"Querido don
Amadeo: creo en Larcher no así en Toranzo. Este tiene un trauma conspirativo.
El radicalismo se desintegrará. Sólo lo evitaría su conducción. A Balbín lo
pierde su odio a Frondizi. Esto lo llevará a perder sus posibilidades
presidenciales; él quiere el quiebre del orden constitucional y la muerte civil
del peronismo. Lo logrará. Contará con el clero y el ejército. Del Castillo le
explicará mis preocupaciones. Yo no seré cómplice de un radicalismo golpista.
Prefiero quedarme solo".
Ante estas palabras que dan contexto a una breve carta
escrita en el año 1959, no puede menos quien las lee sino guardar silencio
nostálgico, reflexionar y apenarse porque en nuestros días no haya políticos de
la talla de Agustín Rodríguez Araya, que de él es la misiva. Políticos que
tanta falta hacen en esta patria sometida, humillada, asida desde hace muchos
años por incapaces o desvergonzados cuando no ultracorruptos que han puesto de
rodillas y llorosas a tantas almas inocentes, muchas de las cuales han partido
sumidas en la desesperación por ver a su descendencia condenada a la
incertidumbre.
La carta que se acaba de reproducir, escrita con una vieja
pero robusta máquina de escribir, tan noble como aquellos espíritus que hoy
huelgan en la Nación, es la respuesta que Rodríguez Araya le envía nada menos
que al gran médico cirujano argentino y dirigente radical Amadeo Sabattini,
quien en un recetario y con una estilográfica de la época le decía al entonces
diputado nacional por Santa Fe que abrigaba esperanzas respecto del país y del
partido. La respuesta del rosarino fue contundente: refiere a las posibles
reacciones de los generales Larcher y Toranzo y pone al desnudo, sin eufemismos
ni ambages, los sentimientos de entonces del Chino Balbín y sus anhelos. Y es
en ese breve texto donde se pone al desnudo toda la traza magnífica de un
hombre comprometido con la causa de toda la Nación y despojado de burdas
mezquindades que hoy abundan.
Sería poco después el general Larcher quien retaría a duelo
a Rodríguez Araya en virtud de algunas denuncias y manifestaciones públicas que
éste había hecho contra militares. Hábil en el manejo de la espada, el militar
eligió ese arma para el lance caballeresco y el diputado lejos estuvo de
achicarse, a pesar de que jamás había empuñado un filo de este tipo. El
rosarino designa como padrinos nada menos que a don Luis Palacios (otra de las
figuras que dieron lustre a la vida argentina) y a Horacio Thedy. Palacios le
envía a Rodríguez Araya un telegrama que quien esto escribe tiene ante su vista
y que conmueve:
"Gracias al amigo
y gran ciudadano con un fuerte abrazo. Alfredo Palacios".
Llega el día y se baten. Larcher hiere en la cabeza al
radical y, como recuerda un amigo del injustamente olvidado político argentino:
"El general no lo quiso matar. En realidad terminó admirándolo tanto que
antes de morir el militar le pide a su esposa que le obsequiara a Agustín su
reloj". No parece ser el único de sus adversarios que admiraba a Rodríguez
Araya; el propio Perón le mandó nada menos que el original (que aún existe y
está celosamente guardado por amigos) de la proclama revolucionaria que había
escrito Perón, de su puño y letra, antes de asumir la primera presidencia.
Algunas historias. Al
hablar de Rodríguez Araya no es posible no recordar algunas historias, como las
constantes denuncias por contrabando que realizaba. Por ejemplo, aquella que
determinó, en el año 1954, el desbaratamiento de una operación consistente en
contrabando de autopartes y otros elementos por un valor de 500.000 pesos que
hoy representarían, en valores reales, acaso millones de dólares. O el haber denunciado
y esclarecido la estafa en la que estaban involucrados hasta los niños cantores
de la Lotería. Era simple pero enriquecía a muchos: salía la bolilla con un
número y a los chicos les hacían cantar otro. El premio era para el que lo
había comprado.
Durante una campaña para la elección de gobernador, en el
año 1949, había denunciado al gobierno de entonces comparándolo con Alí Baba y
los cuarenta ladrones. La tarde de la votación definitiva, el 9 de junio de
1949, Rodríguez Araya se defendió con un nuevo ataque: "Dicen que me
referí a Alí Babá, pero esto es poco, comparado con el Instituto Argentino de
Promoción del Intercambio (el IAPI creado por el gobierno del general Farrell),
porque en el IAPI está la lámpara de Aladino y quien la frota se enriquece en
un diez por ciento". Exhibió entonces un manojo de documentos probatorios
de irregularidades que saturaban el pupitre de su banca.
Hombreando bolsa. Claro, un político de tal naturaleza no
sólo que no era querido por los mismos de siempre, sino odiado. Fue baleado por
la espalda y perseguido. Debió proteger su vida exiliándose en Uruguay.
"Allí llegó con una mano atrás y otra adelante, recuerda unos de sus
discípulos, y para poder subsistir se fue al puerto y trabajó hombreando bolsas".
Le corresponden a Agustín Rodríguez Araya estas palabras:
"He comentado que
los generales compañeros de promoción de la época en que Alsogaray era cadete
de la Escuela Militar lo hicieron ministro abriéndole las puertas de los
cuarteles e institutos militares a fin de que inficionara la mente de los
jóvenes oficiales con las ideas de la libre empresa, la piedra libre como
debería llamarse, en contra de la política económica nacionalista que esos
mismos generales venían sustentando hasta hace poco".
Esta piedra libre, a la que hizo referencia Agustín
Rodríguez Araya hace ya más de cuarenta años, es la que ha llevado a esta
Nación y sus hijos a un estado de situación que sólo pueden comprender
cabalmente, por medio de la comparación, aquellos que han vivido épocas pasadas
y que soportan la actualidad. Es cierto que problemas hubo siempre, que la
corrupción no es algo nuevo, pero quien puede comparar sabe del grado de
putrefacción política y resignación social. Bien puede decirse que en este país
el que hoy se salva no goza de la garantía de la redención mañana. Por eso
tantos padres y abuelos reflexivos hoy piensan con angustia y temor en el
destino de la sangre nueva.
Tendría cien años. ¿Pero por qué este recuerdo de Rodríguez
Araya? Porque si viviera, el día miércoles pasado, esto es el 13 de agosto,
hubiera cumplido cien años. Hubiera leído en el diario muchas noticias
desagradables; se hubiera indignado, se hubiera enfadado profundamente al leer,
por ejemplo, que uno de los tres empresarios asesinados hace horas tenía más de
20 causas en la justicia por adulteración de medicamentos, que había donado a
la campaña electoral del actual gobierno 200 mil pesos y que había logrado
vender al Hospital Francés, cuando fue intervenido por el gobierno,
medicamentos por un valor de más de cuatro millones de dólares. Hubiera seguido
leyendo otras noticias y sería testigo, como tantos, de una Patria perdida. El,
ese hombre que dijo: "No seré
cómplice del golpismo, prefiero quedarme solo". Solo, como tantos
compatriotas hoy.
Fuente: Reflexiones: Rodríguez Araya y la patria perdida por Carlos Duclos - Diario La
Capital 17 de agosto de 2008
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