Amigo mío:
No se sorprenda de que lo llame así. Ya verá usted cuán
cerca estamos. Acaso sus mentores ocasionales le hayan dicho que debe ser usted
mi enemigo. Le escribo para demostrarle que lo han engañado como de costumbre,
porque usted y yo perseguimos las mismas cosas bajo distintas palabras; porque
yo, como nacionalista, no pretendo sino la realización de los objetivos que
proclamaba el radicalismo tradicional, el de Yrigoyen, mientras que usted, como
radical, no es más que un nacionalista anacrónico y larvado, un nacionalista
que ha extraviado el camino. Ahora lo veo empeñado en defender la democracia; y
en defenderla contra “el fascismo”. Es decir, lo veo coincidiendo con el señor
ministro del Interior y con las conclusiones de la conferencia de jefes de
policías provinciales: los mismos que les hacen fraude y los apalean a usted y
sus correligionarios en todos los comicios. ¿No lo lleva a sospechar nada esa
coincidencia? ¿No adivina que hay en todo esto una enorme confusión,
deliberadamente mantenida por quienes aprovechan de ella? ¿No ve en la actual
alharaca de gobierno, prensa y demagogos, una siniestra confabulación del
Régimen para dividir al país con problemas imaginarios y retardar la
comprensión de los problemas reales, impidiendo así que el pueblo explotado se
una al fin y arrase con su oprobiosa dominación? […]
Quiero demostrarle a usted lo que seguramente siente sin
formulárselo y es el carácter artificial de esa solidaridad y de esa división.
Su coincidencia actual con el personal del Régimen es puramente verbal, es
cuestión de palabras, como es cuestión de palabras su disidencia con los
nacionalistas. Usted coincide con los hombres de la situación al invocar la democracia:
pero usted piensa en su ideal mientras ellos piensan en su negocio. La
democracia es, para ellos, el lucro y la impunidad de que gozan, el usufructo
de las posiciones, el cohecho y la entrega. Para usted es el gobierno del
pueblo, la supresión de los privilegios inicuos y la libertad y el pan para
todos: ideal que coincide exactamente con nuestro ideal, aunque le demos otro
nombre. Usted concuerda con los hombres de la situación en oponerse al
“fascismo”. Pero mientras ellos temen la liquidación catastrófica del susodicho
negocio y odian en el nacionalismo lo que tiene de justiciero, usted sólo ve
una agravación policíaca de los males que actualmente sufre. Para usted el
fascismo significa la persecución policial de los ciudadanos, la injusticia
social, el gobierno de una camarilla, la corrupción, la entrega al extranjero,
la guerra. ¡Pero si es la definición del Régimen que combatimos! ¡Si estamos
contra todo eso tan violentamente como usted mismo! Solo que lo llamamos de
otra manera.
Es posible que usted crea que la oligarquía desaparecerá por
el funcionamiento del mismo sistema que la originó, es decir, por un eventual
triunfo nacional del radicalismo.
Es una ilusión de la que yo padecí alguna vez, pero de la
que me he desengañado.
El cambio de las circunstancias sociales hace que el
fenómeno de 1916 no pueda volver a repetirse. El aparato de la dominación
oligárquica ––finanzas centralizadas, prensa venal, fraude y policía–– se ha
perfeccionado hasta el extremo de hacer hoy imposible una manifestación de
voluntad popular semejante a la que acaudilló Yrigoyen. Esto lo saben los
dirigentes actuales del partido; por eso han optado, después del 30, por negociar
el caudal electoral heredado ante las empresas que constituyen el verdadero
poder y que controlan por la prensa la popularidad, en una verdadera puja de
obsecuencia con los conservadores. El radicalismo se ha plegado al régimen, sacrificando
al pueblo que, con el fraude, no cuenta ya para nada. ¿No lo hemos visto a
Alvear patrocinando el escándalo de la Cade? ¿No lo vemos a Pueyrredón
carteándose con Roosevelt, para obtener el apoyo de la finanza norteamericana?
[…] ¿Quiere esto decir que el ideal de Yrigoyen, que
consistía esencialmente en devolver su soberanía al pueblo argentino y el goce
de sus bienes, carece hoy de abanderados?
No, amigo mío, puede usted estar tranquilo; ese ideal está
más vivo que nunca y esa bandera la levanta el nacionalismo. Combatimos al
mismo Régimen contra el que Yrigoyen emplazó sus baterías y contamos con el
mismo aliado para la empresa: el pueblo, que poco a poco va abandonando las
filas de la traición y pasa a engrosar las nuestras.
[…] Espero sus noticias, amigo mío. Sería muy triste que, en
las jornadas decisivas, usted se encontrara frente a nosotros y no a nuestro
lado.
Fuente: BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / V Tulio Halperín
Donghi La República imposible (1930-1945)
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