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viernes, 9 de enero de 2015

Hipólito Yrigoyen: "A la Juventud Uruguaya" (abril de 1912)

Buenos Aires, Abril de 1912.

Señor Presidente del Comité de Propaganda de la Juventud Nacionalista del Uruguay:

Me he enterado del telegrama que ustedes se han dignado dirigirme, con esa inefable impresión que produce siempre el eco armonioso de ideales comunes hacia fines superiores.

La efusiva felicitación de ustedes es; tanto más honrosa para nosotros, desde que viene de una juventud llena de luz, de probidad y de patriotismo.

Siempre las almas generosas se interesan por la suerte de los pueblos que se esmeran por sostener y defender sus más sagradas facultades y sienten sonoras las vibraciones de la solidaridad humana.

El juicio que ustedes emiten, define sintéticamente la actitud asumida por el pueblo argentino.

Los sucesos acaecidos en nuestra patria que le llevan absorbido un tercio de siglo, afectaron tan hondamente las bases fundamentales de su existencia que determinaron la convocatoria de la opinión pública nacional e impusieron acontecimientos apropiados a la reparación.

Desde ese momento la revolución argentina quedó sancionada, manteniéndose incólume hasta consumar sus magnos y trascendentales designios.

Según los grandes preceptos de la sabiduría humana, para que una obra sea buena y eficiente, es necesario que responde, a su destino caracterizando definitivamente la idea que reviste y el objeto que se propone.

Dice Fenelón —que la solidez de la razón consiste en instruirse exactamente en el modo con que deben hacerse las cosas que son el fundamento de la vida y de todas sus manifestaciones.

Agrega Bossuet —que la historia y la filosofía son las más sabias consejeras que deben saberlas los que se interesan por el bien público o tienen alguna función de la lógica de los sucesos y de los acontecimientos humanos, como de las providencias superiores que los interpretan y que, en definitiva, son las que presiden el Universo.

Y confirma Platón —que cuando se pretende alcanzar cosas grandes es hermoso sufrir lo que cuesta adquirirlas.

Esas han sido nuestras misiones fijas y no ha habido poder suficiente a desviarnos de ellas por ninguna consideración.

Es así que la abstención no ha sido entonces un recurso político militante, sino una suprema protesta, un recogimiento absoluto y un total alejamiento de los poderes oficiales, para dejar bien establecido en el presente y en la historia —y como demostración al mundo que nos mira—, que la nación no tenía ninguna comunidad con los gobiernos, que en hora fatal le arrebataron el ejercicio de la soberanía.

Ese ha sido el fundamento de nuestra terminante y persistente negativa para no aceptar otra solución que la propia de las prerrogativas y de la majestad de -la república y la inexorable severidad contra todo linaje que pudiera descalificar ese inquebrantable propósito.

Es derecho natural de las sociedades, sobre el cual reposa el orden legal, que los gobiernos subsisten por la voluntad de la opinión; o, en caso contrario, la resistencia legítima de ella.

Por eso hemos- defendido bajo .los auspicios de la bandera racional la causa común de la patria en acciones generadoras de todos los bienes y con elevación de miras superiores a todos los juicios.

Las naciones que consienten, sin erguirse en altiva protesta, la profanación y menoscabo de cuanto tienen de más sagrado como es la renovación ilegítima y fraudulenta de sus gobiernos, revelan estar predispuestas a rendirse de antemano a todos los predominios y son entidades políticas negativas en el concurso que deben a la obra del perfeccionamiento universal.

Toda la experiencia humana enseña que donde quiera que los gobiernos hayan violado las bases constitutivas de la representación pública y su funcionamiento legal, causaron perturbaciones tales que demandaron siempre esfuerzos concordantes para repararlas, así como no hay trastornos en la marcha política de las sociedades que no tengan al fin sus fatales consecuencias si no se corrigen debidamente.

La opinión pública argentina tuvo entonces que acometer una de las obras arduas y más cruentas de que haya memoria en los anales de la vida, requiriendo la acción de todas las facultades en el más absoluto desprendimiento, y tiene la inmensa satisfacción de no haber ahorrado ningún esfuerzo, como de no haber empleado ninguno que no fuera compatible con la magnanimidad del espíritu que lo animara.

Revolucionarios y abstencionistas, se nos ha llamado por los prejuicios interesados e incapaces.

Esa es precisamente la expresión cierta o integral del concepto que hemos tremolado, como la encarnación más suprema de nuestros deberes.

Afrontar todos los sacrificios y aceptar todas las inmolaciones en defensa de la patria, es el rasgo que más revela las excelsitudes del espíritu humano.

Así los pueblos han permanecido inaccesibles a la seducción habiendo preferido ser mártires de la causa de la República, imprimiendo a su actitud el sello propio de su personalidad histórica.

Y así también la opinión, en actitud tan honorífica como ejemplar, renunció espontáneamente a todos los beneficios y prestigios, en la participación de los gobiernos, manteniendo intacto su carácter y su dignidad para asumir la resistencia tal como la planteara la revolución.
Todo se ha aunado en la magna empresa, virtudes, talentos, abnegaciones, sacrificios, martirios, y decisiones supremas, en reparación del presente y en idealización de los fundamentos perdurables de la patria.

Es así cómo los pueblos alcanzan la reconquista de la plenitud de sus soberanos derechos; es así cómo los movimientos de opinión consiguen realizar esos esfuerzos con esplendentes luces y magnos ideales; es así cómo los ciudadanos pueden contemplar el deber cumplido a la luz que ilumina las obras inmortales, conduciéndose por la línea que su espíritu les trazara y dando su nombre a las más altas representaciones.

En otras oportunidades he dicho: que la opinión no requería más que comicios honorables y garantidos, y nada más que comicios honorables y garantidos, como condición indispensable para volver decorosamente al ejercicio de sus derechos electorales —y que entonces, propios y extraños se asombrarían de la magnitud de ese sólo acto como punto cardinal de las más magnas proyecciones nacionales en todas las esferas de su vida, y así se vería la trascendental diferencia que hay entre una nación ahogada por todas las presiones que la circundan, a una nación respirando en toda la plenitud de su ser y difundiendo al bien común su inmenso poder vivificante.

He dicho también que había un juicio público y ojala que así hubiera una razón de Estado superior —y que el día que esos dos atributos se identificasen, el mundo se asombraría, de la grandeza argentina que esa era la obra de la Unión Cívica Radical, y esa sería la solución, con todos los esplendores de su genio.

Y bien, así ha sucedido:

Ha bastado una pulsación caballeresca, un latido justo de gobierno del Señor Presidente de la República para que el problema que ha tenido conmovido tan intensamente a la nacionalidad argentina durante más de treinta años quede definitivamente resuelto y confirmada toda la justicia y el acierto de la revolución triunfante.

Ahora, sólo una fatalidad regresiva del gobierno o de la representación pública podrá malograrlo todo y hacer surgir de nuevo y más airado el interrogante reparador...

Hemos dejado resuelto el más vital problema de las ciencias morales y políticas, restaurando a la patria las facultades plenas que son la primordial condición de los pueblos civilizados para avanzar expansivamente hacia su destino en acción noble y altiva, fundando su prosperidad y poder sobre las sólidas bases del ejercicio de su soberanía; porque vanas serán siempre las ofuscaciones del progreso, si no se basan en el establecimiento del orden moral y político.

La escena no ha podido ser más solemne y correspondía a los argentinos en las más graves de las causas, concurrir con todos los recursos de su genio y con todo el calor de sus decisiones. Así debía ser la solución, llevando impresa lo que consagra la admiración de las naciones humanas: ¡la expresión heroica de su alma grande!

No debo abusar más de la indulgente nobilidad de ustedes, y aunque el pensamiento cese en estas líneas, no por eso dejarán de estar fijas las dedicaciones predilectas de mi espíritu hacia tan altivos y dignísimos hijos de una nación, en la cual, todos los heroísmos y todos los martirologios tienen su símbolo glorioso, como las páginas luminosas en la historia humana, y en cuyo seno de tan generosa confraternidad, he pasado muchos de los días apacibles de la vida y también de los azarosos de la existencia arrojado por las proscripciones, en defensa de los infortunios de mi patria.

Con mi mayor reconocimiento me despido de ustedes hasta la vista y hasta siempre.


Hipólito Yrigoyen






























Fuente: Hipólito Yrigoyen al Comité de Propaganda de la Juventud Nacionalista del Uruguay, abril de 1912.

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