Será cierto que cada uno de nosotros no es mas que una
percepción relativa de algo absoluto que se llama el hombre?...
La originalidad de las teorías de Schopenhauer me seduce y
encanta.
Demonio! con que ni mi abuelo ha muerto, ni yo moriré jamás,
porque prosigo la encarnación, que continuarán mis descendientes, de una
entidad inmortal que figura en el reino zoológico con el nombre de «especie
humana»?
Pero no me satisfacen las consecuencias que surgen de las
doctrinas del filósofo predilecto de los suicidas.
Y sinó, escuchen ustedes:
Ese diputado que ocupa tal banca del Congreso, confundido
entre la izquierda ministerial, es don Agustín Cabeza, don Rubén Ocampo, ú otro
legislador tapiado de idéntico jaez.
Pues, aunque parezca raro, esos modestos diputados son,
según Schopenhauer, el testimonio elocuente de la inmortalidad del hombre.
¿Quién afirmará que el hombre muere, aun ante los huesos de
los millones que nos han precedido, cuando á través de los siglos se nos
presentan ejemplares corpulentos de esos organismos semovientes?...
¡Cuánto consuelo encierra tan desconsoladora metafísica!
E pur —imaginen mis lectores que, segun mi catetómetro
analítico, resultase que el mas menguado de los congresales de voto tiene la
misma estatura política de uno de los mas brillantes de nuestros oradores
parlamentarios.
Se diria que mi instrumento, ó yo, ó ambos, no servíamos
para maldita la cosa.
Lo que pasa con las teorías precitadas. Nos conducen á este
corolario absurdo: Aristóbulo del Valle es tan percepción de la humanidad como
cualquiera de sus negativos parlamentarios.
Todo puede, empero, ser susceptible de progreso. La
metafísica, por ejemplo. Procuraré entonces dar viabilidad á las doctrinas
«contra la vida» del sabio Schopenhauer.
Comenzaré.... Todo país tiene su tradición parlamentaria.
Entiendo por tal concepto la serie de monumentos que inteligencias patrióticas
han ido construyendo en los campos estériles del despotismo ó floridos de la
libertad, que han sido hollados por un pueblo.
Admito que toda colectividad tenga cuenta corriente con cada
repartición del génio humano.
Por ejemplo, la partida Elocuencia ha existido, desde la
disertación de Castelli sobre la caducidad del poder español en América, hasta
el discurso de Del Valle sobre los fueros de la Imprenta en nuestro país.
Podria, pues, exclamar, parodiando al filósofo:
«Ese hombre que veis de tez morocha, espresivos ojos, picado
de viruela, rostro grande y simpático, nariz recta, y nazarena barba, es un
orador parlamentario! Muchos le habrán precedido con no menor fama; pero en
realidad no han muerto. Cada uno de ellos fué lo que aun subsiste en esa
abultada y atrayente envoltura mortal de algo perdurable y eterno!...»
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O main de l'impalpable! ô pouvoir surprenant!
Mets un mot sur un homme, et l'homme fris-
(sonnant
Sèche et meurt, pènètrè par sa force profonde!
Creo que de las obras de la oratoria podria decirse lo que
La Bruyére de los libros:
«Cuando una lectura eleva vuestro espíritu, cuando os
inspira sentimientos generosos y grandes, no procuréis encontrar otro criterio
para juzgar del mérito de la obra: ha de ser buena, y de mano maestra».
Escuchando al doctor Del Valle en el Senado, uno siente algo
como ese frio en las carnes que retempla la fortaleza del ánimo y oprime en el
corazón las arterias del sentimiento: ese hombre es elocuente, sin duda alguna.
Gallo, Estrada, Goyena, son también oradores elocuentes.
Recuerdo haber indicado cómo el segundo suple, con los resortes patéticos, la
escasa estensión de sonidos agudos en su registro vocal.
Y en esta cualidad, Del Valle es mas acaudalado que Gallo y
Goyena.
Tendrá este mayor fluidez en la espresión, y redondeará
aquel los párrafos con elegancia mas seductora; pero no siempre conseguirán los
efectos oratorios del ilustrado Senador por Buenos Aires, quien, como
Avellaneda, tiene en sus órganos vocales el diapasón cuyo resonador es el
corazón de las multitudes.
Del Valle es uno de los escasos tenores de nuestros anales
oratorios. Me refiero á ese elemento que se llama «espresión del orador».
Solo tiene rivales en cada una de las múltiples facetas de
su oratoria: Avellaneda lo fué en su mímica y en la densidad del pensamiento;
Goyena lo es en la impetuosidad de la improvisación; Gallo, en la esbeltez de
los párrafos; los Várela en la vehemencia de la elocución; Estrada, en el vigor
de los raciocinios; Sarmiento, en la originalidad, y Mitre en el prestigio
popular de la palabra.
Por lo demás, Del Valle tiene, como Quintana y Rawson, una
confianza ciega en sus recursos intelectuales y fónicos. En estos últimos
desearía tenerla el doctor Alem!...
Y á propósito. Con los tres últimamente citados, tiene
también sus puntos de contacto el doctor Del Valle.
Con Alem, por la sinceridad y honradez de su palabra; con
Quintana por la robustez de la dialéctica, y encanto de la exposición; y con
Rawson, por la dignidad y erudición de sus elocuciones.
También.... Pero basta de comparaciones, y discúlpenme los
demás oradores, que no se trata de un desfile, sino de meras determinaciones
cualitativas, para las cuales necesitaba algunos puntos de mira, como cuando se
trata de una nivelación matemática.
Recapitulando sobre las cualidades oratorias de del Valle,
puede afirmarse que su género es mas próximo de la persuasión que del
convencimiento.
Encierra lo que Ennio atribuia al brillante Cornelio
Cethego: suadae medulla —el alma de la persuasión!
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El doctor del Valle comenzó á flotar como hombre público en
las memorables campañas electorales del 73 y 74.
Contribuyó, como Alem, Eugenio Cambaceres, Irigoyen, Rocha,
Luis Varela, Saenz Peña, López, Cané y tantos otros, á constituir aquel núcleo
vigoroso que, rodeando al malogrado Adolfo Alsina, sirvió de instrumento
histórico contra el prestigio político del vencedor de Pavón.
En aquel partido denominado «autonomista,» del Valle puso á
prueba su talento en las asambleas populares y legislativas, así como en el
periodismo; su actividad en las operaciones del comité político, y su valor en
las cruentas refriegas del comicio.
Hombre de inteligencia y de acción. Del Valle desempeñó
sucesivamente con brillo y con firmeza los cargos de Convencional, Diputado y
Ministro de Gobierno en la Provincia de Buenos Aires.
En 1867, acompañado por Cárlos Keen y Cárlos D'Amico, ya
habia comenzado á ser conocido como periodista de expresión fogosa, contundente
dialéctica y galano estilo, desde las columnas de EL NACIONAL, diario al que
permaneció fiel en los intérvalos posteriores de las agitaciones de su vida
pública.
Vino la conciliación de aquende el Plata, saludada con tanto
alborozo y con mayor entusiasmo que la contemporánea de allende...
No puedo detenerme en el análisis de las pasiones que
fermentaron en aquel episodio de nuestras contiendas electorales: tuvo su
capítulo final sobre la tumba de Alsina; y las jornadas de 1880 formaron su
sangriento epílogo!...
Del Valle y los alsinistas que habían levantado su candidatura
para Gobernador, no estuvieron de acuerdo con aquella política de olvido, de
fraternidad y de circunstancias: prodújose el cisma, y Del Valle, Rocha,
Pellegrini, Alem, López, Saenz Peña, Irigoyen, Uriburu y demás miembros de la
juventud activa del partido alsinista, organizaron la famosa fracción
«republicana».
Les sucedió lo que Alsina habiales profetizado: «¡Ay de
ellos! desgraciados! los arrastrará el torrente!»
No desaparecieron, empero, pues en 1880, y desdeñando
alistarse en los grandes bandos, se agruparon en torno de Sarmiento y de
Irigoyen.
El nudo electoral fué cortado á filo de espada; y Del Valle
entró con los vencedores... ¿Veleidad? ¿Cálculo? ¿Imprevisión?.... Examino los
hechos sin penetrar en las intenciones. Meses después, los republicanos
formaban en las filas de la oposición.
No hay cargo sério en las líneas que preceden. Conozco al
distinguido sanador, y consta á todos que abriga sentimientos elevados y
patrióticos.
Pero ¿quién no se estravía en medio de los torbellinos de ambición
que invaden nuestro mundo político, como aquellos de seres humanos con que
pobló su infierno la fantasía del Dante?...
El político, mas que el hombre privado, se encuentra
sometido muchas veces á tensiones contrarias, y termina, —ó por debatirse en la
desesperación, —ó por hundirse en el desfallecimiento, —ó bien se torna
revolucionario,— cuando no contemporiza, midiendo prudentemente las
consecuencias probables de sus actos.
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Durante los primeros años de la guerra del Pacífico, éramos
los argentinos, mas aperuanados que los mismos peruanos.
Deseábamos de corazón que los descendientes de Pizarro
deslomasen á los de Almagro, en conmemoración de la primera lucha de hace
siglos, entre ambos conquistadores.
En realidad, nos parecía que otros nos evitarían la probable
empresa de poner panza arriba á la robusta anguila ultrandina del Pacífico.
Pero el Héctor marino de la Troya de los Incas sucumbió con
su famosa nave; y nosotros, aliados de corazón, tributamos grandes honras
fúnebres á la memoria del valiente Grau.
Hubo un funeral religioso, y otro literario... El panegírico
del segundo fué encomendado al Dr. del Valle.
Y en aquella hermosa oración fúnebre, su fama de literato,
divisada á través de sus discursos y de sus editoriales, se exhibió nue, sin
ocultar uno solo de sus encantos.
No se dedica, empero, al cultivo de las letras, podando su
propio ingenio.
De ahi que sus raras producciones denuncien el esfuerzo poco
ejercitado del maestro.
Deja las huellas del buril, lo que no pasa con los camafeos
salidos de los talleres de literatos en constante actividad.
Y es lástima, porque las obras literarias de Del Valle
tendrían no menos brillo y originalidad que las conocidas de Lopez, Muñoz,
Cané, Cambaceres, Groussac y demás buenos prosistas del Rio de la Plata.
Pero observo que estoy reincidiendo en el pecado que me
criticaron cuando escribí de Eudoro Avellaneda: dedicar párrafos á lo que puede
hacer y no hace.
Es que eso tendia á poner en relieve ciertas cualidades del
hombre..,. Como aquí, pretendo dar una idea de la fertilidad de un talento,
cuyas aptitudes literarias no solo se transparentan en sus artículos
periodísticos, en sus discursos parlamentarios, en sus informes judiciales y en
sus arengas populares, sino tambien en su refinadísimo gusto artístico, y en la
seducción de su charla, sencilla pero sólida y agradable, como una joya
inglesa.
Un amigo no encontraba palabras con que ponderar el caudal
de buen gusto artístico que contienen los lienzos y bronces adquiridos por Del
Valle en su viage al coptinente europeo.
Y ese buen gusto, esa afición artística, forman el foco
cuyos resplandores combinan juegos de luz en la charla que desborda en los
labios del simpático leader de la oposición en el Senado.
De mi primera visita al Dr. del Valle conservo un recuerdo
mixto: grato por la sensación de la proximidad de tan excelente espíritu;
desagradable por las causas que me hicieron abandonar mí butaca en la mitad de
la función.
Mi introductor cometió la barbaridad de señalar para la
presentación, la sobremesa de no recuerdo qué festejo, celebrado con
intemperancia de templarios en el Café de Paris.
Todo fué bien al principio; pero la viveza de la charla, y
la amabilidad obsequiosa del visitado, echaron á perder el debut.
Para evitar los tomates del público, que ya coloreaban en
las mejillas, «hubo que tocar espiante», como dicen los compadres.
Uf! El solo recuerdo de aquel four me ponia de colores, y me
hacia evitar todo encuentro con el Dr. Del Valle.
Pero lo política me puso nuevamente á su alcance, y su
risueña afabilidad no dejó señales del temor de una «malísima impresión»
respecto de mis aptitudes de visitante
Cá! la bondad de Del Valle es característica. Suele llegar hasta
los límites de la abnegación. En 1871 compartió con los miembros de la Comisión
Popular los peligros de aquella cruzada contra una peste mortífera.
Eso como hombre. Y como orador? como caudillo? como
político?.....
El Dr. Del Valle recorre la segunda mitad del viage humano
hácia el resumidero panteista del sepulcro. Según Campoamor, es cuando hacemos
mejores cosas.
Fuente: Diario El Nacional “Siluetas parlamentarias” (1886)
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