Es verdad sabida que el país soporta una crisis política
desde el año 1930, a
la cual no son extraños los partidos que actúan en el escenario nacional. La
inquietud ante tal problema origina una casi espontánea convocatoria de la
entonces nueva generación y así surge dentro del viejo tronco del radicalismo,
la corriente innovadora del Movimiento Intransigente. Los hombres que se
reunieron en Córdoba en 1943 y en Avellaneda y Rosario en 1945, deseaban
renovar la confianza del pueblo en las ideas de Alem y de Yrigoyen, herederos
de los pensamientos fundamentales de los creadores de la nacionalidad,
adecuándola a los problemas concretos argentinos.
Si bien las formulaciones y criticas no fueron difíciles,
corresponde decir que la expansión de los nuevos esquemas tuvo algunas
dificultades porque la conducción radical de entonces cometió errores, y era
evidente que el pueblo se había alejado del Partido, especialmente los sectores
juveniles y del trabajo.
La fe de aquellos iniciados de la Intransigencia fue muy grande,
y por eso, en medio de inmensas dificultades, se recorría el país, se
divulgaban los principios se estudiaban con ahínco la soluciones y se soportaba
con naturalidad la persecución la cárcel y hasta la muerte para algunos
correligionarios.
Se luchaba sin preocupación por el día de la victoria y el
único estimulo estaba en el hecho de que la juventud y parte muy importante de
la ciudadanía cada vez aceptaba en mayor numero las renovadas ideas.
Se recreo así la fe, una confianza; y la Declaración Doctrinaria
la Carta de Avellaneda y el Programa Económico Social, se convirtieron en las
herramientas fundamentales de nuestro quehacer.
Tornado el contralor del Partido sin cejar en la lucha por
la dignidad nacional, las derrotas electorales no fueron fracasos, se
desparramaban ideas y se cultivaba una conciencia de libertad y justicia.
Cuando se tuvo la oportunidad de gobernar el país, nadie
planteo ningún problema personal; simplemente se discutía la adhesión y la
idoneidad de los presuntos candidatos para el cumplimiento de los postulados de
la Intransigencia y de su magnifico programa de renovación nacional.
Los desgarramientos de la marcha fueron siempre dolorosos y
se justificaron en la necesidad de ser fieles a los principios a la conducta y
al programa revolucionario del Partido.
Esta demás decir que la Intransigencia consustanciada con el
pasado de la Patria y comprensiva de los fenómenos políticos que le toco vivir,
cuando habla de lo nacional y de lo popular lo hizo con gran sentido histórico
y con profundo contenido moral.
Resulta claro que en la construcción democrática no se podía
instaurar un nuevo despotismo con el pretexto de una mayor ilustración,
responsabilizando solo al pueblo por los grandes errores cometidos cuando en
realidad los mismos son imputables casi exclusivamente a los cuadros
dirigentes. Este concepto permitió al Partido proclamar con limpieza, y no como
negocio electoral, la necesidad de la pacificación nacional
Así llego al gobierno la U.C.R.I., significando el retorno
del radicalismo después de veintiocho años de martirologio. Todos respetaron su
legítimo ascenso al poder y la inmensa mayoría puso su esperanza en la
capacidad de esta agrupación política para resolver los problemas del país e
iniciar una era auténticamente democrático, progresista defensora celosa de nuestra
soberanía.
El primer contraste del radicalismo en el gobierno fue una extraña
selección de los funcionarios pues aparecieron en los elencos gubernativos
representantes de ideas y conductas distintas a los planteamientos propugnados
durante tanto tiempo.
Se soslayo así lo radical y nuestro sentido de lo nacional y
popular con la incorporación de figuras sin mayor arraigo en la opinión publica
y cuya actuación era, en muchos casos una lamentable sucesión de errores.
La falta de unidad que se desprende de ese heterogéneo
elenco se sumó una inesperada predica y acción demagógica, todo en medio del
torbellino económico deficitario y la inflación incontenida.
Los quince años de debate en el seno de la Intransigencia y
la correspondiente labor de proyectos y estudios. Fueron reemplazados por el
oportunismo y la llamada "política realista” orientada y dirigida por
desconocidos ajenos a las largas jornadas de la lucha radical.
Petróleo, reforma agraria, político, internacional
yrigoyenista de neutralidad, cultura, acción gremial y otros capítulos de
nuestras formulaciones han sido resueltos en forma totalmente opuesta a las que
habíamos preconizado.
Claro que el ejemplo típico de inconsecuencia esta en la política
petrolera, desviación de la conducta de Yrigoyen y de la magnifica construcción
de Mosconi.
Llegamos así a este final de negación del radicalismo que
implica aceptar como un triunfo el programa del Fondo Monetario Internacional,
agravante de la sujeción argentina a potencias extranjeras. El pueblo recuerda los
francos expresiones adversas a esta política, formuladas por la Intransigencia
y por su candidato a presidente de la Republica, y escucha ahora con asombro
que son éxitos económicos los que hace pocos meses se calificaban como entrega
del patrimonio nacional.
En el balance total de tan extraña ejecución, piénsese que
ya perdimos la jactancia de que jamás el radicalismo yrigoyenista había
gobernado con estado de sitio. Ahora lo imponen por tiempo indefinido, sin causa
concreta que lo justifique y con una sanción legislativa que siempre será juzgada
con severidad.
Este modo de gobernar parece precisar la quiebra de las autonomías,
la creación de condiciones de dependencia la violación de las formas parlamentarias
y el uso de métodos avasallantes. En definitiva, la utilización prepotente del
poder, sin recordar cual fue el destino de los que aplicaron métodos
semejantes.
El resultado del proceso ya es visible: orfandad popular,
gradual desintegración del Partido que tanto esfuerzo costo construir a esta y
a otras generaciones, y debilitamiento de la confianza en las instituciones
democráticas. Ya algunos reclaman un dictador con el pretexto de restaurar la
democracia y muchos, acuciados por graves problemas económicos, ansían el retorno
del pasado. Vamos en el camino de crear dos argentinas antagónicas y todos
sabemos lo que ello significa.
La juventud orgullo de la acción Intransigente a la que enseñamos
que iba a ser actora de una construcción singular -"la Patria soñada",
al decir de Lebensohn- hoy contempla con estupor tan terrible destrucción de
ideales y no será convencida con el "tenga fe", mientras radicaciones,
contratos petrolíferos, Fondo Monetario International, etc., van creando las
condiciones sociales y económicos mas opuestas a las ideas predicadas.
Los obreros, empleados y campesinos verán de acá a poco y sentirán
en carne propia la ineficacia y gravedad de los métodos cuya aplicación recién comienza.
No se hablo con franqueza, no se pidió el sacrificio que todos hubiéramos
efectuado para una realización auténticamente argentina; se fue al camino fácil
del préstamo avasallante y ahora el sacrificio será mas duro y aprovechara a otros.
Ante la realidad descrita, cabria preguntarse si el estado
social y político de nuestra patria ya no tiene otras soluciones y si todo ha
de estar librado a los factores de diagramación señalados.
Afirmar este pesimismo es negar el destino nacional, y como
radical seria afirmar el fracaso de tal fuerza histórica.
Con optimismo podemos decir que entraríamos al campo de las
soluciones pacificas si los gobernantes tomaran cabal conciencia de lo que pasa
en el país y, dejando de pensar en el solo encanto de las palabras, producirán
con hechos, la impresión de que no habrá mas violencia a las normas republicanas,
con preferencia a las que hacen al sentido ético de la política, y pusiesen
empeño en solucionar, de verdad, los problemas del pueblo, al que se podrá
convocar para el esfuerzo, siempre que el sacrificio sea común, sin
excepciones, y exclusivamente al servicio del país y su reconstrucción.
Esa actitud tendría que ser urgente, porque la rectificación
señalada es indispensable para el bien común de la Nación, y hay que iniciarla
con una imprescindible serenidad espiritual, que permita estimar los valores
permanentes y decidir con energía el retorno al rumbo que el pueblo votó. La
antidemocracia acecha y no es prudente crear climas que signifiquen crisis en
las instituciones o negaciones en la voluntad popular.
La historia pedirá cuentas del quehacer de esta hora a todos
los argentinos, pero en especial modo a los radicales. Las designaciones
circunstanciales y los grupos adventicios que hoy defienden sin beneficio de
inventario a este gobierno, con la misma pasión con que antes defendieran
regimenes antirradicales, no pueden ser históricamente responsables de la tarea
que el pueblo confió a los continuadores de Alem y de Yrigoyen.
Por eso debe reiterarse que estamos ante un doble peligro:
uno que amenaza las instituciones fundamentales del país y otro que atenta
contra la existencia misma del radicalismo como fe política popular; El cuadro
actual resulta aún más dramático que el del fraude o el de la demagogia.
No olvidemos que Yrigoyen cayó con las banderas intactas y
por eso la generación posterior pudo heredar su ideal. Si cayésemos los
radicales de hoy, ¿con que banderas levantaríamos de nuevo a esta fuerza histórica?
Sin Radicalismo y sin ninguna otra fuerza política titular
de sus banderas de esperanza popular, ¿Cómo se reconstruirá el país? ¿Se
ignora, acaso, que la gran superioridad política argentina ha sido tener un
Partido de autenticidad histórica con emoción popular?
No basta entonces con salvar las formas de las
instituciones, hay que cuidar también los instrumentos indispensables para su
vida. Por eso, no debe verse con indiferencia la gran desviación de lo radical
que se ha operado, con el consiguiente alejamiento del pueblo y la reacción
entristecida de los correligionarios.
Así como en el orden general no se salvará la profundidad
del drama con el uso de un ilegal estado de violencia, en lo partidario, la sanción
disciplinaria tampoco solucionara el problema. La esencia argentina estará por
encima de la represión y lo radical derrotará la formalidad de los registros. Para
demostrar ambas cosas, ahí está el gran ejemplo de Hipólito Yrigoyen.
Hay que darse cabal cuenta de la responsabilidad que vivimos,
sentir en lo hondo esa exigencia y tener el coraje de pronunciar la palabra que
corresponda, aunque la misma sea discrepante, y asumir las actitudes que impone
la consecuencia con los principios.
Si en este desandar los cuadros dirigentes no recogen el
clamor popular ni se inquietan ante la posibilidad de un alejamiento del
pueblo, habrá llegado la hora de que el radical común sienta otra vez, la gran
convocatoria histórica, efectúe el severo juzgamiento que corresponda e inicié
la difícil marcha que con tanta fe realizaron los discípulos de Coulin y los
compañeros de Lebensohn.
La autentica causa nacional y popular jamás deberá quedar
sin expresión. El pueblo argentino sabrá crear la forma política en que
encuadrara su lucha. Nuestros hijos no se van a resignar al colonialismo que
hoy arrebata sus bienes materiales y mañana les exigirá el sacrificio de su sangre.
No quedaran solos los que luchan por las justas
reivindicaciones de una Argentina libre, dentro de una America libre, con
pueblos soberanos y prósperos, aunque los gobernantes pretendan elegir otro destino.
Fuente: Alejandro Gomez "Un Siglo... Una vida" de la Soberania a la Dependencia, 2001
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