Sr. Alvear - Pido
la palabra.
No voy a seguir, señor presidente, al señor diputado electo por
Buenos Aires en toda su argumentación tan extensa y artificiosa como poco
contundente. Sin embargo, quiero recoger algunas observaciones que parece lo
han sorprendido como si fuera ajeno a la política, a los procedimientos de esa
misma política y como si no viniera representando, justamente, al partido
conservador de Buenos Aires, que tanto se ha distinguido siempre en estas
maniobras políticas que, puede decirse, lo clasifican.
Decía el señor diputado: ¿cómo puede individualizarse el
voto, cómo se puede conocer en el comité por quién va a votar aquel a quien se
le ha retirado la libreta? Cualquiera de los presidentes de comités
conservadores le podría decir al señor diputado que el sobre se individualiza
muy fácilmente, y que por eso es que hemos reclamado por notas que se han hecho
públicas al ministro del interior, que se admitiera la formalidad de que los fiscales
firmaran los sobres en el acto del comicio, como fué establecido en la ley de
elecciones provinciales de Córdoba para evitar esa individualización del voto.
No les diré a los señores diputados cómo se hace la individualización del voto
que todos, seguramente, conocen excepto el señor diputado, que tanto se ha
sorprendido.
Nos ha hecho también una disertación sobre los pasajes en blanco,
y con gran sorpresa mía nos ha remitido para el fallo definitivo de esta
cuestión de los pasajes en blanco a la legislatura de la provincia de Buenos
Aires.
Sr. Moreno (R.) -
A la legislatura y al juez del crimen.
Sr. Alvear - Es
preciso preguntarle al señor diputado si está hablando en serio o en broma.
Lo que entonces se vería en la legislatura lo sabemos. No
necesitamos esperar. Lo que allí se trata y se considera, todo el mundo lo
presume.
Sr. Moreno (R.) -
Arte de adivinación.
Sr. Le Bretón -
Conocida la legislatura, conocido el fallo.
Sr. Presidente
(Dentaría) - Sírvanse no interrumpir los señores diputados.
Sr. Alvear - Nos
decía el señor diputado como una argumentación para demostrar que las
municipalidades intervenidas no tenían influencia ninguna, que en aquellas que
han sido intervenidas hemos triunfado. Yo, siguiendo un poco el sistema
paradojal del señor diputado, le diré que eso se puede explicar de dos maneras:
o bien porque en aquellas localidades en que el gobierno se ha creído en la
necesidad de intervenir el elemento radical crece muy rápidamente y en forma
muy poderosa, que habría que apretar los resortes flojos a la máquina; o bien
porque no hemos triunfado en la mayoría de las municipalidades constituidas, porque
sabemos todos cómo se constituyen las municipalidades en la provincia de Buenos
Aires...
Como se recordará, hubo en esta cámara un debate muy interesante
con motivo de unas elecciones verificadas en Morón, con urnas dobles, de doble
fondo o de fondo corredizo, y que pueden dar una idea de cómo, salvando las
apariencias, pueden funcionar estas máquinas admirablemente.
En cuanto al reproche que el señor diputado, en términos generales,
ha hecho a los radicales de que somos apasionados, puede ser que tengamos
muchas veces ese defecto, pero precisamente esa característica es una condición
de nuestra sinceridad política, que no está abonada por palabras y discursos, sino
por largos años de batallar incesante, con renunciamiento de todo puesto
público, y de toda acción oficial. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).
Pero, señor presidente; yo no quiero entrar a hacer una
exposición en este sentido, ni pretendo seguir al señor diputado en su
argumentación. Ignoro si he olvidado algunos de los puntos que él ha tocado,
pero declaro sí, que me sorprende que no haya tocado para nada la nota triste,
sombría y trágica de esa policía de la provincia de Buenos Aires....
Sr. Moreno (R.) -
Precisamente pensaba pedir la palabra, cuando termine el señor diputado, para
ocuparme de ese punto.
Sr. Alvear - Muy
bien; me alegro habérselo recordado.
Esa nota triste, sombría y trágica, de una policía que tuvo
y tiene a todos los ciudadanos atemorizados-, y cuya conducta subleva los
ánimos contra un estado de cosas, que no debería ser de esta época ni de una
provincia tan importante como la de
Buenos Aires, a la que todos los que hemos nacido en ella
deseamos y tratamos de ver en otra forma.
En los elocuentes discursos que hemos escuchado, tanto del miembro
informante de la minoría de la comisión como del diputado electo, doctor del
Valle, se han comprobado casos concretos y se han puntualizado hechos que
demuestran, en forma clara y terminante, la intervención inadmisible de los
poderes públicos de Buenos Aires en las elecciones del 2 de abril, siendo ésta
la razón por la cual con toda justicia reclamamos la anulación de esos
comicios.
Creo que bastaría con lo que se ha dicho por los que me han precedido
en el uso de la palabra, señor presidente, pero deseo fundar mi voto aunque sea
muy brevemente.
Es indudable que si el acto electoral en esa provincia ha
sido realizado con aparente regularidad, ello ha sido cuidadosamente buscado
justamente por aquellos que, habiendo preparado la máquina con toda
premeditación, temían con razón que el fraude
torpe o violento en el comicio pudiera inutilizar maniobras y procedimientos
tan hábiles y de los cuales esperaban tan buenos resultados.
Aceptar que estos procedimientos no han de tener correctivo y
que por ellos se puede impunemente burlar la opinión pública sería, señores
diputados, sentar un precedente funesto, porque este sistema es el más
perjudicial y perturbador.
Efectivamente, cuando se cometen actos de violencia y de fraude
en el comicio mismo, con ellos es indudable que se anula y se vicia ese acto y
las opiniones que allí se manifiestan, pero sólo se perjudica en realidad a los
electores que allí concurren y que son burlados. En cambio, cuando se trata,
con procedimientos como los de Buenos Aires, de preparar una elección con toda
anticipación, es necesario para ello subvertir y trastornar todas las
instituciones y todas las ramas de la administración: justicia, policía,
municipalidades, oficinas de avaluación y demás, con grave perjuicio de todos
los habitantes de ese estado, que se ven privados del funcionamiento regular de
las instituciones y de las garantías que son el único síntoma verdadero de civilización
y de progreso.
En ningún estado argentino -entiéndase bien, señores
diputados- en ningún estado argentino se ha llevado tan lejos la aplicación de
este sistema. Jamás ha podido ser sobrepasado el descaro con que los
funcionarios públicos provinciales, desde los más encumbrados hasta los más
modestos, se han dedicado principalmente y casi exclusivamente a hacer
política, empleando todos los resortes y recursos de que sus cargos les han
permitido disponer en el reclutamiento azaroso de votos o libretas.
Ahora bien, señor presidente: ¿se puede sostener que el
estado político de Buenos Aires y los procedimientos empleados han podido
permitir una manifestación de opinión de verdad?
O mejor dicho: ¿la soberanía popular ha llenado su función
allí, con los requisitos que ella reclama y que nuestro sistema institucional exige?
No, señor presidente. Tal cosa no ha pasado, y por eso es
que no debemos aceptar los diplomas de Buenos Aires. Ellos no son la expresión
verdadera de la opinión de aquel pueblo, sino el resultado de una campaña
hábilmente llevada, empleando en ella sin reatos y sin escrúpulos y al servicio
de un círculo o partido, todos los elementos que la constitución y las leyes
ponen en manos de los gobernantes para el servicio público y los intereses generales.
Deben de terminar para siempre, señor presidente, esos
círculos de hombres políticos que se creen los privilegiados, encargados de
representar y de tutelar la opinión pública, a la que nunca han consultado y a
la que impiden que se manifieste.
Hoy, el pueblo soberano, consciente de sus responsabilidades
y derechos, ha ejercido la plenitud de sus funciones designando en comicios que
exige que sean libres y decorosos, sus representantes; y nosotros, señores
diputados, para interpretar debidamente su voluntad debemos, aún a costa de
nuestras bancas, exigir que la prueba se repita allí donde no ha revestido los
caracteres y las condiciones que puedan asegurarnos que sus resultados son
verdaderos.
Debemos darnos cuenta exacta del momento por que pasamos: la
democracia argentina ha realizado un gran esfuerzo que mucho le honra y que ha
merecido el aplauso unánime de propios y de extraños. Correspondamos dignamente
a ese esfuerzo.
Y si queremos demostrar al país que nuestras actitudes no
son maniobras subalternas e interesadas, debemos empezar por anular la elección
de la provincia de Buenos Aires, y ello dará a esta cámara la autoridad
política que necesita.
No olvidemos que la opinión pública nos exige en esta hora que
abandonemos nuestros pleitos personales o partidistas, y que actuando como un
alto tribunal, no tengamos más mira en nuestro fallo que la moral política,
designando rumbos y orientaciones definidas que harán definitivos los progresos
realizados en la vida cívica argentina. Si así no procedemos, la opinión pública
que está alerta y vigilante, cuenta exacta de nuestra conducta ha de pedirnos
cuando de nuevo volvamos a reclamar su concurso en los comicios del futuro.
En este año 16 -recordado por el señor presidente de la
comisión de poderes- al celebrar el centenario del memorable congreso, pidamos
inspiración para nuestro juicio a aquellos eminentes argentinos que supieron
con su rectitud y patriotismo en horas inciertas para la patria, encontrar
actitudes y resoluciones que como profecías debían de iluminar el camino que el
país ha recorrido; al que previeron grande, poderoso y libre aunque sólo lo
conocieron pequeño, pobre e inculto.
No nos limitemos -y en esto estoy de acuerdo con el señor presidente
de la comisión de poderes- a honrar las fechas más culminantes de nuestra
historia, decretando pomposas celebraciones; mayor será nuestro homenaje si
contribuimos con nuestra acción a la realización de los ensueños de aquellos
hombres superiores. Que no se pueda decir, señores diputados, que esta cámara
no supo, en la hora en que le fué dado actuar, estar a la altura del momento
político.
No nos engañemos: la conciencia pública ha ido más a prisa que
los actos de los hombres llamados a dirigirla, y es preciso que el pueblo
argentino sepa que no será burlado, que esos tiempos han pasado para siempre, y
que aquellos que quieran volver a ese pasado han de recibir sanciones
irrevocables. Llevemos al electorado argentino el convencimiento de que su
acción y sus esfuerzos no serán estériles, que sus fallos han de ser
respetados, y que si ellos son desvirtuados, se ha de encontrar hombres de
todos los partidos, que con la conciencia clara de sus deberes, han de
sacrificarlo todo a la verdad!
Al protestar desde mi banca contra procedimientos y
situaciones que todo demócrata sincero debe rechazar, no hablo sólo como
diputado de un partido político: lo hago, sobre todo, como diputado de la gran
provincia de Buenos Aires, que aún cuando ha marchado siempre a la vanguardia
de todo movimiento en pro de la libertad y del progreso, marca en estos
momentos un retroceso en la acción cívica de la República.
No nos hagamos cómplices ni solidarios de los extravíos de los
gobernantes que no han sabido cumplir con su deber; apliquemos las sanciones
correspondientes, y nuestra obra en vez de ser efímera y transitoria, será
fundamental y permanente.
Anulemos las elecciones de Buenos Aires, señores diputados, y
cumpliremos con nuestro deber, así como ha cumplido con el suyo el electorado
argentino concurriendo altivo, decidido y numeroso a depositar sus votos en
comicios que con el concurso de todos los argentinos deben ser la expresión de
una conquista definitiva de cultura política y progreso cívico.
He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).
Hola. ¿Qué fuentes usaron? Saludos.
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