Señor Rector, Señor Presidente Fundador de la Universidad,
Señor Decano; señor Presidente y miembros de la Academia Peruana de Derecho;
señor Embajador argentino; catedráticos, estudiantes; señoras y señores:
La Academia Peruana de Derecho sesiona. Es un acto de fe en
el derecho. Agradezco el honor de incorporarme como miembro honorario.
Agradezco también a esta prestigiosa
Universidad la designación de profesor honorario. Quiero hablar de la fe en el
derecho. El Derecho como orden fundante de la vida colectiva sólo puede
entenderse como unidad. La unidad del orden jurídico significa que hay normas
integradoras que consagran los derechos y normas realizadoras para aplicarlas
en lo concreto si fuesen violados. Lo
explicaba Salvatore Satta cuando se refería a lo abstracto de la norma que se
hace concreto en la decisión del juez. Kelsen describía las normas generales y
que el juez dictaba una norma individual en la sentencia. De esto provino el
error de la teoría egológica de Carlos Cossio quien sostuvo la capacidad del
juez para crear el derecho lo que le permitía apartarse de la norma. Fue
Calamandrei quien rechazando ignorar la norma habló de “la garantía de justicia
de la legalidad”. Sólo el legislador dicta normas y el juez las aplica pero
tiene vedado apartarse de aquellas o crear otras nuevas. Esta es la expresión
de la unidad del orden jurídico. Es el sistema de derechos que debemos
defender. Sólo él brinda seguridad y protege la libertad. Lo establece el poder
legislativo por la voluntad popular y lo resguarda la garantía de justicia que brindan los
jueces. Fin del derecho es la paz y la justicia. Resume la experiencia de la vida fundada en la equidad,
la solidaridad y el respeto al otro. El conjunto normativo constituye el Estado
de derecho por oposición a la arbitrariedad y la violencia.
He vivido esa experiencia. Naturalmente, como miembro de la
sociedad; luego como abogado. Legislador, promoví leyes nuevas sobre
situaciones no previstas. Como Presidente apliqué la Constitución e hice
cumplir la ley. Y cuando dejé de serlo conocí la peor cara del abuso del
derecho y afronté la persecución de gobernantes y de jueces. Actué según la
ley, sometiéndome a ella. Luché por mi dignidad y acá vengo limpio ante
ustedes, cerradas las inicuas causas.
Actué ante la adversidad con fe en el derecho, vencí al abuso e hice triunfar
la ley. El derecho significa la lucha cotidiana por su vigencia. La humanidad
registra enormes progresos a lo largo de su historia. Cito el 1500 como año
paradigmático. Las naos de Colón llegan a América y dan una nueva comprensión
del mar y de la tierra. Se crearon las universidades extendiendo el
conocimiento. Y Gutenberg inventa la imprenta diseminando el libro base de la
nueva cultura. Eran tiempos de cambio y empezaba una grave conflictividad
religiosa. Saltemos el tiempo.
En el siglo XX hubo increíbles si asistiéramos a una inmensa
biblioteca, y surgen las redes sociales y una revolución educativa que, aunque
todavía en ciernes y atrasada, transforma el mundo de las ideas. No es justo dejar
el derecho al margen de ese formidable crecimiento, anclado en las viejas
fórmulas del Digesto, en los textos de los glosadores o el genio de los codificadores
napoleónicos. El derecho creció y se
transformó, absorbió nuevos conceptos, se preparó para un mundo mejor. Es
reciente la globalización y el acercamiento de los sistemas anglosajones y
latinos bajo un ideal común de justicia y hasta de fórmulas parecidas. Hubo
importantes innovaciones, es cierto. Pero también crisis y abuso. Hubo progreso
pero al mismo tiempo regresión. El derecho, destinado a servir a la vida, fue
la herramienta falsa de los peores excesos. Las teorías del derecho libre, la
jurisprudencia de los intereses y la fórmula marxista del interés del pueblo,
son ejemplos de las peores deformaciones que llevaron a los peores crímenes. La
extensión moderna del derecho es tangible y se encuentra en el reconocimiento
del derecho del hombre a la protección del ambiente; su defensa como
consumidor; el derecho a la información;
la no discriminación; la defensa de la familia y la niñez. La
globalización origina la regulación de los grandes movimientos financieros y
controles bancarios contra la corrupción y el terrorismo. Se incorporan los
delitos de lesa humanidad como el genocidio, el narcotráfico, el terrorismo y
la trata de personas. El derecho internacional, a partir de una concepción de
vecinos en vez de enemigos en la Carta de las Naciones Unidas y en la OEA y la
Unión Europea, crea o alienta el Tribunal de la Haya, la Corte Europea, la
Corte de San José de Costa Rica, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
y la Corte de Roma. Se firman tratados de protección de los derechos del hombre
con vigencia efectiva en el derecho interno de los países signatarios; y se
defiende la democracia republicana como el sistema que garantiza la libertad y
la vida, en la Carta Democrática de Lima de 2001 a partir de lo ocurrido
en Perú. Cuando ese año hablé como Presidente en la OEA proclamé el principio
de “no indiferencia” como complemento de la “no intervención”.
Es válido y aun debido denunciar y opinar contra las
desviaciones que burlando la democracia cometen algunas dictaduras electivas.
Porque aparece también el rostro sombrío de las regresiones. Se ocasionan
grandes males. El derecho al medio ambiente no evitó los desastres del cambio
climático, la tala de bosques, la contaminación, el enrarecimiento del aire
y la falta de agua. Un ejemplo: la mafia
de la basura descripta en “Gomorra”, con la disposición abusiva de material
sensible, informático o radiactivo, hace perversos negocios. La igualdad sufre
formas de odio racial o religioso.El terrorismo intensifica su violencia.
Aumenta el lavado de dinero producto del delito. Crece la trata de mujeres
sometidas a explotación y violencia. La pobreza aumenta. Hay hambre y falta de
agua potable y explotación de la atención de la salud. Es una negación de la
dignidad del hombre, de la libertad y los derechos humanos. Crece la corrupción
estatal perjudicando a los que menos tienen mientras se enriquecen los que
burlan la ley. El mundo asiste una crisis moral y al extravío de los valores
éticos. Ay!, herida América Latina!
Asistimos con dolor a graves situaciones de abuso del
derecho. Se desvirtúa la democracia cuando invocando sólo el origen electivo de
un gobierno se impone la fuerza y se olvida la ley. Gobernantes inescrupulosos
se creen autorizados por su sola elección a negar la República. Esta garantiza
la libertad por la separación de los poderes; su negación mata la libertad por
la concentración del poder en uno solo. Con la apariencia de la democracia vale
la fuerza y no el derecho.
¿Qué diferencia hay entre cerrar un Congreso y
dispersar a los legisladores, con el acto autoritario de expulsarlos y encerrar
a los opositores? ¿Acaso se puede silenciar a la prensa y negar el acceso a la
información? ¿Qué diferencia hay entre la dictadura y la manipulación de los
jueces? Si esto sucede la pregunta es una admonición: ¿qué hacen los jueces? El
orden jurídico se vive, es la vida de las sociedades, que sólo se garantiza mediante jueces
independientes, con libertad y sin miedo. Dijo Couture: “El día que los jueces
tengan miedo ningún ciudadano podrá reposar tranquilo”.
Se quiere imponer una
escena de impunidad o de extorsión, que es lo contrario al Estado de Derecho,
al sistema constitucional, al régimen republicano y a la genuina democracia.
Estamos ante el deber de rescatar el valor del derecho y la garantía de
justicia. Obremos con la fe del molinero de Sainssouci que cuando el emperador
quiso demoler su molino porque afeaba la vista de su palacio de Postdam se
defendió diciendo “aun hay jueces en Berlín” capaces de amparar su
derecho. La Academia Peruana de Derecho
sesiona. Que sea un acto de fe en el derecho y el reclamo de una efectiva
garantía de justicia.
Muchas gracias.
Fuente: Clase “La Fe en el Derecho” del Profesor Doctor Fernando De
La Rúa que fue designado Miembro Honorario de La Academia Peruana de Derecho en
la sesión extraordinaria del día 7 de abril del 2015.
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