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domingo, 8 de febrero de 2015

Marcelo T. de Alvear: "Elección de Diputados por la Provincia de Bs. As." (19 de mayo de 1916)

Sr. Alvear - Pido la palabra.

No voy a seguir, señor presidente, al señor diputado electo por Buenos Aires en toda su argumentación tan extensa y artificiosa como poco contundente. Sin embargo, quiero recoger algunas observaciones que parece lo han sorprendido como si fuera ajeno a la política, a los procedimientos de esa misma política y como si no viniera representando, justamente, al partido conservador de Buenos Aires, que tanto se ha distinguido siempre en estas maniobras políticas que, puede decirse, lo clasifican.

Decía el señor diputado: ¿cómo puede individualizarse el voto, cómo se puede conocer en el comité por quién va a votar aquel a quien se le ha retirado la libreta? Cualquiera de los presidentes de comités conservadores le podría decir al señor diputado que el sobre se individualiza muy fácilmente, y que por eso es que hemos reclamado por notas que se han hecho públicas al ministro del interior, que se admitiera la formalidad de que los fiscales firmaran los sobres en el acto del comicio, como fué establecido en la ley de elecciones provinciales de Córdoba para evitar esa individualización del voto. No les diré a los señores diputados cómo se hace la individualización del voto que todos, seguramente, conocen excepto el señor diputado, que tanto se ha sorprendido.

Nos ha hecho también una disertación sobre los pasajes en blanco, y con gran sorpresa mía nos ha remitido para el fallo definitivo de esta cuestión de los pasajes en blanco a la legislatura de la provincia de Buenos Aires.

Sr. Moreno (R.) - A la legislatura y al juez del crimen.

Sr. Alvear - Es preciso preguntarle al señor diputado si está hablando en serio o en broma.

Lo que entonces se vería en la legislatura lo sabemos. No necesitamos esperar. Lo que allí se trata y se considera, todo el mundo lo presume.

Sr. Moreno (R.) - Arte de adivinación.

Sr. Le Bretón - Conocida la legislatura, conocido el fallo.

Sr. Presidente (Dentaría) - Sírvanse no interrumpir los señores diputados.

Sr. Alvear - Nos decía el señor diputado como una argumentación para demostrar que las municipalidades intervenidas no tenían influencia ninguna, que en aquellas que han sido intervenidas hemos triunfado. Yo, siguiendo un poco el sistema paradojal del señor diputado, le diré que eso se puede explicar de dos maneras: o bien porque en aquellas localidades en que el gobierno se ha creído en la necesidad de intervenir el elemento radical crece muy rápidamente y en forma muy poderosa, que habría que apretar los resortes flojos a la máquina; o bien porque no hemos triunfado en la mayoría de las municipalidades constituidas, porque sabemos todos cómo se constituyen las municipalidades en la provincia de Buenos Aires...
Como se recordará, hubo en esta cámara un debate muy interesante con motivo de unas elecciones verificadas en Morón, con urnas dobles, de doble fondo o de fondo corredizo, y que pueden dar una idea de cómo, salvando las apariencias, pueden funcionar estas máquinas admirablemente.

En cuanto al reproche que el señor diputado, en términos generales, ha hecho a los radicales de que somos apasionados, puede ser que tengamos muchas veces ese defecto, pero precisamente esa característica es una condición de nuestra sinceridad política, que no está abonada por palabras y discursos, sino por largos años de batallar incesante, con renunciamiento de todo puesto público, y de toda acción oficial. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).

Pero, señor presidente; yo no quiero entrar a hacer una exposición en este sentido, ni pretendo seguir al señor diputado en su argumentación. Ignoro si he olvidado algunos de los puntos que él ha tocado, pero declaro sí, que me sorprende que no haya tocado para nada la nota triste, sombría y trágica de esa policía de la provincia de Buenos Aires....

Sr. Moreno (R.) - Precisamente pensaba pedir la palabra, cuando termine el señor diputado, para ocuparme de ese punto.

Sr. Alvear - Muy bien; me alegro habérselo recordado.

Esa nota triste, sombría y trágica, de una policía que tuvo y tiene a todos los ciudadanos atemorizados-, y cuya conducta subleva los ánimos contra un estado de cosas, que no debería ser de esta época ni de una provincia tan importante como la de
Buenos Aires, a la que todos los que hemos nacido en ella deseamos y tratamos de ver en otra forma.

En los elocuentes discursos que hemos escuchado, tanto del miembro informante de la minoría de la comisión como del diputado electo, doctor del Valle, se han comprobado casos concretos y se han puntualizado hechos que demuestran, en forma clara y terminante, la intervención inadmisible de los poderes públicos de Buenos Aires en las elecciones del 2 de abril, siendo ésta la razón por la cual con toda justicia reclamamos la anulación de esos comicios.

Creo que bastaría con lo que se ha dicho por los que me han precedido en el uso de la palabra, señor presidente, pero deseo fundar mi voto aunque sea muy brevemente.
Es indudable que si el acto electoral en esa provincia ha sido realizado con aparente regularidad, ello ha sido cuidadosamente buscado justamente por aquellos que, habiendo preparado la máquina con toda premeditación, temían con razón que el fraude  torpe o violento en el comicio pudiera inutilizar maniobras y procedimientos tan hábiles y de los cuales esperaban tan buenos resultados.

Aceptar que estos procedimientos no han de tener correctivo y que por ellos se puede impunemente burlar la opinión pública sería, señores diputados, sentar un precedente funesto, porque este sistema es el más perjudicial y perturbador.

Efectivamente, cuando se cometen actos de violencia y de fraude en el comicio mismo, con ellos es indudable que se anula y se vicia ese acto y las opiniones que allí se manifiestan, pero sólo se perjudica en realidad a los electores que allí concurren y que son burlados. En cambio, cuando se trata, con procedimientos como los de Buenos Aires, de preparar una elección con toda anticipación, es necesario para ello subvertir y trastornar todas las instituciones y todas las ramas de la administración: justicia, policía, municipalidades, oficinas de avaluación y demás, con grave perjuicio de todos los habitantes de ese estado, que se ven privados del funcionamiento regular de las instituciones y de las garantías que son el único síntoma verdadero de civilización y de progreso.

En ningún estado argentino -entiéndase bien, señores diputados- en ningún estado argentino se ha llevado tan lejos la aplicación de este sistema. Jamás ha podido ser sobrepasado el descaro con que los funcionarios públicos provinciales, desde los más encumbrados hasta los más modestos, se han dedicado principalmente y casi exclusivamente a hacer política, empleando todos los resortes y recursos de que sus cargos les han permitido disponer en el reclutamiento azaroso de votos o libretas.

Ahora bien, señor presidente: ¿se puede sostener que el estado político de Buenos Aires y los procedimientos empleados han podido permitir una manifestación de opinión de verdad?

O mejor dicho: ¿la soberanía popular ha llenado su función allí, con los requisitos que ella reclama y que nuestro sistema institucional exige?

No, señor presidente. Tal cosa no ha pasado, y por eso es que no debemos aceptar los diplomas de Buenos Aires. Ellos no son la expresión verdadera de la opinión de aquel pueblo, sino el resultado de una campaña hábilmente llevada, empleando en ella sin reatos y sin escrúpulos y al servicio de un círculo o partido, todos los elementos que la constitución y las leyes ponen en manos de los gobernantes para el servicio público y los intereses generales.

Deben de terminar para siempre, señor presidente, esos círculos de hombres políticos que se creen los privilegiados, encargados de representar y de tutelar la opinión pública, a la que nunca han consultado y a la que impiden que se manifieste.

Hoy, el pueblo soberano, consciente de sus responsabilidades y derechos, ha ejercido la plenitud de sus funciones designando en comicios que exige que sean libres y decorosos, sus representantes; y nosotros, señores diputados, para interpretar debidamente su voluntad debemos, aún a costa de nuestras bancas, exigir que la prueba se repita allí donde no ha revestido los caracteres y las condiciones que puedan asegurarnos que sus resultados son verdaderos.

Debemos darnos cuenta exacta del momento por que pasamos: la democracia argentina ha realizado un gran esfuerzo que mucho le honra y que ha merecido el aplauso unánime de propios y de extraños. Correspondamos dignamente a ese esfuerzo.

Y si queremos demostrar al país que nuestras actitudes no son maniobras subalternas e interesadas, debemos empezar por anular la elección de la provincia de Buenos Aires, y ello dará a esta cámara la autoridad política que necesita.

No olvidemos que la opinión pública nos exige en esta hora que abandonemos nuestros pleitos personales o partidistas, y que actuando como un alto tribunal, no tengamos más mira en nuestro fallo que la moral política, designando rumbos y orientaciones definidas que harán definitivos los progresos realizados en la vida cívica argentina. Si así no procedemos, la opinión pública que está alerta y vigilante, cuenta exacta de nuestra conducta ha de pedirnos cuando de nuevo volvamos a reclamar su concurso en los comicios del futuro.

En este año 16 -recordado por el señor presidente de la comisión de poderes- al celebrar el centenario del memorable congreso, pidamos inspiración para nuestro juicio a aquellos eminentes argentinos que supieron con su rectitud y patriotismo en horas inciertas para la patria, encontrar actitudes y resoluciones que como profecías debían de iluminar el camino que el país ha recorrido; al que previeron grande, poderoso y libre aunque sólo lo conocieron pequeño, pobre e inculto.

No nos limitemos -y en esto estoy de acuerdo con el señor presidente de la comisión de poderes- a honrar las fechas más culminantes de nuestra historia, decretando pomposas celebraciones; mayor será nuestro homenaje si contribuimos con nuestra acción a la realización de los ensueños de aquellos hombres superiores. Que no se pueda decir, señores diputados, que esta cámara no supo, en la hora en que le fué dado actuar, estar a la altura del momento político.

No nos engañemos: la conciencia pública ha ido más a prisa que los actos de los hombres llamados a dirigirla, y es preciso que el pueblo argentino sepa que no será burlado, que esos tiempos han pasado para siempre, y que aquellos que quieran volver a ese pasado han de recibir sanciones irrevocables. Llevemos al electorado argentino el convencimiento de que su acción y sus esfuerzos no serán estériles, que sus fallos han de ser respetados, y que si ellos son desvirtuados, se ha de encontrar hombres de todos los partidos, que con la conciencia clara de sus deberes, han de sacrificarlo todo a la verdad!

Al protestar desde mi banca contra procedimientos y situaciones que todo demócrata sincero debe rechazar, no hablo sólo como diputado de un partido político: lo hago, sobre todo, como diputado de la gran provincia de Buenos Aires, que aún cuando ha marchado siempre a la vanguardia de todo movimiento en pro de la libertad y del progreso, marca en estos momentos un retroceso en la acción cívica de la República.

No nos hagamos cómplices ni solidarios de los extravíos de los gobernantes que no han sabido cumplir con su deber; apliquemos las sanciones correspondientes, y nuestra obra en vez de ser efímera y transitoria, será fundamental y permanente.

Anulemos las elecciones de Buenos Aires, señores diputados, y cumpliremos con nuestro deber, así como ha cumplido con el suyo el electorado argentino concurriendo altivo, decidido y numeroso a depositar sus votos en comicios que con el concurso de todos los argentinos deben ser la expresión de una conquista definitiva de cultura política y progreso cívico.

He dicho. (¡Muy bien! ¡Muy bien! Aplausos).






























Fuente: Elección de Diputados por la Provincia de Buenos Aires, Cámara de Diputados de la Nación Sesión del 19 de mayo de 1916.

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