El pueblo de la República no alcanza a comprender las
divergencias que agitan la vida interna de la U.C.R. Disfrazados los argumentos
con fines tácticos esta lucha ofrece razones y motivos que encubren las
verdaderas causas de nuestras reales discrepancias.
Frente a esa confusión, el Movimiento de Intransigencia
Nacional, se dirige a los afiliados de la U.C.R. y a la ciudadanía, con el
propósito de establecer estos problemas y colocar los hechos en un plano de
valorización y juzgamiento, que haga posible a cada ciudadano determinarse a su
respecto libre y conscientemente, en esta hora decisiva para el partido y para
la Nación.
La U.C.R. lucha para expresar y realizar un orden moral que
dé sentido ético a las transformaciones sociales, económicas, políticas y
culturales que reclama el país. Este orden se define a través de la profesión
de fe doctrinaria, de las bases para la acción política y de su plataforma
electoral. Somos ante todo y originariamente una religión cívica al servicio de
la liberación del hombre, expresada en un programa constantemente actualizado,
en el que halla forma e impulso el ideal moral y libertador.
La doctrina positiva de la U.C.R. ha sido sancionada por la
unanimidad de los sectores que la integran y nadie puede atribuirse su paternidad.
Tiene claro sentido evolutivo y revolucionario y, por lo mismo, su
interpretación dogmática no impide el proceso de recepción y asimilación de los
impulsos populares de que se nutre, por consiguiente, la actividad de núcleos
influyentes en las altas directivas partidarias que, so pretexto de resguardar
la pureza doctrinaria, reivindican para sí la exclusividad interpretativa y
realizadora de la doctrina, anula por tales artes la democracia interna y el
libre debate de las ideas, echando las bases de la unificación despótica del
pensamiento y la opinión partidarias.
Como consecuencia de esa arbitraria actividad, otros
sectores del radicalismo reclaman para sí el derecho de autodeterminarse contra
los pronunciamientos de la mayoría, cayendo en un nihilismo que enerva la
acción del partido, relaja la disciplina, deprime su vida institucional y lo
anarquiza.
Se asiste entonces, al auge de tendencias que por una parte,
desde la dirección del partido, instala una política del pensamiento que
proscribe la libre determinación interna y dictamina la separación violenta de
núcleos de afiliados que no comparten sus particulares puntos de vista; y por
otra parte, a ese proceso insurreccional que puede ser expresivo de una
legítima protesta de los afiliados menoscabados en sus derechos, como de
reacciones indiscriminadas.”
Fuente: Manifiesto del Movimiento de Intransigencia Nacional al pueblo de la Republica, 17 de febrero de 1956. Aporte de Marcos Funes Pte. de la Fundación Sabattini.
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