INDUSTRIALISTAS Y AGRARISTAS
La política oficial de protección a la industria concentrada,
a expensas del campo, ha suscitado en el país una controversia apasionada entre
agraristas e industrialistas.
Basta lucha que tiene sobrados antecedentes en la evolución
natural de los pueblos, como continuación de la que libraron en primera etapa
el pastor y el agricultor, es una deformación entre nosotros, que causa serias
perturbaciones.
Los que denominamos agraristas, restando importancia a la expansión
industrial, sostienen que el desarrollo económico depende exclusivamente de la producción
agropecuaria; y los tildados industrialistas, descuidando a su vez el campo y
hasta a expensas del mismo, sostienen que el progreso del país depende de su expansión
industrial.
Grave error que origina el desacierto oficial y tiene eco
propicio en nuestra idiosincrasia latina, que tiende siempre a tomar partido, ubicándose
en los extremos. Lo mismo ocurre actualmente con las escuelas económicas, que
en su enconada contienda solo admite los extremos: o liberalismo o
totalitarismo, como si la democracia fuera un sistema estático, que debe
enclaustrarse en moldes regidos, privándola así de la dinámica necesaria para
evolucionar conforme a las necesidades y exigencias del pueblo, que os su razón
suprema.
Es lo mismo que pretender enfrentar, como si fueran términos
paralelos, el campo y la ciudad, cuando en verdad, el uno es la base de sustentación
del otro en estrecha continuidad evolutiva; respondiendo esa reacción a la
extraordinaria concentración económica y burocrática que impulsa todas sus energías
hacia las urbes, sustrayendo al campo su potencial dinámico y provocando, por
contraria gravitación, la postración de la campaña.
La decadencia del campo no tardara en repercutir seriamente en la ciudad, como consecuencia de este desequilibrio económico-social, cumpliéndose
el sabio pronostico de un pensador: "cuando el campo se abandona, crece el
yuyo en la ciudad".
La solución no surgirá de tales enfrentamientos, sino del
equilibrio de ambos términos, en una equitativa correlación, para establecer
una simbiosis armónica.
El campo debe impulsar la industria con el sustento fecundo
de su materia prima, y esta a su vez vigorizar sus fuentes, con el aporte de su
elaboración, como la sangre retorna transformada al organismo para vitalizarlo.
El grave equivoco no consiste entonces en haber promovido
una política de expansión industrial, sino en la forma de realizarla, pretendiendo
desarrollar una industria independiente del campo. Mas que afianzar y ampliar
las industrias sólidas existentes, o promover en el interior la implantación de
nuevas industrias de transformación de nuestra riqueza natural, con aprovechamiento
integral de productos y subproductos que se desperdician, se han incrementado
en la post-guerra industrias transitorias, surgidas como consecuencia de una economía
de guerra, gozando de privilegios y preferencias a expensas o en detrimento del
campo.
Esta nefasta conducción, que ha contribuido a la decadencia
de la producción agropecuaria, no puede exhibir tampoco una expansión industrial
que justifique tales desvíos. Según una estadística reciente de la Dirección
Nacional de Servicios Técnicos resulta que entre 1937-1941 el volumen físico de
la producción industrial ha aumentado en un 73 %. Este aumento, a pesar del
progreso técnico alcanzado a través de 13 años, demuestra que el rendimiento
por unidad obrera ha disminuido, en razón que la misma estadística revela que
la ocupación se ha duplicado en 1949 con relación a 1937. Si este ano 100
obreros produjo 100 y en 1949 produjeron 200 obreros solamente 173, la disminución
por unidad obrera es de 13,5 %. Además, un estudio comparado de la misma información
revela que al otro extremo del continente americano. Canadá, sin abandonar su
creciente producción agropecuaria ha crecido en proporción similar (el 71%); y
Chile sin mayor pretensión de expansión industrial y con incremento de su producción
agraria acusa un 69 %. Argentina, para seguir un ritmo semejante, prefirió
desvestir un santo consagrado, para vestir otro patrono, que no luce su gracia
ni fecunda con sus bendiciones.
Los privilegios que disfruta la industria fabril con relación
a la agropecuaria, no consisten solamente en la menor imposición de la una
mientras se abruma con gravámenes a la otra, en el vuelco del crédito oficial
con mayores facilidades y amplia liberalidad; en las preferencias para el uso
de divisas y tipos de cambio en la importación de elementos necesarios para su evolución
económica; sino también en el trato diferencial que han tenido para su
desenvolvimiento interno, en beneficio de una y detrimento de la otra, v que
redunda en definitiva en perjuicio de ambas.
La organización burocrática que apadrina la una, es el
comerciante que explota a la otra, mediante el sistema señalado de precios
topes rígidos para su adquisición como exclusivo comprador y su exportación con
gran margen de utilidad. En cambio, la producción industrial, si bien sujeta a
limitaciones de precio esta librada al comercio directo, permitiendo además de
los beneficios, múltiples defensas al fabricante (entre ellas la simulación de
intermediarios que engrosa sus entradas).
Esta diferencia se torna irritante, si se considera la distinta
manera de establecer los precios básicos, y que lo determina indudablemente el interés
burocrático.
En ambos se tiene en cuenta la misma norma: "costo de producción
mas margen de ganancia"; pero para la producción agraria ya se ha visto como
opera el monopolio burocrático a su arbitrio, sin computar los crecientes costos
de producción y menos aun un razonable margen de ganancias, desventaja que no
padece la actividad industrial, cuyos costos de producción prefija su
contabilidad generalmente, con variaciones crecientes merced al aumento de
salarios, a cuyo amparo suele ampliar su margen de ganancias. Sea dicho ello,
sin desmedro de la industria, en beneficio de la comunidad.
EL EXODO RURAL
Este ha sido uno de los factores determinantes del éxodo
rural, que ha cobrado caracteres alarmantes en el último lustro.
La chacra improductiva, acosada, vencida en una contienda en
que no fue parte sino victima propiciatoria, se ha volcado hacia la gran urbe, donde
la industria protegida le ofrecía menor trabajo y mayor retribución. Se ha producido
un verdadero éxodo de liberados que huyen del campo que no rinde, que no esta
en condiciones de competir con los mejores salarios que paga el nuevo patrono
vestido con sus despojos, quien no luce para la economía de la nación, pero
luce esplendente para ellos en el "Gran Buenos Aires", como se ha
dado en llamar para escarnio del federalismo argentino a la Capital Federal y
poblaciones circunvecinas, verdadero monstruo que sustrae, absorbe y abarrota
la juventud campesina, naturalmente dotada para el esfuerzo y fecunda
iniciativa que demandan los surcos, malogrando su vocación natural y nobles
aptitudes y deformando así su espíritu y su vida.
No ha emigrado solamente el campesino proletario, su-
gestionado por mejores posibilidades, sino también el hijo del chacarero,
defraudado y sin perspectivas en la actividad rural. En la chacra familiar
trabaja más que el peón, con menos retribución y mayores aspiraciones. La gran
ciudad, además de su embrujo, le brinda independencia y trabajo con menos
esfuerzo y mas remuneración. Con sus cartas rudas, pero preñadas de seducción,
atrajo a sus hermanos, parientes y amigos que siguieron el espejismo, así
vivieran hacinados en una habitación o en miserables tugurios improvisados en
los baldíos cercanos.
Algunos lograron vencer también la resistencia de sus
padres, que aunque arruinados, permanecían aferrados a la tierra que como a sus
mujeres conocieron virgen, quienes terminaron por liquidar sus chacras, vender
los implementos y herramientas, lanzándose al mundo desconocido de la tentadora
urbe.
Este fenómeno ha cesado últimamente. En la gran ciudad
abarrotada por una parte, no hay espacio ya por exceso de concentración humana
y pese a los altos salarios, no se puede soportar el más alto costo de la vida.
Algunos están ya de regreso, y otros deformados por la urbe, deambulan en
procura de otra actividad. Solo se defienden los que actúan en grupo familiar o
combinado, pues contribuyen en común a la habitación y subsistencia. Por otra
parte, el trabajo que se brindaba sin exigencias, merma notablemente.
NUESTRA SOLUCION
Organización y descentralización de la industria
Por ello, urge solucionar este problema en su integridad,
tendiendo grandes puentes inclinados hacia el campo, para el acceso y retorno
definitivo de la gente con aptitud y vocación agraria, para la repoblación y
resurgimiento económico del interior.
En tal sentido, nuestra posición es clara. Auspiciamos fervorosamente
un sano proceso de industrialización del país, que no debe operarse de espaldas
al campo como se ha hecho, sino precisamente en base a la producción agropecuaria.
Queremos una industria nacional sólida, alimentada por el campo, que transforme
la materia prima que le proporcionan nuestras tierras ubérrimas, actuando en
retributiva correspondencia.
Ello requiere la intensificación y diversificación de la producción
agraria, de modo tal, que abastezca las necesidades del consumo interno, sirva
eficientemente a un proceso de creciente transformación industrial
descentralizada, y mejore el comercio exterior con los saldos exportables
necesarios para obtener divisas suficientes para el mejor impulso de ambas;
esto es, el desarrollo mecánico de la explotación de la tierra y la transformación
de sus frutos por la industria.
Así es posible también aspirar a una industria pesada
nacional, que retribuya el aliento que recibe del campo, forjando material sólido
y económico, que mejore la técnica de su explotación.
Nuestro planeamiento persigue fundamentalmente la repoblación
y desarrollo del interior del país.
En la solución que propugnamos entonces, es imprescindible
determinar la descentralización de las industrias, la desconcentración de la
populosa urbe deformadora, trasladando y creando fuentes de trabajo positivo y
permanente en la campana y pueblos del interior, con la consiguiente elevación
del nivel de vida de todos sus habitantes.
El personal transitorio en las tareas rurales, según una estimación
de la Comisión de Desocupación del Consejo Nacional de Pos-Guerra (1945)
asciende a 445.000; en cambio el personal remunerado fijo a 230.000. Es
necesario arraigar a esos jornaleros que trabajan tres o cuatro meses al ano, proporcionándoles
medios permanentes de vida en su propio terruño.
Eso es autentico federalismo, por otra parte; federalismo económico
que afianzara el federalismo político, que aparece en la fisonomía de nuestra organización
institucional. Pero se esta perdiendo en el espíritu argentino.
La transformación de la materia prima debe operarse en los
centros básicos de producción, para lograr económicamente el total aprovechamiento
de los productos y subproductos, la eliminación de los fletes, el control de la
elaboración por los productores, beneficiándose en el margen de ganancias y que
permite a su vez, mejor retribución al operario en la chacra y en la planta
industrial.
A tal efecto propugnamos un plan de instalación y adquisición
de plantas industriales, mediante expropiaciones paulatinas de aquellas
plantas, frigoríficos, molinos, etc., que no están en las zonas de producción o
lugares -económicamente estratégicos y la transformación de su actividad o instalación
de las mismas en donde las exigencias lo determinan.
Estas plantas industriales y las nuevas que se establezcan,
conforme al plan, deben organizarse preferentemente en forma de cooperativas o
empresas mixtas formadas por los usuarios y el Estado (hasta el rescate
definitivo por aquellos de la parte estatal) que contemplen la necesidad de la producción
actual y de su futuro desarrollo y diversificación, de acuerdo con las demandas
del mercado interno y de la exportación.
La administración, remuneración y participaciones, deberán
ser determinadas de acuerdo con la ley de cooperativas número 11.388.
En consecuencia, serna auspiciadas y asistidas las plantas
industriales, frigoríficos, molinos, etc., pertenecientes a las cooperativas y
las que construyen o instalen conforme al plan, a cuyo efecto los bancos
oficiales les otorgaran créditos por el 90 % de su valor.
Un plan de esta naturaleza, al par que con la descentralización
vigoriza el interior de la Republica, con la intervención de los productores en
la transformación industrial de sus frutos abarata los costos, beneficiando al
consumidor, y permite la evolución económica necesaria para el mejoramiento
social del trabajador rural, sea empresario o asalariado.
Fuente: "Tierra y Libertad" de Luis Rafael Mac Kay, Editorial Raigal, 1951.
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