Sr. Palacio: -Si
tuviera que definir por su cualidad predominante la singular personalidad del
colega que acaba de morir, diría que fue antes que nada un gran ciudadano, con
todo el énfasis que este concepto de ciudadanía tuvo en la época de las luchas
por la organización de la República. Porque la ciudadanía no se define por la
mera posesión legal, y a menudo teórica, de una voz y un voto para decidir
sobre los destinos comunes, sino por una presencia activa, movida por un
interés apasionado en las cosas de la patria.
En esa pasión ardió el espíritu de Luis Dellepiane; a esa
pasión sacrificó la mayor parte de los halagos de la vida, soportando con
entereza prisiones y destierros. Y ella fue la que lo erigió, desde los tiempos
estudiantiles, en abanderado de tantos hombres de su generación, pues muchas
veces, en las horas obscuras, su ejemplo iluminaba caminos como una llamarada
en la noche.
Este ascendiente indudable que ejerció Luis Dellepiane sobre
sus compañeros de lucha y el respeto que merecía aun de sus adversarios, no se
explicarían sin la posesión de altas cualidades morales. Más, en efecto, que
por su inteligencia, con todo lo sutil y profunda que era y cultivada por la
frecuentación de los grandes maestros; más que por su cultura, que era extensa,
se destacaba Luis Dellepiane por su conducta civil, por su virtud republicana.
Más que con sus palabras, enseñaba con su propia vida, que se
definió como la consagración absoluta a los ideales abrazados en su juventud.
Había mucho de apostólico en su capacidad de entrega a una causa. Aunque
pudiera equivocarse, era seguro que su error no podía atribuirse de ningún modo
a un cálculo subalterno, pues es notorio que, a diferencia de lo corriente, se
equivocaba siempre contra su interés. Entendía la ciudadanía como servicio y
sacrificio, y no como pretexto de lucro personal.
Y a esto se debía cierta actitud de reserva huraña que
asumía ante la evidencia del auge de ciertos conceptos contrarios. La
corrupción y el cinismo ajenos le producían más estupor que indignación. Su inteligencia
comprendía, y acaso absolvía, al transgresor, pero le dolía el pecado en sí,
como una herida a su ideal ciudadano.
Esa suma de cualidades intelectuales y morales determinaron la
vocación política de Luis Dellepiane, vocación excluyente a la que sacrificó
sus grandes posibilidades de éxito literario o profesional.
Fue un político, en el sentido en que la política supone la perfección
de la ciudadanía. Llevaba la política en la sangre, en el sentido que implica
llevar la patria en la sangre. Es hora ya de terminar con cierta concepción
peyorativa de la política, que, si bien podía justificarse contra sectores bien
determinados, contradice el testimonio de la historia y choca con el simple
buen sentido cuando se expresa por boca de políticos, y de reconocer nuevamente
que la política es una de las más altas vocaciones humanas, puesto que comporta
la generosidad de entregar una vida individual al servicio del interés de
todos. A esta clase de políticos perteneció Luis Dellepiane, lo cual impregnaba
de nobleza hasta sus errores, o lo que yo consideré tales, que provocaban nuestros
disentimientos, compatibles por cierto con una firme amistad. Y esta clase de
políticos, por encarnarse en cierto tipo superior de humanidad, son siempre una
minoría dentro de las naciones, pero son la minoría que les da sentido, y a
ellos tiene que recurrirse inevitablemente en las horas de crisis.
Que el ejemplo de Luis Dellepiane quede vivo en su banca vacía.
Ejemplo de una jerarquía política obtenida no por el favor sino por la lucha
constante en la tribuna y en la trinchera. Desde el campo adversario quiero
rendirle este homenaje, que será grato a su espíritu de caballero sin miedo y
proclive por lo tanto a la cortesía y la generosidad.
Y conste que, cuando digo adversario, uso el término en el
sentido que él mismo lo entendía: es decir, sin perder nunca la conciencia
trascendente de una unidad argentina que subsiste inalterable en medio de las
banderías ocasionales, y que deberá hacerse presente cada vez que esté en peligro
el destino o el honor nacional. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).
Fuente: Ernesto “Palacio Política y Cultura” Prólogo de Luis C. Alen
Lascano, Publicación del Círculo de Legisladores de la Nación Argentina.
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