Señores y señoras:
Vivimos instantes de categóricas definiciones.
Vivimos instantes de categóricas definiciones.
Por un lado la inconsciencia de esclavitud y la vuelta a la subversión
de los valores humanos y el derrumbe de todas las conquistas de la libertad y
el derecho. Por el otro la salvación de la soberanía pública, la resurrección
de la dignidad ultrajada, la tumba eterna de las ambiciones enfermizas y el
triunfo del pensamiento sobre la furia de la delincuencia y sobre la ignorancia
y la perversidad.
Está en peligro el acervo histórico de esta nación que es
nuestro crédito y nuestro orgullo y para nada cuentan los secundarios planteos
que solo contemplan la convivencia de un partido, las ventajas de un núcleo o
los estrechos intereses del problema individual. Por sobre todo ello y para
honra de todo ello queremos una masa compacta hermanada en la angustia
esperanzada en la victoria de la causa digna que funde sus fervores y
conjunciones sus energías para destruir la emboscada fatídica de los falsos apóstoles
que pretenden burlarse de las leyes de la conducta y de la historia para
satisfacer sus bajos apetitos y el sueño de sus ambiciones patológicas. Tenemos
el deber de mostrar al mundo de entero que en esta actitud de entereza cívica
no prende el brote de la tiranía ni hay clima fecundo para el culto del cinismo
de la falsía y de la mentira lucrativa y contumaz. Tenemos el deber de
dignificar nuestra propia conciencia, aportando a la luz de la idea la
contundencia de la acción y hacer incorruptible esta lucha de las comunes
inquietudes, si quisiéramos honrar el recuerdo de aquellos inmortales próceres
que se fueron al reino de la eternidad confiados en que dejaban el destino del país
a hombres capaces de custodiar su fama y dispuestos a arrancar de cuajo las
malezas que comprometen la integridad de su gloria.
Dejarse arrastrar por la telaraña de la indiferencia cívica
es una forma de complicarse en la corrupción desdorosa y fatal; sacudir la
modorra del espíritu y alistarse en las huestes altivas y responsables es
servir a un imperativo de la propia conciencia y enaltecer los tributos de la
nacionalidad. En la vanguardia están los ejércitos aguerridos y pundonorosa; el
de las mujeres, dignas emulas de aquellas defensoras de nuestras libertades
primigenias, y el de esos estudiantes modelados con esencia de heroísmo
imbatible custodias de la altivez ciudadana y mártires integérrimos de una
doctrina sin mácula cuya sangre volcada en la refriega significa un baldón para
la historia sombría de la barbarie ensoberbecida, pero que también ha de ser
abono milagroso en la afloración esplendente de los supremos ideales. Para esa
juventud y para esas mujeres indómitas y aherrojadas, la gratitud justiciera de
la patria ha de levantar en horas venturosas la estatua aleccionadora de la
guapeza modelada en el mármol del estoicismo y apoyarla en el pedestal de la
admiración.
La Nación que se honra con tales mujeres y que cuenta con
una juventud de esa bizarría y de ese temple, no puede dejarse arrebatar la
limpidez de su honorable ejecutoria ni puede entregarse sumisa al arbitrio de
la delincuencia puesta al servicio de subalternas y desnaturalizadas pasiones.
Recordemos con Mitre que “la vida no merecería la pena de
ser vivida si ella no fuera lucha y trabajo en Pro del bien”. Por eso en el
nombre sagrado de la Patria yo acuso en este acto por el delito de lesa
argentinidad a todos los hombres enfermos de indeferencia o atacados de
claudicación moral que en esta hora obra decisiva de la ciudadanía mezquinan su
apoyo y fomentan la desarmoniza, permitiendo que la pasión bastarda de las tiranías
oprobiosas empujen al Estado hacia el precipicio del bochorno, del descrédito y
de la fatalidad. Tenemos un mandato que obedecedor y una moral que servir y yo todavía
tengo fe en las fuerzas potenciales de la patria. No pueden ser legión los que
venden su dignidad para complacer el goce efímero y subalterno de su hambre física
y en su vanidad engañosa por una postura desfigurada por cuatro dineros
conquistadas merced a tan deshonesto precio; no pueden ser legión los
mercenarios de la idea, incapaces de encuadrar en defensa de una doctrina o de
servir las demandas de las consecuencias; poco valor tiene la desmonetizada
independencia moral al calor de menguadas especulaciones; no pueden ser legión
los huérfanos de razonamiento y los afectados de miopía mental, que sin noción
de la altivez y del decoro se entregan a las comparsa de la desvergüenza y del ridículo
bajo el comando de los profesionales del servilismo, que así solazan el animo
deforme de sus histriónicos patrones. Unos y otros ya tienen suficiente
desventura con ser células negativas en el organismo social.
Pero lo doloroso y entristecedor es que pueden ser legión
los que sin pensarlo ni quererlo obstaculizan esta armonización nacional que
pregonamos demorando la suma de los esfuerzos y la unificación de los valores
para asestar el golpe de gracia a todo intento absurdo y vandálico que pretende
alterar la voluntad ciudadanía y burlar las determinaciones de la soberanía
popular.
Los hombres del radicalismo que dentro del partido hemos
definido categóricamente nuestra firme posición a favor de esta cruzada de la salvación
nacional obramos en razón de una profunda coacción espiritual pero también lo
hacemos porque somos disciplinados y acatamos respetuosamente las resoluciones
adoptadas por la convención nacional ----la mas alta autoridad del partido---
que en sus sesiones de enero, abril y mayo de 1943 ha sellado la unificación
de las fuerzas democráticas como una exigencia impostergable “al defender
nuestras instituciones y los principios democráticos que son su esencia para
cimentar la solidaridad argentina con la naciones que luchan por la democracia
y para adoptar las previsiones conducentes para superar la crisis futura en el
orden político, social y económico”
Lo lógico pues, y lo cuerdo es servir al partido para el
ejercicio de la disciplina y de la lealtad.
Por otro lado la unión de fuerzas democráticas es hoy una exigencia del patriotismo y yo me siento más radical y creo servir mejor a mi partido cuando sirvo a los altos intereses de la Nación, porque el radicalismo es precisamente eso; sacrificio personal altruismo y dorado, abnegación sin limites y culto del heroísmo en holocausto de la autentica argentinidad.
Quien me atribuye personales ambiciones o me sospeche un
cultor de mezquinas o menguadas
intenciones ofende a la verdad y salpica de miserias su propia hidalguía. Nada
busco si quiero para mí, personalmente. Sólo me apasiona el bien del país y me
inflamo de emoción ante el espectáculo edificante que en esta jornada están
ofreciendo los partidos democráticos al aunarse sin miramientos ni reservas,
con un gesto de desprendimiento y de ejemplar patriotismo que los enaltece ante
el juicio público. Quien regatee su adhesión y su impulso se basa en cálculos
de especulación electoralista, reduce el problema a términos mezquinos,
traiciona la ventura nacional. No ha de
fatigarme la reiteración de un concepto que estimo fundamental y supremo dentro
del plan armónico de las postulaciones nacionales. Por sobre el triunfo en los
comicios ha de preocuparme el triunfo de la gestión constructiva del gobierno. Arduas
y compleja tareas esperan a los futuros poderes públicos en el esfuerzo por
restaurar las organizaciones que están tan dislocadas; por tonificar la Republica
y por recuperar la forma ante el consenso universal. Nuevas e imperiosas
exigencias y una transformación fundamental en los principios y los
procedimientos, demandan la atención de los mejores y el aporte de todos los
que anhelan la restauración de nuestra existencia armónica y el goce de la ponderación
internacional. Se impone el imperio y el ejercicio de éticas menos
declamatorias y más realistas y humanas.
Partidario decidido sincero y fervoroso de la superación y
la felicidad de las fuerzas productoras y proletarias que enaltecen esta
jornada brillante de civismo, no solamente se han de mantener las conquistas
legitimas logradas por la familia obrera sino que han de superarse pero ordenándolas
y legalizándola por el resorte de sus organismos competentes y naturales. Se
tergiversa la verdad histórica si se niega que los partidos políticos democráticos
y tradicionales no velaron por siempre por la superación del hombre que elabora
y en Pro de las relaciones equitativas y armónicas del capital y el trabajo;
pero sin especulaciones catequísticas, y al influjo de un sentimiento de limpia
ecuanimidad, para que el hogar del hombre que trabaja no sufra la angustia de
la insuficiencia y la pesadumbre de la necesidad. Y para esta pesada faena de
restauración social, política y económica, será menester la fusión de todas las
energías, la solidaria comunión de todas las buenas intenciones y la coordinación
de todas las posibilidades, para que no se malogren las capacidades ni los
alientos creadores por luchas antagónicas, de funestas derivaciones, que
perturbaran la obra efectiva necesaria para el progreso de nuestra grandeza
potencial. Estemos en guardia ante la estrategia solapada de los bravucones y
los derrotistas. Se esgrime la amenaza, se siembra el terror, se fomenta el escepticismo,
se juega la mentira, se esparce la intriga y se infunde el desaliento. Ante
esas armas innobles y ante esos duendes de lóbregas intenciones hay que
reaccionar con confianza y entereza, conviniendo con Ingenieros que dice:
Pero lo grave y delictuoso es que los claudicantes y los audaces explotan con pasión demagógica el nombre de nuestros gloriosos lideres para dividir al radicalismo y desmembrar el frente democrático
favoreciendo la burda treta de aquellos desiguales adversarios que se empecinan en escamotearnos los nombres de Alem y de Yrigoyen y el suplantar con desgraciado acierto el de Alvear para sembrar la confusión y la anarquía.
“De
esas sensibilidades, ninguna grandeza esperan los pueblos”.
Pero lo grave y delictuoso es que los claudicantes y los audaces explotan con pasión demagógica el nombre de nuestros gloriosos lideres para dividir al radicalismo y desmembrar el frente democrático
favoreciendo la burda treta de aquellos desiguales adversarios que se empecinan en escamotearnos los nombres de Alem y de Yrigoyen y el suplantar con desgraciado acierto el de Alvear para sembrar la confusión y la anarquía.
Tenemos una historia que respetar y una misión que cumplir,
invoquemos los manes de la liberación de Mayo y de la emancipación de Julio,
polarización de las épocas luminosas, pero necesitamos a quienes pretenden
esconder su nazi fascismo bajo el simbólico uniforme de las pundorosas milicias
el derecho para invocar con triste ventura el augusto nombre del gran
libertador mientras en el alter de su veneración queman incienso sombrío al “restaurador
de las leyes”, al que endiosan en sus arrebatos instintivos de desviaciones
morales. Son un feliz consuelo saber que salvan del apostrofe militar a
patriotas austeros que han sabido sustraerse a la desviación dolorosa. Para
ello las simpatías de un que execra a sus judas pero que sabe consagrar a sus
leales servidores. Entendamos de una vez
que el país vive distantes de trágicas personalidades. Están en pugna dos ideologías
antagónicas excluyentes e irreconciliables; la democracia tiene honda raigambre
espiritual y pierden su tiempo los sicarios de la regresión y el totalitarismo
si ambicionan hacernos descender el camino andado en el desarrollo de la
cultura política y del progreso de nuestras instituciones republicanas
Nos ampara una tradición y nos da eternidad de gloria una
Constitución sabia, humanista y libérrima que repele todos los absolutismos y
que abre sus liderazgos y que abre sus brazos con fraternal espíritu cristiano
a todos los hombres del mundo sin otro requisito que si del a buena voluntad y
sin otras credenciales que la de ser gente de paz y trabajo.
Nuestra tierra es un regazo prodigo y llama perenne de
concordia y fraternidad. Empañan nuestra fama y amenguan nuestra grandeza los
que nacieron en esta patria por una aberración del destino y se empecinan en
trasplantar a nuestro suelo los crímenes fascistas y de abominable factura
nazi, que descubren la deformación mental de sus ejecutores y que niegan la
siembra fecunda de la civilización. Solo la obra del desequilibrio psíquico o
un resabio de animalidad primitiva puedan envalentonar a esas turbas
enceguecidas en esa campaña de odio y de embriaguez. Fue otra la predica de
Cristo y es muy distinto expresar el sentimiento de hombre que ha asimilado los
preceptos de la cultura que no se ciega de la razón humana y que lleva en el corazón
y en la mente un halito de altivez espiritual.
Que el juicio sereno ilumine a los ciudadanos de esta tierra
para que la patria salga airosa de esta encrucijada traicionera que le esta
tendiendo la audacia y la irresponsabilidad.
Fuente: Discurso del Dr. Enrique Mosca en el Acto de la Unión Democrática en la Plaza de los dos Congresos en la Ciudad de Buenos Aires, el 8 de diciembre de 1945
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