Señor presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica
Radical:
Señores:
Asisto conmovido al honor de este acto que tributáis –por
sobre mi persona- al radicalismo triunfante de Córdoba. Comprendo así la vasta
significación de este homenaje, en la inteligencia hoy más firme que nunca de
que los hombres sólo existen y valen en la medida de sus ideales.
Quiero aludir, señores, a lo permanente y profundo que hay
en este acto, al espíritu que lo anima y cuyo noble latido muestra su relieve
en la fiesta que pasa. Quiero aludir a esta poderosa unidad moral del
radicalismo, unidad que está por encima de personales homenajes y que se revela
en todos los hechos del partido como la causa histórica capaz de explicar la
proyección nacional que el radicalismo tiene. Esa es para nosotros, esa es para
Córdoba, la mejor expresión de este homenaje en el que vosotros, hombres de
Buenos Aires, estáis rindiendo el alto ejemplo y el mejor tributo de
solidaridad. Nuestro radicalismo se siente grande y confunde su ideal con los
de la patria misma, precisamente porque ve aquí y en la provincia de Buenos Aires,
y en los hombres del norte y en toda la dimensión del suelo argentino el mismo
hecho histórico de un gran partido que está haciendo posible el destino de una
gran nación.
Esta es mi inteligencia en estos momentos y esa es la virtud
superior que ofrecéis a la conciencia cívica, en un acto que sin embargo no
alentaba otro designio que el de las formas cordiales y las emisiones de
vuestra cumplida caballerosidad.
No podía sentir y pensar de otra manera, cuando veo aquí
reunidas las grandes figuras del radicalismo esforzados hombres por cuya
previsión y por cuya conducta cívica se está ejerciendo la alta responsabilidad
de gobernar al pueblo desde las bases mismas de su discernimiento político e
institucional. Y entre todas ellas, la figura del eminente ciudadano, conductor
de un pueblo en las horas inciertas de su destino, que ha rendido hasta sus
merecidos descansos para mantener en alto la bandera del radicalismo a cuya
sombra hallaría seguro refugio la soberanía popular. Hablo del Dr. Marcelo T.
de Alvear, toda una vida puesta al servicio de la nación, sin más ambiciones
que la causa pública que ha hecho tan suya hasta convertir su trayectoria
personal en símbolo de ciudadanía.
Aún tengo presente sus palabras llenas de vigor, maduras de
reflexión patriótica la noche en que el pueblo de esta capital consagraba a sus
futuros representantes. Alvear entregaba entonces, como en cien actos más de su
vida las grandes líneas conductoras de nuestro civismo, líneas que sólo él
arranca enérgicamente de tanta experiencia, de tanta lucha y fervor
republicano.
Dejo en su mano tan generosamente abierta en este acto, mi
cordial saludo para vosotros, y con la misma efusión quiero rendir también para
vosotros, radicalismo de la capital, mi lealtad inquebrantable.
Señores:
hoy que la República reingresa en el camino de su
dignidad institucional, ahora que es una consagrada virtud el ejercicio de la
soberanía, por la gravitación moral del radicalismo, quiero decir también mi
saludo al señor presidente de la Nación Dr. Roberto M. Ortiz, que ha hecho
posible contra la turbulencia de sentimientos extraños a la Nación, la paz del
pueblo, y por sobre todas las cosas, la confianza del pueblo en ejercicio y
goce de sus derechos ciudadanos. El radicalismo rinde merecido honor al presidente
de los argentinos, como lo denomina ya la voz de sus contemporáneos.
Córdoba, la provincia de nobles tradiciones, en cuyo seno se
cumple como en un vasto laboratorio humano el choque y el equilibrio de
diversas corrientes ideológicas, ha conquistado ya el merecido orden en su vida
institucional, afirmando un clima de libertad y consagrando los grandes
principios rectores de su vida pública. Desde la expresión más íntima del
hombre hasta los complejos fenómenos de la vida social, todo encontró adecuada
satisfacción. En tan difícil arte, el gobierno de mi provincia no tuvo más
virtud que la de obrar en función de la historia, firme en la ruta de sus
instituciones, dando el ejemplo con el deber cumplido, y sobre todo, escuchando
al pueblo de quien era su auténtico mandatario. No habrá jamás error en un
gobierno que toma su autoridad del pueblo, y que no reniega nunca de su
filiación democrática. Esa es la gran virtud y prestigio del radicalismo como
expresión de la nacionalidad.
Las bases están enérgicamente consolidadas. Un esclarecido
hombre público, el Dr. Amadeo Sabattini, ha surgido en horas inciertas como el
ejecutor de tanto ideal inescuchado. Su voluntad se había templado en amargas
experiencias; tuvo la conciencia de su deber ciudadano, y abrazando la causa
pública con fe en el pueblo y con disciplina en el partido, dio en Córdoba la
gran batalla inicial con un gobierno que pondría de manifiesto las ingentes
reservas de la democracia en acción. La obra realizada bajo su gobierno es
extraordinaria, y sin embargo apenas era para los mandatarios del pueblo el
mero cumplimiento de su deber. Reintegrado el pueblo al ejercicio de su
soberanía y llamado de nuevo a la renovación de los poderes dio en las urnas la
merecida recompensa, consagrando en cifras nunca vistas a los hombres que de un
modo u otro habían integrado un gobierno de orden. Ese es el camino simplemente
recto del radicalismo de Córdoba.
Cuando digo estas cosas en su mayor significación; cuando
descorro como en un vasto panorama la obra del Dr. Sabattini, es porque quiero
activar el sentimiento de mi responsabilidad y deciros cuál es la ley por la
que seré juzgado. Aspiro a continuar su trayectoria de buen gobierno en el que
tuve el honor de colaborar. Desde mi juventud decidí toda mi vida por la causa
del pueblo y de sus instituciones; recién ahora se brinda para mi necesidad de
realización, el momento de poner a prueba mi fe y mi amor por la democracia. Si
el gobierno del Dr. Sabattini se midió contra toda la adversidad hasta alcanzar
la meta propuesta, mi gobierno se iniciará en las condiciones bien exigentes
para hoy y lo futuro, de lo que ha de entenderse como función de gobernante.
Aspiro a que mi gobierno sea por voluntad de una democracia,
el gobierno que merece un pueblo libre. Para ello es indispensable discriminar
la diversa función que corresponden al gobierno y al partido. Como lo tengo
proclamado desde el primer acto de la campaña electoral en Córdoba, quiero
repetir este concepto inalterable: Partido y comité cumplen sus funciones encauzando
el ejercicio de los derechos cívicos, para reintegrarse luego a sus disciplinas
como el soldado de nuestra épica cuando ha satisfecho su consigna. Entonces no
se escuchará más autoridad que la del gobierno, ni más sugestión que la del
pueblo en ejercicio de sus derechos y por órgano de sus representantes. Porque
tan peligrosa es la usurpación del poder y el menosprecio de las leyes como la
gravitación del comité en las funciones de gobierno.
Aspiro también a gobernar bajo el contralor de una oposición
fuertemente organizada. La voz de sus representantes desde la banca legislativa
o la tribuna pública colmará el sistema de la democracia: no me arredra la
crítica que tiende a mejorar métodos y depurar los conceptos; creo en la
oposición como en la fuerza que realza el equilibrio en lo social; ella sola es
la mejor garantía de un buen gobierno porque contiene los excesos como el vivo
reclamo de una conciencia siempre alerta. Pero entiéndase bien: hablo de una
oposición organizada en función de ideas de valoración política y social y no
en la que se cierra en mezquinos propósitos traicionando al pueblo que delegó
en ella la integración de un gobierno. En este sentido el radicalismo en
Córdoba cuenta con un adversario inteligente y con larga experiencia en la
función pública responsable de su tradición democrática.
Señores:
Las provincias esperan de vosotros, hombres de la
capital, los frutos del sacrificio realizado para la organización política
nacional. En vosotros confluye la savia de la República como en un corazón que
ha de forjar el ritmo de un vasto organismo. Corazón y cerebro de la República
representando las más nobles sustancias. De vosotros debe irradiar entonces la
luz que alumbre nuestro destino para que realicemos la patria soñada por Moreno,
Alberdi y Sarmiento.
Hago fervientes votos por la grandeza de la Nación, por la
felicidad del pueblo en la libertad, el trabajo y la paz y por vuestra ventura
personal.
Fuente: Discurso pronunciado por Santiago Horacio Del Castillo en el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical como gobernador electo de la provincia de Córdoba, 5 de mayo de 1940. Aporte de Marcos Funes de la Fundación Sabattini.
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