económico que puede acabar con el país.
Pero hay otras interesantes consideraciones que también pido
autorización para citar. Una de ellas es de La lucha de los derechos civiles, de Kennedy, hechas durante la crisis de los
derechos civiles: Dijo: Mi obligación bajo la Constitución y las leyes era y es
hacer cumplir las órdenes de la autoridad legítima con cualquier medio que sea
necesario y con la mínima fuerza y desorden civil que las circunstancias
permitieran.
Sólo me basta citar a Benito Mussolini. Dijo así: Si en Italia hubiera hoy un gobierno que
mereciera tal nombre, sin ninguna demora mandaría a sus agentes y carabineros a
sellar y ocupar nuestras sedes. Una organización armada con sus cuadros y
reglamentos es inconcebible en un Estado que tiene su ejército y su policía.
Por tanto, no hay Estado en Italia. Es inútil. Y, por tanto, nosotros tenemos
que llegar necesariamente al poder. De otro modo, la historia de Italia se
convertiría en algo inacabado.
Y como afirma ese gran profesor español que enseña en la
Universidad de Yale, don Juan Lynch: Una
autoridad que no está dispuesta o es incapaz de utilizar la fuerza cuando se ve
amenazada por la fuerza, pierde el derecho a exigir la obediencia, incluso de
aquellos no predispuestos a ponerla en duda. En la inacción frente a la
violencia facista, nazi o proletaria, la incapacidad o falta de voluntad para
controlarla, ha estado la raíz del vacío de poder que llevó a la caída de todas
las democracias.
Entonces, señor presidente, yo, que confío en que todos
coincidimos en estos aspectos fundamentales, aunque podamos variar en distintas
soluciones que quieran darse a los problemas; que confío en que el gobierno, el
Poder Ejecutivo, y nosotros que somos --como digo-- el pilar del gobierno; que
confío en que queremos la democracia y la justicia social, creo que tenemos que
aprovechar esta posibilidad de diálogo, no para que la realice un solo sector,
sino para que también estemos nosotros, para que también esté el Congreso de la
Nación, y para que juntos podamos ver si podemos resolver todos los problemas
argentinos, empezando por respetar la dignidad del hombre, empezando por
resolver el problema de los que están por debajo de la línea de pobreza, y
sabiendo que por muchos años vamos a tener que requerir un esfuerzo de todos
los sectores, que tiene que ser equitativo. De nada valdrá tener un acuerdo con
los gobernadores ni algún presupuesto aprobado si no nos damos cuenta de esta
verdad. El esfuerzo tiene que ser equitativo y tendremos que hacerlo durante
algunos años. A condición de que sea equitativo, nuestro pueblo argentino está
dispuesto a realizarlo. Pero no podemos --porque casi es una arrogancia--
pedirle a alguien que se esfuerce por algo que a lo mejor considera etéreo,
nada menos que por la Nación, si esa persona no puede llevar el pan de cada día
a su familia.
Entonces, hagamos este doble esfuerzo. Luchemos para que el
gobierno acierte. Ayudemos al gobierno a acertar y ayudemos también a defender
las instituciones de la Nación. Luchemos por la libertad, que para que sea
libertad en serio tiene que intervenir para lograr la dignidad del hombre. Pero
luchemos también por la autolimitación, sin la cual cualquier cosa será una
quimera. Será una quimera el apoyo externo, porque como siempre digo, éste
llega casi siempre post mortem. Y serán una quimera el apoyo del Fondo
Monetario Internacional y el de los sectores de mayor voluntad de trabajo en la
Argentina si permitimos que se sigan avasallando así las instituciones de la
Nación y denigrando a la política, mintiendo sobre los políticos e incitando a
la violencia en la Argentina.
Aprovechemos el diálogo con la Iglesia; diálogo histórico al
que ha convocado el presidente de la Nación con monseñor Karlic y con el PNUD
de las Naciones Unidas. De esta forma, quizás, evitaremos que algún argentino
tenga que pensar que porque las cosas andan mal tendrá que ver qué general le gusta
más, qué guerrilla se desarrolla más o qué país deberá elegir para irse a
vivir.
Seamos nosotros los argentinos --argentinos hasta el dolor y
hasta el sacrificio-- quienes salvemos el país. Hoy tenemos esa
responsabilidad, como hombres y mujeres del Congreso de la Nación. Tenemos que
trabajar unidos, más allá de nuestras discrepancias que tenemos y más allá de
las imputaciones que nos podamos hacer. Debemos unirnos en estas cosas básicas
y fundamentales. Discutamos todo lo que deseemos. Pero hay algunas cosas que no
podemos discutir, como aquellas a las que me acabo de referir, con todo el
respeto y sin pretender adoctrinar a nadie. Simplemente he expresado una
convicción que está en el fondo de mi corazón. (Aplausos.)
Sr. Presidente
(Maqueda). -- Tiene la palabra la señora senadora Ibarra.
Sra. Ibarra. --
Señor presidente: voy a ser muy breve.
Acompaño el diálogo social porque me parece una iniciativa
importante.
Con honestidad y humildad, quiero referirme a algunas
consideraciones formuladas por el señor senador Alfonsín, aunque estoy muy
lejos de iniciar una polémica. Al contrario; lejos de ello, realmente me
enorgullecí el día en que un empleado de esta casa me presentó por primera vez
al ex presidente Alfonsín, a quien le reconozco su lucha incansable por la
democracia y sus profundas convicciones democráticas, más allá de las
disidencias en el ámbito político y de algunas medidas concretas.
Quiero decir con honestidad que no comparto algunas de las
cosas planteadas, aunque hubo aplausos. Creo que la degradación de la política
que se plantea expresa una percepción de gran parte de nuestro país en el
sentido de que hay una camada de dirigentes --no los incluye a todos con nombre
y apellido-- vinculados a los sectores de mayor responsabilidad desde la
recuperación de la democracia, que han fracasado. Y se trata de una gran parte
de la dirigencia política, empresarial y sindical.
Cuando escuchamos "¡Qué se vayan todos!" --que
parece un ataque a la democracia--, uno podría interpretarlo como la sensación
y la percepción de que hubo un fracaso de la dirigencia respecto del manejo de
la cosa pública de este país.
Tengo la sensación de que no es la política la que está
degradada. Es una gran parte de la dirigencia la que está degradada frente a la
visión de las mayorías de este país.
La gente salió masivamente a la calle a hacer política.
Tengo la impresión de que todos aquellos que se acercan con sus cacerolas, los
que lo hacen desde las cámaras, los comerciantes, las Pymes, los desocupados y
piqueteros, han salido a hacer política y, por suerte, descubrieron que
ocuparse de la cosa pública es parte de nuestra esencia de vivir en sociedad.
El enojo es fuerte en un momento en que padecemos entre un
20 ó 22 por ciento de desocupación, que presiona sobre el mercado laboral y lo
degrada; donde uno de cada dos niños nace pobre. En esta situación la
desesperación empuja. Y cuando la desesperación empuja hay cosas que no se
miden.
Por ejemplo, en este momento hay gente que no puede acceder
a los Tribunales a pedir que se le protejan sus derechos. Incluso, se le ha
cercenado el acceso a la Justicia.
Hemos delegado facultades y los derechos sociales ya no son
derechos que permitan ser protegidos sino intereses legítimos que habrá que ver
hasta dónde se pueden proteger, pero la desesperación empuja.
En todo caso, más que enojarnos con esa sensación, lo que
hay que hacer es canalizarla. Si hablamos de crisis de representatividad, lo
que debemos pensar es cómo reformamos no sólo nuestro sistema político sino
cómo abrimos canales de participación reales a través de sistemas de democracia
directa y semidirecta.
Hoy, una importante parte de la dirigencia cuestionada, con
muy poca legitimidad, encuentra canales que a la gente le dan la impresión de
que no le resuelven sus problemas. Por otra parte, desgraciadamente, esos
resultados están a la vista.
En cuanto a los medios de comunicación, coincido en que
desde algunos sectores pertenecientes a ciertos medios hay actitudes muy
perversas y contrarias a la democracia.
Siempre en situaciones de desesperación y de degradación
institucional y social operan sectores con intereses muy mezquinos.
No quisiera enojarme con los medios de comunicación. En todo
caso, como sociedad nos debemos un debate sobre qué política de comunicación y
qué medios deseamos para nuestra sociedad. Lo digo porque tanto los gobiernos
como los distintos sectores sociales trabajan con las pautas publicitarias
acordadas con los diversos medios. Pero se ha permitido la concentración del
poder de los grupos en los medios de comunicación y no hemos discutido a fondo
sobre una política real para el sector. Coincido en señalar que a rajatablas
debemos defender la libertad absoluta e irrestricta de prensa y que cuando
discutamos esto no sea solo el código de ética sino una política de medios de
comunicación que permitan la participación real. Lo cierto es que cuando hay
cacerolas en Billinghurst y Santa Fe, aunque haya quince personas, sale en la
televisión, pero en Hurlingham necesitan tres muertos para conseguir el mismo
propósito. Aquí hay hegemonías culturales y económicas; la concentración del
poder económico, político y cultural que se vivió durante las últimas décadas
en la Argentina ha permitido que esto llegara a los medios de comunicación.
Finalmente, sólo quiero decir que las instituciones y la
democracia que defendimos a rajatabla deben tener contenidos. Yo creo que la
percepción de la gente es que esta dirigencia no ha logrado darle los
contenidos que esperaban y por eso se desespera. En todo caso, más que
enojarnos con eso, abramos canales de participación para la gente. Pensemos en
esquemas de consulta popular y de revocatoria de mandatos. Demos la cara a la
participación de la gente, porque esa va a ser la forma del debate democrático,
del fortalecimiento de nuestra democracia y de nuestras instituciones.
Más allá de no coincidir con algunos aspectos del discurso
pronunciado, aunque sí en otros, señalo que voy a apoyar el proyecto.
Sr. Presidente
(Maqueda). -- Tiene la palabra el señor senador Mayans.
Sr. Alfonsín.--
Señor presidente: he sido aludido. ¿Puedo responder?
Sr. Presidente
(Maqueda). -- Senador Mayans: si me perdona...
Tiene la palabra el señor senador Alfonsín.
Sr. Alfonsín.--
Quiero aclarar perfectamente, señor presidente, que tengo un capítulo de un
libro escrito sobre la participación democrática. Yo creo que cualquier
democracia es formal pero también participativa. Para que realmente exista esa
participación tiene que haber movilización de la gente y una cultura especial,
la cual debe estar dada, sobre todo, por los sectores que desde mi punto de
vista llamo de la economía social, principalmente el cooperativismo, el
mutualismo y las organizaciones no gubernamentales. Pero no confundo la
participación que es indispensable para la democracia, porque es un compromiso
que deben adquirir todos para ayudar, precisamente, a los que menos tienen, con
un asambleismo caótico o con actos de abrazar instituciones y decir que los van
a correr a los diputados y senadores hasta abajo de la cama si no votan el
presupuesto que ellos quieren. ¡Esto no tiene nada que ver con la democracia
participativa!
Con esto me enojo, y no con la gente que sufre, a la que voy
a defender durante toda mi vida. No me enojo con la gente que está sufriendo
los efectos de una política económica que yo no lleve adelante. Me he opuesto
permanentemente --como lo saben todos ustedes-- a ese tipo de política. Esto no
quiere decir que haya sido eficaz ni que haya hecho una gestión como la gente.
¡No me enojo con la gente! ¡No me enojo con los que van a buscar el retiro de
sus fondos! ¡Pero no los igualo a los que no tienen para comer! ¡No los igualo!
Desde luego que tienen razones para protestar y que habrá
cuestiones realmente graves. Pero aclaremos bien lo que he dicho. Señora, le
agradezco mucho sus conceptos, pero a lo mejor me he expresado mal. De ninguna
manera estoy en contra de la participación, de ninguna manera estoy en contra
del derecho de reunión, de ninguna manera estoy en contra del derecho de
expresión, de ninguna manera estoy en contra de la libertad de prensa, pero
creo también que tan importante como la libertad de prensa es la libertad que
debe tener el hombre para informarse.
La fundación que presido se llama Fundación para la Libertad
de Información, que es importantísima porque aquí estamos sufriendo manipuleos.
Hay medios que están en manos extranjeras, que están sirviendo a sus propios
intereses. ¡Yo sé que no estoy promoviendo un código de ética, señora senadora
por la Capital! ¡Yo sé que no estoy promoviendo una solución integral! Porque
habría otra manera de defenderse. Pero no estoy planteando ese problema, sino
un conjunto de cosas indispensables que hay que tener en cuenta ahora, como
cuando nos hacían creer que el sistema financiero estaba consolidado porque los
bancos extranjeros eran las matrices. No lo eran. Los bancos seguían siendo
argentinos. Los habían comprado. Pero ¿dónde están los miles de millones de
dólares que debían haber puesto para resolver los problemas de esta crisis
tremenda que sufre nuestro país?
Esto tampoco quiere decir que esté contra los bancos. Son
necesarios en cualquier sistema. Pero evidentemente estoy en contra de los
abusos, señor presidente. Estoy a favor de la ley, de las instituciones y de la
democracia, que no solamente debe defenderse, a veces tienen que atacar. Pero
atacar con la ley, jamás con la espada, con el tiro o con el revólver, sino con
la ley. Si hay alguien que comete un delito, como vemos todos los días, esa ley
tiene que actuar. Aquí no puede tolerarse la sedición, ni que se pregunte cuál
es el presupuesto que el pueblo quiere, o que se imponga. Desde luego que sí,
que se puede decir y tener una opinión de lo que el pueblo quiere. Todos
queremos el mejor presupuesto, el que más ayude. Pero también hay que conocer
la realidad y esto no significa resignación, señor presidente.
Así que ya ve, señora senadora por la Capital, no estamos
tan distantes, aunque lo parezca. Estamos defendiendo a los que menos tienen
pero, al mismo tiempo, también la democracia y la política que se dice
degradada. Yo no he visto eso. Veo los problemas que tienen en todos los
sectores y veo los problemas que hay en los partidos políticos. Los conozco
perfectamente. Siempre han existido problemas en todos los grupos. Pero puedo decir
con tranquilidad de conciencia que lo degradante para el país sería que se le
otorgara ahora, como se pretende en uno de los proyectos que se han enviado, la
posibilidad de que cada ciudadano pueda presentar su candidatura sin partido
político. La ley y la Constitución, señor presidente, nos exigen compromisos a
los partidos políticos. Hay que rendir cuenta de los ingresos. También hay que
presentar los balances ante el juez electoral correspondiente. Hay que tener
plataforma, doctrina, carta orgánica, elecciones internas. Eso es la política.
A quienes me vienen a hablar muchas veces de la nueva
política, les digo: Dios quiera que estemos en la vieja política de Yrigoyen,
Perón, Balbín. Esa es la política, no la que pretenden estos que quieren
dolarizar la Argentina, que hablan de la degradación de la política, que
pretenden que nos convirtamos todos en esclavos del mercado, donde cualquier
limitación o autolimitación es confundida simplemente con dictadura de mercado
o del Estado.
Sepamos que necesitamos, además de la libertad de
planeamiento, un planeamiento indicativo por lo menos y que se den soluciones
en serio a los problemas de los que menos tienen. Que protesten está muy bien.
Estoy de acuerdo. Lo que no quiero es que se rompan las instituciones de la
Nación. Y les digo con franqueza, señor presidente, que tengo miedo de que
estemos ante una situación de esta naturaleza, no porque haya un militar que yo
creo que ha recuperado todo el espíritu sanmartiniano, sino por el desorden, el
caos y la anarquía que se pueden producir. Y ya hay versiones que hablan de que
se están analizando estrategias para casos de caos. De modo que tengamos mucho
cuidado todos cuando hablamos de no hacer ni decir nada que pueda seguir
provocando ese caos que implicaría la destrucción de la democracia argentina y
de los sectores que menos tienen, porque lo viene siempre va a ser peor.
Y mi opinión, para decir todo lo que pienso, es que si cae
este gobierno, cae la democracia en el país.
Fuente: Proyecto de declaración de los señores senadores Alfonsín y
Maestro por el que se adhiere al llamado a un diálogo social convocado por el
señor presidente de la Nación, 21 de febrero de 2002.
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