Telegrama de Hipólito Yrigoyen a Marcelo T. de Alvear, (diciembre
de 1919)
Se imaginará cuánto me impresionan sus divergencias que me
son tanto sensibles cuando una de mis confortaciones consiste en la identidad
de nuestras consagraciones públicas. Usted conoce, por la delicadeza de la
infinita amistad que nos une, todo el alcance de mis designios. Debíamos
reintegrar a la Patria a la plenitud de su autoridad moral, al ejercicio
soberano de sus fueros y al normal funcionamiento de sus facultades
constitutivas, tal como surgiera en las emancipaciones y redenciones humanas, y
restaurando todo lo perdido en el desastre pasado, fecundara su vida en
progresiones superiores hacia sus infinitos designios.
Todo se ha realizado bajo la más absoluta unidad de
concepto. Así como en una poderosa concepción política nos propusimos redimir a
la Patria de todos sus males y desgracias, así también, por magnos juicios y
actitudes concordantes buscamos afirmar y consolidar su personalidad en el
orden internacional, elevándola al templo del honor, de la razón y de la
justicia. Y es ese apostolado de fundamental esencialidad el que ha tenido la
virtud de culminar tan esplendentes soluciones, por lo que, de hoy en más, la
Argentina vibrará en la tarea renovada de todos sus perfeccionamientos y de los
aspectos perdurables de la humanidad.
Respuesta de Marcelo T. de Alvear
Cualesquiera sean las divergencias que en esta oportunidad
hayan existido y que consisten más en la forma que en el fondo mismo de la
cuestión, puedo dar al Presidente y al amigo, la seguridad de que lo encontrará
siempre con todo entusiasmo sin ninguna reserva y exento de preocupaciones
personales, completamente decidido a cooperar
con él, como lo he hecho durante toda mi vida política, sin
incertidumbres, ni desfallecimientos, a la prosperidad y grandeza de nuestra Patria.
Telegrama de Marcelo T. de Alvear a Hipólito Yrigoyen, (3 de diciembre de 1920)
Sobre la ruta, pensativo, el Maestro marchaba solo; y la ruta
aclaraba ante su gesto. A su alrededor, desplegando sus pasiones anárquicas, la
multitud se agitaba creciendo en las alarmas de su noche de inconsciencia. Y sus
discípulos ansiosos lo seguían; y no comprendiendo y temiendo la tempestad
hablaban entre sí.
Entonces el que entre todos el Maestro quería y creía leal
en su fe, más valiente también…
Telegrama de Marcelo T. de Alvear a Hipólito Yrigoyen, (30 de diciembre de 1920)
Maestro, daos cuenta… Marchamos hacia el abismo… El mundo
alrededor nuestro edifica la ciudad de bronce, mientras nosotros vamos al
desierto.
Ya estamos solos, lejos de los pozos, lejos de los fuegos
del vivac… Entre nosotros mismos lo han dicho… Maestro daos cuenta.
Respuesta de Hipólito Yrigoyen
Arrastrada por la eterna corriente de los destinos de la vida,
flotando sobre el misterio insondable que la conduce, la balsa de lo humano
deriva hacia la aurora, que día tras día, despunta gloriosa en el corazón
profundo del hombre. Tumulto, tumulto de la historia de los mundos de la
ignorancia… Sobre la balsa, nos peleamos por el oro de un reflejo que nadie
jamás ha podido vivir, y nos devoramos los unos a los otros y nos empujamos todos
al abismo en la alucinación colectiva del espejismo cualquiera de la hora…
Clamor, clamor de agonía de los mundos de lo efímero.
Propensión íntima de mi espíritu fue siempre, guardando silencio, en la solitud,
en la solitud, meditar el querer las cosas del océano. En la actitud hierática
del elegido, portador de la canastilla de mimbre en donde el alma del fuego
ancestral, sobre su lecho de arcilla, se despierta al devenir… durante treinta
años seculares, en la angustia muchas veces, pero siempre también en la
certidumbre… He cobijado, bajo el viento de demencia de los míos, la chispa
argentina de las forjas de la epopeya. Y sordo, sordo en mis propias entrañas,
al alboroto de los que huyen en pánico, o se rehusan a la ofrenda mística de su
ser, siempre he ignorado el gesto que renuncia, y no he nunca vivido de mi
propia vida sino las indomables rebeliones de mi sursum humano, en humildad
profunda frente a las cosas de lo absoluto… esperando que la razón inmanente
esclareciera nuestros juicios de pastores y de rebaños.
No obstante, no es más que la mirada la que boga en la luz,
o bien se aleja despreocupada más allá del horizonte… La sinfonía viviente cuyo
soplo es pasión y es espíritu es el canto, es el del gran drama de los mundos
de la balsa, en que todo lo que uno ama suplica en el dolor. Pues bien: hay
rechinamientos de nuestras cuerdas nerviosas que ningún encantamiento del ideal
radioso es capaz de ahogar… ¿Uno de ellos no será la duda del amigo que se sabe
verídico hasta en las tinieblas de su propio querer? He sabido que, en el caso
anterior, usted, había mirado con extrañeza que no le hubiera contestado… ¿Para
qué, sobre las olas perseguir la primera, y forzar su secreto de las islas
bienaventuradas, si aquellos para quienes uno se afana y va creando dejan
apagarse los fuegos del faro de la creencia, que es el único que guía las
vueltas de la barcas conquistadoras?… Yo no quiero, por lo tanto, y, además, no
debo incurrir en una nueva omisión que pudiera contrariarlo.
Pero, ante todo, usted mismo compenétrese del espíritu en el
cual yo le respondo.
En toda empresa, la hora de la victoria es la hora difícil;
por cuanto es aquella en que el orden espontáneo de las jerarquías de la acción
entusiasta, se derrumba por el hecho mismo de haberse alcanzado el fin; es la
hora del timonel, en que es necesario ordenar de nuevo la falange sobre escalas
de valores desconocidos, hacia una obra de porvenir en la que nadie todavía ha
podido revelarse. Pues bien, sólo existe una norma práctica: distinguir los que
ejercen con autonomía su propio querer, de todos aquellos que no tienen otro
valor que el de ser instrumentos adecuados. De esos últimos, he hecho las
palancas múltiples de mis propios gestos, reservando los primeros para la obra
mucho más alta de fecundación de la opinión pública… Entre todos, fue usted aquel
que yo encargué de refractar a los ojos del continente de nuestros padres al rayo
secular de nobleza y de gloria argentinas que conjuntamente acabáramos de re- conquistar.
Y, por eso, se imaginará cómo me impresionan sus divergencias, que me son tanto
más sensibles, cuanto una de mis confortaciones consiste en la identidad de
nuestras consagraciones públicas… Si aquellos mismos que siempre han llevado la
bolsa del buen grano de las mieses futuras, vacilan hoy: ¿quién sembrará mañana
el campo de las multitudes?
En cuanto a la cuestión en sí misma, omitiré entrar en
mayores raciocinios, dado que ella se demuestra por su propia lógica, y ha sido
ampliamente dilucidada en las instrucciones que llevara el doctor Pueyrredón y
en los documentos enviados posteriormente…
[…] Y es en ese criterio que yo os he enviado.
Por cuanto nadie mejor que usted podría ser nuestro
intérprete en esta circunstancia en que teníamos que decir al mundo lo que
somos y lo que queremos, ya que usted conoce, por la delicadeza infinita de la
amistad que nos vincula, todo el alcance de mis designios. Acuérdese…
Conjuntamente ya hemos atravesado este mismo desierto de las multitudes
humanas. Pues, somos hoy lo que fuimos ayer: los que van hacia la estrella en
su ensueño esforzado trágicamente, conscientes de ser responsables de los
destinos del rebaño que remolina en la sombra, y despreocupados también de los
aullidos de los que pretenden acampar antes de la hora eterna y de las albas
del gran día. Acuérdese…
Ayer mismo, cuando en el fondo de un valle fértil la
caravana se revolcaba extenuada de miserias épicas, y se embriagaba en las
fuentes de la abundancia, rehusándose a proseguir la ruta dolorosa… frente a la
evidencia misma que nos desmentía en el hecho irrefutable de las glorias de la
orgía… ¿cuál fue nuestra actitud? Creer en nuestra misión de evocadores de los
nuestros, y, cien veces, rehusándonos a pactar nuestro propio triunfo, evocar
en la paz, evocar en la guerra, el alma ancestral de los que fueron
libertadores de un mundo y vaciaron el metal de nuestras razas en los moldes
eternos de un supremo querer de universal liberación humana. […]
Eran tiempos de oprobio en que gobernar resultaba el mejor
de los negocios, y en que se jugaba a los dados la fortuna y el honor de la
Nación misma…
Subversión total del orden glorioso de las épicas
gestaciones de toda nuestra historia, fue delirio de un mundo que en la lujuria
se olvidaba de sus nobles orígenes… Debíamos, pues, ante todo, desinfectar la
morada profanada por todas las heces de la fiesta crápula, y obligar a la
sabandija a sumirse bajo tierra… a fin de que el aletargado no tuviera
vergüenza de sí mismo en la hora fatal del despertar, y volviera a creer, y de
nuevo se pusiera en marcha hacia su porvenir infinito. Y tal fue nuestra tarea:
Reintegrar la patria a la plenitud de su autoridad moral, al
ejercicio soberano de sus fueros y al normal funcionamiento de sus facultades
constitutivas, para que volviera a derivarse, más allá de los tiempos, tal como
surgiera en las emancipaciones y redenciones humanas, y, restaurando todo lo
perdido en el desastre pasado, fecundara su vida en progresiones superiores
hacia sus infinitos destinos.
Y ¿cuál es la etapa que debemos emprender ahora? Reencarnado
el querer redentor que, desde el alba, selló nuestra historia con el sello de
eternidad de las razas liberatrices es, en el vértigo de un mundo que se
enloquece en un dédalo de violencias instintivas y se derrumba en un caos
universal de rebeliones puramente impulsivas, que no responden a ningún orden
humano de previsión secular, y no tienen otro fin colectivo que la satisfacción
inmediata de necesidades torturantes… es, cuando en los confines tenebrosos de
la inconsciencia humana se va condensando formidablemente la tormenta apocalíptica
de la guerra social ignominiosa, en la demencia suicida de una civilización que
sólo ha sabido complicar la vida sin resolver ninguno de sus problemas… es, en
la hora universal, supremamente histórica, que es la nuestra, a nosotros
argentinos, ya que somos los únicos a vivir actualmente la fe creadora de
nuestros abuelos, en voluntad de humanas resurrecciones… es, digo, irradiar
sobre el mundo, en afirmación del ideal viviente de nuestros padres, la gloria
de nuestras reconquistas que son la estrella única de las reconquistas posibles
del alma occidental… es, en actitud de sursum indomable, despertando el hombre
embriagado en la bestia, erguirnos despreocupados en el umbral del porvenir,
tal mojón luminoso de las únicas vías nobles de salvación colectiva… es, ir al
futuro, seguros de que en el mundo habrá que seguirnos. Así como, en una
poderosa concepción política, nos propusimos redimir a nuestra patria de todos sus
males y desgracias; así, también, por magnos juicios y actitudes concordantes, buscamos
afirmar y consolidar su personalidad en el orden internacional, elevándola al
templo del honor, de la razón y de la justicia. Y es ese apostolado, de
fundamental esenciabilidad, el que ha tenido la virtud de culminar tan
esplendentes soluciones por lo que, de hoy en más, la Argentina vibrará en la
tarea renovada de todos los perfeccionamientos y de los aspectos perdurables de
la humanidad.
Sois, pues, vosotros los que debéis aquí daros cuenta… Todo
se ha realizado bajo los auspicios de la más absoluta unidad de concepto,
llevando en sí los sucesos y acontecimientos ––sea desde la opinión pública
como desde el gobierno, y en el orden interno como externo–– el mismo relieve y
carácter de sus imponentes significaciones. Cerrad los ojos, tapaos los oídos,
esto es, aislaos de la batahola de las cosas del momento en que todos, renunciando
a las glorias del gesto noble, rodamos como despojos y perdemos la clara visión,
en lontananza, del fin supremo de nuestros esfuerzos… Sumergíos, sumergíos en
aguas profundas en donde ya no repercute la eterna tempestad de las ondas
superficiales.
¿No sentís ascender una marea?… ¿No sentís que en el corazón
de la Nación abismos de abyección se despiertan a la luz, y ya claman a los
cielos su querer de redención?… ¿No sentías en marcha el mismo devenir? ¡En
verdad, cosas han muerto que nunca más han de resucitar, y cosas han resucitado
que habrán de vivir eternas!… […]
Esta es la síntesis de mis profundos convencimientos,
robustecidos por la más notoria evidencia de sus inmensos beneficios, que han
hecho a nuestra patria eminente, grandiosa y hasta privilegiada del mundo, y
símbolo de la más justa y sublime inspiración en pos de la paz universal.
Pero tal vez haya usted un tanto olvidado, desde los tiempos
en que vivíamos juntos, el espíritu puro de la acción y del sacrificio… Tal vez
se haya usted un tanto enredado en las cosas que exigen ser resueltas y
prestándose a ellas en una hora… Tal vez…
Pero, no; no es posible… Sólo necesita usted sentirse menos
solo. Quiero, pues, al amigo, hacer aquí el mayor de los sacrificios: apelar al
juicio de otras de las verdades que son el alma de mi ser y la antorcha de mi
vida… Oiga el eco, si sus oídos son sordos al timbre de la voz. El pueblo
argentino afirma la seguridad de mis convicciones en demostraciones consecutivas
y en las reiteradas renovaciones de la representación pública; así como, en el
momento actual, asistimos a una verdadera irradiación de sentimientos patrios
que vibran entusiastas de un extremo a otro de la República en resonancias de
júbilo tal, que lamento que usted no se encuentre aquí para experimentarlas con
nosotros, a la vez que enterarse de los aplausos que recibimos de los pueblos de
todos los ámbitos de la tierra, y de los juicios de los hombres más
caracterizados en las representaciones actuales del mundo, que diariamente nos
llegan en la forma más expresiva y encomiástica.
…En plena noche, vivo esta aurora que despunta actualmente
entre nosotros y contemplo desde ya en mi corazón las glorias del mediodía.
Iré… y las montañas me serán montículos… Voy… en la claridad alegre de todas
mis certidumbres.
Sólo una melancolía al respecto cruza mi espíritu, y es su
disentimiento. En tal situación, no me resta sino rogar a la Divina Providencia
que nos ilumine por igual en las aspiraciones comunes que profesamos hacia
nuestra patria.
Adiós.
Hipólito Yrigoyen
Telegrama de Marcelo T. de Alvear a Hipólito Yrigoyen, (6 de enero de 1921)
Maestro, creo en ti… tus razones son profundas y para
nosotros intangibles… porque tú vives la visión de la obra futura, donde no
somos, en el crisol de la historia que hierve, más que metales en fusión,
carbono, y escoria… Cualquiera sea el camino, ciertamente te seguiremos…
Maestro, creo en ti…
Marcelo Torcuato de Alvear

Fuente: “Correspondencia telegráfica sobre la participación
argentina en la Sociedad de las Naciones entre el Presidente Hipólito Yrigoyen y el ministro argentina en Francia, Dr. Marcelo Torcuato de Alvear" en BIBLIOTECA DEL PENSAMIENTO ARGENTINO / IV Tulio Halperín
Donghi Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930)
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