Cuando a fines de 1982, al entrar la campaña electoral en su
apogeo, denuncié al alfonsinismo como una instrumentación política que venía a
afianzar la dependencia en la Argentina, y no a liberarla, la propaganda ya
había lanzado al mercado el nuevo producto que encontró un eco casi
irresistible en los sectores medios del país y en la juventud preferentemente
de origen universitario.
La técnica del doble juego ideológico ganó rápidamente a
sectores de la población extenuados por casi siete años de terror dictatorial.
El discurso democratista, la propaganda y el hábil manejo de las
contradicciones de los opositores a la política gatopardista del alfonsinismo,
hizo después el resto.
A más de un año de gobierno de Raúl Alfonsín las esperanzas
que muchos tuvieron en él comienzan a disiparse ante la dura realidad. Aquella
consigna juvenil que afirmaba: "Yrigoyen y Sandino, nos muestran el camino"
se ha trocado por la aceptación de las imposiciones del Fondo Monetario
Internacional, el desarrollo y aplicación de la Doctrina Caputo sobre la
"autonomía relativa" y la concreción de una política petrolera reñida
con la tradición nacionalista del radicalismo.
Pero ésta es sólo la punta del Iceberg. La política
alfonsinista se endereza, paralelamente, a golpear la necesaria unidad nacional
frente al imperialismo, con una actitud divisionista del campo popular. Esto
quedó patentizado con la estrategia antisindical durante los primeros meses de
gobierno, y hoy resulta evidente que no se trató de golpear a la burocracia o
profundizar la participación en las organizaciones gremiales, sino de
fracturarlas y desalentar la resistencia de los trabajadores y así poder
imponer con mayor margen las recetas recesivas del FMI y el ajuste ortodoxo de
la economía.
La Argentina esperaba lograr la institucionalización, la
consolidación de un poder democrático de decisión nacional, tras un régimen
militar donde aparecieron los primeros síntomas de disgregación política.
El país vive desde hace muchos años un peligroso empate
social donde ninguna clase es hegemónica. Ni la vieja oligarquía terrateniente,
ni los sectores medios, ni la clase trabajadora, logran revertir la situación,
generándose un peligroso equilibrio que inmoviliza a la sociedad en su
conjunto.
Los sectores dominantes no han logrado estructurar, aún
aplicando las formas políticas autoritarias y represivas de la Doctrina de la
Seguridad Nacional, un modelo de país. La Argentina parece hoy una factoría en
donde la clase dirigente está a la espera de los acontecimientos generados
fuera del país dentro del marco del capitalismo dependiente y periférico.
El mito de la clase media argentina que había considerado a
Raúl Alfonsín como el líder que nunca tuvo, sufre hoy el impacto de las
contradicciones sociales, económicas y políticas. Se trata del "mito de la
integración total'.' del que habla Maurice Duverger en su Sociología Política.
Ese mito, entre la fábula y la ilusión, es fundamentalmente una forma de
enmascaramiento ideológico de las clases medias que sueñan con una sociedad
plenamente integrada, donde cada uno se desarrollaría en su plenitud, sin
antagonismos ni conflictos, donde cada "individuo" se fundiría en la
comunión del grupo sin alienar su personalidad.
En los países periféricos y dependientes como la Argentina
la crisis brota a flor de piel sin los rodeos que acontecen en los países
centrales. Los mitos idílicos duran poco. De allí que la cuestión del poder
político se relaciona íntimamente con el de la legitimidad, y para consolidar
ese poder de decisión y alcanzar su legitimidad, es necesaria una articulación
de sectores sociales que permitan dar sustento real a las aspiraciones
populares.
El alfonsinismo ha tratado de recorrer un camino inverso, y
como se verá, anacrónico. La legitimidad democrática no se logra predicando
sobre las bondades de un sistema político en abstracto, o recitando el
Preámbulo de la Constitución Nacional.
Por el contrario, la democracia real en un país dependiente
encuentra sustento más allá de las formalidades vacías de contenido. Se logra
impulsando un proyecto de liberación nacional y movilizando a las masas
populares. Se establece como estrategia de cambio social articulando los
sectores sociales, nunca dividiéndolos. Y es aquí donde se puede advertir el
aspecto más negativo del mito alfonsinista: enfrentar a la clase trabajadora
con los sectores medios, rompiendo el frente estratégico liberador, que sólo
puede conducir a la derrota del campo popular en su conjunto y al triunfo de
las fuerzas oligárquicas e imperialistas.
Jurgen Habermas ha demostrado que las sociedades de
capitalismo tardío "experimentan penurias de legitimación", pero que
ellas no son irresolubles si la estrategia política acierta- en movilizar a los
sectores mayoritarios detrás de un proyecto nacional liberador. Apostar al
formalismo y al statu quo, sólo conduce a la frustración y a la derrota
política.
La legalidad, cada vez más vacía, no alcanza. El formalismo
nunca puede dar vida al poder político. Por el contrario, un poder democrático
de decisión nacional produce por sí mismo el marco de su legitimidad.
En cambio el alfonsinismo, en año y medio de gobierno, ha
profundizado los problemas estructurales de la sociedad argentina y amenaza con
servir de cobertura de los sectores más retardatarios. Ataca al movimiento
obrero, oculta las luchas nacionales como la de las Malvinas, paraliza el plan
nuclear por imposición imperialista, claudica ante la OTAN en el caso del
Beagle, abastece al Operativo Unitas, se somete a las recetas recesivas que
impulsan los países centrales para exportar sus propias crisis, divide
artificialmente, y por razones electorales, al campo popular, profundiza la
crítica situación económica. ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Era imprevisible que
el alfonsinismo cayera en esta debacle? ¿Cuál es la alternativa frente a esta
situación?
La nueva división internacional del trabajo
Es necesario tratar de ver bajo las aguas y no quedarse en
la superficie. Hay que tratar de analizar la cuestión más allá de los mitos y
las falsas conciencias generadas por los propios opresores, y que sirven de
base a la nueva pedagogía colonizadora sobre los oprimidos.
La evolución de la economía de la postguerra nos demuestra
que los Estados Unidos han logrado establecer una hegemonía indiscutida en el
sistema capitalista internacional, integrándolo bajo su dominación en un solo
sistema. Esto coincide con una gran expansión del capital norteamericano a
nivel mundial y una baja relativa de la exportación de bienes de los Estados
Unidos.
Traducido en términos de sus relaciones con el sistema
internacional que domina, significa que los Estados Unidos disminuyen su sector
productivo en relación al sector servicios. Esto se hace posible no sólo en
consecuencia del excedente creciente generado por el avance de la tecnología,
sino también debido a las superganancias obtenidas de la exportación de capital
al exterior.
Hoy los Estados Unidos están viviendo cada vez más de sus
utilidades y de la propiedad del sistema productivo mundial obtenido a través
de la exportación e importación de capitales, lo cual genera un sector de
servicio creciente en su interior. Gran parte del aparato productivo interno
que él monta —industria militar— es para mantener y expandir esa hegemonía. En
otras palabras, se garantiza el proceso de expansión mundial y genera ingresos
en el interior de la sociedad.
Ya no estamos, entonces, ante el viejo capitalismo de la
Segunda Revolución Industrial, y las formas imperiales han variado en cuanto a
su instrumentación. Porque los Estados Unidos no sólo mantienen el control
financiero internacional, sino también el control de la tecnología, de la
investigación científica, de la administración general y de la producción de
los productos de mayor contenido técnico y valor estratégico como la industria
química pesada, la electrónica pesada, la industria atómica y la investigación
espacial.
El papel de la empresa transnacional
Esta especialización productiva es una tendencia observable
en la empresa transnacional que sale al exterior en busca de mano de obra más
barata, nuevos mercados y nuevas fuentes de materias primas. Asimismo, los
enormes beneficios del capital en el exterior compensan la inactividad y el
parasitismo de vastos sectores internos de la sociedad norteamericana.
Como Europa, Canadá y Japón, que fueron los grandes centros
de inversión norteamericanos en los años inmediatos a la postguerra están
agotados, ahora le llega el turno a los subdesarrollados para los cuales se han
remitido enormes inversiones, endeudándolos en forma crónica.
La nueva división internacional del trabajo apunta a que los
países dependientes se especialicen en la producción de bienes manufacturados
de consumo liviano, en los sectores básicos menos estratégicos y en los
sectores menos complejos de la industria pesada.
La ejecución del plan de las transnacionales necesita de la
constitución de nuevas "élites" en los países dependientes, reuniendo
las direcciones empresariales, sindicales, estudiantiles, intelectuales,
técnicas, profesionales y. sobre todo, militares, ya que el dominio sobre este
último sector permite utilizarlo como fuerza de disuasión interna para someter
cualquier tipo de rebeldía popular, o, en su caso, si las contradicciones
amenazan el proyecto imperial, asumir el control del poder político.
Sin embargo, el sometimiento por la fuerza militar interna
o, incluso la externa mediante la invasión imperialista son excepcionales o
para graves crisis sociales y políticas. El modelo de la nueva división
internacional del trabajo tiende al establecimiento de regímenes políticos
formales que le ofrezcan una racionalización de las contradicciones de cada
país sometido. En ambos casos —la dictadura férrea o la democracia formal o
restringida- se define por su carácter tecnocrático, modernizante e
internacionalista. Las bases de este nuevo régimen social y político son: la
racionalización económica capitalista, la producción concentrada y monopólica,
la uniformación de las decisiones, una cultura cientificista y tecnocrática y
el control de la información.
Los límites del neoimperialismo
Sin embargo, esta nueva división internacional del trabajo
genera en los países centrales, dificultades para su concreción histórica, y,
en consecuencia, repercuten en los países dependientes o sometidos.
Por ejemplo, hay un desproporcionado crecimiento del sector
terciario, de la industria militar, de la carrera espacial, que provocan en lo
interno la necesidad de altos impuestos para financiar las transformaciones:
también se produce un déficit creciente de la balanza de pagos para financiar
los proyectos de transformación en el exterior; surgen nuevas formas irracionales
de organización colectiva (burocratización, despersonalización, ausencia de
control político sobre -la sociedad, masificación cultural, rígidas estructuras
de autoridad) y aumento de la explotación interna para ampliar el excedente
económico.
Pero el carácter expansivo del neoimperialismo entra en
contradicción con los límites del mercado generado por la aplicación monopólica
de la tecnología y, por otro lado, con las posibilidades de desarrollo
tecnológico de los países dependientes.
En realidad, este tipo de desarrollo aparentemente
progresista, que fue implantado durante la dictadura militar por José Alfredo
Martínez de Hoz, y se continúa con la nueva "administración
Alfonsín". no pasa de ser un modo de impedir, por parte de las transnacionales,
el desarrollo de las fuerzas productivas que la humanidad podría lograr en
nuestros días con el avance tecnológico ya alcanzado La alternativa de esta
nueva división internacional del trabajo, supone para los países dependientes,
una limitación del desarrollo industrial y una mayor explotación de los
sectores trabajadores y productivos.
Caputo: ¿"Autonomía relativa" o "dependencia
negociada"?
En marzo de 1984, el canciller Dante Caputo, en una
conversación privada con empresarios de la Unión Industrial Argentina, les
explicó cuáles eran sus ideas sobre "la autonomía relativa" de la
Argentina en el marco internacional.
Caputo, ejecutor fiel de la política alfonsinista. apunta a
reinsertar a la Argentina en la neodependencia. Los anatemas del canciller al
"tercerismo". su apoyo irrestricto a Occidente -en otros términos, a
los Estados Unidos-y su adscripción al mundo capitalista y la bipolaridad. lo
llevan a optar por el campo dominado por las transnacionales. "En el mundo
-pontifica Caputo— hay dos formas de organizar la economía: o se organiza con
la propiedad colectiva de los medios de producción o se organiza con la
propiedad privada de los medios de producción, en cuyo caso eso se llama
claramente capitalismo".
"Para que ustedes no se asusten -expresó Caputo a los
empresarios— yo creo que un país como la Argentina, con su historia, con su
gente, con sus tradiciones, tiene un camino trazado, que es asumir plenamente
un destino de desarrollo económico. Y ese estilo de desarrollo económico, a mi
juicio, se llama estilo capitalista de desarrollo económico.
En esto se resume la política "progresista" del
alfonsinismo que nada tiene que ver, incluso, con el nacionalismo de Yrigoyen.
Mucho menos con el socialismo, que pregonaron o pregonan algunos sectores
juveniles del partido oficialista.
Para Caputo, como el margen para el desenvolvimiento de la
Argentina está muy limitado por las transnacionales y el capital monopolista
internacional, se debe optar por entrar lisa y llanamente en ese modelo económico.
De allí que habría una "autonomía relativa".
En realidad, no se trata de una "autonomía
relativa" sino de una "dependencia negociada".
En términos capitalistas, el desarrollo nacional
independiente quedó frustrado en la Argentina y en otros países
latinoamericanos, tanto por la acción de las oligarquías nativas como por la
del propio imperialismo.
Pero esto no significa que ciertos sectores no aspiren a
conservar parte de las regalías que disponían o disponen. No obstante, han
reformulado su estrategia. Ya no se trataría de buscar una independencia
"inalcanzable", sino más bien, una vez aceptada la "dependencia
externa" -eso lo confirmó Alfonsín en su reciente viaje a los Estados
Unidos- trátase de intentar obtener el máximo provecho de ella para los
intereses "nacionales" que creen representar. Se trata, en
definitiva, de obtener las mejores condiciones de negociación posibles. En
realidad, no hay una ruptura profunda con la situación anterior. Lo que ahora
cambia es la forma de entender la dependencia.
Los grupos sociales que representan esa posición básicamente
son la burocracia civil y militar, y si son ganados por la propaganda
imperialista, las clases medias asalariadas, los medianos y pequeños
propietarios y sectores de técnicos y empleados u obreros calificados. Este es
el nuevo realineamiento social al que apuntó Martínez de Hoz y el que apoyó a
Alfonsín el 30 de octubre de 1983. Por eso, Juan Alemann. pocos días después de
las elecciones, con su particular histrionismo, le dijo al nuevo presidente
desde uno de los órganos de la Patria Financiera: "De nada, don
Raúl".
Para romper con esta estrategia imperialista es necesario
recrear el Frente Nacional de Liberación. La salida inmediata no pasa por los
"clasismos" abstractos y verbalistas. Tampoco por los modelos
generados por los imperialismos subalternos europeos, como lo ha demostrado
inteligentemente el economista Samir Amin.
No hay otra salida que recrear el Frente Nacional de
Liberación como alternativa válida frente a la debacle alfonsinista y los
peligros de la profundización de la crisis, que en todos los casos, no
resultarán favorables al campo popular, y pueden arrojarnos a una tragedia sin
destino.
Para ello es necesaria la inteligencia de los sectores más
lúcidos y comprometidos con la revolución pendiente. La columna vertebral de
esa estrategia popular es la clase trabajadora —el movimiento obrero
organizado- y su motor no es la nostalgia ni el atajo golpista oligárquico. El
motor que movilizará a los sectores oprimidos de la sociedad argentina es la
unidad auténtica, fecunda, del campo popular, impulsando el proyecto de
liberación nacional y social.
Un general nacionalista. Juan Perón, nos dijo hace una
década a los argentinos: "las plutocracias imperialistas, que ya ni se
animan a defender el sistema burgués, hacen hincapié en la 'democracia liberal'
que fue su creadora, porque comprenden que perimido el sistema deben salvar por
lo menos a su inventor como garantía para que el futuro pueda inventarle algo
semejante que les permita seguir colonizando a las naciones y explotando a sus
pueblos con diferentes trucos, en los que no están ausentes ni las 'alianzas
para el progreso' ni las radicaciones de empresas privadas, ni las concesiones
leoninas para la explotación petrolífera, ni la ayuda técnica, ni el despojo
liso y llano mediante el engaño o la violencia si es preciso".
"Nuestros pobres países -agregaba Perón-, azotados por
las arbitrariedades del 'mundo libre' sufre de las 'democracias' creadas
mediante un cuartelazo o el asesinato de sus gobernantes, según la regla
impuesta por la política imperialista... como si fuera posible la existencia de
un pueblo o de un hombre libre en una nación esclava. Es que el mundo
occidental está enfermo de decadencia y lo amenaza una caducidad indetenible.
Lo arrastra el imperialismo yanqui que está entrando en el período agudo de la
caída en que los síntomas se hacen más violentos y evidentes. Sus valores
ficticios lo están ya carcomiendo y la destrucción imperialista se produce
siempre por un proceso de descomposición porque, como el pescado, comienza a
podrirse por la cabeza."
"La evolución —concluye Perón- nos llevará
imperceptiblemente hacia la revolución y no habrá fuerza capaz de
detenerla" porque "comienza el gobierno de los pueblos."
Esa es la disyuntiva de hoy: liberación nacional y social o
dependencia, hambre y represión. El atajo alfonsinista sólo nos lleva a un
desastre económico-social y seguramente la historia no absolverá a los
ejecutores del despropósito. La unidad del campo popular, ahora, resulta
insoslayable y urgente.
Fuente Emilio Corbière: "El Mito Alfonsinista" en Los Argentinos, abril de 1985
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