La fiesta de mañana, más que en las exterioridades
brillantes estará en los corazones. Hasta el último de los ciudadanos,
satisfecho del bienestar alcanzado por la República y por el concepto que ella
merece dentro y fuera de sus fronteras, hará íntimamente un voto fervoroso de
gratitud para los prohombres de la Revolución de Mayo. ¿Qué mejor homenaje a la
memoria sagrada de los patriotas inmortales de nuestra gesta libertadora que
hallarnos en paz y vivir la democracia?
El pueblo podrá entregarse en cuerpo y alma a las
expansiones de júbilo que la efemérides provoca en los nativos, ligados a la
colectividad por el lazo de sangre, y en los extranjeros residentes, vinculados
a la Nación definitivamente por la prosperidad de las actividades fecundas y
por el idealismo que preside los desenvolvimientos superiores de la vida
nacional. El pueblo ha de reconocerse dueño de sus destinos, frente a un
porvenir magnífico en el concierto de los países adelantados de la tierra.
Hay motivos para experimentar la noble emoción patriótica.
Impulsada la grandeza material vigorosamente, se ha cumplido la evolución
política en conquistas, que fueron cruentas pero que han quedado incorporadas
para siempre a la civilización argentina, hechas carne en las multitudes,
redimidas de la situación de inferioridad, subalternaría e indigencia en que
las tuvo el pasado oligárquico, que clasificó a los habitantes de este suelo,
abierto a todos los hombres libres de buena voluntad, en élite y plebe; aquélla
con la suma de privilegios, estotra con el derecho de trabajar, sometida,
resignada, como el sembrador de la parábola evangélica.
El pueblo asociará la fiesta cívica, en sus manifestaciones
de la jornada, a la otra realizada por el Partido Radical, largos años en el
llano, sin transigir jamás con las desviaciones antidemocráticas del «régimen»,
y después, en un ciclo de Gobierno que será imperecedero, por la verdad de las
instituciones republicanas que idearon los próceres de la emancipación y que
sólo a partir de 1916 guardaron indispensable armonía del espíritu y la función
a ellas encomendada, transformadas en meras concepciones, propias de
visionarios generosos del futuro, en realidades concretas y tangibles, creadas
no a guisa de elementos decorativos, destinadas a encubrir simulaciones y
falacias, sino para labrar la felicidad del pueblo en la ascensión constante
del perfeccionamiento humano en los distintos órdenes porque se encauzan las
energías del pensamiento y del trabajo.
Particularmente la hueste juvenil, inclinada de suyo ¡loado
sea Dios! A todo lo que es desinteresado, por encima de la sugestión de las
pasiones, los instintos y las conveniencias utilitarias, ha de contemplar, en
inteligente vistazo, los resultados del esfuerzo radical que ha despejado de
brumas el horizonte de la patria, habiendo reivindicado para el ciudadano,
cualquiera que fuere su condición, los Derechos del Hombre, en la existencia
tranquila y cotidiana de la democracia.
Fuente: “Frente
a la jornada cívica”. En La Época, 24 de mayo de 1923, p. 1
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