Lo curioso es que el circulo dirigente del radicalismo —la
"trenza" metropolitana, el boattismo bonaerense, la "oligarquía
vasca" de Entre Ríos, los bodegueros mendocinos y los múltiples intereses
creados que dirigían al partido en el plano nacional— no se sentía demasiado
descontento con el estado de cosas que vivía el país.
Salvo algunas excepciones, los responsables de la conducción
alvearista protestaban con estridencia ante cada fraude, expresaban una santa
indignación por el proceso decadente de la Republica pero en el fondo se
sentían seguros y cómodos. Cierto, hubiera sido mejor estar en el poder... Pero
había diputaciones y senadurías, intendencias y concejalias; existían
provincias que después de todo eran un refugio; se mantenían contactos que
posibilitaban la alimentación de las clientelas electorales... No se estaba tan
mal, pensaban.
Un íntimo entendimiento suavizaba la oposición formal del
radicalismo. El héroe y el villano hacían emocionantes luchas para regocijo del
respetable público; pero terminada la escena, salían juntos a tomar un café.
Oficialismo y oposición estaban de acuerdo en vivir y dejar vivir. Por debajo
de los gestos altivos y las palabras vibrantes, se esbozaba una morisqueta
amistosa, risueña.
El pueblo radical advertía cada vez con mayor claridad la
morisqueta. Y cada vez le iba gustando menos...
Fuente: Alvear de Félix Luna, Buenos Aires, Libros argentinos, 1958
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