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sábado, 9 de mayo de 2015

Diario Nuevo Orden: Carta a un joven radical sobre “Defensa de la democracia” (2 de julio de 1941)

Amigo mío:

No se sorprenda de que lo llame así. Ya verá usted cuán cerca estamos. Acaso sus mentores ocasionales le hayan dicho que debe ser usted mi enemigo. Le escribo para demostrarle que lo han engañado como de costumbre, porque usted y yo perseguimos las mismas cosas bajo distintas palabras; porque yo, como nacionalista, no pretendo sino la realización de los objetivos que proclamaba el radicalismo tradicional, el de Yrigoyen, mientras que usted, como radical, no es más que un nacionalista anacrónico y larvado, un nacionalista que ha extraviado el camino. Ahora lo veo empeñado en defender la democracia; y en defenderla contra “el fascismo”. Es decir, lo veo coincidiendo con el señor ministro del Interior y con las conclusiones de la conferencia de jefes de policías provinciales: los mismos que les hacen fraude y los apalean a usted y sus correligionarios en todos los comicios. ¿No lo lleva a sospechar nada esa coincidencia? ¿No adivina que hay en todo esto una enorme confusión, deliberadamente mantenida por quienes aprovechan de ella? ¿No ve en la actual alharaca de gobierno, prensa y demagogos, una siniestra confabulación del Régimen para dividir al país con problemas imaginarios y retardar la comprensión de los problemas reales, impidiendo así que el pueblo explotado se una al fin y arrase con su oprobiosa dominación? […]

Quiero demostrarle a usted lo que seguramente siente sin formulárselo y es el carácter artificial de esa solidaridad y de esa división. Su coincidencia actual con el personal del Régimen es puramente verbal, es cuestión de palabras, como es cuestión de palabras su disidencia con los nacionalistas. Usted coincide con los hombres de la situación al invocar la democracia: pero usted piensa en su ideal mientras ellos piensan en su negocio. La democracia es, para ellos, el lucro y la impunidad de que gozan, el usufructo de las posiciones, el cohecho y la entrega. Para usted es el gobierno del pueblo, la supresión de los privilegios inicuos y la libertad y el pan para todos: ideal que coincide exactamente con nuestro ideal, aunque le demos otro nombre. Usted concuerda con los hombres de la situación en oponerse al “fascismo”. Pero mientras ellos temen la liquidación catastrófica del susodicho negocio y odian en el nacionalismo lo que tiene de justiciero, usted sólo ve una agravación policíaca de los males que actualmente sufre. Para usted el fascismo significa la persecución policial de los ciudadanos, la injusticia social, el gobierno de una camarilla, la corrupción, la entrega al extranjero, la guerra. ¡Pero si es la definición del Régimen que combatimos! ¡Si estamos contra todo eso tan violentamente como usted mismo! Solo que lo llamamos de otra manera.

Es posible que usted crea que la oligarquía desaparecerá por el funcionamiento del mismo sistema que la originó, es decir, por un eventual triunfo nacional del radicalismo.
Es una ilusión de la que yo padecí alguna vez, pero de la que me he desengañado.
El cambio de las circunstancias sociales hace que el fenómeno de 1916 no pueda volver a repetirse. El aparato de la dominación oligárquica ––finanzas centralizadas, prensa venal, fraude y policía–– se ha perfeccionado hasta el extremo de hacer hoy imposible una manifestación de voluntad popular semejante a la que acaudilló Yrigoyen. Esto lo saben los dirigentes actuales del partido; por eso han optado, después del 30, por negociar el caudal electoral heredado ante las empresas que constituyen el verdadero poder y que controlan por la prensa la popularidad, en una verdadera puja de obsecuencia con los conservadores. El radicalismo se ha plegado al régimen, sacrificando al pueblo que, con el fraude, no cuenta ya para nada. ¿No lo hemos visto a Alvear patrocinando el escándalo de la Cade? ¿No lo vemos a Pueyrredón carteándose con Roosevelt, para obtener el apoyo de la finanza norteamericana?

[…] ¿Quiere esto decir que el ideal de Yrigoyen, que consistía esencialmente en devolver su soberanía al pueblo argentino y el goce de sus bienes, carece hoy de abanderados?

No, amigo mío, puede usted estar tranquilo; ese ideal está más vivo que nunca y esa bandera la levanta el nacionalismo. Combatimos al mismo Régimen contra el que Yrigoyen emplazó sus baterías y contamos con el mismo aliado para la empresa: el pueblo, que poco a poco va abandonando las filas de la traición y pasa a engrosar las nuestras.

[…] Espero sus noticias, amigo mío. Sería muy triste que, en las jornadas decisivas, usted se encontrara frente a nosotros y no a nuestro lado.











Fuente: BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / V Tulio Halperín Donghi La República imposible (1930-1945)

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