A no ser por algunos
detalles íntimos, la residencia del ex presidente parecería un despacho
oficial. Un viejo mucamo, que habla sucesivamente en castellano, en francés e
italiano a los visitantes, nos hace pasar. Frente al cronista aguarda un joven.
Parece un artista. Y un hombre maduro, que no tiene psicología definida. La
espera se prolonga. El secretario del doctor Alvear sale a recibirnos y nos
pide que aguardemos un momento. Mientras tanto echamos la mirada a un tapiz. Representa
la escena de una batalla. Un centurión galo parece amenazarnos con la espada.
El tapiz, con sus figuras amarillentas, parece confiar acaso el resultado de la
lucha indecisa al filo del “gladium”. A lo lejos vese una galería, una sala, un
mueble que tiene una serie de porcelanas chinas y encima un óleo con un paisaje
de Nápoles. Después de aguardar un rato, nos hacen pasar al escritorio. Sobre
la biblioteca del doctor Alvear, tres óleos conservan el retrato de tres
generales. Triple cita histórica presidiendo el gabinete de color caoba, donde
los sillones tienen el aire típicamente francés del siglo pasado. Pero la vista
no alcanza a valorar sino los útiles del escritorio, labrados en plata, cuando
entra el jefe del radicalismo con un “¿Cómo está?”. Esa sola frase y un ademán
nos llevan a un ángulo y prolongan la conversación.
–Después de haber
entrevistado a los hombres del gobierno, hemos querido ver a los jefes de los
partidos. Acaso usted tenga que decirnos algo con respecto a la política general.
Durante un momento,
nuestro entrevistado se defiende y echa mano de las mejores razones para eludir
el tema.
–¿Y por qué no?...
Nos interesaría, por ejemplo, saber adónde va el radicalismo.
Comprendemos de
inmediato que el doctor Alvear está dispuesto a abandonar su persistente
negativa, porque en el fondo es un hombre cordial. Agrega:
–¿Considera usted que
esa penetración tiene importancia?
En muchas partes, como es de pública notoriedad, el pueblo
no ha podido votar ni elegir según sus derechos y preferencias. Pareciera que
la clase dirigente ha querido imponerle soluciones y esa clase dirigente, que
pretende ser una “elite”, no ha encontrado el modo de servir a grandes ideales.
De ahí la desconfianza que reina en torno de algunos hombres políticos. Pero,
felizmente, el país posee una auténtica clase media y un pueblo que no ha
perdido sus reservas morales. Viajando por las provincias, especialmente por
las provincias del Norte, he visto a esos hombres emponchados del interior
emocionarse en las grandes asambleas populares, con reflejos subconscientes del
más puro patriotismo. Yo tengo confianza en esa fuerza.
Se ha puesto en duda a la democracia, últimamente. Yo no
dejo de reconocer que ella tiene sus defectos. Prácticamente los tiene. Pero
considero que ellos son infinitamente menores que los que incuba y sufre
cualquier otro sistema. Supongamos que Hitler y Mussolini tomaran un camino
extraviado y anormal –que para mí ya están en él–, ¿quién podría detener el
frenesí de su poder desatado y las arbitrariedades que cometiesen en el
ejercicio sin freno de su voluntad? En cambio, ahí está el ejemplo de Francia.
Hace algún tiempo se temió que en Francia pudiera imponerse el comunismo.
Banderas rojas, huelgas, agitaciones, contribuían a formar un cuadro bastante
inquietante. ¿Y qué hizo Francia? ¿Recurrió a la revolución o a la dictadura?
¿Cómo pudo superar sus dificultades? Le bastó un voto del Parlamento y un
cambio de gabinete. Eso es la democracia y por eso yo creo en ella. El mal
nuestro radica, a mi juicio, en que nuestros hombres, en general, no miran sino
el presente. Han perdido la noción del mañana; dan la sensación de estar de
paso. Son como el viajero apresurado que nada cuida, porque sabe que mañana
tendrá que irse. Ese estado de espíritu impide pensar en el futuro. El que
proyecta una obra pública, quiere inaugurarla él mismo, como si las obras
públicas fueran destinadas a servir sólo a la generación en que se actúa. Pero
quiero recordar el pensamiento de un escritor célebre: “El tiempo sólo respeta
la obra que se hace con su concurso”.
Recordemos a Rivadavia, Sarmiento y Avellaneda: tres
soñadores a quienes sus contemporáneos llamaron ilusos, pero cuyos sueños
resultaron más realidad que la que concibieron los positivistas que los
combatieron. Rivadavia, que sólo conoció Buenos Aires cuando no era más que una
insignificante aldea, no más grande que cualquiera de nuestros actuales
pequeños centros rurales, proyectó para ella avenidas, ochavas, un gran puerto,
academias y facultades. Sarmiento soñó con cien millones de argentinos
congregándose en torno de la bandera patria, y con ferrocarriles y escuelas
cubriendo todo el territorio. Avellaneda contempló y encaró el problema de la
tierra pública cuando el país era casi un desierto. Esos hombres pensaban por
encima de su generación. Miraban hacia la eternidad de la patria.
Se diría que el país ha ido perdiendo grandeza a medida que
se ha ido creciendo. Esto se observa hasta en los detalles. Se ha achicado
racialmente, espiritualmente y también desde el punto de vista político.
Racialmente, porque asistimos a un problema antes desconocido: el de la “natalidad”
y la despoblación que se acentúa. Espiritualmente, porque pareciera que ya no
pensamos con amplitud, con generosidad. Políticamente, porque sólo se piensa en
el poder y no en la utilización del mismo para servir a los intereses generales.
Así vemos limitar la entrada al país de los inmigrantes extranjeros. Una gran
parte de nuestros hombres políticos destacados, que han servido con eficacia y
con dignidad a la Nación, fueron o son hijos de inmigrantes en primera
generación. Esos extranjeros se han adaptado al país y lo han enriquecido. Pero
ahora, como se piensa en pequeño, las puertas se cierran. Pero tampoco
realizamos lo suficiente para el hijo de la tierra. En mis viajes a través de
la República he visto niños descalzos, andrajosos, que padecen enfermedades,
miserias y hambre: es urgente ocuparse de ellos, pero no sólo con proyectos,
sino realizando la obra indispensable para evitar la pobreza. Hay regiones en
que los niños revelan un doble empobrecimiento, físico e intelectual que debiera
preocuparnos seriamente. Mientras tanto –¡tremenda ironía!– hemos asistido a
los homenajes reiterados que se le hicieron a Sarmiento. Pero Sarmiento
defendió la tesis inmigratoria; trajo sabios y maestros extranjeros, porque
creyó que éstos podían mejorar nuestro plan de civilización, y así sucedió, en
efecto. Como usted ve, en los hechos se niegan las palabras.
Aquel espíritu amplio quería que progresara el país desde su
niñez a pasos de gigante, y hoy parece que se quisiera limitar el ritmo de la vida
argentina, caminando con paso vacilante e inseguro.
Hay que pensar lejos, para cuando uno mismo ya no pueda
presenciar las obras que inicia. Aunque nadie pueda hacerse ilusiones de actuar
indefinidamente, por una ley inexorable de la vida, hay que mirar a la Nación
más con ojos del porvenir que del presente.
Mucha gente se sorprende de que a mi edad, cuando tendría
derecho al reposo, me entregue a una tarea permanente, con todas las fatigas, y
amarguras que ella suele traer. Pero, es que me sostiene un optimismo
invariable, la fe en el pueblo y en la democracia y la convicción profunda del
progreso de mi país, cualesquiera que sean las vicisitudes por que atraviese.
El destino de los pueblos puede ser interrumpido o detenido en su evolución,
pero nunca anulado, y la Argentina tiene un gran destino que llenar, al que
llegará tanto más pronto cuanto mayor sea el esfuerzo que realicemos por el
bien común, por el progreso y la civilización argentina, los hombres que
actuamos en cada hora, en esa marcha continua de la Nación hacia su porvenir.
El doctor Alvear se
levanta.
–Continuaremos otro día, amigo periodista –y nos tiende la mano.
En la sala esperan
varios visitantes. Y las figuras del tapiz siguen librando su batalla tenaz,
sin pedir tregua. Una batalla de largos años.
Fuente: Entrevista realizado por el Diario La Razón al Presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical Dr. Marcelo Torcuato de Alvear, 22 de junio de 1939
Si piensan que tiene actualidad compártanlo.-
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