La delación y la perfidia que siempre fomentan los gobiernos
sin moral, y que fueron los verdaderos enemigos con que el movimiento
revolucionario tuvo que luchar, desde el comienzo de sus trabajos, obligando en
septiembre su suspensión han hecho frustrar por fin la demostración más
grandiosa de opinión y de protesta armada que la
República pudiera realizar en vindicaciones de su honor,
reparo de sus instituciones y seguridad de su bienestar.
Lo que el gobierno no pudo conseguir por la vigilancia de
una pesquisación constante practicada con los recursos y en las formas más
abusivas y deprimentes lo ha obtenido por aquellos mismos medios, a los cuales
debe su estabilidad y sobre los que, desde entonces, gira la suerte de la
Nación.
En la frente de quienes de tal manera han traicionado
deberes sagrados, infamando sus nombres, pesarán eternamente la ignominia de su
villanía y la execración de la República.
La dirección del movimiento tuvo la tarde del día anterior,
casi la seguridad de que el gobierno poseía hasta el secreto de la hora y había
resuelto suspenderlo. Pero la insistencia terminante y sin discrepaciones de
los representantes de los elementos organizados civiles y militares,
corroboraban por los que iban a ser jefes inmediatos, de encontrarse en las
mejores condiciones y sin el menor indicio de estar sentidos y la comunicación
afirmativa recibida en el día de toda la República, la indujeron a desistir de
aquel propósito, pensando que ése era su deber, cuando tantas veces había retardado
el movimiento de la acción por iguales motivos.
Fue así como la autoridad pudo prepararse y modificar el
curso de los hechos.
Cuando en la noche, la dirección tuvo noticia de las medidas
que el gobierno adoptaba rápidamente, y de los contrastes que había ocasionado
se vió impedida ya de ordenar su suspensión que debía comunicar a todo el país.
Quedó de esa manera, sin ejecutarse gran parte del plan en
muchos puntos. A la inversa del que se trazó el 90, concretando la acción a
esta capital y haciendo puramente militar la primera parte, se había resuelto
ahora, que fuera general y concurrente desde el primer momento, teniendo los
militares y ciudadanos sus puestos señalados de antemano. No pudo, empero,
exteriorizrse la poderoza organización civil preparada en la capital y otros
centros; la policía estorbó a las concentraciones de pueblo, secuestró los
armamentos, redujo a prisión a los
ciudadanos que alcanzaron a reunirse, y casi todos, no pudieron llegar a las
posiciones que les estaban indicadas por la perturbación del plan impreso al
movimiento. A su vez quedaron importantísimos y decisivos elementos militares
sin pronunciarse. Haciendo justicia al pundonor, notoriamente reconocido por
sus compañeros, y demostrando en la eficaz acción desplegada durante el curso
de la preparación, debe pensarse, que realmente se vieron imposibilitados de
cumplir sus compromisos y que, como los que más, habrán lamentado esa fatalidad
de tan sensibles consecuencias. En tal sentido, las fuerzas civiles y militares
que se han levantado en la República, lo han hecho teniendo ya las armas del
gobierno a su frente y venciendo sus medidas defensivas.
El movimiento era tan vasto, que no era posible concebirlo
mayor, la magnitud de su poder excluía en absoluto el riesgo no sólo de una
guerra civil, sino de otros trastornos que los inevitables del primer instante,
y permitía abrigar la convicción de que el gobierno se creía imposibilitado de
toda resistencia. De otra manera, no se habría decidido la acción; nada inducía
a precipitarla y sólo debía consumarse estando totalmente preparada, como así
sucedía.
La delación y la perfidia que han sacrificado un nuevo y
supremo esfuerzo de la
Nación, que vive perenne y honradamente conmovida, ansiosa a
justo título, de volver a su nivel moral y a entrar en el goce de sus derechos
y garantías e incorporarse a la categoría de los Estados con personalidad bien
definida y respetada.
Han causado la inmolación de nobilísimos ciudadanos y
militares que han rendido su vida en aras de la redención nacional, a la que
entregaban todos sus desvelos y el desprendimiento de su probidad y de su
fervoroso patriotismo. Guiados siempre por principios y virtudes inalterables y
rodeados de todos los encantos de la existencia, se apartaban del bien que debían
disfrutar, para ir en pos del que podían hacer, con esa generosa superioridad
de ánimo, exenta de toda prevención y sin más ambición que el cumplimiento del
deber, es impulso y voz de estímulo para todas las grandes acciones.
Eran apóstoles y pasan a ser mártires uniendo sus
sacrificios al de los que les han precedido, en holocausto de los más sagrados
ideales de la patria, dejando en las filas de la Unión Cívica Radical, claro
imperecedero. Ellos reposarán al amparo del reconocimiento público y del
respeto de la posteridad.
Han causado también el encarcelamiento, la persecución y el
destierro de numerosos civiles y de casi toda una generación militar brillante,
pura y llena de promesas.
La misión del ejército con el pueblo, en las horas de
prueba, ha sido en la historia del mundo la más augusta y solemne demostración
de solidaridad. Ninguna acción tiene mayor intensidad de luz, más poder de
fuerza y más grandiosa conjunción de ideales y esperanzas. El ciudadano
militar, lleva el símbolo de la patria y siente con vigor intenso su infortunio
y su grandeza.
Pretender que abdique de su personalidad moral,
substrayéndose a las inspiraciones de su razón y su conciencia, es convertir la
institución militar en fuerza ciega, y engregar, indefensas, las sociedades a
la arbitrariedad de gobierno sin origen ni sanción popular. Tal tendencia es
completamente contraria a los principios de la justicia y de las leyes
inmutables, que rigen el mundo y marcan su civilización.
El valor y la capacidad militar, acreditados en la hora de
la realización del deber, que fulguran en la frente de los que se levantaron
estando sus superiores prevenidos y preparados, así como en la del joven
comandante que con el concurso de sus dignísimos colaboradores dominó uno de
los centros más prepotentes de la oligarquía, organizando un ejército con que
habría atravesado la República, si esa hubiera sido la consigna, tan altas
cualidades, de nuevo reveladas por todos se recordarán con orgullo y reflejarán
siempre honor sobre las armas argentinas pasando a los anales de sus glorias.
La misma dignidad y corrección con que procedieron en la
prueba y que guardaron ante ella, cuando podían creer con fundamento en la
certidumbre del triunfo, observaron durante los procesos, y mantienen hoy,
sufriendo con altivez, las mortificaciones del infortunio. Justo es también
mencionar a los demás que, vinculados a la obra revolucionaria con la mayor
decisión, y separados del mando o enviados a los confines de la República, no
han podido concurrir a la acción.
Todos han obedecido con la absoluta disciplina del honor a
ciudadanos desprovistos de investidura de gobierno y de influencia social, sin
más representación que la integridad de la causa de la reparación nacional.
Para mayor honra de la abnegación de sus sacrificios, debe quedar constancia,
por siempre, que expresamente habían pedido que no hubiera ascensos ni
compensaciones de ninguna clase, y así estaba acordado. Mientras que en su
patria están encarcelados y perseguidos, ¡Cuántas naciones quisieran que fueran
de su seno!
Imposibilitándose el éxito de la revolución, se ha impedido
finalmente, que la
República, compruebe la existencia de elementos capaces de
fundar un gobierno de severa normalidad, respetuoso de las instituciones, que
impulsara sus destinos por la senda de los grandes y sólidos progresos, y
despertara anhelos y energías a una verdadera vida de labor fecunda.
El movimiento del 4 de Febrero ha sido un hecho normal, en
la vida argentina, previsto como la resultante necesario de causas de toda
índole, acumuladas durante años.
Las revoluciones están en la ley normal de las sociedades, y
ni es dado crearlas ni es posible detenerlas, sino mediante reparaciones tan
amplias, como intensas son las causas que las engendran. Lo anunció pública y
lealmente la Unión Cívica Radical, al resolver la abstención electoral,
exponiendo las causas que fundaban tan grave medida y formulando el proceso
imperante en el país. Grandes asambleas previas y posteriores a esa decisión le
dieron la sanción calurosa de la voluntad popular. Ha podido ser evitada por la
eliminación de los motivos que la determinaban imponiéndola como un deber, y ha
sido provocada por la persistencia y aparición de los mismos.
Si así no fuera, no habría incorporado bajo su bandera, los
grandes elementos que la han servido. No se concibe la determinación de tantas
voluntades para la acción armada, en la que se juegan el porvenir y la vida, si
no existen anhelos públicos que la fortifiquen, altos ideales, como objetivos y
un ambiente propicio que la estimule.
Si la revolución no estuviera justificada por sus causas
tendría el hecho notorio de la magnitud de sus fuerzas la prueba plena, de su
razón de ser y de la exigencia nacional a que ha respondido. Ningún propósito
es más innocuo e imposible de germinar y prosperar, que el de la protesta por
las armas, si las sociedades no lo alientan con el concurso de su solidaridad,
y si no reposan sobre la base de grandes verdades.
Fué impulsada por un anhelo de bien público, extraño a
autoformismos y móviles personales. Representó la encarnación de sentimientos
nacionales, profundamente arraigados; ha sido la culminación de una lucha de
sacrificios y de inmolaciones contra la corrupción y la arbitrariedad de un
sistema. Aun dominada, será benéfica por su carácter y la amplitud de sus
tendencias, y como esfuerzo de patriotismo, por la vinculación del país, la
eficiencia de sus instituciones y la grandeza de su porvenir.
Esa su visión tan amplia, que no determinaba vencedores ni
vencidos, y se realizaba en nombre de deberes a que no pueden substraerse los
ciudadanos que se consideran obligados a cumplir la tarea impuesta por la época
de la sociedad a que pertenecen y por la situación que atraviesan.
Las naciones más civilizadas deben a los movimientos
revolucionarios del carácter de los que datan del 90 a la fecha gran parte de su
bienestar presente; ellos han sido faros que han iluminado su camino y factores
de grandes conquistas.
No ha de invocarse, en su contra, el respeto al orden,
porque éste supone la armonía de las actividades y los derechos, al amparo de
la libertad y de la justicia y bajo la garantía de gobiernos regularmente
constituídos.
Ese es el orden que surge de la vida social y que hay el
deber de considerar. La
Revolución no ha atentado contra él, porque la República no
lo conoce; ha tendido, por el contrario, a restablecerlo por el predominio de
las reglas morales y de los preceptos de ley que lo contribuyen.
Las fuerzs conservadoras de la sociedad, comprendidas en su
alto y verdadero significado, son las que realizan la labor común, cumplen con
independencia sus deberes y revelan energías en la defensa de sus derechos. Los
movimientos de opinión, cuanto más desinteresados, llevan en su seno mayor suma
de ellas. Sin criterio que sólo considere fuerzas conservadoras los elementos
afines a los gobiernos y sostenedores de su autoridad, cualquiera que sea su
origen y forma de ejercicio.
Triste condición sería la de un país si su prosperidad sólo
hubiera de consistir en el fomento de sus intereses materiales. El progreso es
preferentemente constituído por las fuerzas morales que contiene en acción, por
la altivez de los ciudadanos, por la probidad pública y privada, por la
decisión intensa para todas las nobles labores humanas. Las sociedades no
avanzan con paso firme, cuando los gobiernos no se inspiran en tan elevados
conceptos; la prosperidad material que alcanzan está de antemano condenada a
desaparecer en la disipación. Las fuerzas morales desarrolladas concurren a
caracterizar la personalidad social, forman barreras de defensa contra los
atentados y las arbitrariedades de los gobiernos, y permiten levantar sobre la
base de una sola fraternidad de voluntades, la grandeza colectiva.
El progreso material de la República que se invoca, es obra
de la naturaleza, que no se detiene, y más que del esfuerzo argentino, del
brazo extranjero. No es conquista de la paz, ni el fruto de los gobiernos que
lo han destruído, en el escándalo, y que volverán a hacerlo, si severos
principios no los inspiran y rigen la vida argentina.
Si él no hubiese sido perturbado por desastrosas
administraciones, y si a ese ejercicio de las instituciones hubieran concurrido
armónicamente pueblos y gobiernos, la República tendría hoy, en el mundo, una
culminante representación por su autoridad moral, y su riqueza habría alcanzado
proporciones que no pueden concebirse, pero ante las cuales serían
insignificantes las que hoy revisten.
El criterio extranjero está habituado a pasar por alto el
concepto de nacionalidad soberana y organizada, a que tenemos derecho, para
sólo preocuparse de la riqueza del suelo argentino y de seguridad de los
capitales invertidos en préstamos a los gobiernos o empresas industriales y de
comercio. A esa condición hemos llegado, como consecuencia de una moralidad
política, que no ha sabido rodear de respeto, el nombre del país,
caracterizando su reputación ante el mundo, por la rectitud de sus procederes y
la seriedad en el cumplimiento de las obligaciones contraídas. Los causantes y
beneficiarios de este desastre del honor y del crédito nacional, carecen de autoridad
y de título, para condenar, invocando el prestigio argentino en el exterior, un
movimiento de protesta armada, respetable y digno, porque es y será siempre representativo
de intereses sociales de todo orden y exponente de potencia cívica, de sanas
energías y de altos anhelos.
Sabe la Nación, y con ella el mundo, que cuenta con una fuerza
de resistencia que, si al nivelar una vez más su importancia ha podido causar
mucho asombro a los que creen en el vigor de sus reacciones, al persistir, como
factor de vida cívica será centro de atracción y elemento de progreso.
La Unión Cívica Radical, no es propiamente un Partido en el
concepto militante, es una conjuración de fuerzas emergentes de la opinión
nacional, nacidas y solidarizadas al calor de reivindicaciones públicas.
Servirlas y realizarlas, restableciendo la vida del país en la integridad de su
prestigio y de sus funciones, es el programa que formuló al congregarse y que
ha realizado con fidelidad hasta el presente. Ha sido y será el centro de los
espíritus independientes que, queriendo o debiendo prestar su concurso a la
obra de la reparación nacional, busquen la orientación propia de ese deber y la
fuerza eficiente para llenarlo. Sus afiliados saben, de antemano, que no van a
recibir beneficios ni conquistar posiciones, sino a prestar servicios en la
plena irradiación de su personalidad. Así lo ha demostrado en la cruenta labor
que le ha correspondido en el lamentable período de la vida por que atraviesa
la República, rechazando la dirección de gobiernos, la coparticipación en otros
y la jefatura de oposiciones falaces y engañosas.
Mediante los primeros, habría conquistado influencias
morales, y la segunda, habría sido suficiente para ensalzar su acción y
enaltecer a sus hombres. Pero se ha substraído a unos y a otros,
considerándolos contrarios a su programa y susceptibles de descalificar su
autoridad sin beneficio para la República.
Será enseñanza en el presente y honor en el futuro, el
ejemplo de esta fuerza que se mantiene íntegra y poderosa sin las atracciones
de la autoridad, resistente a los halagos y a las tentaciones y superior a las
adversidades que la combaten, porque la alienta un sincero y patriótico
convencimiento de la magnitud de su misión en la existencia de la República.
Sus sacrificios entrañan prestigio, que serán imperecederos y fecundos por la
inspiración que sugieren, mientras que, cuanto a su acción se opone, al
desmoronarse, siguiendo la ley de las transformaciones, no dejará luz ni huella
benéfica alguna.
Lo imprevisto tiene tanto de crueldad como de injusticia;
pero el esfuerzo hecho al calor de convicciones y de deberes sagrados, no se
esteriliza nunca en desenlaces negativos. Hay siempre fecundación de savia
nueva en las inmolaciones sufridas y en los sacrificios. Los que son capaces de
realizarlos, con la alta visión de la felicidad de la patria, están siempre en
el corazón de los pueblos.
Los infortunios de la adversidad suelen ser consecuentes con
los que van con el rostro vuelto hacia el sol y pecho descubierto al combate,
pero vale más quemarse a sus rayos que vivir a las sombras de egoísmos.
La Unión Cívica Radical, al reiterar su supremo esfuerzo, ha
procedido en esa forma afrontando la lucha leal y generosamente, prefiriendo
como siempre, ser vencida sin vestigios de daños innobles, a triunfar con
sombras. Las personas de los gobernantes y demás personas con influencia
oficial, fueron desde el primer momento objeto de especiales cuidados y
consideraciones; durante la conmoción misma no podrá señalarse, en ninguna
parte, el más leve abuso.
Las justificaciones presentes e históricas, están en el
espíritu de la patria y cada vez más, libradas a la conducta de los gobiernos.
Ellos demostrarán, día por día, la justicia y la oportunidad de la viril
reacción.
La República presencia, en estos momentos, el espectáculo de
gobernantes, partidos y hombres que fundan su desenvolvimiento y la
subsistencia de su autoridad, en la sumisión al Presidente y asiste a la
reproducción, en todo sentido de las formas y procedimientos que caracterizaron
a la época del 86 al 90. Así tenía que ser, porque cuando los males no se
extinguen, es fatal que se renueven con mayor intensidad.
El anatema estaba previsto para el caso de adversidad, debía
reproducirse como antes otras veces. Estaba igualmente prevista la alabanza para
el caso del triunfo, pero, como siempre, aquél se estrellará en la integridad
de nuestras frentes.
La Providencia fija los destinos de los pueblos y de los
hombres; ¡que ella proyecte un rayo de luz en nuestro sendero, mientras nos
mantengamos dignos!
Buenos Aires, mayo de 1905
HIPÓLITO YRIGOYEN
Presidente Honorario
Fuente: Hipólito Yrigoyen: "Por que no triunfó la Revolución del 4 de Febrero de 1905" (mayo de 1905) digitalizado por Marcos Funes.
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