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lunes, 18 de mayo de 2015

Manuel Ortiz Pereyra: "Yrigoyen la Idea misma de la Reparación" (1926)

La Revolución de Mayo y la declaración del Congreso de 1816, nos dieron una primer a Independencia: la de la Nación Argentina, con respecto a las demás naciones del mundo.

El advenimiento de Hipólito Yrigoyen, nos aseguro, justamente un siglo después, la segunda Independencia: la del pueblo para gobernarse libremente dentro de la Nación libre (1).

Ahora nos falta completar la nacionalidad, conquistando la última Independencia: nuestra Independencia Económica.

¿Es necesario, acaso, demostrar que el pueblo argentino carece de independencia económica?

Todos sabemos cuan deficiente es la preparación de nuestros compatriotas para la lucha par la vida. Cuan rudimentarios y simplistas son sus medios económicos: el conchabo o el  empleo, publico o privado, según sean proletarios o de clase media.

Cuando alguien ejerce un oficio, esta excepción no proviene de la eficiencia obtenida en alguna de las innumerables escuelas que sostiene el Estado, sino de la capacidad personal puesta en juego para elevarse, por si, de la categoría de peón a la de oficial, y, muy raramente, a la de patrón.

En materia de profesiones, el país solo ofrece escuelas para dar títulos de doctores y formarlo que ya se llama el Proletariado Intelectual Si se hiciera una estadística en procura de la verdad acerca de este proletariado, se vería que el 90 por ciento de los doctores argentinos, vive, fundamentalmente, del empleo publico.

Los hombres de negocios, los directores y propietarios de las grandes compañías comerciales e industriales, los exportadores y los importadores, los dueños de las empresas de transportes, los capitalistas que trafican con nuestra producción, los que gobiernan y mandan en las diversas actividades económicas del país no son argentinos, y esto no necesita demostrarse.

¿Será indispensable esperar el transcurso de otro siglo, como el de 1816 a 1916, para que el pueblo do la Republica Argentina logre su tercera emancipación?

Planteado este problema desde el alto punto de vista de nuestra aspiración hacia nuestra total Independencia Nacional, parece lógico que su solución debe buscarse en la Escuela y en la Legislación Agraria, porque corresponde a la primer a el trabajo de armar al ciudadano con cierta capacidad para triunfar en la vida y porque la segunda es la que debe abrirnos las puertas de salida de las ciudades argentinas para que podamos gozar de los dones que la Naturaleza ofrece generosamente, en el campo, a todos los habitantes de la Republica.

La tarea de hoy no consiste, pues, en ensenar en las escuelas muchas ciencias, sino en procurar la aplicación de ellas a los fines de la vida actual, y, en particular, a los fines económicos, perentoriamente exigidos por las nuevas necesidades propias de la transformación operada en el mundo durante el ultimo medio siglo.
El cientificismo de los planes de estudios y programas de actualidad, es idéntico al que sirvió para instruir a nuestros abuelos, que vivieron sencilla y reposadamente como correspondía que vivieran, a fin de que preparasen y ejecutasen la Revolución del Saber y de las Ciencias cuyo uso y goce nos estaban deparados a nosotros por las grandes leyes inmutables del progreso humano.

Por lo que respecta a nuestra Legislación, es sorprendente comprobar que este país, cuyo pueblo soporta, sin poderlas ignorar, mas de un millón de leyes — calculándolas por artículos y por incisos, con sus correlativas reglamentaciones y computando el vasto cuerpo de jurisprudencial con fuerza de leyes, — carece, sin embargo, de leyes destinadas al fomento real, a la protección eficaz de sus dos únicas y grandes fuentes productoras de los recursos que dan vida y movimiento a la economía y a las finanzas de toda la Nación.

Por todo esto, ninguna preocupación de gobierno, ninguna consagración intelectual, ninguna inspiración patriótica mereceré tantos respetos de las futuras generaciones argentinas como las que podamos aplicar para redimirnos del ultimo vasallaje bajo el cual desplegamos jactanciosamente nuestros mas puros sentimientos nacionalistas, y para cumplir nuestra tarea de hoy, vivificando el contenido, genialmente intuitivo, de los tres gritos sagrados del Himno de la Patria.

(1)

Admito que en este instante de la vida cívica nacional pueda ser objetada esta significación histórica, para mi indudable, del Yrigoyenismo; mas espero de la critica razonada e imparcial el reconocimiento de esta verdad, reiteradamente expresada por Hipólito Yrigoyen: "Nuestro Radicalismo, mas que un partido político, es un verdadero apostolado cívico".

Para comprender esta definición, tan sintética como exacta, es indispensable remontar la corriente de los sucesos que determinaron la revolución del 26 de julio de 1890.

Es sabido que desde la proclamación de 1816, por el Congreso de Tucumán, hasta la promulgación de nuestra Carta Orgánica en 1853, transcurrió un periodo tan generalmente caótico y tumultuoso, que apenas pudo ser contenido por la Tiranía. Para concluir con ese periodo de zozobras, se hizo indispensable una  constitución fuertemente presidencialista como la del 53 porque era la única manera de apuntalar la nacionalidad embrionaria que se desarticulaba por causa del caudillismo, tanto como por causa del espíritu de rebelión sedimentado, sin duda, durante la Guerra de la
Independencia.

Merced a esa Constitución que otorgo al Presidente de la Republica, con habilísimos eufemismos y a pesar de su artículo 19, la suma del Poder, pudo estabilizarse la paz interna y pudo el país emprender su marcha hacia sus grandes y claros destinos.

El Presidente de la Nación Argentina que es Jefe de todas las fuerzas armadas de la Nación y las manda con un Código y Tribunales que lo erigen en Juez Supremo y en Supremo ejecutor; el Presidente que nombra y remueve, por su solo arbitrio, a todo el personal de la administración, que maneja excluyentemente las relaciones internacionales y declara la paz o la guerra, que interviene las Provincias a voluntad (artículos y 69 y su jurisprudencia), y una vez intervenidas detenta en sus manos el poder para hacer elegir gobernadores, legislaturas y Congreso Nacional, y que, por lo tanto, puede hacer leyes y puede hacer jueces y puede disolver el Poder Legislativo... ¿En que se diferencia, prácticamente y en definitiva, del detentador de la Suma del Poder Publico fulminado por el art. 19?

Ahora bien: así como la guerra de la Independencia sedimento el periodo caótico y tumultuoso que vino a clausurar la Constitución ejecutivista vigente, así también el omnímodo ejercicio del Poder, otorgado por ella, determino la formación de una clase parasitaria, burocrática y oligárquica, que hacia cada vez mas ilusorio el precepto básico de esa Constitución: la forma republicana y democráticamente representativa que adopto en su articulo 19 para el Gobierno de la Nación.

De ahí que hubo momentos en que el país apareció gobernado como una Gran Estancia Criolla, con 14 capatacías, una en cada Provincia, sin faltar, en ciertos casos, los gobiernos de familia.

Llego también un momento en que el pueblo empezaba a marchar dividido en dos clases sociales: la autodenominada aristocracia y el pueblo; detentadora arrogante, la una, de todos los derechos y casi genuflexo, el otro, bajo la carga de todos los deberes.

Y así fue como, históricamente, se encendió, como una lámpara votiva, "La causa de la Reparación Nacional" que tuvo por objetivo la conquista de la libertad del pueblo para gobernarse como manda el articulo 1 de la Constitución cuando establece que la Nación Argentina adopta para su Gobierno la forma Republicana, Representativa, Federal.

No era un partido político el que pugnaba por el cumplimiento de la norma constitutiva de la nacionalidad que jamás había sido practicada. Era un verdadero apostolado cívico.

Las revoluciones del 90, del 93, y del 905, concretaron este ideal, el que, a su vez, fue grabado imborrablemente en manifiestos y en proclamas dirigidos al pueblo, siempre por inspiración y con la firma de Hipólito Yrigoyen, cuya vida y cuya acción publica, por otra parte, son paralelas y rígidas como trazadas para subrayar concluyentemente la unidad y la paternidad de los sucesos nacionales en que le ha correspondido ser, a la vez, autor y actor.

Si a Yrigoyen se le juzgara desde este elevado punto de mira, no se incurriría, como algunos vulgarmente incurren, en el error de considerarlo como un gran caudillo. Carece de todas las cualidades del caudillo.

Su contacto con el pueblo es exclusivamente espiritual y se mantiene porque el pueblo lo reconoce como su Conductor, en el sentido republicano del concepto que es el más alto sentido en que se orientan las corrientes políticas del siglo.

Gracias a Yrigoyen ahora podemos decir que la Nación ha conquistado su libertad para gobernarse por si misma.

Yrigoyen carece de las cualidades del caudillo. Tiene, en cambio, las calidades intrínsecas del Reformador: la tenacidad, la unidad de acción, la intensidad de la fe, la altura del ideal, la connaturalización completa del hombre y la obra, el afán de alcanzar las ultimas perfecciones de esa obra, y la plena seguridad, en si mismo, para ejecutarla.

Por eso nadie podrá arrebatar a Yrigoyen la bandera de su fe, como nadie podrá impedir al pueblo que le siga, ciegamente, enorgullecido de ser "Personalista"

El pueblo es personalista, no porque la persona de Yrigoyen le agrade o le desagrade, ya que apenas la conoce, sino porque esa persona es una Idea, la Idea misma de la Reparación, alzada por Yrigoyen hasta las alturas de un verdadero apostolado.

Cuando la Republica viva respirando a plenos pulmones los aires de la democracia pura, Yrigoyen dejara de ser ídolo popular, porque al desaparecer una causa desaparece su efecto.

Los historiadores, entonces, tendrán que colocarle en su sitio y decir de el que fue el fundador de la Republica, de esta Republica nuestra, tan libre con respecto al mundo internacional como libre del dominio de castas, de oligarquías o de clases sociales, con respecto a su propio mundo interno.

Para reemplazar a Yrigoyen como ídolo popular será preciso que aparezca en el escenario de la Republica un argentino capaz de redimir al pueblo de su esclavatura económica, como el fue capaz de redimirlo de la esclavatura política y como la Revolución de Mayo lo redimió de España.







Fuente: Prólogo a La Tercera Emancipación "Actualidad Economica y Social de la República Argentina" de Manuel Ortiz Pereyra, 1926.

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