La Revolución de Mayo y la declaración del Congreso de 1816,
nos dieron una primer a Independencia: la de la Nación Argentina, con respecto
a las demás naciones del mundo.
El advenimiento de Hipólito Yrigoyen, nos aseguro,
justamente un siglo después, la segunda Independencia: la del pueblo para
gobernarse libremente dentro de la Nación libre (1).
Ahora nos falta completar la nacionalidad, conquistando la
última Independencia: nuestra Independencia Económica.
¿Es necesario, acaso, demostrar que el pueblo argentino
carece de independencia económica?
Todos sabemos cuan deficiente es la preparación de nuestros
compatriotas para la lucha par la vida. Cuan rudimentarios y simplistas son sus
medios económicos: el conchabo o el empleo, publico o privado, según sean
proletarios o de clase media.
Cuando alguien ejerce un oficio, esta excepción no proviene
de la eficiencia obtenida en alguna de las innumerables escuelas que sostiene
el Estado, sino de la capacidad personal puesta en juego para elevarse, por si,
de la categoría de peón a la de oficial, y, muy raramente, a la de patrón.
En materia de profesiones, el país solo ofrece escuelas para
dar títulos de doctores y formarlo que ya se llama el Proletariado Intelectual
Si se hiciera una estadística en procura de la verdad acerca de este
proletariado, se vería que el 90 por ciento de los doctores argentinos, vive,
fundamentalmente, del empleo publico.
Los hombres de negocios, los directores y propietarios de
las grandes compañías comerciales e industriales, los exportadores y los
importadores, los dueños de las empresas de transportes, los capitalistas que
trafican con nuestra producción, los que gobiernan y mandan en las diversas
actividades económicas del país no son argentinos, y esto no necesita
demostrarse.
¿Será indispensable esperar el transcurso de otro siglo,
como el de 1816 a
1916, para que el pueblo do la Republica Argentina logre su tercera emancipación?
Planteado este problema desde el alto punto de vista de
nuestra aspiración hacia nuestra total Independencia Nacional, parece lógico
que su solución debe buscarse en la Escuela y en la Legislación Agraria, porque
corresponde a la primer a el trabajo de armar al ciudadano con cierta capacidad
para triunfar en la vida y porque la segunda es la que debe abrirnos las
puertas de salida de las ciudades argentinas para que podamos gozar de los
dones que la Naturaleza ofrece generosamente, en el campo, a todos los
habitantes de la Republica.
La tarea de hoy no consiste, pues, en ensenar en las
escuelas muchas ciencias, sino en procurar la aplicación de ellas a los fines
de la vida actual, y, en particular, a los fines económicos, perentoriamente exigidos
por las nuevas necesidades propias de la transformación operada en el mundo
durante el ultimo medio siglo.
El cientificismo de los planes de estudios y programas de
actualidad, es idéntico al que sirvió para instruir a nuestros abuelos, que vivieron
sencilla y reposadamente como correspondía que vivieran, a fin de que
preparasen y ejecutasen la Revolución del Saber y de las Ciencias cuyo uso y
goce nos estaban deparados a nosotros por las grandes leyes inmutables del
progreso humano.
Por lo que respecta a nuestra Legislación, es sorprendente
comprobar que este país, cuyo pueblo soporta, sin poderlas ignorar, mas de un millón
de leyes — calculándolas por artículos y por incisos, con sus correlativas
reglamentaciones y computando el vasto cuerpo de jurisprudencial con fuerza de
leyes, — carece, sin embargo, de leyes destinadas al fomento real, a la protección
eficaz de sus dos únicas y grandes fuentes productoras de los recursos que dan
vida y movimiento a la economía y a las finanzas de toda la Nación.
Por todo esto, ninguna preocupación de gobierno, ninguna consagración
intelectual, ninguna inspiración patriótica mereceré tantos respetos de las
futuras generaciones argentinas como las que podamos aplicar para redimirnos
del ultimo vasallaje bajo el cual desplegamos jactanciosamente nuestros mas
puros sentimientos nacionalistas, y para cumplir nuestra tarea de hoy,
vivificando el contenido, genialmente intuitivo, de los tres gritos sagrados
del Himno de la Patria.
(1)
Admito que en este instante de la vida cívica nacional pueda
ser objetada esta significación histórica, para mi indudable, del Yrigoyenismo;
mas espero de la critica razonada e imparcial el reconocimiento de esta verdad,
reiteradamente expresada por Hipólito Yrigoyen: "Nuestro Radicalismo, mas
que un partido político, es un verdadero apostolado cívico".
Para comprender esta definición, tan sintética como exacta,
es indispensable remontar la corriente de los sucesos que determinaron la revolución
del 26 de julio de 1890.
Es sabido que desde la proclamación de 1816, por el Congreso
de Tucumán, hasta la promulgación de nuestra Carta Orgánica en 1853, transcurrió
un periodo tan generalmente caótico y tumultuoso, que apenas pudo ser contenido
por la Tiranía. Para concluir con ese periodo de zozobras, se hizo
indispensable una constitución
fuertemente presidencialista como la del 53 porque era la única manera de
apuntalar la nacionalidad embrionaria que se desarticulaba por causa del
caudillismo, tanto como por causa del espíritu de rebelión sedimentado, sin
duda, durante la Guerra de la
Independencia.
Merced a esa Constitución que otorgo al Presidente de la Republica,
con habilísimos eufemismos y a pesar de su artículo 19, la suma del Poder, pudo
estabilizarse la paz interna y pudo el país emprender su marcha hacia sus
grandes y claros destinos.
El Presidente de la Nación Argentina que es Jefe de todas
las fuerzas armadas de la Nación y las manda con un Código y Tribunales que lo
erigen en Juez Supremo y en Supremo ejecutor; el Presidente que nombra y
remueve, por su solo arbitrio, a todo el personal de la administración, que maneja
excluyentemente las relaciones internacionales y declara la paz o la guerra,
que interviene las Provincias a voluntad (artículos y 69 y su jurisprudencia),
y una vez intervenidas detenta en sus manos el poder para hacer elegir gobernadores,
legislaturas y Congreso Nacional, y que, por lo tanto, puede hacer leyes y
puede hacer jueces y puede disolver el Poder Legislativo... ¿En que se
diferencia, prácticamente y en definitiva, del detentador de la Suma del Poder
Publico fulminado por el art. 19?
Ahora bien: así como la guerra de la Independencia sedimento
el periodo caótico y tumultuoso que vino a clausurar la Constitución
ejecutivista vigente, así también el omnímodo ejercicio del Poder, otorgado por
ella, determino la formación de una clase parasitaria, burocrática y oligárquica,
que hacia cada vez mas ilusorio el precepto básico de esa Constitución: la
forma republicana y democráticamente representativa que adopto en su articulo 19 para el Gobierno de la Nación.
De ahí que hubo momentos en que el país apareció gobernado
como una Gran Estancia Criolla, con 14 capatacías, una en cada Provincia, sin
faltar, en ciertos casos, los gobiernos de familia.
Llego también un momento en que el pueblo empezaba a marchar
dividido en dos clases sociales: la autodenominada aristocracia y el pueblo;
detentadora arrogante, la una, de todos los derechos y casi genuflexo, el otro,
bajo la carga de todos los deberes.
Y así fue como, históricamente, se encendió, como una lámpara
votiva, "La causa de la Reparación Nacional" que tuvo por objetivo la
conquista de la libertad del pueblo para gobernarse como manda el articulo 1 de
la Constitución cuando establece que la Nación Argentina adopta para su
Gobierno la forma Republicana, Representativa, Federal.
No era un partido político el que pugnaba por el
cumplimiento de la norma constitutiva de la nacionalidad que jamás había sido
practicada. Era un verdadero apostolado cívico.
Las revoluciones del 90, del 93, y del 905, concretaron
este ideal, el que, a su vez, fue grabado imborrablemente en manifiestos y en
proclamas dirigidos al pueblo, siempre por inspiración y con la firma de Hipólito
Yrigoyen, cuya vida y cuya acción publica, por otra parte, son paralelas y rígidas
como trazadas para subrayar concluyentemente la unidad y la paternidad de los
sucesos nacionales en que le ha correspondido ser, a la vez, autor y actor.
Si a Yrigoyen se le juzgara desde este elevado punto de
mira, no se incurriría, como algunos vulgarmente incurren, en el error de
considerarlo como un gran caudillo. Carece de todas las cualidades del
caudillo.
Su contacto con el pueblo es exclusivamente espiritual y se
mantiene porque el pueblo lo reconoce como su Conductor, en el sentido
republicano del concepto que es el más alto sentido en que se orientan las
corrientes políticas del siglo.
Gracias a Yrigoyen ahora podemos decir que la Nación ha
conquistado su libertad para gobernarse por si misma.
Yrigoyen carece de las cualidades del caudillo. Tiene, en
cambio, las calidades intrínsecas del Reformador: la tenacidad, la unidad de acción,
la intensidad de la fe, la altura del ideal, la connaturalización completa del
hombre y la obra, el afán de alcanzar las ultimas perfecciones de esa obra, y
la plena seguridad, en si mismo, para ejecutarla.
Por eso nadie podrá arrebatar a Yrigoyen la bandera de su
fe, como nadie podrá impedir al pueblo que le siga, ciegamente, enorgullecido
de ser "Personalista"
El pueblo es personalista, no porque la persona de Yrigoyen
le agrade o le desagrade, ya que apenas la conoce, sino porque esa persona es
una Idea, la Idea misma de la Reparación, alzada por Yrigoyen hasta las alturas
de un verdadero apostolado.
Cuando la Republica viva respirando a plenos pulmones los
aires de la democracia pura, Yrigoyen dejara de ser ídolo popular, porque al
desaparecer una causa desaparece su efecto.
Los historiadores, entonces, tendrán que colocarle en su
sitio y decir de el que fue el fundador de la Republica, de esta Republica
nuestra, tan libre con respecto al mundo internacional como libre del dominio
de castas, de oligarquías o de clases sociales, con respecto a su propio mundo
interno.
Para reemplazar a Yrigoyen como ídolo popular será preciso
que aparezca en el escenario de la Republica un argentino capaz de redimir al
pueblo de su esclavatura económica, como el fue capaz de redimirlo de la
esclavatura política y como la Revolución de Mayo lo redimió de España.
Fuente: Prólogo a La Tercera Emancipación "Actualidad Economica y Social de la República Argentina" de Manuel Ortiz Pereyra, 1926.
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